CAPÍTULO 29

CONVENCIÓN NACIONAL DEL PARTIDO VERDE

Superdome de Nueva Orleans, Luisiana

25 de agosto de 2012

Alzado sobre doscientos diez mil metros cuadrados de terreno en el centro de Nueva Orleans, este palacio de acero y cemento sirvió, siete años atrás, como refugio para miles de personas que huían del huracán Katrina. Ahora, bajo la reparada cúpula de cuarenta mil metros cuadrados, capaz de aguantar vientos de hasta 220 km/h, miles de votantes independentistas se congregan como si fueran una única mente. El estadio rezuma excitación y ansiedad a la espera del candidato, con la esperanza, y casi el ruego, de que consiga realizar ese homerun que su campaña presidencial tan desesperadamente necesita, en lo que muchos consideran el discurso más importante de su vida política.

Desde uno de los habitáculos dispuestos para la prensa, Jennifer Wienner abre su portátil, lista para hacer un escrutinio sobre el discurso del senador Mulligan con un software de votación en tiempo directo.

—Compatriotas americanos, con ustedes, el senador Edward Randle Mulligan. ¡Próximo presidente de los Estados Unidos!

El senador Mulligan sale de detrás de los cortinajes y saluda con la mano al público. Estrecha manos a los VIP del escenario, luego abraza a su actual compañera, la congresista Cynthia McKinney, y finalmente se dirige al podio. Deja que los aplausos mueran antes de empezar.

—En el siglo XVIII, el poeta inglés Edward Young escribió: «Todos los hombres piensan que todos los hombres son mortales, menos ellos mismos». Damas y caballeros, estas elecciones no van a estar marcadas por las preferencias políticas o por el tema del aborto; tampoco por el derecho a tener armas o los derechos de las personas homosexuales; ni por la cuestión de qué candidato va más a menudo a la iglesia o da la mejor sonrisa en la televisión. Ni sobre vivir en un estado rojo o en uno azul. Ni tan siquiera por el hecho de estar viviendo en los Estados Unidos o no. Estas elecciones quedarán marcadas por una cosa: La Supervivencia. Nuestra supervivencia, la de las especies, y la del mundo que queremos legar a nuestros hijos. Tenemos dos opciones frente a nosotros. Dos caminos, dos destinos. Por uno o por otro, vuestro voto va a tener un enorme impacto en el camino que va a tomar finalmente la humanidad. Uno nos llevará a la esperanza, el otro, al olvido. Uno nos llevará a una economía limpia, independiente, capaz; el otro, a un planeta que se balancea en la amenaza del calentamiento global, la dependencia del extranjero y el caos que está por venir. Nuestra nación, fundada en los principios de la libertad y la independencia, ha sido secuestrada por dos partidos de políticos que han utilizado sus influencias para pisotear nuestras libertades civiles y vender así nuestra independencia. A nosotros, al pueblo, protectores del presente y guardianes del futuro, nos han mantenido demasiado tiempo acallados mientras el poder desatado de unos pocos se ha mezclado con la codicia de muchos para hacerse con nuestras esperanzas y sueños. Las corporaciones, no los votantes, dan forma a nuestra vida política, mientras que las necesidades de nuestra nación quedan completamente ignoradas. Los miembros del Congreso, que cuentan con la confianza y el apoyo del pueblo americano para que constituyan las leyes que protegen a nuestras familias, nuevamente votan en su propio beneficio, sirviendo siempre a sus intereses. Los americanos verdaderos hemos visto con estupor y disgusto cómo a los piratas de Wall Street se les permite realizar verdaderas acciones de pillaje sobre las compañías y participar en el robo de los fondos de pensiones que os pertenecen. Las compañías farmacéuticas se han hecho propietarias de la Colina del Capitolio: se han promulgado leyes que les permiten multiplicar sus beneficios, mientras nuestros enfermos y mayores tienen que soportar mil carencias para poder costearse sus medicamentos mensuales. Las compañías como Monsanto controlan el stock de semillas y el suministro de alimentos, inyectando esteroides a nuestro ganado y bañando a nuestros cultivos con perniciosos pesticidas. Doce años atrás, nuestro país era un ejemplo económico, sobraban trabajo y fondos, y ahora, tres legislaturas más tarde, tenemos una deuda que durará generaciones, una carencia de empleo extrema, nuestras pensiones sufren continuos robos y estamos sumidos en una guerra que mutila y mata a nuestros hijos e hijas. Pero los que manejan los hilos se hacen más y más ricos. Esta noche, plantamos una pica, y yo, delante de todos vosotros, digo: ¡Ya está bien!

Un aplauso in crescendo inunda completamente el estadio.

Mientras tanto, Jennifer observa cómo las gráficas alcanzan picos en su portátil y aprovecha para tomar algunas notas.

—En 1973, el mundo árabe nos dio una primera imagen de lo que pasaría si dependíamos de otra nación o grupo de naciones para conseguir carburantes para nuestros coches, energía para nuestros hogares, comida para nuestra gente y, en definitiva, si dependíamos de otros para conducir nuestra economía. En lugar de aprovechar el momento, en lugar de emplear nuestros recursos en conseguir una tecnología que nos dejara utilizar una energía doméstica limpia y barata, nuestros líderes dejaron pasar el momento, haciendo más manifiesta nuestra necesidad de petróleo. Si pudiéramos dar marcha atrás al reloj y tomar otro camino, hoy no estaríamos en guerra en el Medio Oriente, ni sufriríamos la amenaza terrorista. Hoy no habría déficit, ni calentamiento global. Si se hubiesen sembrado nuestras semillas en una nueva y verde infraestructura, estaríamos recolectando frutas en lugar de maniobrando ejércitos en el desierto para poder chupar las últimas gotas de crudo del Golfo Pérsico. Imaginemos por un momento cómo sería el mundo con los cambios que yo pretendo realizar como vuestro nuevo presidente. El primero y principal será la puesta en marcha de un plan de energía de veintiún puntos basado en la preservación y en la utilización de programas de energía verde. En lugar de tener un pensamiento nacional, intentaremos llevar a cabo estrategias locales. En la parte sur construiremos granjas solares. Junto a la costa construiremos plantas eólicas. Invertiremos en remodelar la infraestructura y las instalaciones eléctricas, así como en un nuevo sistema ferroviario, imitando el éxito de nuestros amigos japoneses. Daremos subvenciones a las granjas para que hagan crecer nuestra comida orgánicamente, restaurando así la tierra fértil, al tiempo que realizamos un mayor número de inversiones en nuestras comunidades. ¿Cómo vamos a pagar todos estos nuevos proyectos y programas? Esa pregunta es simple y manida. En mis primeros seis meses en el Despacho Oval, retiraré a todas las tropas americanas, así como a los ejércitos privados, de Irak, cerraré nuestras bases militares y comenzaré una retirada sistemática de Afganistán.

El senador Mulligan realiza una pausa y otro aplauso explota de una manera indefinida y ensordecedora.

—Imaginad lo que será viajar por nuestras costas y ver miles de torres eólicas retráctiles de última tecnología. Torres que recogerán la ilimitada fuerza de la naturaleza para energizar hogares y negocios con una electricidad limpia y barata. Torres de aluminio y acero forjado por obreros americanos, y erigidas por firmas constructoras americanas. Cuando mi administración promulgue las leyes que obliguen a que todas las nuevas construcciones lleven paneles solares, será el obrero americano el que ensamble las células foto-voltaicas, y será la familia americana la que se beneficie de una electricidad limpia y barata. Es labor del líder el que estos sueños se hagan realidad, y cambiar toda la infraestructura de una economía basada en la dependencia del carbón hacia una sociedad limpia y verde conlleva un gran esfuerzo, ¡y es por eso por lo que estoy aquí!

Nuevamente, un tronar de aplausos sacude el estadio.

—Conciudadanos americanos, tener visión no es suficiente. Puede que hayáis oído toda esta retórica anteriormente, pero esos intentos fueron vanos y vacíos, y sus repercusiones, inexistentes. No es suficiente con hablar y hablar, tenemos que arremangarnos y hacer que ocurra. Para conseguir cambiar el mundo, primero tenemos que cambiar nuestro rumbo y, para cambiar nuestro rumbo, primero tenemos que purgar al Capitolio de nuestra nación de todos esos que se interponen en nuestro camino, de todos los que están atados a la industria del combustible fósil, de todas esas candidaturas que han sido erigidas con la sangre de nuestros hijos. En los próximos setenta y cinco días, nuestra campaña identificará a todos esos políticos que se mantienen junto a las compañías de petróleo y a aquellos que están de nuestro lado, y entonces no habrá estados azules o rojos, ¡sino tan sólo estados verdes!

Nuevamente, un enfervorizado aplauso. Jennifer sonríe de satisfacción al ver que el pronóstico de voto marca un nuevo pico.

—Sabemos dónde están ahora mismo Ellis Prescott y sus compinches. Sabemos de dónde proceden los fondos para su campaña, qué compañías petroleras firman los cheques, qué fanáticos alimentan los ataques que lanzan 527 organizaciones, organizaciones cuya única estrategia es maquillar las mentiras más escandalosas y repetirlas una y otra vez, hasta que las líneas de la verdad quedan totalmente difuminadas. No permitáis que el mensaje de los que sólo odian sea el mensaje de estas elecciones. No dejéis que la misma manida retórica del miedo os confunda. Estas elecciones no son sobre Dios, gays, armas, ni tampoco sobre robarles votos a los demócratas. Agradecemos los muchos años de servicio que los Clinton han otorgado a nuestra nación, pero ahora no es el momento de seguir con una política de centro-izquierda, ni tampoco de la política del terror y la corrupción ejercida por la derecha radical. Liberalismo no es una palabra de cuatro letras. Es un pensamiento Jeffersoniano que guiará a esta nación lejos de la arcaica política económica y energética que tan desastrosamente han sostenido tanto demócratas como republicanos. Esta noche ofrecemos a los americanos otra opción, una opción para destronar a las compañías petroleras y a la maquinaria militar, libre de las luchas internas que han maniatado los últimos cuatro años de la administración Obama. Los medios os dirán que no podemos ganar, pero os hablarán según dictados basados en sus propios intereses corporativos. No permitáis que el demonio, que robará vuestros votos aún más rápido que vuestros fondos de pensiones, os engañe. Preparaos para una guerra de palabras, porque a medida que se aproxime la fecha de las elecciones, mis oponentes irán cayendo más y más en la desesperación. Cada uno de nosotros debe conocer la diferencia entre la verdad y la serpiente petrolera que nos están vendiendo como verdad.

En este punto, el senador hace una pausa, esperando a que el aplauso se apague.

—Y hablando de la serpiente petrolera, a lo largo de los últimos años, el antiguo vicepresidente Dick Cheney ha iniciado su cruzada personal" para incitar al miedo, prediciendo otro ataque terrorista que podría, de alguna manera, justificar la ilegalidad que supone torturar a un ser humano, para así demostrar que su administración mantuvo a la nación a salvo. Pero al decir esto, el señor Cheney se olvida de apuntar el hecho de que los terribles sucesos del 11-S ocurrieron durante su vigilancia, que los avisos y advertencias de los servicios de inteligencia fueron deliberadamente ignorados, y que toda la investigación que se realizó fue inútil después de que las evidencias fueran destruidas y de que los testigos clave fueran excluidos de testificar bajo juramento. Nadie está por encima de la ley, señor Cheney. Cuando sea elegido, crearé un comité de investigación del 11-S no-partidista, y esta vez no se va a escapar nadie. Esta vez, vamos a sacudir bien las mantas y llevaremos a los culpables ante la justicia.

La respuesta a eso es descomunal. Cynthia McKinney alza un dedo pulgar para mostrar su aprobación.

—Para todos aquellos que seáis aficionados al golf, sabéis lo que es un mulligan —dice el senador sonriendo ante el aplauso espontáneo—. Para aquellos que no lo sepan, un mulligan es un término que significa que la he pifiado y me gustaría repetir. Compatriotas, como nación, la hemos pifiado. Los demócratas la pifiaron porque, cuando fue preciso, no fuimos lo suficientemente fuertes y decisivos, y los republicanos la pifiaron porque permitieron que su partido quedara en las manos de los elementos más radicales de la derecha, que se amamantaban de la teta de un intolerante presentador de un talk show. Todos nosotros la pifiamos cuando confiamos en que nuestros líderes no llevarían a esta nación hacia una guerra de falsas pretensiones. La cagamos cuando confiamos en que nuestro gobierno constituiría fondos que nos ayudarían en caso de sufrir algún desastre natural. Ahora, tenemos que confiar en nuestros corazones en pos de decidir qué camino nos dirigirá a la gloria y cuál nos dirigirá a más mentiras y decepciones, a más dolor, a más angustia, a más dependencia de naciones del tercer mundo a las cuales no les gustamos. En la noche de las elecciones, vuestro voto se convertirá en un catalizador del cambio. No más estados rojos. No más estados azules. Esta noche, acepto este nombramiento en representación de todos los americanos que creen que la palabra «cambio» es un verbo, no un sustantivo: ¡El partido verde es ese cambio!

Los tres picos de colores en el monitor de Jennifer llegan a sus cotas más altas en las gráficas, mientras el estadio enloquece entre el estruendo de los aplausos y el tema musical I won't be Fooled Again, de The Who, que sirve como himno del Partido Verde.

OCÉANO ATLÁNTICO

12 millas náuticas al noreste de Portland, Maine

25 de agosto de 2012

4:28 A.M. EST

El reflejo de la luna se extiende sobre una marejada de medio metro que lame la quilla de la embarcación. Ace, se relaja en el asiento del timonel, agradecido por ese momento de calma. Habían pasado dos semanas en el mar, siguiendo la costa sur del Labrador a través del estrecho de Belle Isle, pasando Québec a través del estrecho de Cabot, antes de llegar a las embravecidas aguas de Nueva Escocia.

Dick Lawrence había empleado todo el tiempo, los elementos, e incluso las consecuentes horas de mareo de Ace en su instrucción.

—Cuando le sumergí, estaba demasiado concentrado en ignorar el dolor. Fue demasiado fácil sacarle toda la información.

—No tenía ninguna razón para ocultarla.

—¿Y si le capturan los saudíes? Si quiere que ese plan suyo funcione, tendrá que agarrarse a su coartada y aguantar todo lo que sea posible.

—¿Y cómo voy a conseguirlo?

—Tiene que entrenarse a sí mismo para poder mantener la mente en un lugar al que no puedan llegar. Tendrá que desasociar su mente de la tortura física.

—La tortura… además de lo de andar por la plancha. ¿De qué tipo de cosas ha oído hablar?

—No le mentiré. Si esos tíos le capturan, la muerte sería la mejor de sus opciones. Los militares chilenos, financiados y entrenados por el gobierno de los Estados Unidos, solían hacer barbaridades con sus víctimas antes de que murieran. Descargas eléctricas o ácido en los genitales, bayonetas que atravesaban anos, partes del cuerpo mutiladas o atravesadas, dedos, lenguas y orejas cortadas. A las prisioneras se las violaba mientras obligaban a miembros de su familia a mirar, o las ponían ratas en la vagina y en la boca.

—¡Por favor, basta!

—Le estoy diciendo todo esto para que se prepare. Usted acudió a mí con una tapadera llena de agujeros. Su acento es el equivocado, sus conocimientos básicos, inexistentes. Necesita aprender, Ace. Necesita conocer su nueva identidad por dentro y por fuera. Si alguien le grita «ACE» desde el otro lado de la habitación, debe condicionarse a no mirar. Tiene que convertirse en esa persona, porque si ellos se percatan de algún resquicio de su personalidad, el dolor que le causarán será terrible. Le mantendrán vivo, al menos hasta que obtengan lo que ellos quieran de usted, y es por eso por lo que tenemos que prepararle. Si implora por vivir, será lo mismo que estar ya muerto, pero si ven que quiere morir, no lo harán. Es únicamente un simple ejemplo de psicología inversa, pero tiende a convertirse en realidad con mucha frecuencia.

La táctica de atemorizar a Ace surtió efecto. Practicó, creando recuerdos falsos para su nueva personalidad, ensayando lo que tendría que hacer en la aduana, cómo entraría en el banco saudí, qué tendría que decir y cómo reaccionar. Sabía que su falsa identidad nunca se sostendría en un interrogatorio, por lo que él y Lawrence idearon una razón legítima de por qué Ace tendría que estar buscando la ayuda de un banquero Saudí. Aquella nueva tapadera era más fuerte, y el entrenamiento que recibió le dio cierta confianza, de la misma manera que hace veinte años en aquel campo de fútbol. Después de dos semanas, estaba preparado para su «partido».

«Una investigación federal en las cuentas bancarias de la embajada saudí en Washington pudo identificar varias transacciones "sospechosas" por un valor total de veintisiete millones de dólares, entre las que se incluían varias trasferencias de cientos de miles de dólares a varias asociaciones de caridad musulmanas, así como a varios clérigos y estudiantes saudíes que habían sido investigados por su posible relación con actividades terroristas. Estas investigaciones también destaparon una serie de enormes transferencias realizadas desde el extranjero por el embajador saudí en los Estados Unidos, el príncipe Bandar bin Sultan. Estas transacciones hicieron que el banco de toda la vida de la embajada, el Riggs Bank de Washington, dejara de contar con los saudíes como clientes, después de que varios oficiales de la embajada fueran "incapaces de dar una explicación satisfactoria", según dijo una fuente conocedora de los hechos».

NEWSWEEK,

12 de abril de 2006.

«Los saudíes están activos en cualquier nivel de la cadena del terror, desde los que realizan los planes financieros, hasta los que son auténticos soldados de a pie, pasando por los ideólogos, e incluso las cheerleaders. Arabia Saudí apoya a nuestros enemigos y ataca a nuestros aliados».

LAUREN MURAWIEC. Analista, Rand Corporation.