CAPÍTULO 15

BALTIMORE, MARYLAND

9 de enero de 2012

5:07 P.M. EST

El área residencial de Madison Square-Oliver, en el centro-este de la ciudad de Baltimore, está formada por treinta y dos manzanas de casas de ladrillo, ubicadas en calles y callejones estrechos que datan de principios del siglo XIX. Es, principalmente, un barrio afroamericano, salpicado de colegios, parques de bomberos, alguna ocasional iglesia de piedra y un par de negocios pequeños. Es una zona que se tambalea entre el deterioro urbano y la reconstrucción.

Jamal al-Yussuf sale del pequeño supermercado con dos bolsas de plástico. Puede sentir los ojos de los locales diciéndole que no pertenece a aquel sitio. Un duro viento de invierno atraviesa su chaqueta de lana, recordándole lo mismo.

Una sirena, aullando en la distancia, envía sus pensamientos de vuelta a Bagdad.

* * *

Como muchos de sus paisanos, Jamal nació en la pobreza. La guerra de Irak con Irán había sido larga y violenta, y le había robado un primo y dos tíos. El conflicto había exterminado a toda una generación de personas. La amenaza americana de 1991 había llevado el terror a su hogar, seguida por una década en la que habían vivido con los recursos mínimos.

Pero nada podría haber preparado a Jamal para la violencia que se aproximaba.

Jamal tenía diecinueve años cuando Bush hijo desafió públicamente a Saddam. Como era chiita, Jamal no estaba interesado en luchar por el régimen, pero los oficiales militares a los que había sido asignado amenazaron con disparar a cualquiera que no luchara contra los invasores extranjeros. Le dieron un uniforme y un rifle, y lo enviaron a Safwan, un puesto de vigilancia militar a varios kilómetros de la frontera. Había algunos soldados profesionales entre sus tropas, pero los oficiales sunitas con mayor instrucción se mantenían cerca de Bagdad.

Cuando aparecieron los primeros aviones americanos, Jamal se puso muy nervioso, pero no se produjeron bombardeos, sólo un borrón de papeles blancos cayendo del cielo. Los panfletos advertían al ejército iraquí de que no luchara, que Saddam sería vencido y que era mejor rendirse.

Jamal no quería luchar, pero nadie confiaba en los americanos. El padre de Bush había llevado a Saddam al poder, y más tarde había liderado la lucha para derrocar al dictador, pero fue detenido en seco. No era un secreto que los americanos habían llegado para dominar la región y llevarse el petróleo iraquí. La mayoría de los iraquíes odiaban a Saddam, pero tampoco querían a los americanos. Lo único que querían era gobernar ellos mismos su propio país, libres de interferencias extranjeras.

Una noche, Jamal estaba de servicio cuando una ráfaga ensordecedora golpeó el puesto… Los marines estadounidenses habían abierto fuego con sus obuses de 155mm. Jamal tiró su arma y huyó. Minutos más tarde, el puesto de observación explotó en una enorme bola de fuego.

La noche se convirtió en un infierno en erupción, mientras los helicópteros americanos volaban bajo para lanzar sus misiles. Siguieron horas de explosiones, y había incendios por todas partes. Jamal corrió por las calles, cubiertas de cadáveres achicharrados y camiones ardiendo en los que los cuerpos de los soldados se habían fundido, literalmente, por las explosiones.

Aquello no fue una batalla, fue una masacre, y Jamal no quería formar parte de ella. Se despojó de los restos de su uniforme, robó una motocicleta y condujo de vuelta a Bagdad mientras las ametralladoras hacían agujeros en el aire y las columnas de grasiento humo negro crecían desde los edificios derrumbados. Los supervivientes se tambaleaban por las calles. Aquellos que aún tenían extremidades ondeaban banderas bancas ensangrentadas.

Jamal volvió a la casa de su familia al amanecer, pero la guerra lo había seguido hasta casa. La explosión de una bomba había derrumbado el techo y los escombros habían aplastado y matado a su padre. La madre de Jamal estaba gritando… su hermano menor estaba gravemente herido, tenía la barriga abierta. Jamal lo cogió y corrió a través de las calles destrozadas por la batalla hasta el hospital. Su mano era lo único que mantenía los órganos del chico en el interior de su cuerpo. Su hermano murió antes de que Jamal pudiera conseguirle atención médica.

Los siguientes días fueron un caos, los aviones americanos siempre sobrevolándolos, las bombas siempre explotando en un mundo que se había vuelto loco. No había electricidad, ni agua, apenas había suficiente comida, y el caos reinaba en todas partes. Cuando los bombardeos se alejaban, Jamal y sus primos tomaban las calles y saqueaban las tiendas como ratas hambrientas.

Para finales de semana, los ocupantes habían llegado.

Irak es un país sectario compuesto de árabes chiitas, sunitas y kurdos, que son sunitas con un perfil étnico distinto. Bajo el reinado de Saddam, la élite sunita había gobernado el país, a pesar de que los chiitas representaban el sesenta por ciento de la población. La invasión de los Estados Unidos puso fin a esa disposición, y los chiitas se movieron rápidamente para intentar conseguir el poder gracias a su superioridad numérica.

Para agravar el caos estaban los insurgentes chiitas de Irán, que vieron una oportunidad para inyectar su influencia fundamentalista en la vecina Irak. La estabilidad fue interrumpida también por Abu Mousab al-Zarqawi, el líder de al-Qaeda en Irak, un extremista sunita. Además estaban los comodines… los clérigos radicales como Muqtada al-Sadr, que gobernaba su ejército Mahdi de chiitas violentos. Mientras las tropas estadounidenses luchaban por mantener el orden en esta tormenta de facciones nacionales e internacionales en competición, la población iraquí batallaba por sobrevivir.

Al ser chiitas, Jamal y su familia eran miembros de la pobre clase trabajadora iraquí. En realidad, una invasión americana hubiera sido bienvenida… hasta las primeras horas del ataque, en las que las bombas iraquíes mataron a tres de sus familiares. Devastados por estas pérdidas, Jamal y su familia intentaron arreglárselas en una ciudad gobernada por los vándalos, en una nueva existencia carente de seguridad y de las comodidades más sencillas.

Meses después de la invasión, a los residentes de Bagdad se les suministró por fin un plan de energía que proporcionaba unas escasas dos horas al día de electricidad. En los días cálidos, las temperaturas podían alcanzar unos ardientes cuarenta y nueve grados. Para aquellos que tenían generadores, encontrar combustible se convertía en un problema incluso mayor. En un país que poseía una de las mayores reservas de petróleo de Oriente Medio, la gente estaba obligada a esperar largas colas en las gasolineras para poder repostar. Aunque la milicia americana y la élite del gobierno siempre parecían tener combustible. Ocasionalmente, Jamal y sus amigos podían comprar gasolina en el mercado negro, pagando más de doscientos cincuenta dinares iraquíes por litro, veinte veces más de lo que se pagaba en época de Saddam.

Los americanos instituyeron el toque de queda a las 6:00 p.m., así como un límite horario de conducción. Sin electricidad, la madre de Jamal resolvió preparar la comida en el calentador de queroseno. Se bañaban con agua fría, porque en el hogar de los al-Yussuf no había electricidad para calentar el agua. Cenaban a la luz de las velas, y después Jamal leía a sus sobrinos y primas pequeños. Se levantaba a las cuatro y media de la mañana para unirse a sus amigos en la cola de la gasolinera, que a menudo era de un kilómetro de larga. El frío era insoportable, y muchas veces la estación de servicio se quedaba sin gasolina antes de que llegara su turno. Los días buenos conducían de vuelta en el coche del primo de Jamal, pero la mayoría de los días tenían que caminar.

Mientras esperaba en la cola, Jamal escuchaba rumores de insurgencia. Algunos estaban convencidos de que la carencia de gasolina había sido provocada por los americanos para limitar el número de vehículos en las carreteras. Otros creían que los candidatos locales estaban aprovisionándose de cara a las inminentes elecciones, para poder proporcionar gasolina más tarde y aparecer así ante el pueblo como héroes.

El cebo de los insurgentes iraníes, que ofrecían quinientos dólares americanos al mes a los chutas locales por atacar coches de policía y tanques americanos con sus lanzagranadas, estaba siempre presente. Jamal se sintió tentado, pero desconfiaba de sus ofertas.

A medida que pasaban los meses y los años, la vida en Bagdad mostraba señales esporádicas de mejoría. Aun así, había siempre una palpable sensación de ansiedad en el aire. Los residentes mostraban que su pasajero semblante de normalidad podía ser roto en añicos en el siguiente minuto por una explosión.

Una mañana, la familia de Jamal estaba caminando por una calle cubierta de basura cuando se encontraron con un objeto metálico que sobresalía de entre la suciedad. Dos soldados americanos se dieron cuenta y, en cuestión de minutos, el área fue acordonada. Mientras se reunía la multitud, llegó un equipo de demolición y afirmó que era un AEI (Artefacto Explosivo Improvisado). Los soldados hicieron que los civiles retrocedieran varios cientos de metros, y entonces la explosión más ruidosa que Jamal había oído nunca golpeó aquel vecindario de Bagdad. Las ventanas se hicieron añicos, los niños gritaron. Pero, cuando el polvo se asentó, Jamal vio que todo el mundo estaba bien. Mientras pasaban junto al humeante cráter de la carretera, Jamal dio las gracias con un asentimiento a dos de los soldados.

Las elecciones trajeron un nuevo tipo de aprensión. Las listas de candidatos estaban compuestas tanto por gente afiliada a los americanos, liderados por el menospreciado Ahmad Chalabi, como por jeques tribales cuya repentina aparición en la política iraquí amenazaba con convertir el estado secular del país en uno que bordease el fanatismo religioso. Para aumentar la incredulidad Iraquí… cada lista electoral tenía que ser confirmada por Ali al-Sistani, un ayatolá nacido en Irán.

Ser confinado en el interior de una ciudad con el constante asedio de extranjeros armados que no hablan tu idioma crea una incómoda sensación entre los locales. Muchos iraquíes creían que, si una explosión no los había herido o matado, lo harían las fuerzas de seguridad americanas o iraquíes. Y siempre existía el horrible miedo a ser llevado a Abu Ghraib como yihadista sospechoso. A pesar de los conflictos de los que se informaba, los sunitas y chiitas habían coexistido pacíficamente en Irak a través de su historia compartida, a menudo interrelacionándose a través del matrimonio. Pero cuando el gobierno es inestable y se carece de seguridad, los grupos raciales y religiosos tienden a reunirse buscando protección, incluso aunque eso signifique congregarse con los elementos más extremistas de una secta.

La falta de seguridad siempre parecía mantener la vida tambaleándose entre la promesa de la democracia y la expectación del caos. Uno podía sentirse orgulloso de ser testigo de la construcción de nuevas tiendas y áreas residenciales, y aun así ver, junto a ellas, estructuras gubernamentales que continuaban siendo armatostes bombardeados.

La psique de Jamal también estaba tambaleándose, y sus pensamientos estaban dominados por el temor a perder más miembros de su familia. A medida que el tiempo pasaba, su visión se aclaró. Sus primos tomaron las calles para vender sus mercancías y comenzar a ganarse la vida decentemente, y Jamal se las arregló para conseguir un trabajo en la construcción. Las colas de espera en las gasolineras se hicieron gradualmente más cortas, la electricidad permanecía activa durante más tiempo… la vida parecía estar mejorando realmente.

Entonces, a últimos de febrero del 2006, yihadistas extranjeros, vestidos como policías iraquíes, colocaron explosivos en el interior de la mezquita chiita de al-Askari. El santuario de la cúpula dorada era uno de los lugares santos del Islam para los chiitas, y su destrucción provocó un frenesí de represalias contra las mezquitas sunitas. Entre la violencia, un grupo de jóvenes de Bagdad dispararon a un vehículo de combate estadounidense, desarmándolo. Al ver a los chicos celebrándolo, un helicóptero americano descendió en picado y disparó… Una ráfaga de balas mató a los jóvenes que estaban en plena celebración.

Dos de los sobrinos de Jamal estaban entre los muertos, y Jamal fue testigo de la masacre. Había sido un momento en el que la realidad se rasgó, incluso peor que cuando había llevado a su hermano moribundo en sus brazos. El reinado de Saddam era opresivo, pero mantenía a raya la anarquía. Ahora que la presa se estaba rompiendo, la sangre de los niños inocentes estaba en las manos de todos, y Jamal al-Yussuf ya no podía soportar estar en su propia piel.

Tenía que atacar, tenía que hacer algo…

Dos días después, se marchó a Teherán.

* * *

Cuatro manzanas al norte, dos al este, y ya está de vuelta en la casa de piedra oscura con la puerta de aluminio negro. Sube los peldaños de cemento cubiertos de nieve y abre la puerta.

Jamal entra en la cocina y deja la compra sobre el mostrador de linóleo barato, donde encuentra la nota.

Esta noche: 7:30 P.M.

Terminal Marina Dundalk

Autopista Broening 2700

«Para el 2012 necesitaremos cincuenta millones de barriles [de petróleo] adicionales al día».

Dick Cheney, vicepresidente (cincuenta millones de barriles

es equivalente a más de seis veces

la producción diaria de petróleo de Arabia Saudí en 2006).

«Admitiré que hubo… actuaciones contradictorias».

Presidente George W. Bush, refiriéndose a su presupuesto del

2006, en el que se destinaron veintiocho millones de dólares para la

investigación de combustible renovable…

después de su discurso sobre el Estado de la Nación del 2006, en

el que hacía un gran énfasis en el uso de fuentes de energía alternativa.

Contradictoriamente, el ministerio de Interior recompensó a las

compañías petroleras con una reducción fiscal de siete mil

millones de dólares por perforar en terreno público.

«El cambio es la ley de la vida. Y aquellos que sólo miran el pasado, o el presente, ciertamente, van a perder el futuro».

Presidente John F. Kennedy.