CAPÍTULO 16

MONTAUK, NUEVA YORK

9 de enero de 2012

9:12 RM. EST

Ace sube la escalera casi a rastras, con la rodilla izquierda dolorida por los ejercicios y la parte baja de la espalda rígida por la artritis. Desde la planta de abajo puede oír las risas de las adolescentes en la habitación de Leigh. Se dirige a la habitación de Sam y abre la puerta.

Su hijo está dormido en la litera de abajo, con las luces apagadas y la televisión encendida. Su equipo de hockey, humedecido por el sudor después de las dos horas de entrenamiento de hoy, está tirado en el suelo.

«Será mejor que limpie esto antes de que Kelli…».

Ace se detiene. Hace eso muchas veces, su mente aún no se ha acostumbrado a su nueva realidad… un padre solo. Hay una parte de él que aún espera que su mujer salga de la habitación con su chándal favorito, u oír su voz quejándose de que «nadie recoge sus cosas», o escucharla reír mientras habla con alguna amiga por teléfono.

Mira a Sam y ve los rasgos de Kelli en el rostro del chico. Aunque Leigh se parece a Ace (tranquila, introvertida), Sam ha salido a su madre, y la personalidad de ésta vive en él. Consolado y entristecido por el pensamiento, Ace cubre al chico con la manta, apaga la televisión y sale de la habitación.

Siguiendo las risas, atraviesa el pasillo hasta el dormitorio de Leigh. Llama a la puerta dos veces, y entonces echa un vistazo a su hija y a sus dos amigas. Están reunidas alrededor de su nuevo ordenador, riéndose ante los mensajes instantáneos de otro grupo de adolescentes.

—¿Leigh?

—No pasa nada, papá, sabemos quiénes son.

—Son chicos de nuestra clase, señor Futrell —añade la mejor amiga de Leigh, Olivia.

—Está bien. Pero recuerda lo que hemos hablado. —Ace cierra la puerta, agradecido por la distracción que le proporcionan a su hija sus amigas. Leigh ha interiorizado su dolor por la pérdida de su madre, y el tiempo aún no ha empezado a sanar la herida. Son las amigas de la adolescente las que se han convertido en la fuerza estabilizadora de su vida.

Se dirige a su despacho y enciende la televisión. Están emitiendo el final del partido Knicks-Cavaliers.

El teléfono suena. Ace comprueba la identificación de la llamada… Jeffrey Gordon.

—Ey, tío, ¿qué pasa?

—Se me ha antojado un helado. ¿Te hace?

Ace se sienta, con la adrenalina al máximo.

—Sí, claro.

—Te recojo en quince minutos.

Viviendo bajo el microscopio de Seguridad Nacional, con las líneas pinchadas y su correo electrónico monitorizado, Ace se ha visto obligado a codificar palabras, frases, y a planear sus propios trucos de prestidigitador para dirigir sus asuntos fuera del alcance del ojo federal.

Coge una vieja chaqueta de color marfil del gancho tras la puerta y abandona su oficina, cruza el pasillo y mete la cabeza en la habitación de Leigh.

—Cariño, Sam está dormido. Voy a salir un rato con el tío Jeff.

—Papá, ¿qué llevas puesto?

—¿Qué pasa? Es cómodo.

—Es blanco. No eres un viejo, ponte la chaqueta de cuero que te compró mamá.

—Claro. Volveré pronto. Ocúpate de todo, ¿vale?

Ignorando el consejo de moda de su hija, baja las escaleras mientras se cierra la chaqueta y espera en el exterior a que su amigo lo recoja.

* * *

A seiscientos ochenta kilómetros, moviéndose en una órbita estática sobre Long Island, está el satélite espía Onyx. Dirigido por la Oficina de Reconocimiento Nacional (ORN), una de las dieciséis agencias que conforman la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos (CIEU), el satélite es tan grande como un autobús y pesa más de quince toneladas. El satélite espía posee un panel solar de cuarenta y cinco metros y una antena de radar, todo alojado alrededor de su radar de apertura sintética (RAS), un sistema de impulsos que crea su propia iluminación, permitiendo que las imágenes sean procesadas durante el día o durante la noche, y en las peores condiciones climatológicas. Como parte de un programa de satélites altamente clasificado, y conocido colectivamente como Future Imaginery Architecture (FIA), ONYX fue duramente criticado hace siete años por miembros del Comité de Selección del Senado, por su alto precio (cuarenta mil millones de dólares) y por su incapacidad para penetrar los búnkeres subterráneos donde Irán y Corea del Norte alojan sus instalaciones nucleares. A pesar de estas objeciones, el programa fue financiado por los comités correspondientes tanto de la Cámara como del Senado.

* * *

Desde su laboratorio en los cuarteles generales del ORN en Chantilly, Virginia, el oficial técnico Garret Matsuura observa un vídeo en tiempo real que está siendo grabado de su sujeto, Ashley Futrell, «Ace». El japonés-americano de cuarta generación, empleado del ORN, ha sido asignado a Ace justo un mes antes, y ha estado coordinando las actividades del sujeto con su agente de Seguridad Nacional. Matsuura no sabe por qué su jefe está tan interesado en el antiguo trabajador de PetroConsultant, ni por qué su caso en concreto ha sido clasificado como «UMBRA», una inusual designación de alto secreto para la vigilancia doméstica de un ciudadano americano.

Matsuura termina los restos de su cena mientras el sujeto sube al asiento del pasajero de un Chevy Astrovan matriculado a nombre de la señora Gay Gordon, esposa del abogado neoyorquino que es amigo íntimo del hombre. El ordenador identifica al conductor como Jeffrey Gordon, el tipo que ha contactado con Futrell por teléfono veinte minutos antes.

Reconocimiento por satélite se mantiene con el vehículo mientras éste entra en el aparcamiento de una franquicia de helados. Los dos hombres permanecen a la vista junto a la ventanilla lateral del establecimiento y proceden a efectuar sus pedidos.

Matsuura bosteza.

«Gente normal viviendo vidas aburridas. Pasad de los helados con sirope caliente e id a un club de striptease o algo así, tíos. Me estáis matando de aburrimiento».

Los dos hombres vuelven a la furgoneta con sus postres. Después de varios minutos, el conductor sale del aparcamiento y se dirige al norte durante tres manzanas. Después se detiene en un Mini-Mart. Mientras Gordon echa gasolina, Futrell entra en el establecimiento para usar el baño.

* * *

Ace abre la oxidada puerta de metal y entra en el servicio de hombres.

El director de la CIA está ya dentro. David Schall cierra la puerta tras él, y entonces tiende a Ace un sobre.

En el interior hay fotos, todas en blanco y negro, tomadas desde una lente telescópica. Con las manos temblorosas, Ace mira fijamente el rostro del asesino de su esposa.

—Se llama Scott Santa, se escribe «S-a-n-t-a», pero se pronuncia «Shanta». Es ruso. Se mudó a Estados Unidos cuando era adolescente, y sirvió en la Guardia Costera como telegrafista antes de ser ascendido a oficial de embarque con acceso autorizado a asuntos de alto secreto. Sirvió en dos navíos, un cúter de alta resistencia de sesenta y cinco metros de eslora, procedente de New Bedford, y un reemplazador de balizas de cincuenta y cinco metros de Homer, Alaska. El reemplazador fue el primer navío que llegó al lugar donde el Exxon Valdez sufrió el derrame.

—Ve al grano.

—Hace doce años dejó la Guardia Costera y aceptó un puesto en la Corporación Vinnell. Se le asignó la instrucción de la Guardia Nacional Saudí.

—¿Vinnell? Espera… Vinnell es parte de la CIA.

Schall asiente, en parte avergonzado.

—Puedes imaginarte cómo ha picado esto mi propia curiosidad, y, antes de que digas nada, no, la CIA no ha sido quien ha castigado a tu mujer.

—Pero es evidente que alguien lo hizo. ¿Dónde está ese hombre ahora?

—No estamos seguros, aunque sospechamos que ha vuelto a Arabia Saudí… después de lo de Nueva York. Lo único que sabemos es que dejó Vinnell hace ocho meses. Ahora hace negocios en Jiddah y Riad, con armas pequeñas y cosas de ese tipo.

Ace se quita la chaqueta y baja la cremallera de un compartimento oculto en el forro. Mete el sobre en ese espacio, cierra la cremallera y luego vuelve a ponerse la chaqueta.

—Sospecho que nuestros caminos se cruzarán cuando esté en Arabia Saudí.

—Eso es asunto tuyo; hablemos ahora del mío.

Ace busca en el bolsillo delantero de su pantalón y saca varias páginas de notas. Se las entrega a Schall, que las lee rápidamente por encima.

—Estás de broma, ¿verdad? Esto es prácticamente una operación militar.

—Sí, bueno, por algo lo llaman el Lugar Vacío[27]. Rub al-Khali cubre seiscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados. ¿Crees que sólo íbamos a colocar un par de cartuchos de dinámica y a recoger una lectura sísmica? Es un lugar desagradable, una extensión sin fin de dunas de arena que se hielan durante la noche, a menudo con temperaturas cercanas al cero.

—¿No hay ningún modo de refinar la búsqueda?

—Yo la he refinado. Vamos a concentrarnos sólo en la esquina sur, cerca de los campos de Kidan, Shaybah y Ramalah. Además, echaremos un vistazo a lo que queda en Ghawar, el campo de petróleo más grande del mundo. Con esas lecturas geológicas podré compilar una tasación bastante precisa de lo que queda realmente en las reservas saudíes.

El director de la CIA se guarda la información en el bolsillo.

—Espero que seas consciente de que me llevará meses organizar todo esto.

—He pensado en mediados de abril. —Ace abre la puerta del baño para marcharse.

Schall lo agarra por el brazo.

—No lo has entendido, ¿verdad, tío? El presidente necesita esta información ahora, no dentro de tres meses.

—Entonces dile al presidente que le pregunte al rey Sultan. Mientras tanto, quítame a Seguridad Nacional de la espalda, tal como me prometiste, o no hay trato.

Soltando su brazo, Ace abre la puerta del baño y sale a la noche.

«Los principales obstáculos para investigar el terrorismo islámico fueron los intereses de las empresas petroleras estadounidenses y el papel jugado por Arabia Saudí en este asunto. Todas las respuestas y todo lo necesario para desmantelar la organización de Osama bin Laden puede ser encontrado en Arabia Saudí».

John O'Neill, experto en contraterrorismo del FBI

(O'Neill fue asesinado durante los ataques

del World Trade Center del 11-S).

«Las investigaciones del 11-S sacaron a la luz el «Puente Aéreo de Bin Laden» durante el periodo sin vuelos, e ignoraron los antiguos lazos comerciales que unen a la familia Bush con la fortuna de la familia Bin Laden. Una empresa en la que ambas familias tienen intereses, el Grupo Carlyle, mantuvo su reunión anual el 11 de septiembre, con la asistencia de George Bush Sr., James Baker y dos hermanos de Osama bin Laden».

911TRUTH.ORG

«La posesión no es nueve décimos de la ley. Es nueve décimos del problema».

John Lennon.