CARBONDALE, ILLINOIS
3 de enero de 2012
8:47 P.M. CST
La furgoneta blanca se dirige al este por la calle principal, justo por debajo del límite de velocidad, antes de girar al sur y entrar en un barrio residencial. Los letreros magnéticos del vehículo lo identifican como perteneciente a una empresa de mejoras para el hogar de Decatur, Illinois.
Mike Tursi comprueba la hora. Llega cuarenta minutos antes, y eso le da una oportunidad para examinar el vecindario antes de hacer la entrega.
* * *
Michael Tursi tenía veintiún años cuando llegó a la Base Aérea Sheppard, en Wichita Falls, Texas, para empezar su instrucción como Técnico Analista de Misiles Balísticos… TAMB, para abreviar. Después de catorce meses de intenso entrenamiento, el Turco conocía todas las partes que componían un misil balístico intercontinental. Después de la graduación, se le dieron treinta días de permiso antes de partir a la Base de las Fuerzas Aéreas Vanderberg, en Santa María, California, para sus prácticas de instrucción con cabezas nucleares.
La entrada de Tursi en Vanderberg comenzó con el visionado de películas clasificadas que detallaban los efectos de la radiación termonuclear. El Turco y sus compañeros quedaron horrorizados al ser testigos de la muerte de los soldados americanos de la década de los 50 que, haciendo el papel de «ratas de laboratorio», habían sido expuestos a explosiones nucleares. Los afortunados habían sido vaporizados por la detonación, y el resto había muerto lentamente, agonizando por el envenenamiento radioactivo.
Una vez estuvieron preparados mentalmente, comenzó el entrenamiento. Las simulaciones escenificaban todos los accidentes posibles, incluyendo el lanzamiento y la recuperación de un misil real que fue lanzado sobre el Pacífico.
Después de su graduación en Vanderberg, Tursi, por fin, recibió su primer emplazamiento oficial… la Base de las Fuerzas Aéreas Little Rock en Arkansas. Era el año 1983, la era de la Guerra Fría y de las tensiones entre los miembros del «Escuadrón de Dios».
Little Rock era uno de los puntos clave, ya que contenía docenas de silos de misiles balísticos con misiles nucleares Titan II. Después de llegar a la base, a Tursi se le asignó una habitación y una brigada. Todos los miembros del equipo del Turco tenían que conocer el trabajo de los demás, por si se necesitaba un lanzamiento y el operario estaba herido, muerto, o por si se había «rajado» ante la perspectiva de disparar un arma diseñada para matar a millones de personas. Los simuladores de instrucción se usaban para examinar a cada individuo y equipo, y la brigada del Turco siempre había obtenido un AC (Altamente Cualificado).
Lo peor eran las alertas. Entrar en alerta significaba levantarse a las cuatro de la mañana, llegar al cuartel general del escuadrón a las cinco y media, y pasar por las rutinas de seguridad. Cada silo subterráneo estaba conectado con un túnel donde los equipos se reunían. Para poder entrar, un operario tenía que llamar al equipo que estaba en su interior con la contraseña correcta y el código de emergencia (este último en caso de que algo fuera mal). Los operarios, durante una alerta, van fuertemente armados. Ni siquiera la policía tiene autoridad sobre un TAMB en alerta.
Al llegar a la entrada subterránea, sólo se permitía que uno de los operarios entrara en el portal exterior para introducir el código. Una vez dentro, el equipo de reemplazo completaría un VRD (Verificación de Reemplazo Diario), que significaba entrar físicamente en el silo de los misiles e inspeccionar las partes críticas del misil balístico intercontinental, incluida la cabeza nuclear. Al trabajar en el silo, Tursi podía sentir realmente el calor que emanaba de la cabeza nuclear. Y a medida que se adentraba en el silo, el olor del combustible y el oxidante se hacia más fuerte.
Durante la alerta, un equipo TAMB era sellado en el interior del búnker de misiles durante un mínimo de veinticuatro horas. En una ocasión, las torres refrigeradoras del silo de Tursi se apagaron y la temperatura se elevó hasta niveles críticos, lo que forzó a su equipo a quedarse con el misil balístico intercontinental noventa y seis horas hasta el que sistema fuera arreglado. En esa ocasión, el accidente se evitó.
Los misiles balísticos intercontinentales exigen mantenimiento. El Servicio de Transferencia Propulsor (STP) era una rutina que exigía que un equipo cambiara el combustible y el oxidante de cada parte del misil. Era un procedimiento peligroso, porque los misiles balísticos tienen una piel muy fina que puede ser perforada con facilidad. Se necesitan dos largas llaves inglesas, que van unidas por trabillas a los cinturones de herramientas de los técnicos, para aflojar el tubo de abastecimiento del misil Titan II. Como suele pasar, el olvido más pequeño a menudo conduce al mayor de los accidentes.
El equipo de Tursi estaba terminando un STP cuando un operario, que había olvidado sujetar su trinquete a su cinturón de herramientas, tiró accidentalmente la pesada herramienta. La llave cayó en el silo, golpeó el muro y dio contra el misil, agujereando el tanque inferior del mismo. El combustible manó a borbotones del Titan II, formando un charco en el suelo del silo.
Michael Tursi sabía que la explosión era inminente, pero se quedo junto a la cabeza nuclear y desconectó rápidamente los circuitos electrónicos con la esperanza de evitar que el artefacto nuclear detonara cuando el fuel se inflamara.
Cuando la base entró en fase de aislamiento y alerta roja, la emergencia alcanzó un estado crítico, y el equipo de Tursi evacuó el silo. Michael esperó hasta el último momento posible, y después corrió al jeep que les esperaba. Minutos después de despejar la zona de perímetro, el combustible explotó, y la detonación hizo saltar por los aires la puerta de veinte toneladas del silo hasta un kilómetro de distancia. El humo y los escombros cubrieron kilómetros en cada dirección, pero la cabeza nuclear no detonó.
Si lo hubiera hecho, una sección importante de Arkansas hubiera sido vaporizada y contaminada.
No se permitió que la prensa se acercara a menos de quince kilómetros de la base. El personal que vivía en el interior del aro de seguridad, o se quedó en casa o fue arrestado. Al amanecer encontraron la cabeza nuclear, con la carcasa arrugada y el instrumento nuclear aún intacto.
No se concedieron medallas, la historia se tapó y la causa real del incidente se mantuvo bajo la manta. Durante los siguientes cinco años, la Guerra Fría terminó, el inestable Titan II quedó desfasado y Michael Tursi se quedó sin trabajo. Pero su cabeza fría había sido debidamente tomada en cuenta por inteligencia militar.
Dos días después de dejar Little Rock, Arkansas, el Turco fue reclutado por la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, y su primera asignación fue… la CIA.
* * *
Michael Tursi recorre la calle tres veces, dando la vuelta por rutas distintas antes de seguir, finalmente, la carretera hasta su término en la calle sin salida. La furgoneta es alquilada, y su matricula de Maryland está asignada a un vehículo propiedad de Dubai Ports World, de Baltimore.
Tursi aminora la velocidad al aproximarse a una casa de una sola planta y tres habitaciones ubicada en una parcela irregular. Un camino de cemento guía a un garaje de tres plazas que el ocupante usa como taller. El patio trasero está densamente arbolado, ya que es parte del Parque Nacional Shawnee. Las aguas verdosas del lago Deer se ven a lo lejos.
La casa pertenece al profesor Eric Mingyan Bi.
* * *
El profesor Bi, experto en fisión nuclear y ahora catedrático de la Universidad Southern Illinois, nació hace sesenta y dos años en Qingdao, China, y llegó a Estados Unidos con sus padres cuando tenía diez años. El padre de Eric Bi era chino, un ingeniero civil que trabajó en muchos proyectos de presas hidroeléctricas. La madre de Bi, Adzumi, era japonesa, y su familia procedía de Urakami, un suburbio de Nagasaki, ubicado en Kyushu, la isla más al sur de las cuatro islas principales japonesas. El padre y el tío de Adzumi tenían un importante negocio de importación/exportación en el puerto cuando ella era pequeña, y su clan fue «reclutado» por la marina del Emperador para organizar travesías de abastecimiento durante la Segunda Guerra Mundial.
El 6 de agosto de 1945, el Imperio Japonés cayó cuando la ciudad de Hiroshima fue abrasada por un «fuego en el cielo». Inmediatamente después del ataque atómico americano, el padre de Adzumi sacó un billete para que su esposa y sus hijos dejaran la isla.
Tres días después, a las 11:02 a.m. del 9 de agosto, una bomba nuclear aún más potente llamada Fat Boy[23] fue lanzada sobre Nagasaki. El primer objetivo había sido Kokura, pero las nubes habían oscurecido la visión del piloto. El arma explotó directamente sobre Urakami, vaporizando el pueblo, así como el extremo norte de Nagasaki. En un abrir y cerrar de ojos, treinta y nueve mil personas fueron exterminadas. El doble sobrevivió durante semanas al letal envenenamiento radiactivo, y el padre y los tíos de Adzumi estaban entre ellos.
Adzumi se estableció en China cuando tenía diecisiete años, en el momento en el que Japón finalmente se rindió a los Aliados. Catorce años después, su marido llevó a su familia a Estados Unidos para poder estudiar ingeniería sísmica. Como hijo único, Eric creció escuchando a su madre contar aquellos últimos y horribles días de la guerra… relatos que animaron al chico a aprender cómo aprovechar aquel increíble poder. Después de un máster y un doctorado en física, Eric pasó tres años en el Laboratorio Nuclear Los Alamos, en Nuevo México, tutorado por Wen Ho Lee, un científico nuclear que fue más tarde acusado de robar secretos militares para China.
Wen Ho Lee fue exonerado, y la sospecha de espionaje se dirigió entonces al profesor Eric Mingyuan Bi.
* * *
Tursi conduce la furgoneta lentamente por el camino y aparca a un metro y medio de las puertas cerradas del garaje. El Turco sale de su vehículo con una pequeña caja de cartón en las manos.
El profesor Bi sale de su cocina y se pone un abrigo.
—Llegas temprano.
Tursi asiente.
—Vamos dentro a charlar.
Eric Bi abre la entrada lateral del garaje y dirige al agente de Apoyo Estratégico al interior. Hay un Ford Explorer negro aparcado en la plaza central. Una cortadora de césped y un quitanieves ocupan otra de las plazas. Hay herramientas colgadas en una de las paredes. Nada fuera de lo normal, excepto que el garaje está climatizado y aislado.
Tursi le entrega la caja de cartón. El profesor seca la humedad de sus gafas de montura metálica y abre la caja. Escarba entre los montones sellados en plástico de billetes de cien dólares.
—¿Doscientos mil?
—Está todo ahí. Puedes contarlo más tarde. Conseguirás el resto cuando hagas la entrega final. Vamos a ver el colex.
Bi vuelve a meter los fajos de billetes en la caja y dirige a Tursi hasta un armario de almacenamiento. Aparta una carretilla y retira la deteriorada alfombra, exponiendo el suelo de madera. Usando una palanca que cuelga tras la puerta, suelta tres de las tablas del suelo. Varios peldaños de cemento guían al sótano.
El profesor chino entra primero para encender las luces, y Tursi lo sigue.
La habitación tiene casi treinta metros cuadrados, un techo de cuatro metros y muros emplomados sin ventanas. Un generador de propano de 16000 vatios ocupa una de las esquinas de la habitación, y un contenedor de plomo del tamaño de una lavadora pequeña está colocado en el muro opuesto, junto a otro contenedor de plástico de tamaño similar. Un traje aislante yace sobre el respaldo de varias sillas.
En el centro del sótano hay un objeto inmenso… un tanque rectangular de hierro de dos metros de alto y de profundidad, y tres metros de largo. Treinta agujeros del tamaño de pelotas de béisbol cubren el lado izquierdo del tanque, y cada agujero aloja un donut de goma. El tanque no tiene puesta la cubierta superior, y revela una vaina interna de metal que divide el tanque en dos. La vaina es porosa y tiene agujeros del tamaño de una moneda de veinticinco centavos. En el fondo del tanque hay una serie de elementos caloríficos, cuyos aislados cables eléctricos salen del tanque y se conectan al generador.
En el lado derecho del tanque hay una tubería que llega hasta dos centrifugadores de dos metros de alto, ambos interconectados.
Michael Tursi mira el interior del tanque, desconcertado.
—No sé, Bi, ¿estás seguro de que esta cosa va a funcionar?
—Funcionará. ¡Te garantizo que funcionará!
—Vale, relájate, hazme un resumen de la explicación.
—Lo que tienes aquí es un colex… una unidad de intercambio diseñada para convertir, o enriquecer, el uranio-235 hasta uranio-238. —El profesor Bi señala el lado izquierdo del tanque—. Las barras de combustible del U-235 se colocarán en esos agujeros, y el uranio sin enriquecer se colocará en el interior del tanque. El tanque contendrá el agua pesada, así como una mezcla de ácido nítrico, hidróxido de amonio, ácido hidrofluorídrico y flúor. Los elementos caloríficos calentarán el agua hasta unos precisos 250 grados Fahrenheit. Entonces se creará una reacción química que convertirá el U-235 en hexafluoruro de uranio, o UF-6.
El físico señala los dos altos centrifugadores colocados en el exterior del tanque principal.
—Este primer centrifugador arrastrará el UF-6 a través del muro poroso, separando el U-238 enriquecido del uranio-235 empobrecido. Este segundo centrifugador tiene dos salidas distintas. El uranio-238 enriquecido se elevará y será absorbido por esta primera toma, y después se almacenará en un tanque de plomo, hasta que haya suficiente. El TJ-235 empobrecido será arrastrado hasta esta salida de abajo y almacenado en un contenedor distinto. El proceso se repite hasta que haya suficiente uranio enriquecido para crear nuestros dos paquetes.
—¿Cuánto tardarás en hacer el trabajo?
—Cada barra de combustible podría producir un gramo de uranio enriquecido al día. Treinta barras de combustible, treinta gramos al día, así que calcula unos seis meses. ¿Cuándo vas a entregarme las barras de combustible?
—Pronto.
—No puedo salirme del plazo.
—Tú asegúrate de que todo lo demás está preparado. Bi asiente, nervioso, deseando que el peligroso hombre se vaya.
—Ven, te enseñaré dónde tienes que poner la manguera.
Tursi sigue al profesor de vuelta por la escalera, hasta el garaje. Bi desatranca una tapa rectangular situada en la parte de debajo de la puerta del garaje.
—Mete la manguera por aquí.
El Turco sale del garaje. Usando su llave electrónica, abre las dobles puertas traseras de la furgoneta.
Asegurado sobre el suelo hay un contenedor de almacenamiento de polietileno de mil galones lleno del agua pesada que ha sacado de la planta de energía canadiense. En la parte inferior del contenedor y conectados a él hay sesenta metros de manguera.
Tursi toma el extremo de la manguera y lo pasa a través del agujero en el suelo del garaje. En el interior, el profesor Bi coge el extremo. Pasan varios minutos, y entonces Bi da unos golpecitos en la ventana del garaje, lo cual indica que está preparado.
El Turco abre la válvula y libera las aguas pesadas. Se apoya contra la furgoneta y enciende un cigarrillo… sin percatarse de que cada uno de sus movimientos está siendo grabado.
* * *
En la casa de dos plantas situada justo en frente, al otro lado de la calle, el agente del FBI Elliott Green trabaja en un escritorio improvisado en la habitación principal, cuyas ventanas dan a la casa del profesor Bi. Green, a sus cuarenta años, ha pasado los dos últimos en un trabajo de oficina en la división del CCI (Crímenes Contra la Infancia) en Springfield, Illinois. El objetivo del agente siempre había sido trabajar en contraterrorismo, pero las vacantes en el FBI de Chicago son pocas, y muy espaciadas. Puesto que sabía que su joven agente necesitaba un cambio desesperadamente, el supervisor de Green, un antiguo policía llamado Charles Jones, le había ofrecido un puesto de campo… un trabajo que, originariamente, había salido del Departamento de Energía. Green había aceptado encantado.
El «trabajo de campo» había resultado ser un trabajo de investigación sobre el profesor Eric Mingyuan Bi.
Elliot Green había ocupado la casa al otro lado de la calle del físico nuclear asiático-americano durante dos meses, después de comprarla a través de una empresa falsa ubicada en Florida a su propietario original, una viuda de ochenta y dos años. Para endulzar el trato y apresurar su mudanza a una residencia de ancianos local, la empresa había estado de acuerdo en comprar la casa con todos los muebles.
Aunque Green disfrutaba de su nueva situación, echaba de menos a su esposa y a su hijo de seis años. Odiaba el olor a «vieja» que flotaba en el aire y se negaba a sentarse en cualquier mueble, o a usar la vajilla que estaba cogiendo polvo en los desconchados muebles amarillos de la cocina. Vivía casi exclusivamente en la habitación principal, que había renovado con una capa de pintura blanca, alfombras nuevas, una cama y un mueble multimedia, cuya televisión de pantalla plana estaba conectada a las cámaras de circuito cerrado que vigilaban las actividades al otro lado de la calle.
Después de dos meses de vigilancia continua, el agente del FBI sabía a qué hora se despertaba el profesor Bi cada mañana, sabía qué comía para desayunar, su horario de clases en la universidad, dónde almorzaba y con quién hablaba en la facultad. Hasta ahora, no había encontrado nada fuera de lo normal sobre lo que informar, excepto que Bi pasaba muchas horas en su garaje de tres plazas, que era también su taller de bricolaje… Hasta esta noche.
Green observa la escena mientras se graba y reproduce en el monitor. Hace zoom en el cuadrado rostro del hombre mientras éste busca algo en el interior de su furgoneta. Después de veinte minutos, las puertas traseras del camión de mejoras del hogar se cierran y el conductor sube de nuevo al vehículo.
La furgoneta se aleja… el agente Green se queda trabajando.
«Fuentes militares estadounidenses han dado al FBI información que sugiere que cinco de los supuestos secuestradores de los aviones que se usaron en los ataques terroristas del martes recibieron instrucción en instalaciones militares de seguridad norteamericanas durante la década de los noventa. [Mohammed Atta] pudo haber sido entrenado en estrategia y tácticas en la Academia de las Fuerzas Aéreas de Montgomery, Alabama, según declaró otro oficial de alto rango del Pentágono».
NEWSWEEK, 15 de septiembre de 2001.
«Debéis confiar en nosotros. Somos hombres honorables».
Richard Helms, director de la CIA (1971).
Extracto del libro:
Al borde del infierno:
Una disculpa a los supervivientes
por Kelli Doyle,
Consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca
(2002-2008).
El próximo 11-S tendrá lugar un ataque nuclear. En un infernal instante de crueldad, millones de americanos inocentes serán convertidos en polvo. Peor destino tendrán aquellos que escapen de la explosión inicial. Ciegos, con la carne abrasada hasta los huesos, yacerán, esperando, durante horas y días, agonizando mientras rezan para que el Ángel de la Muerte se los lleve.
Si vives en una de las ciudades objetivo, tus días pueden estar ya contados. ¿Estás de viaje de negocios? ¿Visitando a unos familiares? La vida es un juego de azar. Hazme caso, sé de lo que hablo. Algunos se hacen ricos, otros padecen cáncer, y si ésa es la voluntad de Dios, que así sea. Pero los sucesos del 11 de septiembre de 2001, y los ataques aún más devastadores que están por llegar, no tienen nada que ver con el Todopoderoso… No, estas muertes son parte de una gran confabulación premeditada, planeada y financiada por una minoría moral convencida de que sólo ellos han sido bendecidos con el poder de llevar a cabo el trabajo del creador.
No puedo darte la fecha exacta del ataque, ni puedo decirte dónde va a suceder, pero puedo presentarte las circunstancias que nos guiarán por ese camino de destrucción… y lo que puedes hacer para evitarlo.
* * *
Para comprender cómo hemos llegado a este punto, empezaremos con una breve lección de historia… que llamaremos «Levantamiento y caída del Homo Petroleum». El petroleum, por supuesto, es petróleo, y lo estamos consumiendo más rápido de lo que tardamos en poder extraerlo del suelo. El petróleo alimenta la economía, la economía pone en funcionamiento al ejército, y fue la combinación de estas tres cosas lo que dio a luz a los tres grupos que se disputan el control de Oriente Medio: la Casa de Saud, los neoconservadores y los extremistas islámicos.
Los tres jugaron un papel en los sucesos del 11-S, y los tres estarán involucrados cuando una detonación nuclear borre del mapa una ciudad americana.
Comencemos con la Casa de Saud.
El rey Sultan bin Abdel Aziz, el (anticipado) séptimo gobernante de Arabia Saudí, es el último miembro superviviente de los «Siete Sudairi», los siete hijos de Hassa bint Ahmad Sudairi, la esposa favorita de Abdul Aziz bin Abdul Rahman al Saud, más conocido como Ibn Saud. Los libros de historia representan a Ibn Saud, el fundador del Reino de Arabia Saudí, como un líder natural, un hombre devoto a su fe, un sabio visionario que unificó la península árabe y que usó los recursos de su país para beneficiar a su pueblo.
Ibn Saud no fue ni un unificador ni un hombre sabio, y ni siquiera era descendente de la realeza. Ibn Saud era una bestia asesina cuya familia llegó al poder gracias a su fortuita relación con una potencia extranjera; su riqueza fue un hallazgo que no se había ganado, y que le llevó al poder absoluto y a la fragmentación de su país.
La historia de la península árabe data de hace más de cinco mil años, desde las distintas tribus semíticas… ancestros de los acadios, sirios, hebreos y árabes. En aquel entonces, la religión entre las tribus árabes se componía de distintas formas de paganismo, aunque muchos árabes se convirtieron finalmente al judaismo y cristianismo. Más tarde, en el año 622 d.C, un hombre llamado Muhammad[24], nacido en la familia de Banu Omar, comenzó a predicar una nueva religión monoteísta que se adhería a las enseñanzas de Abraham y que rechazaba la idolatría. Obligado a dejar su hogar en la Meca, Muhammad y sus seguidores consolidaron la base de su poder en Medina, y ocho años más tarde los musulmanes volvieron para capturar la ciudad por la fuerza. Muhammad murió dos años después, y fue sucedido por su suegro, Abu Bakr.
Animado por las conquistas musulmanas, el Islam se extendió rápidamente. La Meca se convirtió en la capital espiritual del Islam, y Medina en su centro administrativo, religioso e intelectual. Durante los siguientes mil años, diferentes sectas musulmanas lucharon por el control de Arabia, pero todas fueron aplastadas por el levantamiento de los mongoles, y finalmente del Imperio Otomano, que controló la región hasta el siglo XV.
En 1745, un advenedizo llamado Muhammad bin Saud, emir del pueblo de Dariya en Nejd (Arabia central), unió sus fuerzas con un líder espiritual llamado Muhammad ibn 'Abd al-Wahhab, que predicaba una violenta y severa interpretación del Islam. Durante los siguientes setenta años, el movimiento «Wahhabi» y la Casa de Saud llevaron a cabo una yihad (guerra santa) a través de Arabia, antes de tener que retroceder en 1818 ante los turcos otomanos y sus aliados egipcios.
Los Saud y los Wahhabis retrocedieron hasta Riad, que se convirtió en su capital. En 1890, el titiritero de la Casa de Saud, Abdul Rahman bin Faisal, fue obligado a abandonar Riad, y la familia Saud fue enviada al exilio en Kuwait.
En 1901, el hijo de Abdul Rahman, Ibn Saud, de veintiún años, sucedió a su padre y reclamó la tierra de su familia. Un año más tarde, el ejército de Saud recapturó Riad, después de asesinar al gobernador de Rashidi. Durante los siguientes años, Ibn Saud conquistó la mitad de Nejd, sólo para ser obligado a retroceder, una vez más, cuando el Imperio Otomano ayudó a su antiguo enemigo, la Casa de Rashidi.
La Primera Guerra Mundial cambió la suerte de Ibn Saud, y, con ello, el destino del mundo moderno.
Los intereses británicos en la península árabe habían crecido desde finales del siglo XIX. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, los líderes británicos creyeron que era necesario representar a una de las cuatro familias árabes en el gobierno, con la esperanza de quitar el control de la región a los turcos.
Ibn Saud no estaba enlazado con los descendientes de Muhammad, y eso lo hacía la marioneta perfecta para satisfacer las necesidades inglesas. Entre 1911 y 1914, Ibn Saud usó su nueva vía de suministros de dinero y armamento británico para convertir su hermandad Ikhwan (una secta de los beduinos wahhabi) en una multitud con sed de sangre. Aunque los líderes rivales árabes habían intentado modernizar su pueblo a través de la ganadería y el comercio, la Casa de Saud practicó el ghazzu… asaltos violentos en tribus vecinas. Animado por los británicos, los despiadados seguidores de Saud quemaron a miles de personas y decapitaron a otras tantas. Y después exponían sus cráneos clavados en las puertas de las ciudades. Las mujeres fueron esclavizadas por miles, y a menudo eran dadas como regalo a los aliados.
Como matón exclusivo de Inglaterra, Ibn Saud invadió Arabia Occidental, atacando a los hachemitas y al resto de familias. Capturó el Jebel Shammar en 1921, la Meca en 1924 y Medina en 1925. Por el camino, sus seguidores Ikhwan saquearon ciudades enteras, masacrando adultos y niños, y asesinando a cualquier líder religioso que no compartiera sus estrictas creencias wahhabi. En un intento de obtener legitimidad, Ibn Saud llegó a contratar a un jeque religioso egipcio para fabricar un árbol familiar que enlazara el linaje de Saud con el profeta Muhammad. En 1932 nombró oficialmente a su nueva región conquistada «Arabia Saudí», y se declaró a sí mismo rey.
Los ikhwan wahhabi eran fanáticos que servían para mantener a la Casa de Saud en el poder. Una cruel y atrasada secta que no toleraba las innovaciones del siglo XXI, ni tampoco la presencia de no musulmanes en Arabia Saudí. Ansiosos por forzar la conversión de otros, los ikhwan cometieron masacres que aniquilaron a más de un millón de personas.
Aunque se llamaba a sí mismo unificador, Ibn Saud no tenía interés alguno en unificar a los árabes. Desorganizado y carente de educación formal, el rey Ibn Saud gobernó su país desde una tienda, y extendió su semilla entre otras treinta tribus. Tuvo docenas de esposas, incluso más concubinas y esclavas, y a menudo presumía de que había desflorado vírgenes por centenas.
La Casa de Saud gobernaba Arabia Saudí con puño de hierro, y mantenía el poder en el interior de su familia. Las provincias estaban regidas por miembros de la familia. No se permitía que gobernara nadie ajeno. Para controlar las ciudades más avanzadas de Hijaz, Ibn Saud fundó el CAVEP… el Comité para el
Avance de la Virtud y la Eliminación del Pecado, aplicado por sus brutales wahhabi. La gente era azotada en público por llevar perfume, joyas o indumentaria occidental, y se exigió que todos los hombres llevaran barba. Si un miembro del CAVEP quería a una mujer en matrimonio, no podía ser rechazado. El sistema legal Hijaz fue abandonado, y las leyes tribales de la secta wahhabi gobernaban el día a día. Respaldado por los clérigos wahhabi, por los británicos y por un estipendio mensual, Ibn Saud continuó gobernando con su beduino estado policial.
Y entonces, en 1933, todo cambió.
Los geólogos sospechaban desde hacía mucho que el este de la península árabe tenía petróleo, pero nadie sabía cuánto. Ibn Saud había otorgado la primera concesión de petróleo a Inglaterra en 1923, pero se había hecho poco con ella. En 1928, el trato se anuló y Standard Oil of California (SOCAL) entró en escena, comprando la concesión vencida por doscientos cincuenta mil dólares.
Las reservas petrolíferas del este de Arabia Saudí estaban ubicadas en zonas profundas que hacían su acceso muy costoso, y la proximidad a las corrientes de agua proporcionó a SOCAL un método práctico de llevar el petróleo al mercado. Con la introducción de SOCAL en la zona, Harold Ickes, el ministro de Interior de Estados Unidos, comenzó a presionar a Ibn Saud con dinero y otras contribuciones financieras que iban al bolsillo personal del rey.
En 1936, SOCAL asignó su concesión a su subsidiario, California Arabian Standard Oil Company (CASOC), una aventura empresarial de Arabia Saudí que finalmente se convirtió en la Arabian American Oil Company (ARAMCO). Al final de la Segunda Guerra
Mundial, ARAMCO tenía una producción diaria de trescientos mil barriles, y los Estados Unidos reemplazaron oficialmente a Inglaterra como patrocinadores de Ibn Saud. Pero a diferencia de los británicos, que a menudo dictaban a sus suministradores de petróleo cómo debían ser reinvertidos los beneficios en la economía del país y el sistema educativo, los Estados Unidos no hicieron demandas de ese tipo a la Casa de Saud. De los cuatrocientos millones recibidos entre 1946 y 1953, Ibn Saud no devolvió casi nada al pueblo saudí. Decenas de millones de dólares se gastaron en suntuosos palacios. Se conducían coches caros hasta que se quedaban sin gasolina, y entonces se dejaban en la cuneta, para ser reemplazados en lugar de reabastecidos. Los miembros de la familia recibían enormes estipendios mensuales, y los sobornos estaban a la orden del día.
El rico se hizo más rico, y el pobre… más oprimido.
Siempre temeroso de sus vecinos, Ibn Saud usó beneficios del petróleo para provocar guerras. Egipto fue forzado a la contienda con Siria, Siria con Irak. Ésta sería una práctica continuada durante las siguientes siete décadas; estaba diseñada para mantener la influencia de Arabia Saudí sobre la región.
Ibn Saud murió a la edad de cincuenta y dos años, dejando atrás un centenar de esposas, cuarenta y dos hijos y mil quinientos príncipes, además de un país sin infraestructura, construido totalmente en el nepotismo, y un legado de inmoralidad. Bajo su «liderazgo», los ciudadanos de Arabia Saudí continuaron siendo pobres, sin educación, sin cobertura médica y bajo la amenaza constante de sus clérigos wahhabi.
El hombre que se proclamó a sí mismo rey fue sucedido por el mayor de sus hijos vivos, Saud, un paleto cuya corrupción moral sobrepasaba incluso a la de su padre. Saud se casó más veces que Ibn, tenía un apetito insaciable por el ridículo y se sabía que le gustaba saciar sus deseos sexuales con chicos jóvenes. Finalmente, fue reemplazado tras su intento de asesinato del presidente egipcio Nasser, que estaba ganando popularidad en la región.
Para su tercer rey, la casa real eligió al segundo hijo mayor de Ibn Saud, Faisal, que sabía mejor cómo esconder la inmoralidad de su reino al ojo público. Faisal sobornó a periódicos árabes para que hicieran correr historias sobre sus logros, y, después, respaldado por Estados Unidos, usó la riqueza del país para animar a Yemen a que se opusiera a Nasser en Egipto, ganando así puntos con los musulmanes.
La política interior de Faisal continuó aplastando la voluntad de su propio pueblo. Con la excusa de reducir los estipendios a la realeza, confiscó casi el noventa y cinco por ciento de los terrenos públicos y entregó enormes parcelas a miembros de la familia, incluyendo una extensión valorada en dos mil millones para su esposa, Iffat. Faisal además, animó a los miembros de su casa a que crearan sus propios negocios, usando el petróleo para fundar sus empresas. Desde ese momento, los contratos del gobierno saudí no pueden obtenerse sin un príncipe como socio.
Los Estados Unidos conocían la injusta política de la Casa de Saud, pero la nueva dependencia de América de las importaciones de petróleo «animó» a sus líderes a mirar hacia otro lado. Por su parte, Faisal comprendió el delicado equilibrio que suponía mantener una identidad árabe y musulmana, a la vez que mantenía dividido Oriente Medio. Después de que Egipto atacara Israel en 1973, y fuera vencido una vez más, el rey consiguió el apoyo árabe al cortar el suministro de petróleo a Occidente. El reinado de Faisal terminó dos años más tarde, cuando fue asesinado por uno de sus sobrinos, que estaba vengando la muerte de su propio padre (una ejecución ordenada por el rey por «motivos religiosos»). Fue reemplazado por el príncipe heredero Khalid, cuyo primer acto como rey fue señalar tres de los restantes Siete Sudeiri, Nayef, Sultan y Fahd (el que se consideraba el último príncipe heredero), para que tomaran los principales cargos ministeriales. Los familiares que no eran del linaje Sudeiri fueron rechazados. Fue un golpe de estado entre la realeza de la Casa de Saud, y esto creó aún más inquina en la familia.
En 1982, Khalid sufrió un ataque al corazón fatal, y el príncipe Fahd fue coronado rey. Entre los hombres de estado occidentales y los diplomáticos extranjeros, Fahd se ganó reputación de vago e iletrado. Era conocido por sus hábitos con la bebida y las apuestas, y sus excesos personales no tenían parangón, ni siquiera en la Casa de Saud. Su palacio costó tres mil millones, tenía una flota de veinticinco Rolls Royce, cinco Boeing 747, y su séquito viajaba con doscientas toneladas de equipaje. Sus frecuentes viajes a España costaban más de cinco millones al día, y una vez perdió ocho millones en una sola noche en Monte Cario. Bajo su reinado, la princesa principal de la Casa de Saud recibió pagos de cien millones al año, y otros miembros menos importantes de la familia se llevaron cuatro millones. Fahd tenía más de cien esposas, incontables prostitutas, y, en un viaje a Los Ángeles, él y sus acompañantes gastaron decenas de miles de dólares en Viagra. Bajo el reinado de Fahd, y a pesar de la entrada de cientos de miles de millones de petrodólares, el gobierno Saudí entró en un déficit federal masivo.
Para contrarrestar estos gastos, el rey Fahd creó un nuevo programa para permitir que la realeza desviara miles de millones más de los recursos de su país. Bajo la excusa de «proteger sus fronteras», Arabia Saudí comenzó a importar armas, y cada trato llenaba los cofres de sus vendedores occidentales, y los bolsillos del príncipe, como «intermediario» de la operación. Las comisiones iban de diez millones a mil millones de dólares, y desde un punto de vista práctico, eran un derroche de recursos. El ejército saudí carecía tanto del personal como del entrenamiento necesario para manejar este tipo de armamento, que, importado de Estados Unidos, Francia e Inglaterra, era a menudo incompatible.
Debido a la primera guerra del Golfo, la Casa de Saud compró más de cien mil millones de dólares en armas, muchas de las cuales fueron dispuestas (y disfrutadas) por el ministro de Defensa y futuro rey, el príncipe heredero Sultan. Defraudó suficiente dinero para ganarse el título de «hombre más rico del mundo». Las compras de Sultan incluían cazas F-15 americanos y Tornados británicos, acorazados Bradley y misiles tierra-tierra de largo alcance chinos. Sultan, además, comisionó la construcción (a través de la familia Bin Laden) de ciudadelas militares y bases que, hasta hoy, continúan virtualmente vacías. Más de doscientos navios fueron comprados para la Marina Real Saudí, incluidos ocho submarinos, media docena de fragatas, nueve botes patrulleros Peterson y cuatro corbetas, ¡aunque todo el personal de la marina podía meterse en un solo bote de veinte personas! Cientos de vehículos militares se entregaron, y después se dejaron en el desierto para que se pudrieran.
La hipocresía de la acumulación militar tanto del rey Fahd como del rey Sultan consistía en que ninguno de los gobernantes tenía intención de crear una presencia militar nacional fuerte. Aunque Arabia Saudí continuaba siendo un país rodeado de enemigos potenciales, eran los enemigos en el interior de sus fronteras (el oprimido pueblo saudí) los que habían sido siempre la mayor amenaza del monopolio de poder de la Casa de Saud. A pesar de los cientos de miles de millones de petrodólares que entraban en el país, el desempleo alcanzaba el treinta por ciento, no existía seguridad social y los servicios públicos, incluidos la electricidad y el teléfono, estaban siempre al borde del corte de suministro. Mientras la economía se acercaba al colapso, la realeza se hacía más rica, y la población más rebelde.
Pero la revolución en Arabia Saudí no es una conquista fácil. Miles de familiares ocupan puestos gubernamentales claves, entre los que se incluyen puestos en las fuerzas aéreas, así como en el ministerio de Defensa. Debido al miedo de la realeza a ser secuestrada, sólo un príncipe, o un familiar cercano, puede convertirse en piloto. Y aunque la Casa de Saud continuaba beneficiándose de los miles de millones gastados en el ejército, la familia real había preferido no construir una armada capaz de derrocar su propio régimen, en lugar de eso prefirió colocar sus sofisticadas armas en las manos de sus treinta y cinco mil Guardias Nacionales Beduinos Wahhabi, supervisados por el príncipe heredero. El ejército Saudí, de menor número, continúa establecido en las afueras de las principales ciudades del país, para evitar revueltas.
Cuando éstas tuvieron lugar, las represalias saudíes fueron rápidas y abominables. Conspiradores acusados habían sido públicamente decapitados, torturados, e incluso lanzados desde aviones. Aquellos que luchaban por salarios mayores habían sido encarcelados. Los líderes religiosos habían sido ejecutados. Los periodistas que denunciaban cualquier sentimiento antigubernamental sencillamente desaparecían. Cualquiera podía ser arrestado en cualquier momento sólo por parecer «sospechoso». Las peticiones de las organizaciones pro derechos humanos para visitar a detenidos, o investigar brutalidades, fueron rechazadas. Estaba bien documentado que a los prisioneros se les arrancaban las uñas de las manos y los pies, y otras descripciones gráficas de tortura.
Aun así, los Estados Unidos se niegan a actuar; mientras Arabia Saudí provea a América de petróleo barato, la Casa de Saud continuará en el poder. Pero la presencia militar de América en el Golfo es una espada de doble filo. El fundamentalismo radical islámico prohíbe la presencia extranjera en Arabia Saudí, y esto pone a la Casa de Saud en conflicto directo con su propia guardia Nacional Wahhabi. Para aplacar a los ulemas[25], los Saud fundaron las madrassas… escuelas que enseñaban el fundamentalismo radical y el odio a los americanos, judíos y cristianos. El islam radical está prosperando, y no sólo en Arabia Saudí. Irán sigue siendo la mayor amenaza de la región, ya que los fundamentalistas han ganado apoyos en Jordania, Kuwait, Sudan, Egipto, Marruecos e Irak.
Y si esto sigue así, ésta es la rueda de la demencia:
Debido a su adicción al petróleo, Occidente sigue usando su influencia para mantener a la Casa de Saud en el poder.
La Casa de Saud sigue apoyando a los radicales islámicos, para mantenerse en el poder y para no arriesgarse a convertirse en objetivo de sus ataques.
Para ganar el apoyo de su movimiento, los radicales islámicos han jurado destruir Occidente… tomando como objetivo a Irak y a su población sunita.
Al mismo tiempo, la propia población de Arabia Saudí, paralizada desde hace mucho bajo el pulgar de sus opresores teocráticos, no puede llevar la democracia real a la región mientras la Casa de Saud reciba el apoyo de Estados Unidos.
Durante décadas, esta rueda de intereses en conflicto ha seguido girando, aplastando los derechos humanos y las vidas inocentes a su paso, alimentada por la avaricia, guiada por políticos que tienen poder gracias a un mundo industrial que usa un libro de contabilidad para determinar los derechos civiles a partir de errores sociales. Añade a esta ecuación los ochocientos cincuenta billones que los saudíes han invertido en empresas americanas y obtendrás una poderosa palanca extranjera en la economía estadounidense.
Pero ¿qué hace el adicto cuando ya no quedan más drogas? ¿Qué hace el camello cuando el adicto ya no lo es? Las últimas piezas del tablero están en juego… un peón, disfrazado de rey, es guiado a su último movimiento por un jugador oculto… que va a dar jaque mate a la civilización.
«Se sospecha que el primer secuestro tuvo lugar no más tarde de las 8:20 a.m., y el último avión secuestrado se estrelló en Pensilvania a las 10:06 a.m. Ni un sólo caza fue enviado a investigar desde la base de las Fuerzas Aéreas Andrews, sólo a quince kilómetros de Washington D.C., hasta después de que el tercer avión golpeara el Pentágono, a las 9:38 a.m. ¿Por qué no? La FAA tenía procedimientos de intercepción estándar para aerolíneas secuestradas antes del 11-S. Entre septiembre del 2000 y junio del 2001, el ejército estadounidense envió cazas en sesenta y siete ocasiones para que persiguieran aeronaves sospechosas. Es una exigencia legal de los Estados Unidos que, una vez que un avión se ha desviado significativamente de su plan de vuelo, se envíen cazas a investigar. ¿Fue esta pasividad el resultado de la indiferencia de las personas al mando, o de la ignorancia de la evidencia? ¿O es posible que las operaciones de seguridad aérea se hubieran pausado deliberadamente el 11 de septiembre?».
Michael Meacher, antiguo ministro de medio ambiente británico, de «The War on Terrorism Is Bogus»,
The Guardian, 6 de septiembre de 2003.
«Bin Laden había estado bajo vigilancia durante años: todas sus llamadas telefónicas habían sido pinchadas, y Al-Qaeda había sido penetrada por los servicios de inteligencia Americanos, pakistaníes, saudíes y egipcios. No podrían haber mantenido en secreto una operación que exigía tal grado de organización y sofisticación».
Mohammed Heikal,
antiguo ministro de exteriores egipcio.