CAPÍTULO 18

Irán arma misiles antiradar con cabezas nucleares

Associated Press: 19 de abril de 2012

TEHERÁN. El ejército iraní ha afirmado hoy que ha cargado nueve de sus misiles antiradar Fajr-3 con cabezas nucleares. Cada misil balístico es capaz de viajar dos mil kilómetros mientras evita misiles antimisiles. El general Hossein Salami, jefe de las Fuerzas Aéreas de la Guardia Revolucionaria iraní, ha declarado: «A la primera señal de ataque, la gran nación del Islam devolverá el golpe a sus enemigos, asolando las ciudades sionistas y las bases militares occidentales hostiles de Irak y Arabia Saudí. Allahu akbar, Dios es grande».

El secretario de Prensa, Kris Hamilton, antiguo oficial de la marina estadounidense, fue firme en la respuesta de la Administración Obama: «El presidente toma estas últimas amenazas muy en serio. Aunque atacar Irán nunca ha sido la intención de Estados Unidos, no dudaremos jamás en prestar ayuda a nuestros aliados en la región, ni descartaremos el uso de armas tácticas nucleares si percibimos una grave amenaza».

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha declarado que una agresión iraní en la región no sería tolerada, sino, de nuevo, detenida y sancionada.

MONTAUK, NUEVA YORK

21 de abril de 2012

9:37 A.M. EST

—¡Papá, la limusina del aeropuerto está aquí!

—¡Ya voy! —Ace tira dos camisetas más en el interior de su ya abarrotada maleta y obliga a las cremalleras a cerrarse.

Leigh le da su pasaporte.

—No pierdas esto.

—No lo haré. Sólo estaré fuera ocho días. La tía Jen se quedará aquí.

—Haz lo que tengas que hacer, nosotros estaremos bien.

—Papá, la limusina…

—¡Sam, ya voy! —Ace da un abrazo a Leigh y después baja las escaleras, hacia donde Jennifer y su hijo están esperando. Entrega su maleta al conductor de la limusina—. Ahora mismo salgo.

Sam le da un abrazo rápido.

—¿A dónde vas esta vez?

—A Abu Dhabi.

—Ese sitio no existe.

—Está en los Emiratos Árabes Unidos. Búscalo.

—¿Me traerás algo cuando vuelvas?

—Si me das otro abrazo.

El chico se lo da y después corre escaleras arriba para jugar a la videoconsola, dejando a Ace solo con Jennifer.

—No te preocupes —dice ella.

—Siempre lo hago. —La abraza—. Jen, escucha…

—Somos familia, Ace. Ahora vete, antes de que pierdas el avión.

Se inclina y la besa en los labios, y entonces se aparta, avergonzado.

—Lo siento… la costumbre.

Ella ve la confusión en sus ojos y sonríe mientras Ace sale por la puerta, corriendo hacia el coche que le espera.

CARBONDALE, ILLINOIS

El tanque está en el búnker de cemento, zumbando suavemente. Elevándose desde el lado izquierdo del contenedor rectangular de hierro hay treinta barras de combustible de uranio, tomadas del reactor nuclear iraní.

El profesor Eric Bi, protegido en el interior de algún tipo de anticuado traje aislante, retira cuidadosamente una húmeda pasta de color café de la parte de arriba del segundo centrifugador. Suavemente, vacía el alijo de uranio enriquecido en el enorme contenedor en la esquina opuesta del sótano.

«Tan delicado. Tan poderoso. Una fuerza de la naturaleza, aprovechada por el hombre…».

El profesor de física devuelve la valija al contenedor y después vacía el contenedor más pequeño del fondo, que contiene uranio empobrecido, en el depósito de plástico, para su eliminación.

«Treinta barras de combustible, cada una capaz de producir un gramo de U-238 enriquecido al día. Se necesitan tres horas de trabajo al día, multiplicadas por seis meses…».

Eric Bi vuelve a al contenedor principal y usa sus herramientas para amasar el residuo del U-235 enriquecido hasta formar una pasta espesa… una pasta que después calentará y solidificará.

«Ciento ochenta días, tres horas al día… eso son quinientas cuarenta horas de trabajo… divididas entre dos millones de dólares… son tres mil setecientos dólares a la hora. No está mal para un trabajo a media jornada».

La pasta se hace tan maleable como la arcilla húmeda. Bi la arrastra hasta uno de los dos depósitos de uranio enriquecido con forma de pelota de golf que ha recogido, perdiéndose en sus pensamientos.

«Tengo que empezar a trabajar en el mecanismo activador. Lo quieren unido a un teléfono móvil… bastante fácil. Hay que soldar los cables desde el teléfono hasta la cubierta de voladura. Eso debería ser suficiente para activar el C-4».

Los ojos de Bi brillan mientras se pone a trabajar en el segundo depósito.

«Sesenta y siete años desde Nagasaki. La última bomba puso fin a una guerra mundial, la próxima comenzará una. ¿Qué diría madre si estuviera viva? ¿Estaría orgullosa de su único hijo, o avergonzada? Pero esto no tiene nada que ver con el pasado, ni con la venganza, madre. Esto tiene que ver con el futuro. Esto es para detener la dominación occidental, están en juego las vidas de miles de millones de personas…

No, madre, lo que estoy haciendo ahora no es por Japón… ¡esto es por China!».

* * *

Al otro lado de la calle, el agente del FBI Elliot Green lee el periódico de la mañana mientras termina su café y su tostada con mantequilla. La imagen del garaje del profesor Bi continúa siendo una constante en la televisión de pantalla plana, igual que lo ha sido cada mañana durante las últimas catorce semanas.

El sonido del teléfono móvil rompe su rutina matinal.

—¿Sí?

—Señor Green, ¿está disponible para el señor Jones?

Elliot tira el periódico a un lado.

—Sí, por supuesto.

Un momento después, Chuck Jones, director de la oficina del FBI en Springfield, aparece en el teléfono.

—Elliot, siento no haberte relevado aún, pero estamos escasos de personal.

—Lo entiendo.

—El ordenador ha identificado a uno de los visitantes de nuestro amigo. Te estoy mandando el archivo ahora mismo. Además, estoy investigando el asunto con nuestros amigos de Washington. Infórmame si se produce algún otro contacto.

¿Washington? El corazón de Green se acelera mientras agarra su portátil.

Los «visitantes» habían sido tres empleados de una empresa de mejoras para el hogar de Decatur. El «supervisor», que había llegado la noche del 3 de enero, había enviado a dos trabajadores a la residencia de Bi dos semanas más tarde, en la misma camioneta blanca. Habían descargado láminas de escayola y un par de cajas de madera de aspecto pesado marcadas como «Estantes». Todo había sido metido en el interior del garaje, mientras el profesor indicaba al hombre más alto dónde quería que se hiciera el trabajo.

Lo habían terminado en dos horas… todo desarrollado tras la puerta cerrada del garaje. Cuando los hombres se marcharon, se llevaron con ellos el viejo muro de escayola y las dos cajas, ahora vacías.

Elliot Green había esperado hasta que el profesor Bi se marchó a la universidad la mañana siguiente para echar un vistazo a través de la ventana del garaje. Una rápida comprobación visual había verificado que las paredes interiores habían sido reemplazadas por otras nuevas, así como por un par de nuevos muebles. En ese momento, había asumido que las pesadas cajas sólo contenían esto último.

Green había enviado las imágenes de los rostros de los tres hombres al FBI de Springfield para su identificación. Después de todo este tiempo, ya casi se había olvidado de la petición.

Abre el mensaje de correo electrónico de Chuck Jones y descarga el archivo codificado.

Nada sobre los dos trabajadores, pero el rostro del capataz aparece en la pantalla, así como su identificación.

Nombre del sujeto: Michael Tursi.

Graduado con honores: Técnico Analista de Misiles Balísticos - Base Sheppard de las Fuerzas Aéreas.

Graduado con honores: BMAT - Instrucción Avanzada - Base Vanderburg de las FA.

Destino: Little Rock, AR.: Misiles nucleares Titan II.

Dispensa honoraria: Agosto 1986.

Paradero actual: UMBRA

Elliot mira fijamente la información. El hecho de que Michael Tursi tenga una amplia instrucción en misiles nucleares no es tan perturbador como la clasificación UMBRA… Por encima de Alto-Secreto.

Fuera lo que fuera lo que el profesor Bi estuviera haciendo en ese garaje, tenía el apoyo de al menos un miembro de una división del servicio de inteligencia.

CAMPUS DE LA UCLA

Los Angeles, California

Omar Kamel Radi camina a través de la zona sur del campus de la UCLA. Se dirige al centro de actividades estudiantiles. Aunque ocasionalmente asiste a las clases, no es un estudiante. Piensa a menudo en matricularse, especialmente cuando ve los entrenamientos del equipo de fútbol. Se imagina a sí mismo jugando, y sueña despierto con caminar cogido de la mano con alguna de aquellas rubias animadoras americanas.

El apartamento de Omar está a un paso del campus. Le sorprende que los estudiantes puedan permitirse esos alquileres… una cantidad que supera a tres meses de salario en Irak. Nunca podría permitirse el apartamento con su salario actual… trabajando como operario de mantenimiento en el edificio de Bank Tower, en el centro de Los Ángeles. Pero el dinero ya no es una preocupación.

Los días son fáciles para Omar, y el campus le ofrece una paz que nunca había experimentado en Nasiriyah. Es la noche la que rasga su alma, el momento en el que los sueños vuelven a él, golpeándolo de nuevo contra la tierra.

Camina hacia el este por la avenida Manning y se detiene frente a un pequeño gimnasio para ver una clase de aeróbic que se está desarrollando. La monitora, una atlética rubia de unos treinta años, dirige a un grupo de nueve mujeres y dos hombres a través de una serie de patadas y puñetazos.

La clase termina un par de minutos después.

Omar entra en el gimnasio. Espera hasta que los alumnos se marchan y después se aproxima a la mujer.

—Eres muy buena. ¿Cuándo me costaría… si quisiera entrenar contigo?

La monitora de aeróbic se seca con una toalla, con los ojos fijos en el alto hombre de Oriente Medio.

—Las clases cuestan veinte dólares por sesión, pero tienes que matricularte en el gimnasio. ¿Es sólo para ti, o también para tu esposa?

—Mi esposa… —Los ojos de Ornar se llenan de lágrimas—. Murió hace seis años. Un accidente de automóvil.

—Oh, dios… lo siento mucho. —Extiende la mano—. Susan Campbell.

—Omar al-Saddat.

—¿Saddat? ¿Eres pariente de ese tipo egipcio?

—¿Has oído hablar de mi tío abuelo, Anwar?

—¿No fue asesinado?

—Sí.

—Guau. Bueno, escucha, espero que te unas a nosotros. Doy clases todas las mañanas de siete y media a diez y media, de lunes a viernes.

—Gracias, Susan Campbell. Te veré mañana.

Ella le ofrece una sonrisa de adiós. Después agarra su bolsa del gimnasio y se dirige a la puerta.

El corazón de Omar se hincha cuando la observa marcharse. Pasará las próximas seis horas en el centro comercial, comprando su equipo deportivo, la ropa para las clases… y un par de sábanas nuevas y un edredón a juego para su cama.

«Hay suficiente petróleo (en el Golfo de México) para repostar casi ochenta y cinco millones de coches durante treinta años».

Barney Bishop, miembro del lobby petrolero.

«Su archivo predictivo ha sido desastroso. En la tierra de los ciegos, los fidedignos datos de la OPEP o no son fiables, o no existen. La OPEP debe proporcionar datos de la producción de cada campo, y de cada pozo, detalles presupuestarios, e informes de ingeniería independientes. El mundo entero asume que Arabia Saudí puede satisfacer las necesidades energéticas de todos, y a buen precio. Si esto no funciona, no hay plan B. Lo único que tenemos es Arabia Saudí».

Matthew R. Simmons,

presidente de Simmons and Company International,

una firma de inversión especializada en energía, 2006.

«El doctor Colin Campbell, un importante geólogo petrolero, ejecutivo retirado y uno de los expertos más respetados en materia de picos petroleros, escribió a este autor recientemente sobre su nuevo libro, The Atlas of Oil and Gas Depletion, que había intentado presentar una fiable representación estadística de los patrones de agotamiento alrededor del globo. Dijo que, en lo que se refería a las cantidades de las reservas, tal como eran presentadas por las compañías y los países, "los únicos números que son ciertos son los números de página".»

Michael C. Ruppert, An American Energy Policy.