MONTAUK, NUEVA YORK
3 de enero de 2012
2:25 P.M. EST
Una blanca niebla cae sobre Montauk. Es el resultado de un encuentro entre un frente cálido fuera de temporada y el frío océano. Ace, con los pies descalzos, un pantalón corto y una gruesa sudadera de los Georgia Bulldogs, lanza un balón a su hijo. El muchacho de ocho años está vestido con ropa similar. Al antiguo quarterback, cada lanzamiento le provoca una punzada de dolor en la rodilla izquierda, la que había sido intervenida quirúrgicamente. Ignora el dolor mientras sigue disfrutando del juego.
Después de veinte minutos, el chico se cansa y vuelve a la casa, a jugar con la videoconsola.
Ace se reúne con su hija, Leigh, que ha estado observándolos desde una duna de arena y sacándoles fotos con su cámara digital.
—¿Has sacado alguna buena?
—Qué va, la luz es malísima —señala la rodilla izquierda de su padre, articulación que muestra cicatrices de quince centímetros—. ¿Te duele?
—No.
—Estabas haciendo muecas de dolor.
—Es que estoy anquilosado. Pero estoy bien.
—Debió dolerte cuando te la rompiste.
—Ostras, claro. Un defensa de ciento treinta kilos me bloqueó y se me enganchó la zapatilla en el césped. La rodilla se dobló hacia atrás, y dicen que el crujido se pudo oír desde las gradas.
—¿Alguna vez has deseado poder volver atrás en el tiempo? Ya sabes… para jugar de nuevo.
—No.
—Vamos, papá. Para revivir tus días de universidad, cuando eras el tipo popular del campus.
—Ése no era yo.
—Mamá me contó historias. Decía que eras realmente bueno, y que te habrían fichado si no te hubieras lesionado.
—Exagera. Sólo fui una nube pasajera.
—¿Eso qué significa?
—Que alcancé la cima y caí. —Mira la expresión de Leigh; no está satisfecha—. Cuando jugaba en el instituto era reserva, igual que cuando fui a Georgia. Sabía que realmente no tenía ninguna posibilidad de ser titular, y menos de llegar a ser profesional. Pero seguí entrenando, y en los siguientes dos años mi cuerpo creció. Pase de 83 a 100 kilos justo antes de mi primer año de universidad. Estaba en buena forma. La fuerza de mi brazo se había incrementado, y eso atrajo la atención del entrenador durante las pruebas de primavera.
»De cualquier modo, cuando llegó el primer partido me convocaron como tercer quarterback. Primer tiempo, primera jugada y bam… todos nuestros quarterback estrella cayeron. En el tercer tiempo perdimos la defensa. Vi al entrenador mirando alrededor, y, de repente, me sacó al campo. Había mucho ruido, todo estaba ocurriendo muy rápido, e íbamos perdiendo. Nuestros receptores no conseguían quedarse solos, así que, al final, decidí echar a correr. Corrí tan rápido que casi me salí de las zapatillas… seguramente porque estaba muerto de miedo. Pero las cosas comenzaron a ir bien después de aquella jugada, y lancé un par de pases buenos. Terminamos remontando. De repente parecía que yo era el siguiente Kurt Warner.
—¿Quién es Kurt Warner?
—Jugaba en St. Louis Rams. Pasó de ser empleado de un supermercado a quarterback estrella de los campeones de la Super Bowl.
—Guau, papa, podrían haber hecho una peli sobre ti, ¿eh?
—Lo siento, chica. Las películas tienen finales felices. Mi carrera tuvo… inconvenientes.
Leigh señala las estrechas cicatrices blancas que atraviesan el interior de las muñecas de su padre.
—¿Esos inconvenientes?
Ace fuerza una sonrisa.
—Sí.
—¿Cómo te las hiciste?
Ace mira el Atlántico, su oscura superficie aún está cubierta por la niebla. Nunca había hablado a su hija de su intento de suicidio, nunca había sentido que fuese el momento correcto.
—Es difícil de explicar. Fue una época confusa… todo ocurría demasiado rápido. Tienes que entenderlo, yo realmente no era tan bueno… no, eso no es verdad. Era bueno, pero me faltaba experiencia. Cuando el entrenador me hizo titular nadie esperaba demasiado, pero, cuando seguimos ganando, la presión aumentó, y de repente estábamos jugando la Orange Bowl, y con posibilidades para el Campeonato Nacional. Fue un gran momento. El fútbol universitario en el sur… es una locura. Para sus seguidores no es un pasatiempo, es una religión. No podía caminar por el campus sin ser acosado. No podía estudiar, no podía comer, no podía pensar. Había estudiantes, admiradores, periodistas y aficionados asediándome día y noche; todo el mundo quería algo mío, y me ofrecían regalos, dinero, mujeres… como te digo, era una locura. Cuando llegó la Orange Bowl, yo era un saco de nervios, y las manos me temblaban tanto por la adrenalina que apenas podía sostener el balón. Perdí el balón en la primera jugada. En mi segundo pase lancé una intercepción. El entrenador me mantuvo hasta el medio tiempo, y después me dejó en el banquillo. A esas alturas, el juego ya estaba perdido.
Ace se frota las cicatrices de la muñeca derecha.
—Los atletas becados tienden a despreciar a los suplentes, y yo había reemplazado a dos populares jugadores. Necesité toda la temporada para ganarme el respeto de mis compañeros de equipo, y lo perdí en la primera mitad de aquel partido. Los siguientes meses fueron malos. Recibía llamadas amenazadoras a media noche, me amenazaron de muerte un par de veces… incluso una vez alguien me pincho las ruedas del coche. En cualquier caso, después de las pruebas de primavera, aún era titular. Durante nuestro primer partido amistoso mi propia defensa me placó.
—¿Así es como te lesionaste la rodilla?
—Sí. Supongo que mis compañeros estaban mandándome un mensaje.
—Eso es horrible.
—El entrenador expulsó a aquel tipo y me ayudó con la rehabilitación, pero aquello me jodió mentalmente. Aquella primavera comencé a tener ataques de pánico. Me acostaba para dormir y de repente no podía respirar. El médico del equipo me recetó pastillas para dormir. Entonces comencé a tener ataques durante el día.
—¿Dónde estaba mamá mientras pasaba todo eso?
—Ocupada con el lacrosse. Siempre que mencionaba los ataques de pánico, me daba una palmadita en la nuca y me decía que me animase. Ya conoces a tu madre. Éramos jóvenes, éramos inmortales. Las cosas por las que yo tenía que trabajar tan duro… ella las conseguía sin esfuerzo. Los grandes atletas no tienen ansiedad. Ella no podía entenderlo.
—¿Y qué pasó? ¿Jugaste al fútbol durante tu último año?
—Lo intenté, pero los ataques de pánico empeoraron. Era como… como estar atrapado en tu propia piel. Supongo que era miedo. Miedo al fracaso. Miedo a decepcionar a todo el mundo de nuevo. Lo enfoqué mal, ahora lo sé. Debería haber hablado con alguien, haber tomado antidepresivos. Una noche no pude soportarlo más, así que decidí abrirme un par de venas y tomar un largo baño caliente.
Las lágrimas manaron de los ojos de Leigh.
—¿Quién te encontró?
—Tet. Mark Tetreault. Era nuestro tight end, y mi mejor amigo. Él me salvo la vida.
—¿Tet? ¿Es el que murió en el 11-S?
—Sí. Trabajaba en una compañía aseguradora que tenía sus oficinas en una de las plantas superiores. Perdieron a un montón de gente. El calor del combustible del avión… decían que estaba tan caliente que la carne se fundía. La gente saltaba desde las ventanas, pero Tet no… el aguantó, sin duda guiando a sus compañeros hasta las zonas seguras, pero no había lugar a donde ir. —Ace se aclara la emoción de la voz.
—Papá…
—Ha pasado mucho tiempo, Leigh. No tienes por qué preocuparte.
Ella se acerca más a su padre. Ace le pasa un brazo por los hombros y la abraza con fuerza. Durante varios minutos, ambos escuchan el sonido de las olas.
Ace mira a su derecha. Se tensa cuando descubre al hombre que hay junto al agua, a treinta metros de ellos.
—Leigh, vuelve a casa. Yo iré en un momento.
Leigh camina con dificultad por la arena hasta llegar a un estrecho paseo entarimado que corta los juncos. Ace se pone su sudadera y se aproxima a la silueta que está vestida con una cazadora negra, pantalones de sport y zapatos a juego.
—Hola, Ace. Vamos a dar un paseo. —El director de la CIA, David Schall, camina por la orilla hacia el este—. Quiero que sepas que siento mucho lo de Kelli. Era más que una compañera, era una amiga.
—¿Quién la mató?
—Sinceramente, no lo sé.
—Eres el jefe de la CÍA. Descúbrelo.
—Vamos a hablar de ti. ¿Por qué soltaste todas aquellas chorradas en las vistas del senado el mes pasado?
—No lo sé. Quizá estaba cansado de repetir la misma vieja mierda.
—El presidente cree que sabes más de lo que dices.
Ace deja de caminar.
—¿Es de eso de lo que va esta reunión? Y yo que pensaba que ibas a contarme por qué Seguridad Nacional está…
—Puedo conseguir que entres de nuevo en el juego.
—¿Y qué juego es ése?
David continúa andando.
—El presidente necesita saber cuánto petróleo queda en las reservas saudíes. Si tuvieras recursos ilimitados, ¿podrías descubrirlo?
—Por recursos ilimitados te refieres a…
—Ilimitados.
—¿Y yo qué consigo a cambio?
—Tu antiguo puesto de trabajo en PetroConsultans, con un aumento.
—Paso.
—Y Seguridad Nacional te dejará en paz.
Ace se detiene.
—¿Eso es cosa tuya?
—No. Pero tu esposa estaba poniendo a un montón de gente nerviosa con algo. ¿Te atreves a hacer una suposición?
Una ola rompe cerca de la orilla, lavando los pies desnudos de Ace y empapando los zapatos de vestir y los calcetines del director de la CIA.
—¡Joder!
—Vale, David. Si quieres la información, puedo proporcionártela, pero éstas son mis condiciones, y no son negociables. Quiero al asesino de Kelli. Quiero su nombre y dónde encontrarlo. Dame eso y yo te daré toda la información.
—No puedo hacer eso.
—Claro que puedes, eres la jodida CIA. Eres el bastardo que empieza las guerras. Y David, la próxima vez que ordenes a mi abogado que me haga encontrarme contigo en la playa, al menos ponte sandalias y unos vaqueros, ¿eh? Estás ridículo.
«Dave Frasca (supervisor de Agentes Especiales del FBI) no sólo no compartió la información sobre Moussaoui con otras agencias de inteligencia u orden público, sino que, además, ¡nunca reveló a los agentes de Minneapolis que la División Phoenix estaba, desde hacía tres semanas, al tanto de todos los agentes de Al-Qaeda que estaban tomando parte en cursos de vuelo con propósitos terroristas! Es imposible creer que Dave Frasca actuara por libre, que poseyera toda esa información y no hiciera nada con ella, a menos que se le ordenara que actuara así. Los agentes del FBI de Minneapolis intentaron incluso tender una trampa a Dave Frasca y avisar al Centro de Contraterrorismo de la CIA. El resultado final fue que el personal de los cuarteles generales del FBI (Frasca y algunos superiores desconocidos) castigó a los agentes de Minneapolis por hacer la notificación directa sin su aprobación. Yendo incluso más allá, Frasca "rebajó" la aplicación de la orden de busca y captura, eludiendo información sobre las conexiones extranjeras de Moussaoui que había prometido incluir a los agentes de Minneapolis. Además, hizo dañinos cambios al texto proporcionado por los agentes de Minneapolis, consiguiendo, de ese modo, y de acuerdo con uno de los agentes de Minneapolis, "prepararlo todo para el fracaso".»
Steve Moore, en «11-S: ¿Presciencia o Decepción?»,
Global Outlook, número 2.
El supervisor de Agentes Especiales, Dave Frasca, fue más tarde
ascendido a subdirector de sección
de Operaciones Terroristas Internacionales, Sección I.