IRÁN AMENAZA CON REALIZAR ACCIONES DE
REPRESALIA A TRAVÉS DE HEZBOLÁ
Associated Press. 28 de agosto de 2012
IRÁN AMENAZA CON REALIZAR ACCIONES DE
REPRESALIA A TRAVÉS DE HEZBOLÁ
Associated Press. 28 de agosto de 2012
Mientras las tensiones entre Irán y los Estados Unidos siguen aumentando en Oriente Medio, los expertos del Departamento de Seguridad Nacional han dado a conocer sus preocupaciones respecto a la recién descubierta capacidad de armamento nuclear de Irán y a la posibilidad de que se pudiera sufrir un ataque en tierras americanas.
Sabemos que Irán apoya (a través del Líbano) a Hezbolá, organización con células en los Estados Unidos, al igual que Al-Qaeda, según dijo Patrick Blanchard, subdirector de la Unidad Antiterrorista del Departamento de Seguridad Nacional. El gobierno iraní ve esta Yihad islámica como una extensión de su propia política de estado. A diferencia de los ataques del 11-S en 2001, se podrían desplegar sin problemas uno o dos equipos operacionales armados con un dispositivo nuclear.
El gobernador Prescott dio a conocer estas preocupaciones en su discurso de ayer en Cleveland. Vivimos tiempos peligrosos. Creo que el público americano entiende y aprecia el hecho de que la administración Bush/Cheney haya sido tan dura contra el terrorismo. Rezo cada día para que nuestros conciudadanos no tengan que pagar el precio de la relajación que hemos sufrido al respecto durante los años de la administración Obama. Tal y como advirtió el vicepresidente Cheney en repetidas ocasiones, cerrar Guantánamo sería un error muy peligroso. Y en lo que respecta al candidato del tercer partido (el senador Mulligan), si bien es cierto que invertir en recursos para obtener energías alternativas es importante, la verdad es que no podremos optar a ningún mulligan cuando una bomba sucia, o una nuclear, explote en nuestro territorio. No hay nada más importante que proteger nuestra nación. En noviembre, creo que muchos americanos desearán un líder en la Casa Blanca que sea capaz de proteger a sus familias, no un candidato a quien le importen más los derechos de los terroristas, o a un hombre que se pase toda la candidatura construyendo molinos.
WASHINGTON D.C.
29 de agosto de 2012
Gary Schafer, el director del FBI, entra en el aparcamiento de la tienda de donuts mientras comprueba la hora en su reloj y verifica si aún es lo suficientemente temprano.
A media manzana de distancia, Elliot Green aparca su coche en el borde de la acera. El agente del FBI suspendido ha estado siguiendo los movimientos de Schafer los últimos once días. Hoy es el primer día que el director de la agencia abandona la oficina durante el horario de trabajo, y Green duda que lo haya hecho por una necesidad imperiosa de azúcar.
Unos minutos después, Schafer sale de la tienda de donuts con un café. En lugar de volver a su coche, se dirige a la cabina telefónica que hay en el exterior del edificio.
Bingo. El corazón de Green se acelera mientras intenta sostener una antena parabólica del tamaño de un frisbee pequeño por la ventanilla del coche. El dispositivo de vigilancia electrónica amplifica los sonidos recogidos y los concentra en el centro del plato, desde donde son recogidos por un micrófono ultrasensible. Elliot se coloca unos enormes auriculares en los oídos, escucha y graba la llamada de Gary Lee.
—Soy yo. ¿Cuál es su situación?
[Pausa.]
Green coge una cámara con la mano que le queda libre y ajusta la lente para sacar unas cuantas fotos rápidas.
—¿Por qué el retraso? [Pausa.] Sí, pues ahora sí importa. Los de arriba están debatiendo si adelantar las fechas. [Pausa.] Pues porque nuestro amigo está subiendo en las encuestas, ¿o es que acaso no lee los periódicos? [Pausa larga.] Seis semanas, nueve como mucho. Estén listos para actuar. Le llamaré la semana que viene con lo que decidan.
Green recoge su equipo mientras Schafer vuelve a su coche y conduce hasta salir del aparcamiento. Espera otros treinta segundos antes de dar una carrerita hasta la cabina, seguidamente marca un número.
—Green, Elliot. Número de identificación 155-16533-17. Necesito el número de teléfono y la localización del último número marcado desde esta cabina.
RIYADH REY KHALED,
AEROPUERTO INTERNACIONAL
Riad, Arabia Saudí
1 de septiembre de 2012
El vuelo comercial de Air France desciende sobre la infinidad del desierto. Los abruptos acantilados sobre las tierras altas de Twaiq aparecen en la periferia. Allí, en la distancia, el Aeropuerto Internacional Rey Khalid es un oasis de cemento y cristal que se extiende a lo largo de una planicie de ciento cincuenta kilómetros.
Antigua ciudad desértica, Riad se ha convertido en los últimos años en una de las ciudades más grandes de Arabia Saudí. La capital de la nación alberga dos universidades. La Universidad Sa'ud y la Universidad Islámica Imán Muhammad Ibn Sa'ud, así como el centro médico más sofisticado del reino. Riad también acoge a la Agencia Monetaria de Arabia Saudí, que funciona como banco central y como centro principal de inversiones.
El vuelo 737 se posa en el suelo, para luego dirigirse a la terminal designada. Ace Futrell saca el maletín del compartimento de equipajes que hay situado sobre su cabeza y sigue a los otros viajeros a través del puente portátil que les lleva hasta una escalinata dentro del corredor que desemboca en la aduana del aeropuerto.
Los rayos del sol atraviesan el techado estratificado, compuesto por setenta y dos paneles triangulares curvos. Varias cascadas artificiales de agua rompen en una serie de estanques. Incluso hay unos atrios ajardinados donde crecen higueras, entre otras setecientas cincuenta mil clases de plantas y tres mil variedades de árboles, arbustos y flores que han sido importados para adornar las terminales, galerías y pabellones del aeropuerto, así como una mezquita que puede albergar a más de cinco mil fieles. Esto, sumado al efecto creado por este jardín del edén, es abrumador.
—¿Está aquí por negocios o por placer, señor Murphy?
—Espero que ambas cosas.
Una vez sellado el pasaporte, el oficial de aduanas manda a Ace a recoger sus pertenencias. El conductor de la limusina está esperándole en la zona de equipajes, sosteniendo un cartel en el que se puede leer «Stephen Murphy».
Veinte minutos más tarde están en la autopista, en dirección al centro de Riad.
* * *
—¿Por qué me llama?
Scott Santa siente que la satisfacción inunda su cuerpo al notar que la presión arterial de David Schall sube.
—Nuestro chico acaba de llegar a Riad. Supuse que querría saberlo.
—¿Qué? Espere un momento, no cuelgue.
Santa escucha cómo el director de la CIA se desplaza hacia otra habitación para conseguir más privacidad.
—¿Está usted seguro?
—Por lo visto olvida que aún soy empleado de aduanas. Está viajando con un alias, utiliza además un pasaporte canadiense. Las nuevas cámaras de seguridad escanearon su rostro. Ha dado una identificación positiva debido a una alerta que yo puse el pasado mes de marzo. Le dije a mi contacto que lo dejara ir.
—¿Por qué demonios ha hecho eso?
—Si insiste en buscarme, será mejor saber dónde está él.
—¡Esa estrategia es muy peligrosa! Le recomiendo que…
El ruso-americano cuelga el teléfono sin previo aviso, cortando así toda comunicación con el director de inteligencia. Sentado en el vestíbulo del Hotel Continental, en la calle Maazar, Santa observa con perversa diversión a Ace Futrell, que se dirige a recepción.
* * *
—Bienvenido al Hotel Continental, señor Murphy. Le hemos reservado una habitación en la séptima planta. Todo ha sido pagado ya. ¿Podemos hacer algo por usted?
—Sí, estoy esperando un envío.
El recepcionista busca en su mesa y saca un paquete de Federal Express que contiene un CD-ROM.
GARY, INDIANA
1 de septiembre de 2012
Situada en la parte sur del lago Michigan, a cuarenta y cinco kilómetros del centro de Chicago, se encuentra Gary, Indiana, una ciudad que recibió su nombre de Elbert H. Gary, el Presidente de U.S. Steel, aunque es más conocida por ser la ciudad natal de la familia de músicos y cantantes Jackson.
Mitchell Wagner, antiguo compañero de colegio de Ace, es el vicepresidente del Gary Southshor Railcats, un equipo de béisbol de segunda división que compite en la Liga Norte, la cual se desarrolla en la mitad oeste de los Estados Unidos y las provincias canadienses de Manitoba y Alberta. Wagner sigue a Leigh y Sammy Futrell hasta su oficina. A través de la ventana principal de la habitación se puede ver la parte derecha del Campo U.S. Steel, el estadio de seis mil asientos de los Railcats.
—Sé que no es el estadio de los yankees, pero todavía podemos divertirnos un montón. Desde aquí podéis ver los partidos, o también podéis ir a nuestros asientos reservados, justo detrás de la zona de home[46]. ¿Cómo lo ves Sam? Incluso quizá pueda hacer que entres como recogepelotas.
—Quiero irme a casa.
Leigh abraza a su hermano, intentando consolarlo.
—¿Cuándo podremos volver a casa?
—Bueno, ya hemos hablado de eso. Tan pronto como tu padre lo considere oportuno, os llevaré en el siguiente avión a Nueva York. Hasta entonces, vamos a intentar pasárnoslo lo mejor posible.
—¿Y la escuela? Se supone que empezamos el colegio en un par de semanas.
—Contrataremos a un tutor. De nuevo os digo que creo que vuestro padre volverá tan pronto como…
—Pero ¿y si no lo hace? —dice Leigh, interrumpiendo a Wagner, el cual empieza a sentirse arrepentido por haberse hecho cargo de la responsabilidad que Ace le ha dejado—. ¿Y si le pasa algo malo? ¿Y si nunca vuelve?
Al oír a su hermana, Sam empieza a llorar otra vez.
—Yo iba a jugar el campeonato de rugby. Yo y Matthew Cubit ya nos habíamos inscrito.
—¡Los Bears! Tengo pases de temporada para los Bears.
Wagner busca en su mesa un sobre con varios pases en su interior.
—Mira, Sam, podríamos ir a verlos. ¿Qué te parece? Y mientras tanto, Leigh y la señora Wagner pueden ir de compras. ¿Has estado alguna vez en Chicago? Es una ciudad genial, con muchos museos y galerías comerciales. ¿Te gustaría ir?
—No me gustan los Bears, me gustan los Jets —contesta Sam, torciendo el gesto.
—¿Los Jets, eh? —dice ahora Wagner, buscando frenéticamente en el calendario de partidos de los Bears de Chicago—. Vaya, no jugamos contra los Jets este año. ¿Te gustan los Vikings o los Greenbay?
El chico le da una sorbida de mocos por respuesta.
—Oye, un segundo, ¿y los Giants? Mira lo que tenemos por aquí… Los Bears contra los New York Giants, y es este lunes por la noche. Guay, ¿no? Para entonces seguramente ya estaréis de vuelta en casa con vuestro padre, pero tendremos este plan en cuenta por si acaso, los cuatro. Pasaremos el día en la ciudad, y luego, al rugby. Los Giants sí te gustan, ¿no, Sam?
Sam mira a su hermana, ella le asiente con la cabeza.
—Genial —dice Wagner, subrayando la fecha con un círculo y preguntándose cuándo iba a dar señales de vida el padre de los chicos para hacer la transferencia de fondos prometida… si es que seguía vivo.
BANCO COMERCIAL NACIONAL
Sucursal de Gharnata, Khalid Bin Waleed Street
Riad, Arabia Saudí
3 de septiembre de 2012
10:27 A.M. Hora local
Éste fue el primer banco establecido en Arabia Saudí. Fue fundado en 1953, en base al Decreto Real promulgado por el último rey, Abdulaziz Bin Abdul Rhaman Al Saud. Con casi doscientas setenta sucursales y un capital excedente de 1.6 billones de dólares, es la institución financiera más poderosa y más grande de Oriente Medio.
Como la mayoría de los bancos de la NCB, la sucursal de Riad está dividida en cuatro secciones diferenciadas. El área principal alberga un vestíbulo repleto de dispositivos electrónicos para que los clientes puedan realizar sus depósitos, retiradas de dinero, o para pagar recibos y facturas. La segunda sección es específicamente para la banca privada con los clientes, conocida con el nombre de Al-Weesam. La tercera sección es tan sólo para servicios individuales a los clientes. Y la última queda relegada a la atención al cliente para mujeres.
Ace entra en el edificio. Tiene la espalda de su camiseta empapada en sudor (que se enfría por el aire acondicionado del recinto) bajo un traje de color marrón. Da el nombre de Stephen Murphy en recepción y luego se sienta en el vestíbulo, con el maletín siempre a su lado. Está más excitado que nervioso.
Diecisiete minutos más tarde es recibido por el subdirector de la sucursal, el señor Ibrahim Al-Kuwaiz, un hombre achaparrado con perilla gris y cejas pobladas. Con un gesto amable, conduce a Ace hacia su despacho.
Al entrar, Ace cierra la puerta tras de él y se fija automáticamente en el terminal de ordenador que hay encima de la mesa.
—Bueno, señor Murphy, entiendo que conoce a nuestro amigo y cliente, el señor Daniel Pernini.
—El señor Pernini habla muy bien de su banco, y ése es el motivo por el que he abierto recientemente varias cuentas de negocios en su sucursal de París. Mi compañía planea expandir sus operaciones en el Golfo Pérsico, pero primero tengo algunas dudas que consultarles.
—Dígame.
—Primero, le pediría que accediera a mi cuenta a través de su ordenador —dice Ace, sacando un cheque en blanco, con los códigos de banco y el número de cuenta al borde.
Al-Kuwaiz introduce su información personal en el ordenador para acceder al sistema y luego teclea la información bancaria de Ace.
—Umm. Yankee Clipper Products. ¿Qué es lo que venden, señor Murphy?
—¿Ha oído hablar del Equipo de béisbol de los Yankees de Nueva York? Bueno, pues nosotros le confeccionamos todo. Souvenirs, programas… 200 millones de dólares al año de beneficios —contesta Ace, abriendo su maletín y sacando una gorra con el emblema de los Yankees—. Para usted.
—Oh, muchas gracias —dijo el subdirector, poniéndola a un lado.
—Tengo otro regalo, pero éste es bastante especial. Quiero su opinión al respecto. Es muy importante. El director del banco en París lo probó y le encantó, pero creo que el gusto saudí es diferente.
Ace saca un paquete de chicles con el emblema de los Yankees, coge uno y se lo da al señor Al-Kuwaiz.
—Es un nuevo sabor de chicle. Por favor, pruébelo y dígame qué es lo que piensa.
—Bueno, en realidad no soy un gran aficionado a los chicles.
—Pero es un hombre de negocios. Mastique un par de veces y tendrá el aliento más fresco de todo el banco.
Al-Kuwaiz lo desenvuelve y, no sin dudar unos segundos antes, termina por introducir el rectángulo amarillo en su boca. Su perilla sube y baja al ritmo que masca.
Mientras Ace lo observa, la mirada de Al-Kuwaiz se torna más pesada y, de repente, sus mandíbulas dejan de mascar. El chicle estaba espolvoreado de Burundanga, un polvo soluble más conocido en Colombia como Polvo Zombi. Sintetizada de la planta de la borrachera, se dice que la Burundanga es la droga más peligrosa que existe, ya que deja a las víctimas en un coma virtual, impidiendo que el cerebro conserve cualquier tipo de recuerdo hasta horas después de que haya pasado su efecto.
—¿Señor Al-Kuwaiz?
Silencio.
Al ver que no hay respuesta, Ace saca el CD-ROM de la funda de «Grandes éxitos de John Lennon», junto con el anuario de los Yankees. Coloca su silla junto a la de Al-Kuwaiz y finge leer el anuario junto al subdirector comatoso mientras sus ojos estudian el monitor. De forma disimulada, se agacha junto a la torre del ordenador, bajo el escritorio, y abre el lector de CD. Con un movimiento rápido, introduce el CD-ROM, el cual contiene un gusano Promis, y luego cierra la bandeja.
En la pantalla aparece una línea de comandos en árabe. Hace clic sobre el icono del CD. Su corazón se agita en el pecho mientras aparece la barra que indica el tiempo que falta para que el gusano se descargue.
Ace mira su reloj. Son las 10:38 a.m.
Como si fuera el Corán, acude de nuevo al anuario, con la intención de fingir que está mostrando capítulos a su zombi saudí mientras espera que el indicador de descarga señale finalmente que ha terminado. No se percata de que encima de su cabeza, instalada en el techo tras un motivo decorativo con espejos, la cámara de seguridad del banco está grabándolo todo.
* * *
Scott Santa entra en el banco con unas gafas de sol oscuras y un sombrero panamá de color beige. Sonríe a la recepcionista y finge firmar, pero sus ojos estudian a toda velocidad la lista de personas registradas en busca del nombre de Stephen Murphy.
—¿Puedo ayudarle, señor?
—Sí, pero primero necesito tener acceso a Internet.
La recepcionista le señala una pequeña habitación junto a un pasillo.
—Sírvase usted mismo.
* * *
—Y George Steinbrenner se vio obligado a abandonar después de padecer ciertos problemas respiratorios en el Campeonato de la Liga Americana en 2008, partido que perdieron contra los Tampa Bay Rays. Años antes, los Bronx Bombers habían perdido contra otro equipo de Florida, aunque aquello no fue ni la mitad de malo que perder contra los Red Sox.
Mientras lee, Ace comprueba de nuevo su reloj. 11:14 a.m. Sus ojos aún permanecen pegados a la barra de descarga cuando ésta alcanza el cien por cien
De repente, el monitor parpadea y el ordenador se resetea.
—Bueno, ha sido realmente divertido, pero debo irme —dice Ace sacando el disco de la unidad de CD y depositándolo entre las páginas del anuario. Luego coge su maletín y sale de la oficina, en ese momento todas las terminales del banco se resetean de forma simultánea.
Al atravesar el vestíbulo, Ace se fuerza a ralentizar el paso mientras sale del banco… seguido por el asesino de su mujer.
Ace finalmente abandona el edificio y gira hacia la derecha. Sigue caminando hasta pasar otro bloque, y de nuevo gira al llegar a la esquina. Mientras, sus dedos buscan en el anuario. Se detiene, tira al suelo el disco y lo pisotea hasta partirlo en mil pedazos; luego los recoge y los deposita todos, a excepción de uno, en una papelera. A continuación llama a un taxi.
En veinte minutos está de vuelta en el Hotel Intercontinental, con la adrenalina corriendo por todas las venas de su cuerpo. Su vejiga palpita mientras cruza el vestíbulo que conduce a los ascensores. El ascensor sube lentamente antes de parar en un piso donde se bajan el resto de ocupantes. Finalmente llega a la séptima planta, abre la puerta de su habitación y corre hacia el baño para orinar y cambiarse. Se pone una ropa más cómoda y guarda lo que se acaba de quitar en su bolsa de viaje; saca el trozo que queda del CD-ROM y lo lanza por la ventana a los árboles de abajo, luego coge la bolsa y sale de la habitación.
En la puerta del hotel no hay ningún taxi. Hace señales a uno de los porteros y espera, recordándose a sí mismo lo que le había aconsejado Dick Lawrence.
No tengas ninguna prisa, simplemente, hazlo todo con calma.
Un taxi se mete en el carril de entrada al hotel. Se abre la puerta y Ace espera a que una pareja de media edad salga del vehículo para introducirse en él. Una vez dentro, cierra de golpe la puerta.
—Al aeropuerto, por favor.
Siguiendo la orden, el taxi se introduce en la marea de tráfico.
«El vuelo sale en dos horas. La cosa es sencilla, simplemente tienes que dirigirte a la aduana, coger un sándwich y montarte en el avión. En tres horas haces escala en París y, después, directo a los viejos Estados Unidos. "Gracias, pero ya fui vacunado contra la gripe aviar y tuve una reacción alérgica. Ahora, si no le importa, me gustaría ir a ver a mis hijos".»
Mientras piensa sus próximos movimientos, tararea una vieja canción de Diana Ross… Back in my arms again… so satisfied…
—Señor, ¿a qué línea vamos?
—Air France.
El conductor finalmente lo deja en la terminal internacional. Se abre camino a través del vestíbulo del Jardín del Edén y termina esperando en una larga cola que hay junto a la aduana.
Pasan veinticinco minutos y su nerviosismo va acrecentándose.
«¿Y si encuentran al tipo del banco antes de que se le pase el efecto de la droga? Tal vez debería haber cogido el vuelo fuera de Jiddah, o cruzar la frontera con Israel. No, eso hubiera sido demasiado peligroso».
—Pasaporte, por favor.
Saca el pasaporte del bolsillo y se lo pasa al policía.
—Gracias. Ha sido seleccionado para un registro de seguridad al azar, por favor, acuda a la oficina seis.
«Ha dicho al azar. Mantén la calma. Esto te ocurre continuamente».
Ace sigue sin vacilar al oficial de aduanas hasta una habitación totalmente iluminada.
«No, esto le pasa continuamente a Ace Futrell, no a Stephen Murphy».
Hay cuatro oficiales. La vara del Muttawa es bastante larga, si bien el thobe de los policías religiosos es un tanto más corto de lo normal. Los otros tres hombres son oficiales de policía saudíes.
En ningún momento ve al quinto hombre, que es quien le da el golpe en la base del cráneo que le deja inconsciente.
«Robáis nuestras riquezas, nuestro petróleo, comprándolo a precios miserables por vuestras influencias internacionales y vuestras amenazas militares. Perpetráis el robo más grande jamás presenciado por los ojos de la humanidad en la historia del mundo».
OSAMA BIN LADEN, «Carta al Pueblo Americano».
«El presidente Bush y el vicepresidente Dick Cheney autorizaron al asistente principal de éste último (I. Lewis Libby) a lanzar un contraataque de filtraciones contra los críticos de la administración en Irak, suministrando información de inteligencia a los reporteros, de acuerdo con la documentación que citaba el testimonio de este asistente en el caso de las filtraciones en la CIA».
Associated Press, 6 de abril de 2006.
«El extremismo es una cosa tan simple… cuando vas lo suficientemente lejos hacia la derecha, ves venir a los mismos idiotas desde la izquierda».
Clint Eastwood.