AEROPUERTO INTERNACIONAL JFK
Ciudad de Nueva York, Nueva York
28 de abril de 2012
1:27 P.M. EST
Dirigido por las autoridades portuarias de Nueva York y Nueva Jersey, el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy (JFK) está ubicado en la región suroeste del condado de Queens, Ciudad de Nueva York, en la Bahía de Jamaica, sobre 4930 acres. El aeropuerto procesa más pasajeros y carga aérea que ningún otro puerto de entrada de los Estados Unidos, y se ocupa de la mayor parte de las llegadas internacionales, entre ciento cincuenta y ciento sesenta aeronaves al día. El Equipo de Vigilancia de Contrabando del JFK procesa seis millones de paquetes anualmente, y confisca enormes cantidades de productos de consumo falsos, moneda sin declarar y narcóticos ilegales, acercándose a casi ochocientas incautaciones de droga a la semana.
Como ovejas de una manada, Ace y los otros pasajeros del vuelo 201 de Aerolíneas Emirato pasan por la aduana, cansados por el viaje de catorce horas. Intentando adivinar qué cola se mueve más rápido, Ace se pone detrás de una docena de americanos más… y espera.
Ramzi había dejado a Ace en un tramo de autopista cercano a Dubai. Habían repasado su historia una docena de veces, una que habían creído que ofrecía las mejores oportunidades para evitar una investigación oficial estadounidense. El piloto del Apache sería trasladado a otra instalación médica dos días después de la llegada de Ace a Nueva York.
La cola se mueve hacia adelante cuando una familia de cinco personas es guiada a través de una cortina de la Cruz Roja.
Ace se frota el brazo izquierdo y siente un dolor en sus venas parecido al producido por un catéter, provocado por el estrés.
«Me querían muerto… ¿qué pasará ahora? ¿Creerá la CIA que caminé durante kilómetros por el desierto, después del accidente? ¿Tuvo Schall algo que ver con eso? ¿Aceptará mi informe sobre los campos de petróleo, o planea llevarme ante el Senado como testigo? ¿Sospechan que Promis ha sido introducido mediante contrabando en el país?».
—Siguiente.
Ace tiende a la oficial aduanera su pasaporte.
—¿Algo que declarar?
—No.
Pone un sello en su pasaporte.
—La segunda cortina está abierta. Quítese la chaqueta y súbase la manga.
—¿Para qué?
—Vacuna contra la Gripe Aviar. Siguiente.
—Espere, ¿para qué necesito…?
Ella le indica un cartel informativo, ofreciéndole el aspecto cansado de quien ha respondido una y otra vez a la misma pregunta, durante cuarenta horas a la semana.
Todas las personas que entren en Estados Unidos deben ser vacunadas contra la Gripe Aviar.
—Siguiente.
Ace se mueve hasta la segunda de las seis cortinas con el emblema de la Cruz Roja. Una enfermera, identificada por su placa como Beth Newman, lo dirige hasta una silla vacía.
—Buenas tardes. Dónde lo prefiere… ¿en el brazo o en el trasero? —Levanta una larga aguja hipodérmica.
—¿No lo tiene en pastilla?
—Seguridad Nacional afirma que están trabajando en ello. La verdad es que haría mi vida más fácil.
—¿Qué es esa cosa? ¿Cómo sé que es seguro?
Ella le entrega un folleto.
—Esto lo explica todo. Ahora, a menos que quiera volver al país desde donde haya volado, le pondré la dosis. ¿Brazo o trasero?
—Como homenaje simbólico a Seguridad Nacional, píncheme en el culo. —Se quita el cinturón, deja caer sus pantalones y ofrece ceremoniosamente su nalga izquierda a la enfermera Newman.
Ésta le pincha con la aguja.
—¡Ay! ¿Tan mala es la amenaza de esta gripe, de todos modos? La última vez fue la Gripe Porcina. Parece que cada pocos años hay una pandemia diferente.
—Potencialmente, ésta es realmente grave. He oído que se han producido una docena de brotes en Asia y Europa. El peor se ha producido en una pequeña comunidad francesa. Ha matado casi a la mitad de los infectados. Esta noche, cuando se vaya a la cama, debería dar gracias a dios por la industria farmacéutica americana.
Ace se sube los pantalones y se va de allí, sintiéndose mal de repente.
CARBONDALE, ILLINOIS
3:47 P.M. CST
La repentina llamada despierta con un sobresalto a Elliott Green, que se estaba echando la siesta. El agente del FBI comprueba su reloj y verifica que el profesor Bi no volverá de su partida de bolos hasta dentro de otra hora. Se dirige escaleras abajo, con el arma metida en la parte de atrás de sus vaqueros azules.
El técnico de televisión es un italiano de piel oliva y cabello oscuro, con sombra de barba.
Green abre la puerta.
—¿Puedo ayudarle en algo?
Shane Torrence le muestra su identificación del FBI falsa.
—Sólo si eres el agente Green. Jerry Bobo, soy tu relevo —entra en la casa y mira alrededor—. Aquí huele a vieja.
—A mí me lo vas a decir —Green cierra la puerta tras él—. No te esperaba hasta el próximo martes.
—Puedo marcharme.
—No, no, estoy más que preparado —Green lo conduce hasta la habitación principal, en la planta de arriba. El dormitorio es un oasis de aparatos electrónicos con dunas de colada sucia—. Siento el desorden.
—No te preocupes —el oficial de AE examina la habitación y ve los CDROM—. Supongo que estás ansioso por llegar a casa.
—No puedes ni imaginártelo.
—Explícamelo todo rápidamente y podrás irte.
MONTAUK, NUEVA YORK
11:47 P.M. EST
Los chicos están en la cama, dormidos, después de haber sobrevivido a los abrazos de su padre y a las preguntas sobre el colegio. Ahora Ace y Jennifer están solos en el salón familiar.
—Hace una noche estupenda. ¿Quieres dar un paseo por la orilla?
Ella sonríe.
—Sí, aunque pensaba que ya habrías tenido suficiente arena para una temporada. Déjame coger mi abrigo.
* * *
La luna está en cuarto creciente, y su resplandor se filtra tras una bruma de nubes. Durante un breve momento, Ace está de nuevo en el desierto saudí, solo en el tramo vacío de autopista. Su vida, que una vez fue una rutina de trabajo, viajes y liguillas de hockey, ahora parece estar saltando hacia delante en un caótico episodio cuántico, y todo a partir del asesinato de su esposa.
«Cuatro meses y medio desde que Kelli murió… ¿cómo es posible? Desde el funeral… todo ha sido como un mal sueño. ¿Cuándo voy a despertar? ¿Cómo puedo superar el dolor, si ella me ha buscado desde el más allá para ponerme en un camino que nadie sabe a dónde va? ¿Cómo sé, siquiera, si ese plan nuclear es cierto? ¿Porque ella lo ha dicho en una cinta? ¿Porque algún antiguo colega suyo me haya enseñado un CD-ROM, incluyéndolo en un inverificable relato de conspiración? Quizá estamos quedándonos sin petróleo, y sí, existe la posibilidad de un ataque nuclear terrorista, pero ¿Irán realmente tendrá los cojones necesarios para armar a estos tipos? ¿Es realmente necesario que arriesgue mi vida, que deje huérfanos a Leigh y Sammy? Esta misión suya suena a suicidio».
Suicidio.
La palabra agita su interior. Después de su intento durante la universidad, Ace despertó en una habitación de hospital, con las muñecas vendadas y los brazos atados con correas a las rejas de la cama. Había gritado, sintiéndose solo y humillado. Kelli estaba de viaje, pero Tet estaba a su lado, como siempre, apoyándolo, sin juzgarlo.
—Vale, Ace, la has jodido. Y ahora olvídalo. Entiende lo que ha pasado y sigue adelante. Recuerda lo que grita siempre el entrenador cuando alguien mete la pata: «Atráelos, reúnelos y concéntrate en la siguiente jugada».
«Suicidio…
El suicidio tiene mucho que ver con el miedo y el dolor… Podía elegir… la angustia de tener que seguir adelante, frente a una alternativa menos dolorosa. La vida contra la muerte».
Ahora se le pedía que eligiera de nuevo… esta vez arriesgando su vida, y la de sus seres queridos, para prevenir lo inimaginable.
—Ace, ¿estás bien? No has dicho una palabra.
Se gira hacia Jennifer.
—Sí, bien. La verdad es que no quería contártelo a ti, pero… —mira alrededor. Ambos están solos en la playa, expuestos en la desierta orilla—. Sentémonos ahí, junto a las dunas.
—Vale —lo sigue hasta las dunas y se sienta junto a él. Sus siluetas quedan ocultas por la arena y los juncos—. ¿Y bien? ¿Qué es lo que querías contarme?
—Esto tiene que quedar entre nosotros. Lo que voy a decir puede disgustarte. No quiero que hagas nada, sólo que me escuches.
Se lo cuenta todo… desde su entrevista con el director de la CIA al porqué real de su estancia en el Golfo Pérsico. Describe el vídeo de Kelli y el programa Promis, y el futuro ataque que está siendo orquestado por los neoconservadores. Ella permanece estoica durante todo el relato, con los músculos de la mandíbula tensos tras sus dientes apretados.
Cuando termina, Jennifer sigue con la vista fija en el océano.
—¿Jen?
—¿Qué es lo que quieres de mí?
—Tu opinión, por una vez. Tu trabajaste con Kelli… erais Butch y Sundance. ¿Hay algo de verdad en lo que acabo de contarte?
Ella contiene una carcajada mientras se aparta mechones de cabello oscuro, y lágrimas, de sus ojos.
—Soy idiota. He venido aquí pensando que quizá querías estar a solas conmigo… ya sabes, por otra razón. En lugar de eso, hemos vuelto a otra de tus teorías conspiratorias.
—¿A qué te refieres? Oh, guau, yo no… Quiero decir, estaría…
—Olvídalo.
—No, Jen, escucha. Lo que pasa es que ahora mismo tengo demasiadas cosas en la cabeza y…
—Cállate… —aparta la mirada—. Respondiendo a tu pregunta, sí, hay algo de verdad en ello, pero no en lo que tú piensas. Algunos de los individuos más radicales de la administración Bush, la gente de Rummy, hablaron con Kelli sobre eso hace años. Le pidieron que identificara las zonas de población clave tanto en Irán como en Arabia Saudí. Pero era sólo un ejercicio bélico, nada más.
—¿Objetivos para qué?
—Para armas biológicas y químicas, sobre todo. Algo que podría exterminar a la población…
—Y dejar la infraestructura intacta —Ace siente que su brazo izquierdo se tensa de nuevo.
—Era sólo hablar por hablar, Ace. En el Pentágono ocurre todo el tiempo. En cuanto al vídeo de Kelli, recuerda que tu esposa no era exactamente estable estos últimos años. El cáncer, pensar en morir, dejándote a ti y a los niños, y todo eso de la Cábala… de repente todo eso la hizo sentirse culpable por algo. Mi consejo… déjalo estar. Cheney es un bala perdida, y todo el mundo lo sabe. Keith Olberman debería darle las gracias por su subida en las encuestas. En cuanto a Irán, saben que es suicida armar una organización terrorista con uranio enriquecido. Y sobre esto de la crisis del petróleo, se resolverá solo.
—¿Se resolverá solo? Todavía no lo entiendes, ¿no? No se trata de colas de espera en los surtidores de gasolina, o de una subida de precios. No existe un sustituto para el petróleo. Cero, nada. Deberíamos haber escogido otro camino hace una década, seguramente hace dos décadas, pero no lo hicimos. Sin petróleo, no podremos producir suficiente comida para alimentar a las masas, y menos para hacer llegar los productos al mercado. No podremos calentar nuestros hogares, ni conducir nuestros coches. Sin petróleo, la economía se colapsará por completo, al final. Si el último productor dejara de enviar petróleo mañana, en cuestión de meses un millón de personas moriría de hambre o por complicaciones médicas sólo en la ciudad de Nueva York. Transporte, electricidad, economía… el ejército. Tus colegas neoconservadores lo sabían, Jen, después de todo, la mayoría de ellos trabajaron en la industria del petróleo. La crisis del petróleo justificó tres mil americanos muertos. Hay una razón por la que estamos aún en Afganistán e Irán, y no es construir una democracia. Quizá las cosas podrían haberse tranquilizado, pero la economía cayó, y los bastardos avariciosos que provocan la mayor parte de los problemas del mundo no están dispuestos a retroceder. En lugar de eso, ven una oportunidad en un Nuevo Orden Mundial. Lo único que necesitan es el empujón final, otro 11-S, pero un poco mayor esta vez… Un 11-S que amplifique nuestras represalias y convierta Irán e Irak en una estación de servicio Exxon/Mobil. ¿Cuánta gente inocente será incinerada esta vez? Muchos menos de los que morirán al final, después de que nos quedemos sin petróleo. Éstos podrán contarse por billones. Llámalo lógica contable. Para esos bastardos sin corazón, es algo obvio.
—¡Para! Lo que estás diciendo… es demasiado absurdo. Y el presidente Obama nunca permitiría que algo así sucediera.
—No estará por aquí. Ya verás. Será sacrificado, como Kelli y Tet. Como los americanos que murieron en esos aviones y en esos edificios.
—¡Ya basta! —Kelli se aleja, siguiendo el camino de vuelta a la casa y dejándolo solo con unas teorías de conspiración que ni siquiera él cree.
«Así se hace, idiota. Lo único que quería ella era un poco de afecto. En lugar de eso, le has dado el fin del mundo».
«Ellos creen que tienen razón. Ésa es una de las características del fundamentalismo… "Creo que tengo razón porque estoy cerca de Dios, y todo el que esté en desacuerdo conmigo está inherentemente equivocado y, por lo tanto, es inferior".»
Presidente Jimmy Carter,
comentando el cristianismo fundamentalista.
«Halliburton ha conseguido lo imposible. Realmente, han hecho un trabajo peor con el segundo contrato de petróleo iraquí del que hicieron con el original contrato ilegal».
Rep. Henry A. Waxman.
Comité de la Cámara sobre la Reforma Gubernamental,
comentando un informe de quince páginas elaborado por los
auditores, en el que se afirmaba que Halliburton
infló intencionadamente sus facturas, usando cálculos ocultos
para cargar al gobierno estadounidense con costes
que nunca se habían producido
(19 de marzo de 2006).
«Lo que cuenta no es la gente que vota; sino la gente que cuenta los votos».
Stalin.