CAPÍTULO 22

GARY LEE SCHAFER, DIRECTOR

Unidad Fundamentalista Radical

División de Oriente Medio y Contraterrorismo

FBI - Cuarteles Generales

24 de abril de 2012

Director Schafer:

Le reenvío la grabación de vigilancia presentada por el Agente Especial Elliot Green (155-16533-17) que confirma que el sospechoso, el profesor Eric Mingyuan Bi (archivo #112-11292-377), se puso en contacto con un sujeto clasificado UMBRA (Tursi, Michael R.) el 3 de enero de 2012. La naturaleza de esta reunión parece ser la entrega e instalación de un muro de escayola y unos estantes de almacenamiento para el garaje, seguramente una tapadera para el transporte de los contenidos de dos grandes cajas de madera sin identificar en el garaje de Bi varias semanas después. Teniendo en cuenta que el sujeto, Bi, es profesor de física nuclear, y que está asociado con dos incidentes independientes de espionaje de secretos nucleares, por la presente pido permiso para llevar a caso una búsqueda FISA en el garaje del sujeto.

Charles Jones, director, FBI: Springfield, llinois

(155-63775-17).

Gary Schafer maldice para sí mismo. Relee el mensaje de correo electrónico por tercera vez antes de darle a contestar.

Director Jones:

Gracias por reenviar la grabación de vigilancia. Como sabe, UMBRA exige una autorización especial muy por encima de su rango actual. Investigaré el asunto y tomaré las medidas apropiadas. Por favor, continúe con su diligente vigilancia del sujeto, Bi, e infórmeme directamente a mí de cualquier nuevo descubrimiento.

G.L. Schafer, director.

Schafer pulsa ENVIAR. Piensa en borrar el mensaje, pero lo medita mejor e imprime una copia para archivarla con el resto de documentos de Eric Bi. Después, levanta el teléfono y marca la extensión de su ayudante, Jim Leary.

—Jim, hazme un favor y saca el expediente del Agente Especial Elliott Green. Creo que recibió la instrucción en Springfield, Illinois.

BRIDGEVIEW, ILLINOIS

25 de abril de 2012

8:44 A.M. CST

La ciudad de Bridgeview está ubicada justo al oeste de Chicago, y en sus seis kilómetros cuadrados habita una población de quince mil personas, incluida una amplia y activa comunidad musulmana.

La mayoría de estas familias sólo buscan mantener una identidad islámica. Envían a sus hijos a la madrassah local, donde los niños y las niñas son segregados mientras estudian el Corán. Muchos rezan en la mezquita de Bridgeview, la cual, con el paso de los años, ha atraído a miembros de la Hermandad Musulmana, un grupo de militantes que, a menudo, ha condenado la cultura americana, ha rezado por los hombres-bomba suicidas y prefiere una interpretación del Islam más fundamentalista.

* * *

El Chevy Trailblazer del 2009 está aparcado en el exterior del banco. Su ocupante, Jamal al-Yussuf, está leyendo el Corán… mientras espera.

Un segundo vehículo aparca cerca. Omar Kamel Radi golpea con los nudillos la ventanilla del pasajero del camión. Jamal abre la puerta para que su compañero iraquí entre. Los dos hombres intercambian un abrazo rápido.

—No puedo creer que esté diciendo esto, pero realmente me alegro de verte. ¿Cómo van las cosas por Los Angeles?

—Bien. El tiempo es estupendo.

—No creo que sonrías por el tiempo.

Omar asiente.

—He conocido a alguien, una monitora de aeróbic. Es rubia y muy hermosa. Le he dicho que soy estudiante de intercambio de El Cairo y que curso ingeniería. He comprado varios libros de texto. Incluso voy a clase.

—Eso es muy peligroso. Si nuestro mecenas lo descubre…

—Mi mecenas es un cabrón perezoso. A veces me deja notas, pero nunca lo he visto.

* * *

Shane Torrence y Marco Fatigo están en una furgoneta aparcada al otro lado de la calle, frente al banco. Los dos agentes de Apoyo Estratégico han estado vigilando a sus sujetos y realizando escuchas desde que los iraquíes entraron en Estados Unidos, nueve meses antes.

—¿Has oído eso, Marco? Tu chico cree que eres un cabrón perezoso.

La puerta lateral de la furgoneta se abre de par en par. Michael Tursi tiende un café y una bolsa de donuts a cada hombre, reservándose la que queda en la bandeja de cartón.

—Creo que me he perdido la reunión de nuestros alegres musulmanes.

—Árabes —le corrige Torrence, dando un bocado a un donut de chocolate y crema—. Hay árabes y musulmanes. Éstos dos son árabes.

—Se puede ser las dos cosas a la vez, capullo.

—El Turco tiene razón —dice Marco, bebiendo su café—. Tu chico, Shane, es un chiita, definitivamente, un musulmán. Omar, el chico al que le estoy haciendo de canguro… es un árabe sunita. Saddam era sunita y odiaba a los musulmanes. Resulta que la razón principal por la que estaba dando la vara con el tema de las armas de destrucción masiva era Irán, no Estados Unidos. Tenía más miedo de una invasión chiita que de cualquier cosa que nosotros fuéramos a hacer.

—Cierra la puta boca. —Tursi mete un cargador nuevo en su arma—. Lee el maldito dossier, Marco. El tuyo es un sunita convertido al Islam. Por lo que a mi respecta, todos ésos son paquetes-bomba con toallas en la cabeza. Quedaos aquí. Voy a dar una vuelta. —Sale de la furgoneta y cierra la puerta.

Marco busca en su bolsa de donuts.

—¿Por qué está tan borde?

—El FBI lo ha pillado en una grabación de vigilancia, de enero, en la casa de Bi.

—Joder. ¿Dónde demonios está Schafer?

—No lo sabe. Fue una operación del Departamento de Energía, nada que ver con contraterrorismo. Pero ya conoces al Turco. No dormirá hasta que deshaga el entuerto.

* * *

De vuelta en el Chevy Trailblazer, el buen humor de Omar se ha convertido en frustración.

—No lo entenderías, Jamal, tú eres chiita. Sois gente del desierto, desobedientes de Dios. Sois descreídos que seguís las enseñanzas de Ali, el sobrino del profeta Mohammed. Ningún chiita regirá nunca Irak.

—Y tú eres un perro sunita —replica Jamal—. ¿Acaso Irak era mejor con Saddam?

—Saddam era excesivamente cruel, lo admito, pero los iraquíes continúan unidos sólo por la ley de la espada. Y yo no siempre he despreciado a tu gente. Fueron los americanos quienes nos dividieron. El ejército que entrenaron estaba formado sólo por chiitas y kurdos. No se permitió ningún sunita entre los rangos superiores, como si temieran que fuéramos a sacar a Saddam de la cárcel.

—Si crees en lo que dices, ¿por qué estás aquí?

La mirada de Omar se pierde por la ventanilla del pasajero.

—La ocupación no durará para siempre. Cuando los americanos se marchen, los iraníes entrarán. Me niego a ver a mi país dirigido por los clérigos islámicos.

—Aun así te uniste a la Guardia Revolucionaria Islámica.

—¿Qué otra opción tenía? Haditha, Anna, Qaim, Rawa, Ramadi… todos cayeron ante rebeldes islámicos peores que los talibanes. Los americanos no tienen ni idea de con quién están combatiendo, así que disparan a todo el mundo. Si no fuera por el dinero que le envío a mi familia, no estaría aquí.

—¿Ésa es la única razón por la que estás aquí? ¿Por el dinero?

Ornar se vuelve para mirar a Jamal.

—Al principio quería venganza, ahora quiero algo mejor para mi familia. ¿Eso es tan malo? Con el dinero que les envío podrán abandonar Irak.

—Yo no. Si muero shahid, iré a un lugar en el cielo junto al resto de mensajeros de Dios. ¿Existe mayor gloria?

Omar se ríe.

—¿Crees que Alá te dejará entrar al cielo después de haber asesinado a mujeres y niños inocentes? Tú no morirás shahid. Tú buscas venganza por tu padre y tu hermano, y por tus jóvenes primos. La venganza no forma parte de la ley islámica ni del martirio, da igual lo que diga Al-Qaeda.

—El clérigo que me reclutó en Teherán me dijo que este trabajo lanzaría un buen golpe a la agenda militar de occidente. Por eso estoy preparado para morir.

—Jamal, ésta no tiene por qué ser una misión suicida.

—Shahid no es suicidio. ¿Es que besar a tu rubia novia americana te ha convertido en un tonto y un cobarde?

—Contén tu lengua y escucha. Cuando estuve en Teherán escuché rumores sobre que muchos de los Diecinueve Magníficos estaban aún vivos. Mohamed Atta y Salem Al Hazni…

—Y Saeed Alghamdi, y los dos Alshehris, sí, ¡yo también lo he oído! En Qods muchos preguntaron sobre el comportamiento de Atta. Se cuestionaban si realmente era un musulmán devoto. He leído historias sobre que bebió, y visitó bares y clubs de striptease la noche antes de los ataques. Nuestro instructor se confió a nosotros y nos contó que Atta y el resto de planificadores… que esos hombres ni siquiera estuvieron en los aviones. Habían estado viajando con pasaportes falsos y tenían órdenes de aparecer la noche antes en público, ebrios y gritando insultos a los infieles, para atraer la atención sobre ellos. Nos dijo que esos hombres no eran tontos, que habían permitido a propósito que sus permisos de conducir fueran fotocopiados, que incluso utilizaron ordenadores de bibliotecas públicas para enviar por correo electrónico mensajes sin encriptar. Todo para dejar pistas falsas al FBI.

—¡Es verdad! —Omar salta en su asiento—. Sus apartamentos… ¿Por qué dejarían una información tan ridicula sobre el robo de aviones, como si desearan que los pillaran? ¡Las autoridades afirmaron incluso haber encontrado el pasaporte de Atta entre los escombros del World Trade Center! ¿Te imaginas? La prensa americana informó de todo esto, y los infieles se tragaron todas las mentiras.

—El portátil. Sí, yo también he pensado en eso. ¿Y por qué tenemos que conducir dos días hasta esta ciudad, sólo para enviar dinero a nuestras familias?

Los dos hombres permanecen en silencio, perdidos en sus pensamientos.

Jamal comprueba su reloj.

—El banco ha abierto. ¿Quieres ir tu primero o voy yo?

—Adelante, chiita. Los mártires antes que los rebeldes. Yo todavía tengo algo por lo que vivir.

HOSPITAL AMERICANO - DUBAI, EAU

Oriente Medio

26 de abril de 2012

6:13 A.M. Hora local

La luz de las estrellas. Deslumbra… y desaparece. Deslumbra, desaparece…

«Ya viene».

Ace abre los ojos. A través de su visión borrosa puede discernir una habitación gris y una alta silueta que se inclina sobre él para tomarle el pulso.

—Ah, está despierto. Buenos días, amigo. Me llamo Gary Groves. Soy uno de los médicos del hospital americano.

—¿Estoy en Estados Unidos?

—Lo siento, no, está en Dubai. Enfermera, encienda las luces, por favor.

La habitación se ilumina, obligando a Ace a entornar los ojos.

—La policía local le encontró deambulando cerca de la autopista. Agotamiento por el calor, demencia… sin identificación. ¿Puede decirnos su nombre?

—Futrell. Ashley Futrell.

—Bien, señor Futrell, tiene una fea herida en la cabeza. Parece que se la hizo hace unas veinticuatro horas. Debe haber estado deambulando por ahí fuera durante bastante tiempo. ¿Puede recordar lo que pasó?

—Yo estaba… en un taxi. Por la noche. Me dirigía a… a Aqua Dunya, para ver el buque Perla del Desierto. Por error dejé mi cartera en mi hotel…

—¿Qué hotel? —Un oficial de policía de Dubai entra en la habitación.

—El Baynunah Hilton.

—Continúe.

—El conductor se enfadó porque yo no tenía dinero. Me sacó del taxi y me dejó en la cuneta. Estábamos en mitad de la nada. Exigió que le diera mi portátil como pago. Cuando me negué, comenzamos a forcejear. No recuerdo demasiado después de eso.

—¿Qué hace en los Emiratos Árabes?

—Soy geólogo petrolero, y recientemente me he quedado sin trabajo. Vine aquí buscando empleo.

—Siento que haya tenido problemas —dice el oficial—. Antes de que quede libre, necesito que rellene un informe policial.

—Sí, claro. Después creo que me gustaría irme a casa.

«Tras la disputa por los puertos de Dubai, la administración Bush contrató un conglomerado empresarial de Hong Kong para ayudar a la detección de materiales nucleares en el interior de las cargas de los navios que pasaban desde las Bahamas a los Estados Unidos, u otros sitios. La administración tenía conocimiento del contrato con Hutchison Whampoa, LTD., que implicaba que, por primera vez, una compañía extranjera estaría involucrada en la supervisión de un sofisticado detector de radiación estadounidense en un puerto extranjero, sin la presencia de los agentes aduaneros americanos. Un informe de inteligencia militar estadounidense, marcado "secreto", identificaba a Hutchison, en 1999, como portador de un riesgo potencial de contrabando de armas y otros materiales prohibidos desde las Bahamas a Estados Unidos».

Associated Press, 23 de marzo de 2006.

«Los hombres que ejercen el poder hacen una indispensable contribución a la grandeza del país, pero los hombres que cuestionan el poder hacen una contribución igualmente indispensable, especialmente cuando ese cuestionamiento es desinteresado, porque ellos determinan si usamos el poder, o es el poder el que nos usa a nosotros».

Presidente John F. Kennedy.