CAPÍTULO 28

—Tenga, beba.

Ace coge con ambas manos la taza de chocolate caliente que Dick Lawrence le está ofreciendo. Sin embargo, los temblores de sus brazos dejan claro que todavía no están plenamente bajo control. Ace está vestido de nuevo, pero, aun así, y a pesar de que está envuelto en varias mantas de lana, sigue temblando.

Lawrence ha llevado el bote hasta Nain y lo ha anclado en una cala bastante aislada. Son las siete de la tarde, pero el sol sigue fijo en el horizonte. La versión Labradora de una noche de verano ártica.

—Hipodermia aguda. La condición se torna crítica si la temperatura del cuerpo baja de los treinta grados, el cuerpo se colapsa y comienza la demencia. Si algún día tengo que morir, espero que sea así.

—Pues no cuente conmigo para que le acompañe.

Lawrence contesta con una media sonrisa.

—Hay varias razones que justifican lo que he hecho. Primero, necesitaba averiguar qué era lo que usted sabía. Segundo, lo más importante, tenía un dispositivo de seguimiento microscópico insertado en su riego sanguíneo. Necesitaba desconectarlo.

—¿Dispositivo de seguimiento? ¿De qué demonios está usted hablando?

—Del último cachivache que ha sacado el gobierno federal para violar de una forma nueva nuestros derechos. Cada ciudadano contabilizado, cada extranjero vigilado; y los estadounidenses no se libran, siempre que estén dentro de la lista confeccionada por la Casa Blanca, y usted, obviamente, lo está.

—¡Esto es una locura! ¡Yo no tengo ningún dispositivo de seguimiento insertado!

—Sí, sí que lo tiene. Se lo inyectaron cuando pasó por la aduana en el aeropuerto Kennedy.

—¿Inyectado? No, aquello era una vacuna para prevenir…

—La gripe aviar. Sí, sí, claro, claro, y usted sabe que aquello era una vacuna porque ha hecho analizar lo que le inyectaron, ¿verdad? Para ser alguien que ha estado casado con una espía, es usted realmente tonto.

Lawrence aprovecha para servirse una taza de chocolate.

—Conocimiento Total de la Información. CTI, para abreviar. En sus televisores por cortesía de DARPA[41] y el Imperio Maligno. Hubo una época en la que la Constitución protegía el derecho de los ciudadanos a la privacidad, pero ahora los federales no se conforman con monitorizar las finanzas, los correos electrónicos, las llamadas de teléfono, los planes de viajes e incluso las páginas de Internet que visitan cada uno de los ciudadanos del país. No, ahora quieren ser capaces de meterse realmente en nuestro interior, en nuestro propio ser biológico. Por ejemplo, el chip Mu, un pequeño invasor del tamaño de un grano de arena. Este chip permite que el gobierno nos pueda escanear, además de saber en todo momento nuestra posición, así como los materiales peligrosos con los que hemos entrado en contacto. La siguiente generación del Mu permitirá a Washington conocer todos y cada uno de los pensamientos que tengamos, sin que nos demos cuenta. Excitante, ¿verdad?

—Y el agua fría… ¿Los desactiva?

—Sí. El chip ha sido diseñado para que se adhiera por sí solo a la pared de una arteria. La energía la extrae de nuestro calor corporal. Si consigues que este calor baje de los 30 grados, lo cortocircuitas. Los federales le han estado siguiendo a usted durante meses. Lo han utilizado para seguirle y así poder dar conmigo. Bueno, de todas formas, yo soy Casper. El nombre fue idea de su difunta esposa. Le acompaño en el sentimiento. Su mujer era una buena persona. Si no fuera por ella, ahora mismo yo no estaría vivo.

Ace apoya su cabeza contra el sillón en el que reposa. Está exhausto físicamente, y sobrecogido mentalmente.

—Quién sea yo, carece de importancia. Quién fui, sin embargo…

Lawrence cruza la cabina hasta la pequeña barra que hay en el habitáculo y se sirve un trago.

—Le ofrecería uno, pero eso de que el alcohol aumenta la temperatura corporal es una falacia.

—Me conformo con que me conteste a la pregunta.

—Yo era microbiólogo. Dirigía un laboratorio especializado en vacunas antivirales. En 1997 empezamos a realizar un trabajo de campo muy extenso con el tema de la gripe aviar, un tipo de infección que suele originarse, como es obvio, en las especies avícolas. Los pájaros salvajes llevan un buen montón de virus en sus intestinos, transmiten, por tanto, el virus de la gripe a través de su saliva, sus heces y sus secreciones nasales. Hay más de una docena de subtipos de gripe, pero el virus nunca ha infectado seriamente a los seres humanos. La Gripe A, sin embargo, está evolucionando constantemente, y en 1997 empezamos a recibir noticias de casos confirmados en seres humanos. El culpable fue el H5N1, un subtipo que partió la barrera de defensa de las especies, acabando con el setenta por ciento de los individuos que se infectaron. La mayoría de las víctimas fueron niños y jóvenes. Y ahora viene lo que da miedo. Si el H5N1 adquiriera la habilidad, de un día para otro, de poder transmitirse de persona a persona, nos enfrentaríamos a una pandemia de gripe. En cualquier caso, el ARPA[42] se hizo con el control de mi equipo de investigación en Marzo del 2000, una iniciativa responsable, y cito textualmente, «De la dirección y la actuación de estos proyectos tan avanzados en el campo de la investigación y el desarrollo, que el Departamento de Defensa deberá, de tiempo en tiempo, designar, ya sea mediante un proyecto individual, o de una completa categoría». El ARPA (a veces también conocido como DARPA, dependiendo de a quien pertenezca el culo que se sienta en el Despacho Oval) decidió que mi equipo creara una versión evolucionada del virus H5N1. En esencia, querían una cepa que realmente pudiera originar esa pandemia.

—¿Para qué demonios querrían una cosa así?

—DARPA sostenía que aquello nos ayudaría a encontrar una cura, que acuciaría la necesidad de la creación de una vacuna, pero de una manera malvada. También les daba la capacidad de jugar a ser Dios. Aun así, trabajar con cepas letales no era nada nuevo, y de hecho teníamos las instalaciones apropiadas para contener ese tipo de virus, pero viniendo la petición como venía, del Departamento de Defensa, aún me causa escalofríos. Luego, al cabo de un año, nuestros pensamientos más paranoicos se volvieron reales cuando microbiólogos de todo el mundo empezaron a morir.

—¿Por la enfermedad?

—No, no, asesinados. Operaciones de castigo. La primera se realizó el 4 de octubre de 2001, menos de un mes después de los ataques del 11-S. El vuelo Air Sibir 1812 salió de Israel con rumbo a Novosibirsk, Siberia. El avión fue derribado, según dijeron más tarde, por un misil tierra-aire que erró su objetivo. Lo que pasa es que el misil erró de tal manera que desvió su rumbo en unos 160 kilómetros. Todos los que se encontraban a bordo murieron, incluyendo cinco de los mejores microbiólogos del mundo. Aproximadamente al mismo tiempo, otros dos científicos israelíes fueron asesinados, supuestamente, por terroristas árabes. Ocho meses después, Benito Que, un biólogo celular de la Universidad de Miami, fue encontrado muerto en las proximidades del departamento de hematología. La policía dijo que había sido un robo, incluso cuando se supo que no llevaba cartera en ese momento. Cuatro días después se denunció la desaparición de Donald C. Wiley, uno de los mejores microbiólogos, ganador del Premio Albert Lasker de Investigación Médica en 1995, después de servir de anfitrión en una cena en el Hotel Peabody, en Memphis. Más tarde encontraron su cuerpo colgado de un árbol del puente de Soto. Los investigadores cerraron el caso resolviendo que se trataba de un accidente de coche, a pesar de que su coche había sido abandonado en el puente sin daños estructurales aparentes.

—Joder…

—Espere, que se pone mejor. El 23 de noviembre, Vladimir Pasechnick, un desertor soviético experto en la secuenciación del ADN, apareció muerto en la entrada de su casa. Un día más tarde, se estrelló otro avión, esta vez de Swissair. A bordo iban Avishai Berkman, Amiram Eldor y Yaacov Matzner, directores del Departamento de Hematología del Hospital Ichilov, en Israel, de la Facultad de Medicina de la Universidad Hebrea y del Departamento de Salud Pública de Tel Aviv, respectivamente. Dos semanas después, el 10 de diciembre, Robert Schwartz, miembro fundador de la Asociación de Biotecnología de Virginia y director ejecutivo de investigación y desarrollo del Centro de Tecnología Innovadora, fue encontrado muerto en su casa. No habían transcurrido veinticuatro horas, cuando el doctor Set Van Nguyen también obtuvo lo suyo. Nguyen supuestamente murió después de entrar en un almacén refrigerado en Geelong, Australia, sin haberse percatado de la fuga tóxica de nitrógeno líquido que había en su interior. Puede buscar todos estos nombres en Google si quiere, y decirme si le he mentido en algo.

—Creo que ya le capto…

—¿Sí? ¡Pues no hemos ni empezado! —dijo Lawrence—. El 8 de febrero, Victor Korshunov, director del Departamento de Microbiología de la Universidad Rusa de Medicina, falleció a causa de una herida mortal en la cabeza. Tres días después, fue el turno de Ian Langford. La policía inglesa dijo que no había encontrado nada sospechoso en su muerte, a pesar de que el cuerpo había sido hallado con una silla incrustada en la cabeza y su casa estaba totalmente revuelta y manchada de sangre por todas partes. Tanya Holzmayer recibió un disparo en la cabeza en Mountain View, California, el día 27, cuando abrió la puerta de su casa para pagar al repartidor de pizzas. Esa misma noche, en otra parte de California, el microbiólogo Guyang Huang recibió un disparo en la cabeza mientras hacía jogging en el parque de Foster City.

»Diecinueve científicos muertos en cuatro meses, todos expertos en el campo de la virología. Sin arrestos, todo invisible a ojos de la prensa, oculto debajo de la alfombra. ¿Coincidencia o teoría conspirativa? Dígamelo usted. Por si lo duda, aquí va otra coincidencia. Resulta que muchos de estos expertos en bioarmamento trabajaban para un centro de investigación que recibía fondos de, redoble de tambores, por favor, el Instituto Médico Howard Hughes, un grupo del que se sospecha desde hace tiempo por subvencionar «presuntamente» investigaciones biomédicas para las operaciones encubiertas de la CIA. Todo esto ocurrió después del 11-S, más o menos cuando se perdió esa partida de ántrax militar en las instalaciones de bioarmamento de Fort Detrick, en Maryland. Un complejo que, por otro lado, hace que Fort Knox parezca un 7-Eleven. Si lo recuerda, fue también la época en la que la administración Bush intentaba meterle la Ley Patriótica al Congreso por el esófago, con la única ayuda de sus brazos, sólo que los demócratas controlaban el Senado por un voto, gracias al oportuno cambio de Jim Jeffords desde las filas republicanas a las independientes. Había dos demócratas con influencia para echar al traste esa ley: Tom Daschle y Patrick Leahy. Fueron los únicos de la Colina del Capitolio que recibieron paquetes de ántrax. El ántrax usado en esos paquetes fue rastreado hasta llegar a la cepa robada de Fort Detrick, sólo que John Ashcroft olvidó seguir esa pequeña prueba. Todo esto está orquestado por un organismo de tal poder que parecería dirigido por la propia Mafia… pero, vamos, después de todo, yo soy tan sólo un teórico de la conspiración.

—¿Cómo terminó Kelli metida en todo esto?

—Su esposa se involucró en la siguiente operación de falsa bandera[43] de Neocon, un plan de contingencia radical para poder tratar el «Gran Cambio», o sea, el fin del petróleo. Ya sé que con esto no he descubierto América, pero el Gran Cambio es esencialmente un problema de matemáticas. Mire, aun teniendo petróleo, el planeta tan sólo tiene capacidad energética y alimenticia suficiente para dos billones de personas. Por ahora nos las arreglamos porque cuatro billones de nuestros congéneres humanos se están muriendo lentamente de hambre en África y Asia. Esto nos deja aproximadamente un billón o tal vez un poco más de afortunados, entre los que nos encontramos, disfrutando de una vida de encanto, pero las reglas cambian cuando las fuentes se agotan. Divida seis billones entre la poca comida y recursos que queden después del Gran Cambio y le dará una cifra de aproximadamente quinientos millones de personas. ¿No hay sustituto del petróleo? ¡No hay problema, hombre! Simplemente nos sentaremos a ver cómo mueren de hambre cinco billones y medio de personas. Lo que pasa es que los pueblos civilizados no suelen tirarse al suelo para ver cómo sus hijos, sus abuelas y sus amigos mueren. Primero, se vuelven locos. La anarquía es el verdadero problema al que se enfrenta este mundo, necesitamos un plan de contingencia… sólo por si acaso. Cuando se trata de enrarecer a las masas, no basta con soltar un par de bombas nucleares, o de iniciar una guerra más convencional, no sin gasolina, así que… ¿Cuál es la solución al caos global? Exacto. Una buena pandemia. En sus televisores por cortesía de DARPA, de la mano de los creadores del nuevo H5N1.

Ace contiene el vómito que amenazaba con subir por su garganta.

—¿Los científicos muertos?

—Premio. Ellos son los que hubieran encontrado la cura. Mire, cuando te metes hasta la cintura en algo como la organización de una pandemia, lo último que quieres es que los Jonas Salks[44] del mundo vayan por ahí curando tu enfermedad, así que lo mejor que puedes hacer antes de que esto ocurra es matarlos a todos. Kelli dio conmigo justo a tiempo. También salvó a algunos de mis colegas. Nos dio nuevas identidades y nos mantuvo a salvo. Así, cuando la pandemia finalmente haga acto de presencia, unas pocas compañías farmacéuticas podrán embolsarse otros cinco billones de dólares, mientras los poderes dirigentes dosifican el antídoto; pero claro, no todos los americanos recibirán la salvación. Sólo si eres un heterosexual, caucásico, cristiano y temeroso de Dios que cree en Jesús. Entonces sí. Felicidades. Su futuro pintará bien. A los negros y los hispanos, sin embargo, no les irá tan bien. ¿Judío? Vale, pero sólo porque el Nuevo Testamento dice que necesitamos tener de nuestro lado al pueblo de Israel para completar la Revelación. ¿Homosexual? Perdona chato, pero no. De acuerdo con el discípulo de Jesús en la Tierra, Pat Roberson, Dios os quiere a todos muertos, sólo que Dios, en este caso en concreto, es una parca neoconservadora y capitalista que hizo que se hiciera efectiva una ley que permitía que se te inyectase un microchip diseñado para regular tu bioquímica personal. Ah, pero, al final, ¿sabe quien ríe el último? Sí señor, el Señor al final de la escalera blanca en persona, Dios Todopoderoso. Mire, todos esos hipócritas religiosos que rezan a Jesús y al amor por el feto, pero que odian la investigación con células madre van a seguir necesitando combustible. Y no pensará que van a empezar a utilizar energía eólica o solar, ¿no? No hombre, no. Van a usar el carbón. Las ruedas del comercio deben seguir rodando. Sólo que hay un pequeño problema. El carbón aumenta los niveles de dióxido de carbono y, a pesar de que George Dubuya y los intrigantes de los combustibles fósiles afirman totalmente lo contrario, la atmósfera de la Tierra se encuentra realmente en la cuerda floja en lo que se refiere a niveles letales por culpa de los gases que se producen con el efecto invernadero. Añade a eso más carbón, y el planeta sobrepasará sus límites de absorción. El calentamiento global se convertirá en un hecho. Los hielos árticos se derretirán como si estuvieran en el interior de un microondas, y toda esa agua fresquita inundará el Atlántico Norte, colapsando el sistema de cambio termal de los océanos. Norteamérica y Europa se convertirán en la tierra de Papá Noel, y entonces podremos decirle adiosito al hombre blanco. Pero oye, no hay de qué preocuparse. La raza humana perdurará, gracias a pueblos como el inuit, los mayas y las culturas aborígenes, que siempre han respetado la tierra, y nunca necesitaron la electricidad. Justicia poética, ¿no cree? El hombre blanco le roba la tierra a los indios, explota sus recursos, y su reinado termina muriendo debido a su ignorancia y autodestrucción. ¿Qué es lo que dijo Jesús? Y los mansos heredarán la tierra, ¿no? Qué tipo tan listo fue.

Ace aparta a Dick Lawrence de un empujón, apenas con tiempo de llegar al baño antes de devolver su almuerzo

«El Cuerpo de Ingenieros del Ejército, actuando con precipitación para cumplir la promesa del presidente Bush de proteger desde principios del año 2006 a la ciudad de Nueva Orleans de la nueva temporada de huracanes, instaló unas bombas defectuosas de prevención contra las inundaciones, a pesar de las advertencias que habían recibido de sus propios expertos, en las que se avisaba del posible fallo de aquel equipamiento en caso de tormenta. Las bombas del canal de drenaje estaban pobremente diseñadas y habían sido construidas bajo un contrato presupuestado de 26 millones de dólares, contrato que consiguió después de una disputada puja la Moving Water Industries Corp, de Deerfield Beach, Florida. La MWI pertenecía a J. David Eller e hijos. Eller había sido socio del antiguo gobernador de Florida, Jeb Bush, en una aventura empresarial llamada Bush-El que comercializó las bombas de la MWI. Eller donó alrededor de ciento veintiocho mil dólares a los políticos. La mayor parte de esta cantidad fue a parar a las arcas del partido republicano, de acuerdo con el CRP[45]».

CAIN BUREAU, Associated Press,

14 de marzo de 2007.