La toxicología en el caso de Peggy Stanton es como buscar una aguja en un pajar cuando la aguja puede no ser una aguja y el heno puede no ser heno. No puedo agarrarme a un clavo ardiendo y adivinar por las buenas. No puedo exigir todo tipo de pruebas sin agotar las muestras disponibles y la paciencia de Phillis Jobe.
—Esto es terrible, lo admito —le digo a mi jefa toxicóloga por teléfono—. Te estoy pidiendo mucho y te ofrezco muy poco a cambio, lo sé.
Las secciones congeladas de hígado, riñón y cerebro ya están en mal estado, un mal estado que solo empeorará con cada nueva prueba que se les haga. No tengo orina ni líquido vítreo. No tengo ni un solo tubo de sangre.
—Es como sacar una espada de la roca donde la han clavado, pero creo que puede hacerse. —Estoy en mi escritorio, en mi oficina, con las puertas cerradas, y exploro distintas posibilidades con una confianza que no sentía antes—. Opino que tenemos una oportunidad si lo intentamos con un enfoque muy práctico.
Toda la nueva información que tengo sobre Mildred Lott combinada con lo que sé de Peggy Stanton nos conduce en una dirección más obvia, que sospecho que será siempre la misma, ya se trate de dos o tres o, Dios no lo quiera, más víctimas. Si lo que Benton opina es verdad y el asesino está matando a la misma mujer una y otra vez, tal vez su madre o alguna otra figura femenina de gran poder sobre él, entonces lo más probable es que escoja siempre el mismo tipo de mujer, al menos simbólicamente, y tenga una misma manera de acabar con ellas.
—¿No encontraste posibles puntos de inyección cuando la examinaste? —me pregunta Phillis.
—No vimos ninguno —le respondo—. Su piel no estaba en muy buenas condiciones, pero la revisamos con mucho cuidado, con los puntos de inyección en mente, atentos a cualquier lesión. Lo que parece probable, si no es evidente, es que estuvo en casa por última vez la noche del viernes día 27 de abril, que alimentó a su gata, quitó y restableció el sistema de alarma a las seis de la tarde, y salió con su cartera y las llaves. Lo más probable es que saliera en su Mercedes y entonces tuviese un encuentro que terminó en el lugar donde fue secuestrada y asesinada. Posiblemente el mismo lugar donde se congeló su cadáver o éste se mantuvo almacenado en frío, hasta que fue lastrado y arrojado a la bahía en fecha tan reciente como ayer o anteayer por la noche.
—Si es la misma persona que mató a Mildred Lott, me pregunto por qué no hemos encontrado el cadáver de ésta —apunta Phillis.
—O por qué no se ha encontrado todavía —contesto, y recuerdo la opinión de Benton, que cree que el asesino conserva los cuerpos porque no quiere renunciar a ellos—. Parte de la fantasía puede ser retenerlos, no dejarlos ir, continuando así la extraña relación que mantiene con ellos —le explico.
—¿Necrofilia?
—No hay pruebas, en el caso de Peggy Stanton, aunque no lo descarto de forma absoluta. Pero lo dudo, si he de serte sincera. Aunque si Mildred Lott fue su primera víctima, en este caso su apego a lo que ella simboliza, su fantasía, probablemente sea más fuerte. Mantiene con ella una relación personal, aunque eso no significa que su interés por ella sea abiertamente sexual. Benton cree que trata de degradarlas, que es una cuestión de poder, de destrucción.
—Mildred Lott desapareció alrededor de seis semanas antes que ésta. —Phillis quiere decir «antes que Peggy Stanton»—. ¿Sabemos de otras mujeres que podrían haber desaparecido antes que ellas?
—Siempre hay gente desaparecida. Pero no me viene a la mente ningún caso similar. Si Mildred Lott fue la primera, es probable que su asesino albergue fuertes sentimientos y fantasías sobre ella —repito enfáticamente, porque creo que ahí está la clave—. Ella puede representar algo diferente para él, un premio mayor.
—La esposa de un multimillonario que sale en las revistas es un premio gordo.
—Pero tal vez ésa no era la razón que la convertía en un premio gordo para él. Su estatus y su riqueza pueden no tener nada que ver con las motivaciones del asesino. Lo más probable es que tenga algo que ver con lo que ella representaba y lo que provocó en él —contesto, y debería estar preocupada por tener esperando al FBI en mi sala de conferencias y por lo tarde que es.
Pero tengo otras preocupaciones en mente. Asesinar a Howard Roth pudo haber sido conveniente, así fue como lo describió Benton. Pero también fue un error de cálculo. Fue impulsivo. Probablemente no era necesario, y me temo que es un presagio de lo que vendrá a continuación. Si alguien se cruza en el camino de nuestro asesino, esa persona puede ser la próxima.
—Pero si Mildred Lott fue su primera víctima, no puedo evitar sentir que de algún modo ella era importante para él, que el asesino tenía una conexión especial con ella —añado—. ¿Cuál podría ser la razón de que su cadáver no haya sido encontrado? Tal vez todavía lo esté reteniendo.
—Es posible que le administrara alguna droga en la comida o en la bebida —aventura Phillis—. Tal vez ella conoció a su asesino en un restaurante o en algún lugar público. —Está hablando de Peggy Stanton—. Tal vez era alguien que conoció en Internet, en Craigslist, en Facebook, en Google Plus. O en una de esas webs de citas, tal vez hizo lo que les estoy diciendo constantemente a mis hijos que no deben hacer, por el amor de Dios.
—Realmente lo dudo —le respondo—. No puedo imaginarme a Peggy Stanton ni a Mildred Lott contactando con extraños en Internet, y no hay pruebas de que lo hicieran. Pero para estar seguras debemos buscar muestras de Rohypnol, gamma-hidroxi-butirato y clorhidrato de ketamina. —Repaso la lista de las drogas de la violación más comunes a día de hoy, a pesar de que estoy convencida de que el asesino tiene un modus operandi que repite y que no incluye programar una cita o incluso un encuentro social con aquella persona que está en su radar criminal.
Mildred Lott era dominante, una mujer agresiva aunque extremadamente cautelosa, era muy alta y se machacaba en el gimnasio. Ella no se lo habría puesto fácil a alguien que pretendiera llevarla a algún lugar al que no quería ir, y su marido insistió en que si alguien hubiera tratado de hacerle daño, ella se hubiera resistido.
Después de escuchar lo que me ha contado sobre su esposa, y sabiendo lo que el asesino hizo con Peggy Stanton, estoy convencida de que este encuentra una manera para incapacitar a sus víctimas y probablemente usa el mismo método una y otra vez. No creo que estas mujeres fueran a ninguna parte con él de buena gana. Creo que encontró el modo de secuestrarlas.
—Poppers, snappers, whippets, gases que la gente inhala, tal vez en una bolsa. —Le sugiero los volátiles más comunes que vemos en distintos casos—. Hidrocarburos aromáticos y alifáticos, disolventes que se encuentran en rotuladores, adhesivos, pegamentos, disolventes de pinturas, propano, butano o haluros de alquilo en líquidos de limpieza. Aunque yo diría que resultaría difícil usar cualquiera de ellos para someter a una persona a la que se pretende secuestrar.
—Hay un gran número de compuestos orgánicos volátiles que podrían dejar a alguien inconsciente —comenta mi jefa toxicóloga—: El tolueno, el tetracloruro de carbono, el 1,1,1-tricloroetano, el tetracloroetileno, el tricloroetileno… siempre que se utilicen en niveles lo suficientemente altos.
—Casi cualquier cosa puede ser un veneno o dejar inconsciente a alguien si se administra de forma incorrecta o de un modo deliberadamente perjudicial —reflexiono sobre lo que me está exponiendo—. Pero la cuestión es qué puede resultar práctico y accesible, qué podría ocurrírsele al asesino y qué podría ser más cómodo para él.
—Básicamente, todo lo que pueda utilizarse como un arma.
—Ni más ni menos —le respondo—. Y no estoy segura de que si tienes la intención de incapacitar a alguien en un santiamén lo mejor sea sofocar a esa persona con un trapo mojado en disolvente de pintura o en líquido de limpieza en seco… ponérselo sobre la nariz y la boca, por ejemplo. De no estar uno seguro del todo de que iba a funcionar, ciertamente no lo intentaría.
—Éter dietílico, óxido nitroso y cloroformo —nombra los primeros tres anestésicos generales conocidos—. El cloroformo se consigue fácilmente si uno trabaja en la industria o en un laboratorio donde se utilice como disolvente. Lamentablemente, y como todo el mundo sabe, también es posible fabricarlo en casa. Todo lo que necesitas es polvo blanqueador con cloro y acetona, y la receta está colgada en Internet.
Está haciendo alusión a lo que no hace mucho fue una noticia sensacional en Florida, el juicio de Casey Anthony, que fue absuelta de los cargos de asesinato de Caylee, su hija de dos años de edad. Un testimonio televisado afirmaba que el ordenador de Anthony se utilizó para hacer búsquedas en Internet sobre cómo fabricar cloroformo y que se detectaron rastros de dicha sustancia en el maletero del coche de Casey Anthony. Aunque nada de esto resultó en una condena, podría haber plantado una idea diabólica en la cabeza de una persona demente. Hoy es posible comprar los ingredientes en la ferretería y encontrar instrucciones online para fabricar cloroformo en el garaje o en la cocina o en el lugar de trabajo, y utilizarlo para incapacitar o matar a otros.
—Tal vez les dé un golpe. —Phillis sigue ofreciendo posibilidades—. Y luego las encierra en el maletero del coche, de modo que si se despiertan en tránsito, no suponen ningún problema, porque no pueden defenderse.
—Tal vez use un bote —le respondo, recordando algo que me han contado. Mildred Lott tenía tanto miedo a que un secuestrador u otra persona con intenciones criminales amarrase una embarcación detrás de la mansión de Gloucester que hizo pesquisas sobre seguros y solicitó que el muelle de aguas profundas fuese alterado, una petición que su marido le denegó debido a su yate. ¿Quién, además de él y los miembros clave de su equipo, sabría que esta preocupación la consumía? El caso es que sería peligroso hacer una sugerencia a la persona equivocada.
No digas lo que temes que podría suceder o alguien malo podrá hacerlo realidad.
—El cerebro va a ser nuestra mejor apuesta. El cloroformo se une a las proteínas y los lípidos. Se infiltra en las neuronas —le digo a Phillis, mientras me levanto del escritorio y observo los dos todoterrenos que las cámaras de seguridad recogían hace unos momentos mientras esperaban a que se abriese la puerta.
El Yukon negro conducido por Channing Lott gira hacia el este en la calle de abajo, tal vez para regresar a su sede en el Parque Industrial Marino de Boston. Me interesa que se quede solo con su joven y atractiva CFO, mientras Galbraith, en un jeep plateado con parrilla de malla, avanza en dirección contraria hacia Harvard.
—Eso suponiendo que la víctima no se mantuvo con vida tiempo después de haberse utilizado —comenta Phillis Jobe—. Dos o tres horas, tal vez cuatro. Después de eso, puede que no deje ningún rastro.
¿Y por qué iba a mantenerla viva? La atacó de algún modo que pudo no ser físico, y recuerdo los alimentos no digeridos en los intestinos de Peggy Stanton. Yo me la imagino cenando en algún lugar esa noche de abril y siendo apresada o noqueada cuando regresaba a donde estaba estacionado su automóvil, y luego conducida a algún otro lugar, posiblemente en ese mismo coche. De lo que estoy segura es de que en algún momento ella estuvo consciente, al menos el tiempo suficiente para romperse las uñas y pisar fibras de madera teñidas de rojo, que se le quedaron incrustadas en las plantas de los pies, y recuerdo el interior de sus armarios y sus cajones.
Recuerdo la ropa cuidadosamente doblada en los estantes y los cajones, los pantalones y los trajes, los suéteres y las blusas, ropa vieja y sin estilo, y que no había allí un solo par de medias de nailon, a pesar de que su cadáver vestía un panti desgarrado. Me imagino que ella despertó de una pesadilla en el interior del lugar donde la había apresado, un lugar donde él no temía ser descubierto y donde podía controlarla completamente.
Me pregunto si para entonces él la había vestido con medias, una falda, una chaqueta con botones antiguos, y si ella recuperó la consciencia vestida con ropa que no le iba a la medida y no era suya. ¿O acaso la obligó a vestirse con un traje que significara algo para él, y tal vez las prendas pertenecían a la persona original que él odiaba?
Peggy Stanton tenía contusiones en el brazo derecho, lo que parecían ser hematomas provocados con la punta de los dedos, y pienso en la teoría de Luke de que no fueron infligidos sobre la ropa sino agarrando la piel desnuda. Él especuló que el asesino la aterrorizaba y humillaba desnudándola, igual que son torturados los prisioneros de guerra, pero no creo que eso sea así.
Dudo que el asesino la quisiera desnuda. Creo que él la quería vestida para el papel que sádicamente le había dado, y que antes de arrojarla al mar en la bahía —meses después de que ella hubiera muerto y se hubiese disecado— le ajustó la ropa y las joyas, para que no se cayeran del cadáver momificado. Le explico todo esto a Ernie Koppel a medida que continúo haciendo rondas telefónicas.
—Tengo que descartar que fuera vestida de esa manera cuando salió de casa —le digo—. Si es posible, me gustaría responder a eso. Vamos mal, Ernie.
—Lo sé.
—Y estoy metiendo prisa a todo el mundo.
—Me lo imagino —dice deportivamente.
Le pregunto por las fibras que recuperó del interior del Mercedes de Peggy Stanton, y le explico que la ropa de su casa no se parecía en nada a lo que ella llevaba puesto cuando saqué su cadáver del agua.
—Y no sé si has tenido la oportunidad de echarle un vistazo —añado, y es mi manera de reconocer que debo ser persistente y que siempre tengo prisa.
—¿Hay alguna posibilidad de que las fibras recogidas en su coche pudieran provenir de la ropa que llevaba? ¿O que ella fuera vestida de esa manera por alguna razón inusual cuando salió a la calle por última vez, probablemente el 27 del pasado mes de abril?
En concreto, me gustaría averiguar si las fibras recuperadas de la moqueta, los asientos y el maletero del coche podrían provenir de la chaqueta de lana Tallulah de color azul oscuro, de la falda de lana gris o de la blusa de seda púrpura. Ernie dice que no.
—Son fibras de alfombras, sintéticas —dice, y luego alude a las fibras de madera que él creía que eran mantillo.
—No lo son —me hace saber—. No estoy diciendo que sepa para qué se utiliza esta sustancia, pero sí que no se hizo pasando madera o corteza a través de un triturador de maleza y rodándolo con tinte.
Me cuenta que ha usado cromatografía de gases-espectrometría de masas, o GC-MS, para analizar lo que se recuperó de la zona del conductor del Mercedes, y que los restos de madera teñida de rojo tienen un perfil cíclico específico de polialcohol consistente con el roble americano.
—Se caracteriza por una gran riqueza en deoxyinositol, especialmente en proto-Quercitol —me explica—. Un método muy interesante para identificar el origen botánico de las maderas naturales utilizadas en la crianza de vinos y licores, obviamente para garantizar su autenticidad. Ya sabes, un enólogo o un distribuidor te dice que es un vino tinto envejecido en barricas de roble francés y el GC-MS dice: «No, eso no es cierto. Este vino ha envejecido en barricas de roble americano», por lo que te libras de pagar una fortuna por lo que creías que era un burdeos Premier Grand Cru. Hay mucha ciencia alrededor del tema, y te puedes imaginar por qué. Si un distribuidor está tratando de venderte un crianza a precio de un gran reserva, te enteras.
—¿Burdeos? —pregunto—. ¿Qué tiene esto que ver con el vino?
—Las fibras de madera de su automóvil —responde.
—¿Crees que procedían de barriles de vino?
No me puedo imaginar lo que eso podría significar.
—Roble común, roble blanco utilizado en tonelería para hacer barriles, y también una fuente secundaria de ácido tánico o taninos como los que encuentras en el vino tinto —afirma—. En el caso que nos ocupa estamos hablando de roble americano teñido de un color rojo vino, con rastros de madera quemada, muy probablemente a partir de lo que se conoce como el tostado o carbonización de la parte interior del barril, y cristales de azúcar y otros derivados como la vainillina o las lactonas.
—Restos de madera que parecen mantillo, pero no lo son. Pensemos en bodegas o en algún lugar donde se utilicen barricas de vino —pienso en voz alta—. Pero no donde se hacen las barricas, porque las nuevas aún no estarían teñidas.
—No, no lo estarían.
—Entonces, ¿qué?
—Es frustrante de veras —comenta—. Puedo decirte que el origen es probablemente un barril de vino, pero no puedo decirte por qué está triturado, absolutamente pulverizado, o para qué se usó.
Menciona que es una práctica común que la gente trocee los viejos barriles de vino y eche los trozos en el whisky que está envejeciendo.
—Pero esto está demasiado pulverizado, es fino como el polvo —afirma—. No parece que haya sido cepillado o lijado, aunque supongo que estos restos podrían provenir de algún lugar donde los viejos barriles de vino se reciclen o reutilicen para algo.
Me consta que hay quien hace muebles a mano con barriles que ya no son aptos para la crianza del vino, y recuerdo algunas de las piezas dentro de la casa de Peggy Stanton: la mesa en la entrada, donde se encontró la llave del coche, y la mesa de roble de la cocina. Todo parecía antiguo y ciertamente no tenía pinta de haber sido hecho con barricas usadas y recicladas, y tampoco hay pruebas de que ella coleccionara vino o incluso que lo bebiera.
—¿Y qué pasa con las fibras leñosas de las plantas de los pies y las uñas? —le pregunto—. ¿Es lo mismo?
—Restos de roble americano teñido de rojo, algunos carbonizados —responde—. Aunque no he encontrado cristales de azúcar ni ninguno de estos derivados.
—Se habrán disuelto en el agua. Es bastante seguro suponer que los restos que había en su cuerpo y en su coche procedían de la misma fuente —decido—. O mejor dicho, que posiblemente el origen de todos esos restos tiene una misma ubicación.
—Se puede suponer que sí —se muestra de acuerdo—. De hecho, estaba pensando en hablar con algunas bodegas de por aquí a ver si saben lo que podrían ser estos restos de barril de vino.
—¿De por aquí? —le interrumpo—. Yo no lo haría.