CAPÍTULO 10

LONG ISLAND, NUEVA YORK

17 de diciembre de 2011

7:12 A.M. EST

Ace se incorpora con lentitud, inmediatamente consciente del dolor en su cabeza. Tiene el estómago vacío y un poco revuelto, después de haber vomitado en el coche de policía. El recuerdo del calor de las repetidas descargas de electricidad está desapareciendo, pero le han dejado un desagradable gusto metálico en la boca.

Hay dos hombres más en la celda. Un musculoso cincuentón está tumbado en un catre y usa su arrugada chaqueta deportiva como almohada. En el suelo hay un universitario, al parecer sin conocimiento.

Ace levanta la mirada al oír pasos que se aproximan. Usando las barras de hierro, se incorpora del suelo justo cuando el guardia abre la puerta de su celda. Acompañando al oficial de policía hay un tipo desgarbado de unos cuarenta años, con el rizado cabello marrón grisáceo a juego con su traje.

Jeffrey Gordon, socio mayoritario de Cubit, Gordon & Furman, Abogados, saluda a su amigo de juventud con una mirada preocupada y un abrazo rápido.

—Se ha dispuesto una fianza. Vamos a llevarte a casa.

—¿Qué pasa con…?

Jeff niega con la cabeza.

—Aquí no.

* * *

Diez minutos más tarde están en el coche de Jeffrey, abriéndose camino a través del tráfico de hora punta.

—¿Pero cómo pueden entrar en mi casa sin una orden de registro?

—Ley Patriótica, artículo 213: Cualquier agencia de orden público puede entrar en cualquier hogar o negocio, esté el propietario en el interior o no, haya sido notificado el propietario o no, y usar cualquier prueba confiscada para arrestarlo con cargos. Es legal.

—Es fascismo, eso es lo que es. ¿Qué demonios ha pasado con la Cuarta Enmienda?

—Se la cargaron en el 2001. El artículo 202 establece que los federales pueden leer tus mensajes de correo electrónico, y el artículo 216 les permite interceptar las llamadas telefónicas.

—¡Joder! ¿Cómo demonios ha podido aprobar el Congreso…?

—Cheney y Ashcrof la pusieron en marcha antes incluso de que el Congreso la hubiera leído. Ni siquiera se había impreso cuando se convocó la votación. En resumen, los federales pueden hacer básicamente lo que quieran, siempre que afirmen que el sospechoso es parte de una investigación por terrorismo.

—¿Terrorismo? Jeff…

—Lo sé, lo sé. ¿Qué pasa con Kelli? ¿Estaba trabajando en algo que pudiera haber asustado a alguien?

Ace piensa en la noche en la que su esposa fue asesinada.

—No lo sé —miente—. Kelli nunca me hablaba demasiado de su trabajo. Jeff, ¿estoy metido en un lío muy gordo?

—El FBI ha retirado la denuncia por agresión después de que les amenazara con contar a los periódicos todo lo del funeral. Pero tienes que tener cuidado. He representado a otros clientes que eran objetivo de los federales, y probablemente no estaría mal que fueras un poco paranoico a partir de ahora. Asume que te están vigilando veinticuatro horas al día, que han pinchado tus líneas telefónicas, que han interceptado tu correo electrónico. De hecho, apártate de Internet hasta que las cosas se tranquilicen. Y nada de transacciones financieras que parezcan aunque sea remotamente fuera de lo normal. Tendrán acceso a tus tarjetas de crédito, a tus cuentas bancarias… a todo. Con un poco de suerte, esto será sólo un antiguo vestigio de la administración Bush, quizá se han puesto paranoicos porque Kelli trabajo para ellos hace años. La verdad es que cabreaste a mucha gente en el funeral.

—Son un saco de gusanos.

—De gusanos con poder. —Jeffrey entra en la autopista y mira a su amigo—. He oído que has perdido tu trabajo.

—Sí. También cabreé a algunos allí.

—¿Necesitas un préstamo?

—Gracias, no, estamos… Estoy bien. Sólo estoy un poco abrumado ahora mismo. Si te soy sincero, estoy más preocupado por los niños.

—Gay y yo iremos a visitarte dentro de poco. Llevaremos a Jesse y a Rayna. Mientras tanto, déjame escarbar un poco por ahí, a ver qué puedo encontrar.

LA CASA BLANCA

Washington, D.C.

17 de diciembre de 2011

2:20 P.M. EST

Barack Obama, el presidente número cuarenta y cuatro de los Estados Unidos, se sienta impasible ante el escritorio de madera de seiscientos kilos construido con madera rescatada hace mucho del navío británico de Su Majestad la Reina Resolute. Obama está solo en el Despacho Oval, mirando distraídamente las puertas de cristal que dan al patio Rose Garden. La cuarta tormenta de nieve importante del invierno se ha posado en el noroeste esa tarde, y ya han caído casi cinco centímetros. El jardín, bajo las cargadas nubes grises, está cubierto de blanco, y el pronóstico del tiempo ha advertido que caerán veinticinco centímetros más y que las temperaturas bajarán hasta situarse bajo cero.

«Morirá gente… ocurre en cada tormenta. Los accidentes de tráfico se llevarán a unos pocos, y una docena de ancianos que no pueden permitirse pagar la factura eléctrica morirán congelados».

Ya han pasado dos horas desde que Obama abandonó su reunión con Sultan bin Abdel Aziz, pero aún puede oler el fuerte aroma del aftershave del hombre en sus solapas. Y algo más persiste en el aire del Despacho Oval.

«¿Qué pasará cuando las luces se apaguen para siempre, cuando el calor haya desaparecido? ¿Cuando las cocinas no funcionen y no pueda encontrarse comida en todo Washington? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que la gente se manifieste en Washington?».

Barack Obama asumió la presidencia gracias a la resolución de los americanos a un cambio. Esperaba que su administración fuera una montaña de desafíos mayor de la que ningún otro líder mundial había encarado nunca: un déficit de un trillón de dólares, bancos en quiebra, mercados financieros en la ruina, la industria automovilística americana amenazando con hundirse, grandes corporaciones declaradas en bancarrota, el mercado de valores con mínimos históricos, crecimiento del desempleo, dos costosas guerras… y la amenaza de una Irán y una Corea del Norte nucleares. Si a todo eso se suma la amenaza de una pandemia de gripe porcina, no es de extrañar que el cabello del presidente esté ya encaneciendo. Reparar el daño era el equivalente a hacer un puzzle tridimensional, el lugar de cada pieza afectaba a la integridad de la estructura completa. Eso significaba que algunas promesas electorales tendrían que ser sacrificadas como peones en un tablero de ajedrez, que una batalla tendría que ser estratégicamente perdida para asegurarse una victoria mayor más adelante… la hipocresía que pudiera percibirse estaría destinada a irritar a un grupo de electores que estaban concentrados en su propio conjunto de prioridades.

Y a veces había que hacer un sacrificio incluso mayor, a veces la verdad tenía que ser enterrada, o alterada, para prevenir una avalancha. Como la masa sumergida de un iceberg, la verdad era la amenaza invisible que podía hundir el barco.

La verdad del 11-S.

La verdad sobre las cada vez menores reservas petrolíferas mundiales.

Se estaban desarrollando batallas por el poder en todo el mundo, y cada una de ellas ponía a prueba y evaluaba la resolución de la nueva administración… y al mismo tiempo sus rivales locales continuaban atacando las políticas del presidente sin otra razón que colocar el éxito de su partido en los sucesos en los que él fracasara. Mientras tanto, el ex presidente Bush y su amaestrador, el vicepresidente Cheney, continuaban lanzando granadas desde los flancos, en un intento de reescribir la historia reciente… y de difuminar las ilegalidades que rodeaban su propia legado.

A pesar de los esfuerzos de Obama, los problemas alrededor del globo se amontonaban, encabezados por el punto caliente de Oriente Medio. En Irak, un avispero de violencia sectaria entre los sunitas y los chiitas, espoleados por los mullahs y radicales islamistas, sigue siendo una espina en el talón de una democracia en ciernes que impide que el presidente reduzca significativamente el número de tropas en la región. Después de sofocar su propio alzamiento democrático, Irán y su deseo de desarrollar armas nucleares (respaldado por subterfugios salidos de Rusia y China) continúa siendo una grave amenaza para Irak, Arabia Saudí, Siria e Israel.

La situación se alimenta de la úlcera del presidente todos los días. La actual guerra en Irak ha dictado cambios en la política de Estados Unidos sobre Oriente Medio, que ahora respalda los regímenes dictatoriales «moderados» de Egipto, Jordania y Arabia Saudí, que están usando su salafismo fundamentalista para extender el conflicto entre sunitas y chiitas en el Líbano, en un intento de desestabilizar Siria. Mientras tanto, la posibilidad de un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos que podría guiar a una nación palestina amenaza con ser desbaratada por un agresivo primer ministro israelí que parece haber sido arrastrado a la fuerza a la mesa de negociaciones, por la negativa de Hamás y Hezbolá a aceptar el derecho de Israel a existir, y por los líderes iraníes, que siguen proporcionando armas convencionales a ambas facciones radicales, cuyas acciones sólo sirven para mantener a su propio pueblo como rehén.

El comodín de esta ecuación siguen siendo Arabia Saudí y sus dictadores reales, que continuan jugando con ambos bandos para conseguir sofocar los disturbios tanto dentro como fuera de sus fronteras. Aunque una Irán nuclear amenazaría las fronteras del reino, la Casa de Saud está pudriéndose desde el interior, y su decadencia procede de décadas de avaricia y abominables abusos contra los derechos humanos. La promesa de unas elecciones abiertas ha disminuido hasta convertirse en explosiones de mano dura generadas más como exhibición pública que como cambio democrático. El pueblo saudí, que una vez estuvo determinado a participar en el futuro de su propio país, se ha enconado en la servidumbre, rota ya toda esperanza de romper el monopolio de poder de la familia Saud… al menos mientras los reyes estén respaldados por los países industrializados importadores de petróleo. La brecha entre los señores saudíes y la empobrecida población se amplia cada día que pasa, y en el interior de este vacío de descontento, el fundamentalismo islámico crece, alimentado por la masacre que están llevando a cabo los iraníes con la población sunita de Irak.

Tras negarse a «despilfarrar» los beneficios de su país en los servicios básicos necesarios para construir una economía moderna, la Casa de Saud ha decidido, en lugar de eso, someter la voluntad de su pueblo. Para ocuparse de la amenaza islámica, los reyes no han tenido más remedio que sobornar a los líderes musulmanes, quienes a cambio han estado utilizando estos nuevos recursos financieros para atacar Occidente.

Mientras tanto, hay un movimiento creciente entre los republicanos del Congreso para sofocar a los extremistas islámicos, con neoconservadores como Dick Cheney, Karl Rove y los expertos de Fox News tocando los tambores para una invasión de Irán. Las opciones militares han sido planeadas y discutidas en secreto, pero el presidente se niega a ser empujado a otro costoso compromiso… uno que sabe que está alimentado por el deseo del grupo PNSA[20] de controlar Oriente Medio, y sus cada vez menores existencias de petróleo.

Para formar este puzzle en tres dimensiones, el presidente debe distender la situación en Oriente Medio, retirando simultáneamente la presencia militar en Irak, mientras dirige a Estados Unidos a un futuro sin combustibles fósiles que conducirá a una nueva economía ecológica.

La cuestión es cómo conseguir que los dinosaurios del sector financiero se extingan silenciosamente.

El presidente sonríe para sí mismo.

«Dinosaurios y petróleo… una metáfora apropiada. Seguramente será necesario que caiga otro asteroide para que la sociedad avance».

Sus pensamientos son interrumpidos por la voz de su secretaria en el intercomunicador.

—Señor presidente, son las dos y media.

—Gracias, Sophia. —El antiguo senador se endereza la corbata y sale a través del despacho de su secretaria, desde donde entra en la cámara del Consejo.

En la mesa de conferencias ya están sentados su Jefe de Personal, los directores de la CIA y Seguridad Nacional, el secretario de Estado, los ministros de Energía y Defensa, y el vicepresidente. Todos se levantan cuando él entra para ocupar su lugar en el centro, de espaldas a los ventanales a prueba de balas.

—Buenas tardes. Espero que todo el mundo esté bien. Como sabéis, el rey Sultan y yo hemos pasado varias horas juntos esta mañana, discutiendo la situación del Golfo Pérsico. Me ha asegurado que los recientes disturbios en Riad fueron un incidente aislado, y que las tensiones se han disipado. Desafortunadamente para el rey, no miente demasiado bien.

El vicepresidente fuerza una sonrisa.

—Señor presidente, ¿cuál ha sido la respuesta del rey Sultan a nuestra oferta?

—Los saudíes están de acuerdo en incrementar la producción de petróleo un millón de barriles al día, comenzando el 1 de marzo.

Aplausos y sonrisas alrededor de la mesa.

El presidente asiente.

—Esto será un buen empuje para la economía, y sin duda para nuestro número de votos, pero, como siempre, tiene un precio. Por una parte, el rey Sultan afirma que los disturbios civiles no son tema de preocupación. Por otra, quiere utilizar nuestros recursos para contener un nuevo movimiento rebelde, Ashraf. El rey Sultan afirma que Al-Qaeda está detrás del grupo y quiere la ayuda de la Agencia de Seguridad Nacional para la identificación y captura de sus líderes.

El director de la CIA, David Schall, sonríe con satisfacción.

—Si el rey está tan preocupado por Al-Qaeda, ¿por qué sigue permitiendo que sus fondos pasen a través de su sistema bancario? En cuanto a Ashraf, nos ocupamos de las actividades de esta agrupación en una reunión celebrada hace unas seis semanas. No es un movimiento radical islámico. De hecho, es un movimiento democrático civil, uno que está ganando popularidad entre los trabajadores extranjeros de los campos petrolíferos saudíes. Hasta ahora han concentrado sus ataques exclusivamente en emplazamientos de Saudi Aramco.

—Eso los convierte en una amenaza para nuestros intereses —estipula Howard Lowe, el director de Seguridad Nacional.

—No lo discuto —responde Schall—. Sin embargo, no es Al-Qaeda, ni parte de una influencia beduina. Estamos tratando con un grupo que desciende de Muhammad, pensadores modernos que se oponen tanto al tradicionalismo de Wahhabi como a la monarquía saudí. El movimiento recibe apoyo financiero del príncipe Alwaleed bin Talal, que ha sido muy crítico con la Casa de Saud y Saudi Aramco durante años. El príncipe es pro-americano, aunque se traiciona a sí mismo cuando habla de los palestinos. Se licenció en Menlo College[21]. Terminó su master en Siracusa. En el pasado se mantuvo lejos de la política saudí y enfocó su energía en la construcción de un gran negocio internacional llamado Kingdom Holding Company. Son grandes inversores de Apple, AOL y Motorola, y tienen acciones en una docena de importantes cadenas hoteleras. Forbes listó recientemente a Bin Talal como el cuarto hombre más rico del mundo… detrás de Sultan, por supuesto. Fue su donación tras el 11-S la que fue rechazada por Giuliani, pero el príncipe ha contribuido regularmente con varias instituciones americanas. Si es un radical, lo es sólo en el contexto de oposición a la Casa de Saud.

—Bin Talal también ha hecho grandes inversiones en agrupaciones de entretenimiento, incluida la agencia de noticias de Rupert Murdoch —replica el director Lowe—. Eso le proporciona un espacio para difundir por todo el mundo cualquier mensaje que elija.

—¿Y qué mensaje sería ése? ¿Derechos humanos? —El presidente mira a su alrededor—. Creo que deberíamos encontrar un modo de apoyar al movimiento Ashraf.

—Con el debido respeto, señor presidente —replica su vicepresidente—, eso sería increíblemente arriesgado. Irán ya está favoreciendo las exportaciones de petróleo a China. Si el rey descubre que estamos apoyando a sus enemigos…

—El rey Sultan está apoyando a nuestros enemigos —contesta Benjamin Simon. El Jefe de Personal filipino-americano mira a Joe Biden, que está al otro lado de la mesa—. Tú leíste el PDB[22] de la semana pasada. La mayor parte de los fondos de Al-Qaeda, así como los de otros regímenes radicales islámicos, provienen de corporaciones controladas directamente por la Casa de Saud, o de cuentas de su banco central.

—Sí, como contrapeso a las políticas que favorecen a los Estados Unidos. Los saudíes temen el castigo. Pero si el rey Sultan nos invita a extirpar el movimiento Ashraf, quizá podamos aprovechar la oportunidad para colocar cabezas nucleares en nuestras bases saudíes… contra la amenaza iraní. ¿No está de acuerdo, secretario Kendle?

—Sí. —Joseph Kendle, el ministro de Defensa de Obama, pasa su gruesa mano por su corto cabello pelirrojo—. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras los iraníes apuntan nuestras bases militares con sus misiles nucleares. Si eliminar a un par de líderes de Ashraf nos permite hacer eso, yo diría que lo hiciéramos.

—No. —El presidente nota el reflujo ácido asándose en sus entrañas—. Colocar misiles balísticos en Arabia Saudí sería extremadamente peligroso. Los musulmanes podrían percibirlo como un preludio para la Yihad. En cuanto a ayudar al rey Sultan a librarse de sus enemigos, aquí tenemos, por fin, un grupo que podría conducir a un cambio en la moralidad de Arabia Saudí… ¿y nuestra primera respuesta va a ser liquidarlos? ¿Qué estamos fomentando allí, chicos? Si de verdad tienen petróleo, tendrán que vendérnoslo. ¿Por qué atacar a un grupo que podría por fin instituir alguna reforma? ¿No es para eso para lo que se supone que entramos en Irak?

Después de un momento, Patricia Moreau, la ministra de Energía, habla.

—Ciertamente, vale la pena considerarlo, señor presidente. Al mismo tiempo, la revolución significa cambio, y el cambio requiere tiempo. Ashraf está en la costa oeste de Arabia Saudí, pero son los beduinos quienes controlan el este, y es allí donde están los mayores campos petrolíferos. Ahora, con la economía mundial aún recuperándose, el dramático giro a la derecha que ha tenido lugar en la Unión Europea y la inestabilidad en Irak e Irán, por no mencionar Venezuela y Nigeria, ¿realmente podemos permitirnos la incertidumbre en el reino Saudí? La Casa de Saud lleva en el poder mucho tiempo, y están respaldados por los beduinos. Dudo que Ashraf llegue alguna vez a controlar las ciudades del Mar Rojo, y menos aún el país entero. Y si se produce realmente una revolución, esa puerta se abrirá hacia ambos lados. La anarquía presenta a los iraníes una oportunidad para obtener un fuerte punto de apoyo en el país. Derrocar la monarquía ahora guiaría a un ataque islámico.

—Bin Talal forma parte de la monarquía, señora Moreau.

—Sí, señor. Una voz entre miles. Quizá hay otros príncipes deseando unirse a él bajo las circunstancias apropiadas, pero es poco probable. Afrontémoslo, la monarquía ha estado mimando a millonarios que han aprendido a matar su propia voluntad. Y Bin Talal puede apoyar la revolución desde la distancia, pero no hemos visto ninguna señal que nos haga pensar que está interesado en luchar por el pueblo.

Un par de asentimientos de acuerdo.

El presidente no está listo para retroceder aún.

—Decidme, ¿qué debería hacer Estados Unidos si las calles de Arabia Saudí estallaran en gritos y peticiones de democracia, como hicieron en Teherán en 2009? En aquel momento perdimos la oportunidad. ¿Cuál debería ser nuestra respuesta si Ashraf toma la Meca y Medina? El odio musulmán contra la Casa de Saud rivaliza con su odio por occidente. ¿Cuánto tiempo más podremos apoyar a la monarquía?

—Con el debido respeto, señor presidente —responde el vicepresidente—, la Casa de Saud no caerá, no con nuestro apoyo.

—Nixon y Carter dijeron lo mismo del Sah de Irán. —El presidente comprueba su reloj—. Tengo prevista una llamada con el Primer Ministro. Dejaremos esto por ahora.

Los miembros del consejo se levantan para marcharse. Mientras la cámara se vacía, el presidente detiene al director de la CIA.

—David, ¿puedo hablar contigo un momento?

—Sí, señor.

A solas con el presidente, Schall cierra la puerta.

—Una reunión interesante, señor presidente. Ha lanzado el cebo realmente bien. Porque es obvio que está pasando algo.

—Planes en el interior de más planes. El rey Sultan está preparado.

—¿Para qué me necesita?

—Pat Moreau tiene razón. Lo último que necesitamos justo ahora es un vacío de poder en Arabia Saudí, pero la extensión de esa amenaza está lastrada por la cantidad de petróleo que aún queda realmente en las reservas usables. Lo que necesito es información… datos concluyentes, no el tipo de informes que suelen venir del Departamento de Energía.

—De acuerdo. Ghawar y el campo aún sin explotar son la clave.

—¿Cómo descubriremos lo que hay ahí abajo? ¿Quién puede saberlo?

—Nadie a quien podamos conseguir. Sin embargo… Conozco a alguien que podría ayudar.

—¿Quién es?

—Lo conocí hace varios años en una fiesta. Su esposa nos presentó. Se llama Ace Futrell. Trabaja para PetroConsultants, o al menos lo hacía hasta que tiró de la manta en la vista sobre energía.

—Haz que tu gente lo localice.

—Señor, eso será… complicado. Su esposa era Kelli Doyle.

—Maldita sea…

—Para empeorar las cosas, Seguridad Nacional abrió un archivo sobre Futrell horas después de que Doyle fuera asesinada. Si los hago dar marcha atrás…

—Eso enviará señales de advertencia a nuestros amigos neoconservadores.

—Sí, señor.

El presidente reflexiona sobre ello.

—Ocúpate de ello. Personalmente.

«Cuando estás ahogándote no dices: "Estaría increíblemente agradecido si alguien me viera ahogándome y viniera a ayudarme", sólo gritas».

John Lennon.

«Está claro que las autoridades estadounidenses hicieron poco, o nada, para prevenir los ataques del 11-S. Se sabe que al menos once países proporcionaron a los Estados unidos advertencias anticipadas sobre los ataques del 11-S. Dos expertos del Mossad fueron enviados a Washington en agosto del 2001 para alertar a la CIA y al FBI… La lista que proporcionaron incluía los nombres de cuatro de los secuestradores del 11-S, y ninguno de ellos fue arrestado».

Michael Meacher, MP, Ministro de Medio Ambiente de Gran

Bretaña (1997-2003), en «The War on Terrorism is Bogus»,

The Guardian, 6 de septiembre de 2003.

«Los hombres que fueron identificados como los líderes del 11-S estuvieron bajo vigilancia años antes, sospechosos de terrorismo, por autoridades estadounidenses y aliadas… entre las que se encuentran la CIA, el programa militar estadounidense «Able Danger», las autoridades alemanas, la inteligencia israelí y otros muchos. Dos de los presuntos líderes de los que se supo que estaban bajo vigilancia de la CIA vivían además con un agente del FBI en San Diego, pero esto se supone que es otra coincidencia más».

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