22 DE OCTUBRE DE 2012 / 06:20 A.M.
Las aguas verdes, oscuras y espumosas manan entre árboles caídos y grises islotes de arena con playas de guijarros blancos, allá donde los ríos Red Willow y Wapiti se funden en la región de Paz, al noroeste de Alberta.
Las laderas están cargadas de negros abetos y álamos, y sobre las orillas de los ríos y acantilados crecen los troncos jóvenes en ángulo pronunciado, sus delgadas ramas esforzándose por alcanzar el sol antes de que la fuerza de la gravedad los combe y parta por la mitad.
La madera muerta flota en las orillas, se amontona en forma de troncos partidos y ramas astilladas que burbujean y giran en los rápidos; escombros en movimiento sobre el lecho del río, al ritmo sin fin de la vida que progresa y muere, y decae y renace, y muere de nuevo.
No hay la menor señal de presencia humana, no hay basura generada por el hombre ni contaminación, ni diviso un solo edificio, e imagino una catástrofe violenta setenta millones de años atrás, cuando aquí pereció una manada de Pachyrhinosaurus en plena migración, todos a un tiempo, cientos de ellos, presas del pánico, ahogándose al cruzar el río durante una inundación.
Sus enormes cadáveres fueron alimento para los carnívoros y más tarde se descompusieron y desarticularon. Con el paso del tiempo los corrimientos de tierras y las corrientes de agua arrastraron los huesos y los sepultaron en depósitos glaciales y afloramientos casi indistinguibles de la roca granítica y las piedras sueltas.
Las escenas que fluyen en la pantalla de mi ordenador podrían pertenecer a una naturaleza virgen que ha permanecido intacta desde la época del Cretácico, de no ser por un hecho evidente: el archivo de vídeo fue filmado por un ser humano que sostuvo un dispositivo de grabación mientras se deslizaba sobre las aguas poco profundas, abriéndose paso a poca velocidad entre bancos de arena, rocas medio sumergidas y árboles desgajados.
No hay detalles reconocibles del exterior de la motora, ni de su interior. No se ve al piloto ni a los pasajeros a bordo, solo la barandilla metálica de la cubierta de popa y la silueta de alguien a quien el resplandor del sol nos impide ver, una sombra sólida y claramente delineada contra el agua brillante y el azul del cielo abierto.