TERMINAL MARINA DUNDALK
Baltimore, Maryland
11 de enero de 2012
8:25 A.M. EST
Con setenta y dos kilómetros de muelles, en la cuenca del río Patapsco, el puerto de Baltimore data de principios del siglo XVIII, momento en el que se convirtió en la puerta de entrada oficial para el comercio de tabaco entre Inglaterra y los colonos. El puerto de Baltimore es uno de los mayores puertos de Estados Unidos, y sus noventa y cuatro embarcaderos cargan y descargan hasta ciento setenta y cinco barcos al día.
Jamal al-Yussuf trabaja en el perímetro de seguridad en la entrada principal de la terminal Dundalk, comprobando la identificación y las órdenes de trabajo de los camioneros que hacen recogidas y entregas. Durante el día, divide su tiempo de oración entre varias mezquitas locales, pidiendo fuerzas a Alá. Se ha apuntado a un gimnasio de su barrio y hace ejercicio tres veces a la semana. Ha hecho un par de amigos, pero, debido a su instrucción con los Qods, no se permite profundizar en estas relaciones. En un plazo de tres meses espera recibir su primer ascenso, lo que le permitirá comprobar los contenedores de carga de barcos procedentes de puertos extranjeros.
Hasta entonces, espera el momento oportuno, asegurándose de ser siempre puntual y respetuoso con sus supervisores.
Son casi las ocho y media de la mañana cuando sale de su turno de noche, con un largo fin de semana por delante. Llega a casa en autobús cuarenta minutos más tarde, y la furgoneta blanca con el letrero de mejoras del hogar ya está aparcada en el exterior de su edificio de apartamentos. Omar Kamel Radi está en el asiento del conductor, vestido con un mono de trabajo y una chaqueta de franela.
—Buenos días, perro.
—¿Qué me has llamado?
—Perro. Entre la gente de color es un término cariñoso.
—Es un insulto si viene de la boca de un sunita. No vuelvas a dirigirte a mí de ese modo, nunca más.
Jamal sube al lado del pasajero. Intenta reclinar el asiento completamente para dormir, pero los dos enormes contenedores de almacenamiento que están justo detrás de él hacen que esto sea imposible. Se acurruca contra la puerta, y se coloca la gorra de lana sobre los ojos.
—No me despiertes, perro sunita, o te rajaré de un modo que hará que ni tu propia madre te reconozca.
* * *
Omar Kamel Radi nació en Haditha, un pueblo agrícola de noventa mil habitantes ubicado junto al río Éufrates, a doscientos veinticinco kilómetros al noroeste de Bagdad. Aunque la capital iraquí y su fortificada zona verde han pavimentado el camino hacia una nueva constitución, Haditha se ha transformado en un bastión de insurgentes. Aquí es el muyahidín quien decide quién cobra, qué ropa puede vestir la gente, qué música pueden escuchar… y por último, quién vive y quién muere.
Al amanecer, los insurgentes iraníes llevaban a cabo ejecuciones públicas en la entrada de la ciudad, en el puente Haqlania, apodado «El puente de los agentes», una referencia mortuoria relativa al número de agentes americanos que han sido decapitados. Se reúnen pequeñas multitudes, cada decapitación o desmembramiento es filmado, y los DVD se distribuyen más tarde, ese mismo día, en el mercado Souk.
Cuando Haditha, que una vez fue parte del triángulo sunita, cayó en manos de los insurgentes chiitas, se convirtió en uno de los mayores fracasos de la invasión americana. Es allí donde Tawhid al-Jihad, el jefe iraquí de Al-Qaeda, permanece virtualmente incuestionable, e incluso ser sospechoso de apoyar a los americanos es una invitación a la muerte. Como la mayoría de la gente que vive en Haditha, Omar y su familia eran sunitas, y aunque no se oponían a los insurgentes, tampoco los apoyaban.
Todo cambió el 19 de noviembre de 2005.
Fue poco después de las siete y cuarto de la mañana. Cuatro Humvees[28] con marines estadounidenses de la compañía Kilo estaban patrullando el área residencial cuando fueron bombardeados. El cabo Miguel Terrazas, de veinte años de edad, murió en el ataque. Cinco sospechosos (ocupantes de un taxi) se dieron a la huida.
Quizá fue el estrés de lidiar con una situación imposible, los aparentemente eternos turnos de servicio, o la repetida exposición a tantos derramamientos de sangre sin sentido, pero el asesinato de Miguel Terrazas provocó que la estabilidad moral de los soldados americanos se quebrara. Los marines abrieron fuego y abatieron a los sospechosos, y entonces, inexplicablemente, comenzaron a arrasarlo todo. Iban de casa en casa, entrando a la fuerza y destrozando el mobiliario mientras alineaban a hombres, mujeres y niños para su ejecución. Cuando la matanza terminó, veinticuatro iraquíes yacían muertos, diecinueve habían sido despertados a punta de pistola. Entre las víctimas había varios niños… y la esposa embarazada de Omar.
La verdad sobre la masacre se escondió a la opinión pública americana durante meses, aunque esto provocó revueltas en Haditha que se extendieron por Irak. Tristemente, sorprendentemente, a pesar de lo horrible que había sido el ataque, fue todo rápidamente tragado por el continuo baño de sangre diario que provocaban los hombres-bomba suicidas, las decapitaciones, los secuestros y la violencia sin restricciones que se llevaba a quinientos iraquíes cada semana.
Pero, para Omar Kamel Radi, el mundo se había hecho añicos sin solución. Semanas de dolor finalmente se convirtieron en una fría y dura rabia.
Un día se encontró con un viejo amigo de la escuela. Después de saludarlo, su amigo le contó que se había unido a un grupo de resistencia política que recibía fondos de Irán, y que lo habían enviado a reclutarlo. El viejo Omar hubiera rechazado la oferta sin dudarlo, pero ahora todo había cambiado.
Tres meses después de que su esposa y su hijo nonato fueran asesinados, Omar Kamel Radi se unió a los Qods, una unidad terrorista con base en Irán.
JIDDAH, ARABIA SAUDÍ
11 de enero de 2012
12:37 P.M. Hora local
La ciudad portuaria de Jiddah está ubicada junto al Mar Rojo, en el oeste de Arabia Saudí, en una zona conocida como el Hijaz. A pesar de sus tres siglos de historia, Jiddah es ahora un moderno centro comercial que cuenta con un aeropuerto internacional y grandes autopistas que la conectan con otras ciudades sauditas.
Muchos de los Hijazi que habitan la ciudad de Jiddah son musulmanes Ashraf… descendientes directos de Mohammed. Cada año, decenas de miles de estos peregrinos utilizan las carreteras de Jiddah en su viaje hacia la ciudad santa de la Meca. Viven del mar y trabajan como mercaderes y comerciantes, y el suyo es un estilo de vida más occidentalizado que el de sus primos beduinos.
Las comunidades tribales conocidas como beduinas están dispersas al este, en el Najd, una región árida de Arabia Saudí que aloja Riad, la capital saudí. Al sur, y al suroeste, hay un desierto sin poblar conocido como Rub al Khali (el Lugar Vacío), hogar del mayor campo petrolífero del mundo: Ghawar.
* * *
El Palacio del Mar Rojo es un hotel de siete plantas ubicado en el distrito comercial de Jiddah. Scott Santa sale del ascensor del hotel y atraviesa el vestíbulo principal hasta salir al sol árabe.
Siguiendo un camino de cemento, el alto asesino ruso se abre camino hasta la piscina, mirando demasiado a menudo la pantalla digital de su reloj Casio.
«Las doce y treinta y nueve…».
Santa localiza una tumbona vacía en la sombra y la mueve para poder ver a dos mujeres asiáticas con bikinis de rayas azules y blancas que están sentadas junto al hidromasaje. Pide una copa a un camarero y comprueba su reloj de nuevo.
«Las doce y cuarenta y dos».
Santa saca el teléfono móvil del bolsillo de sus pantalones y lo enciende.
«Las doce y cuarenta y cuatro».
El teléfono suena una vez.
—Adelante.
La voz americana en su oído es sorprendentemente clara, teniendo en cuenta que está a medio mundo de distancia.
—Va para allá. La primera semana de abril.
—¿Por qué tan tarde?
—Es inevitable.
—Esto reduce nuestro tiempo de acción considerablemente.
—Ocúpate de ello.
Santa sonríe a las mujeres asiáticas. Una se ríe. La otra le sonríe en respuesta.
—Vale, estaré esperando.