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Le culpo por no pedir cita y presentarse en el CFC sin previo aviso, pero no puedo decir que no tenga derecho a hablar conmigo. Decido que Channing Lott y sus acompañantes deben ser conducidos arriba.

—Solo dame un minuto para que me instale —le indico a Bryce por el móvil—. Llévalos a la sala de espera, dales agua y café. Diles que solo puedo verlos unos minutos. Por favor, explícales que llego tarde a una reunión. Yo te enviaré un SMS cuando esté lista, y los traes a mi oficina.

Pulso el botón del ascensor para el piso séptimo y sé que Benton va a insistir, pero no voy a hacerle caso.

—Kay, yo debería ir contigo —empieza, y no le dejo terminar.

Niego con la cabeza.

—No es más apropiado que estés presente. Sea lo que sea, en última instancia se trata de un miembro de la familia, de un ser querido de la difunta. Él es el esposo de alguien cuyo caso es mío.

—El cadáver no se ha encontrado. Ella no es uno de tus casos.

—Han consultado el caso, y él lo sabe. He testificado sobre ella en el juicio, y en su opinión ella es uno de mis casos. Además, alguien tiene que ocuparse de ella, por el amor de Dios, porque es altamente improbable que todavía siga viva. Seamos realistas, está tan viva como Emma Shubert.

—No se puede hacer esta conexión basándonos en los hechos disponibles.

La forma de decirlo es significativa.

—Sé cuándo la gente no va a entrar por esa puerta nunca más, Benton —replico, y lo miro cuidadosamente—. Esas mujeres están muertas.

No dice nada porque piensa igual que yo. Sabe más de lo que está diciendo. Pienso en la reunión a la que voy a asistir más tarde, pero eso tendrá que esperar.

—¿Y qué si Channing Lott no hubiera tenido realmente nada que ver con la desaparición de su esposa y la gente como yo ni siquiera se digna a hablar con él? —le pregunto.

—¿La gente como tú, dices?

—Tengo que hacerlo, Benton.

—Esto es peligroso, Kay.

—Estamos obligados a respetar que ha sido absuelto de su asesinato, y me parece peligroso suponer que él no está sufriendo, que no está perturbado, que no está devastado. —Me mantengo firme. Esto no es negociable—. No dejaré que el FBI se siente a esa mesa. De hecho, el FBI ya ha metido la nariz en mi oficina más de la cuenta.

—No estoy tratando de interferir. Estoy tratando de protegerte.

—Sé que es así. —Lo miro y puedo ver lo infeliz que se siente—. Pero no lo puedo permitir.

Se da cuenta de que discutir conmigo será infructuoso, y aunque yo siempre escucho sus opiniones y lo que me dice, tengo que manejar mis responsabilidades de la manera que sé que es la correcta. Si yo no fuera su esposa él nunca me habría hecho la propuesta que me acaba de hacer. Dentro del CFC no hay sospechosos, no hay inocentes ni culpables, solo personas muertas o desoladas. Channing Lott es el viudo, y no prestarle atención sería una violación de mi juramento.

—Él no me va a hacer daño —le digo a Benton—. No me va a atacar dentro de mi propio edificio.

—No estoy preocupado por lo que te pueda hacer —responde—. Estoy preocupado por lo que quiere.

—Me reuniré contigo y tus colegas en unos minutos. Voy a estar bien.

Nos bajamos en mi piso, y veo a Benton alejarse, alto y flaco, con su traje oscuro, su pelo grueso y plateado, su paso decidido y confiado, como siempre camina, pero siento su renuencia. Se dirige hacia la sala de conferencias TelePresence, más conocida como la sala de guerra, y yo voy en dirección opuesta.

Sigo por el pasillo curvo hasta mi oficina y abro la puerta, tomándome un momento para inspeccionarme en el espejo del lavabo del baño, lavarme la cara, cepillarme el pelo y los dientes, y pintarme los labios. No es el mejor día para llevar un par de pantalones de pana viejos sin forma, un jersey de punto de pescador y unos botines negros.

No es la ropa que yo habría elegido de haber sabido que me iba a reunir con este hombre notoriamente poderoso, que muchos todavía creen que orquestó el asesinato de su esposa, y por un instante considero la posibilidad de cambiarme de ropa y ponerme unos pantalones de faena y una camisa con el escudo del CFC. Pero eso sería una tontería, y no tengo tiempo.

Le envío un SMS a Bryce y le pido que por favor recuerde a nuestros huéspedes no invitados que tendrán que darse prisa, que llego tarde a otra reunión. No me importa hacer esperar al FBI, la verdad sea dicha, sobre todo si así hago esperar a Douglas Burke, a quien no me importaría hacer esperar durante cien años. Pero quiero poder zafarme si lo necesito. No sé qué ha planeado Channing Lott ni por qué ha traído a su gente con él.

Oigo a Bryce por el pasillo hablando por los codos, no puede evitarlo. Su necesidad de hablar es tan acuciante como su necesidad de respirar. Abre la puerta mientras llama, y de pronto aparece Channing Lott, vestido con un traje gris perla y una camisa gris, sin corbata. Es muy llamativo, con su pelo largo y canoso trenzado a la espalda, y me estrecha la mano calurosamente y me mira a los ojos, y por un momento creo que me va a abrazar. Me toma un segundo recuperar la compostura y reconocer al hombre y a la mujer que lo acompañan.

—Podemos sentarnos aquí —digo, y les muestro la mesa de acero pulido—. Veo que Bryce se ha asegurado de que tengan algo de beber.

—Ella es Shelly Duke, mi directora financiera, y él, Albert Galbraith, mi jefe de operaciones —afirma Lott, y los recuerdo a ambos muy juntos y mirando a la bahía desde el tribunal cuando yo pasaba por seguridad ayer por la tarde.

Son dos ejecutivos atractivos, bien remunerados y bien vestidos, de treinta y muchos o cuarenta y pocos años, me imagino. Ninguno de ellos se muestra tan cálido ni amable como su jefe, cuyos ojos azules son intensos, su rostro radiante, mientras me presta toda su atención. Cuando estamos sentados, le pregunto en qué puedo ayudarle.

—En primer lugar y lo más importante, quiero darle las gracias, doctora Scarpetta. —Lott dice lo que yo temía que podría decir—. Le sometieron a algo que tuvo que ser desagradable. —Se refiere a lo que pasó en el juicio, y me recuerda desagradablemente cómo fui multada por el juez y cómo su propia abogada intentó destituirme en todos los frentes.

—No hay nada que agradecerme, señor Lott —contesto, mientras recuerdo su helicóptero filmándome—. Soy una funcionaría que hace su trabajo.

—Sin prejuicios —afirma—. Usted lo hizo sin ideas preconcebidas ni prejuicios. Simplemente dijo lo que era cierto, y no tenía por qué hacerlo.

—No es mi trabajo tomar partido o tener una opinión, a menos que se trate de la causa de una muerte.

—Ésa no es mi esposa —afirma, y la identidad de Peggy Stanton aún no ha sido revelada—. Cuando pusieron esas imágenes de televisión en los tribunales, yo supe que no era ella. Lo supe al instante, y quería decírselo yo mismo en el caso de que haya sido un problema.

Me pregunto si Toby le filtró la identidad a Jill Donoghue y si esta sabe que su cliente está aquí.

—Por muy malogrado que estuviera el cadáver, lo cierto es que se podía decir sin vacilación que no se trataba de Millie. —Lott le quita el tapón a una botella de agua—. Ella no podía tener ese aspecto, y si usted ha podido echar un vistazo a su historial médico o tiene detalles de su descripción física, se dará cuenta de que lo que estoy diciendo es cierto.

Tengo pocas dudas de que él sepa que he estudiado el historial y soy consciente de que Mildred Lott medía o mide sobre un metro sesenta.

Peggy Stanton, de cuyo asesinato Channing Lott no debe saber nada, a menos que haya tenido algo que ver o su abogada le haya explicado algo al respecto, apenas medía metro sesenta. Cuando ella apareció en la televisión, mientras yo cargaba su cadáver dentro de la canasta Stokes, se vio claro que no era tan alta. Sé, tras examinarla, que su pelo era canoso y no rubio teñido, y que ella no tenía cicatrices de cirugías estéticas recientes, no tenía ninguna abdominoplastia, ninguna ritidectomía.

—Fue la primera cosa en la que todos nosotros pensamos cuando se supo la noticia. —Al Galbraith toma café y parece inquieto, como si el tema le resultase desagradable—. No importa el estado en que se encuentre, alguien no se hace más bajo —afirma con torpeza, como si se sintiera obligado a decir algo sobre la esposa desaparecida de su jefe.

—Los cambios post mortem, los cambios después de la muerte, no acortan a nadie —digo yo, pues estoy de acuerdo.

—Una mujer imponente —afirma Galbraith, y se me ocurre que ella no le gustaba nada—. Creo que cualquiera que conociera a la señora Lott se sorprendía de lo escultural que era.

—Exactamente. —Shelly Duke se muestra de acuerdo, y se me ocurre que no quieren estar aquí—. Una mujer impresionante y abrumadora. De una figura imponente, dominaba cualquier estancia con solo hacer acto de presencia, y lo digo con admiración —añade, con una tristeza que no es convincente.

Lott les ha hecho venir. Se sienten tan inseguros como se podría esperar que se sintiesen dentro de un centro forense, y tengo la sensación de que ambos muestran cierta ambivalencia en cuanto a la víctima. Me pregunto si Jill Donoghue ha planeado esta reunión no programada, pero no puedo imaginar un motivo para hacerlo. Ella ha declarado audazmente que no habrá medias tintas en este caso, que su cliente no será juzgado de nuevo por el mismo cargo ni nada por el estilo.

«Esta pesadilla ha terminado, pero no lo peor», les ha estado diciendo Donoghue a los medios de comunicación, una vez se supo que su cliente había salido absuelto esta mañana. Ahora Channing Lott tiene que lidiar con su propia victimización, porque aquí él es la verdadera víctima, ha declarado ella, y le han encarcelado por un crimen que no cometió, como si la trágica pérdida de su esposa no fuera ya bastante horrible.

—Doctora Scarpetta, ¿puedo hacerle una pregunta? —Él está completamente enfocado hacia mí, está sentado muy erguido y se desenvuelve de una forma que me indica por qué sus dos directores generales han venido con él.

Ahora les da la espalda. No ve a cualquiera por cualquier cosa. Ellos son testigos, no amigos de confianza. Lott no amasó todo lo que ha amasado en la vida siendo poco precavido o estúpido. A pesar de que me preocupo por sus intenciones, creo que en realidad se está cerciorando de que no le causaré más problemas.

—No puedo prometer que vaya a ser capaz de responderle, pero adelante.

Recuerdo lo que Lorey y Kefe, los detectives de Gloucester, me contaron cuando se reunieron conmigo después de que desapareciera Mildred Lott.

—Usted conoce los detalles, supongo. Millie estaba sola en nuestra casa de Gloucester, el 11 de marzo, domingo —dice Lott, como si estuviera haciendo una declaración.

Una mujer vanidosa que se relacionaba con ricos y famosos, que había estado en la Casa Blanca más de una vez y se había reunido incluso con la reina de Inglaterra, así me la describieron los detectives, y cuando les pregunté si sabían de alguien que hubiera querido causarle algún mal a Mildred Lott, respondieron que sacara la guía telefónica.

«Apunta con el dedo en cualquier página», dijeron. «Podría ser cualquiera al que ella hubiera pisado, hecho trabajar más de la cuenta, pagado mal, o tratado como al servicio», me dijeron, y recuerdo que pensé en aquel momento que es muy común que las víctimas no sean agradables. Nadie merece ser secuestrado, violado, asesinado, robado o mutilado, pero eso no significa que la persona en cuestión no haya hecho algo para que le suceda una cosa así.

—Ella acababa de ocuparse de nuestro regreso a Gloucester. Mantenemos la casa cerrada durante los meses de invierno más sombríos. —Lott repite lo que obviamente ha dicho muchas veces antes—. Y yo había hablado con ella en lo que para mí era aún la mañana pero para ella eran las nueve de la noche, y por supuesto, estaba muy molesta. Yo estaba de viaje de negocios en Asia y, de hecho, había decidido acortar mi viaje por la perra. Millie estaba hecha un manojo de nervios.

—Ella no puede saber lo que ha pasado con Jasmine —le comenta Shelly Duke, y me dice—: Jasmine es su perra.

—Nuestra sharpei desapareció en marzo —explica Lott—. Los jardineros, como ocurre a menudo, habían dejado la puerta abierta. Ya había ocurrido antes y Jasmine había regresado. La última vez que se perdió la encontró la policía. La policía local la conoce y un oficial la cogió en brazos y nos la trajo de vuelta. Pero esta vez no tuvieron tanta suerte, al parecer. La policía sospecha que alguien la robó, se trata de una raza muy poco común y no precisamente barata, y Millie estaba fuera de sí. No hay palabras para describir lo mal que estaba. —Al decir esto parece que Channing Lott va a soltar una lágrima.

—Su perra desapareció tres días antes que su esposa —le digo.

—Sí.

Se aclara la garganta.

—¿Sabe si Jasmine ha vuelto a aparecer?

—Dos días después de que Millie desapareciera, encontraron a Jasmine vagando a varios kilómetros al norte de la casa, cerca del río Annisquam —dice, y pienso en la gata de Peggy Stanton—, en una zona de paseo donde los perros pueden ir sin correa, con una gran cantidad de arbustos y rocas, más allá de Wheeler Street. Alguien que paseaba a su perro la encontró.

—¿Cree que había estado suelta todo ese tiempo? —pregunto.

—No, lo dudo, no durante toda una semana en tiempo de lluvias y bajas temperaturas nocturnas, sin comida ni agua. Tenía muy buen aspecto para haber estado a la intemperie todo ese tiempo. Creo que quien la raptó cambió de opinión. Jasmine puede ser agresiva, impredecible, no se muestra amable con los extraños.

«Alguien que no tiene el menor respeto por la vida humana, pero que no haría daño a un animal».

—Es como en ese relato, «El rescate del jefe rojo». —La risa de Channing Lott suena hueca, y lo que es importante para mí es la cronología.

Lo más probable es que la gata de Peggy Stanton se escapara o la echaran de casa tras desaparecer su dueña y cuando posiblemente ya estaba muerta, pero la perra de Mildred Lott se desvaneció antes de que hubiera ocurrido un crimen.

—Se ha sugerido que mi esposa podría haberse ahogado accidentalmente. —Hace un circunloquio para pedirme la opinión sobre eso, y no me es posible brindarle una respuesta—. O tal vez se quitó la vida.

Se pone a describir las teorías al respecto, interminables y exageradas, algunas de ellas ya recitadas por Donoghue en los tribunales. Mildred Lott estaría borracha o drogada y vagó fuera de la casa y cayó al océano o deliberadamente se tiró al agua helada con la intención de ahogarse. Tenía una aventura amorosa y se fugó con su amante porque temía la ira de su marido. Había escondido millones de dólares en cuentas en el extranjero y ahora vivía bajo una identidad falsa en el Caribe, en el Mediterráneo, en el sur de Francia, en Marrakech. Presuntos avistamientos de ella han aparecido en Internet.

—Estoy interesado en su opinión —me presiona ahora—. Pensemos en una persona que se ahoga accidentalmente o es asesinada o se suicida, ¿no se encontraría el cadáver con el tiempo?

—Los cuerpos que caen al agua no siempre se encuentran —le respondo—. Las personas perdidas en el mar, la gente que cae o es arrojada por la borda de un barco, a veces se ve arrastrada por fuertes corrientes, por ejemplo. Depende también de si el cuerpo se queda enganchado en algo.

—¿Y al final, no quedaría absolutamente nada?

—Lo que quedara aún tendría que ser encontrado, y eso no siempre sucede.

—Pero si mi mujer se cayó al océano, porque tal vez tropezó con las rocas o se cayó del muelle, ¿no se puede esperar que aparezca?

Él persiste con valentía y sin dar su brazo a torcer.

En sus ojos brilla una tristeza que parece real.

—En un caso como éste, en general, sí —le respondo.

—Al, si eres tan amable —dice Lott, sin mirarlo.

Al Galbraith abre su maletín y saca un sobre de color manila que empuja a través de la mesa hacia mí, y yo no lo abro. No lo toco. No lo haré hasta que sepa exactamente qué es y si es algo que debería ver.

—Una copia de la grabación de la cámara de seguridad —me explica Lott—. La misma que tienen los detectives de Gloucester, el FBI y los abogados. Lo que vio el jurado. Veintiséis segundos. No es mucho, pero son las últimas imágenes de ella, lo último que hizo Millie antes de desvanecerse. Aparece abriendo la puerta trasera de la casa exactamente trece minutos antes de la medianoche de ese domingo, el 11 de marzo. Está vestida para irse a la cama, y no hay una maldita razón para que saliera al patio a esa hora. Como es natural, no deja salir a Jasmine, pues la perra había desaparecido. Hacía frío, era una noche nublada y muy ventosa, y Millie salió de la casa sin llevar ropa de abrigo y parecía estar un poco tensa. —En este punto, se vuelve a mirar a sus colegas—. Todavía no he podido hacer la elección de las palabras correctas. Me las veo y me las deseo para describir con precisión la expresión de su rostro, su lenguaje corporal. —Parece sinceramente perplejo y dolido de verdad—. ¿Cómo lo describiríais? —les pregunta a sus ejecutivos—. ¿Ansiosa, desolada, angustiada?

—Cuando veo esto no me lo parece —afirma Galbraith, como si ya lo hubiera dicho antes.

Suena plano. Suena a previamente ensayado.

—Es solo que ella parece tener un propósito —dice el jefe de operaciones de Lott—. Sale de la casa como si tuviera una razón para hacerlo. Yo no voy a usar la palabra «pánico» al ver el vídeo, pero todo pasa muy rápido y no es muy claro, salvo que resulta evidente que ella le está diciendo algo a alguien.

—Yo la describiría como con cierta urgencia, sí —asiente Shelly Duke—. Pero no molesta. Y definitivamente no está asustada. —Ahora habla para Lott—. No creo que esté asustada de la forma en que uno podría estarlo cuando hay alguien merodeando o tratando de forzar la entrada.

—Si hubiera estado asustada o preocupada porque alguien estuviera tratando de colarse —responde Lott, y detecto un poso de disgusto e impaciencia bajo su encanto—, no habría desactivado la alarma, ni hubiese salido fuera a esa hora. No estando sola.

Es de los que se sienten frustrados con la gente que no es tan inteligente y decidida como ellos, y eso equivale a hablar de casi todo el mundo.

—Millie era muy consciente de la seguridad —me dice Lott—. Ella, y esto es absolutamente cierto, no salió de la casa esa noche porque oyera un ruido, o porque tuviera miedo de alguien o de algo. No me cabe la menor duda. Eso sería lo último que haría. Cuando estaba asustada llamaba a la policía. Ella jamás titubeó a la hora de llamar a la policía. Estoy seguro de que ya ha hablado con la policía de Gloucester y le han dicho que estaban muy familiarizados con ella y con nuestra propiedad. De hecho, varios oficiales estuvieron en la casa unos días antes, cuando desapareció Jasmine.

Le digo a Channing Lott que lo siento mucho, pero que tengo gente esperando. Estaré encantada de revisar el vídeo de seguridad, aunque es poco probable que tenga nada que aportar que otros no hayan observado antes. Empujo la silla, porque siento que él está intentando hacer algo para defender su inocencia y no tengo la intención de ser manipulada.

—Es que me supera. —No hace el menor movimiento para irse—. ¿Quién era? ¿Con quién podría haber estado hablando? ¿Sabe? La teoría predominante, la que el fiscal jamás ha dejado de esgrimir, es que estaba hablando conmigo. Que había salido al patio a hablar conmigo.

—¿Una teoría basada en qué? —pregunto, aunque probablemente no debería preguntarle nada más—. ¿Tiene sonido el vídeo de seguridad?

—No, no lo tiene, y solo se la ve de lado. Realmente no se puede entender lo que dicen sus labios, no está claro. Así que para contestarle con más precisión, doctora Scarpetta, la teoría, al igual que todas las teorías acerca de mí, no se basa en otra cosa que en la determinación de la fiscalía y el gobierno por ganar el caso. —Parece enojado. Se ve perjudicado, y no se me escapa que alude a Dan Steward sin llamarlo por su nombre—. Estoy seguro de que ha visto en las noticias que la fiscalía sugirió que en realidad yo no estaba de viaje —añade—. Que mi estancia en Tokio la noche en que Millie desapareció no era sino un ardid, que en realidad estaba aquí y en connivencia con quien supuestamente acababa de contratar para asesinarla. Lo que la acusación repitió sin descanso es que mi esposa jamás habría salido de casa esa noche, a menos que la persona que oyó fuera alguien de plena confianza.

—Exactamente, que ella no lo habría hecho si no hubiera sabido quién era —apunta Shelly Duke.

—Sí, todos sabíamos eso de la señora Lott —apunta Al Galbraith—. Teniendo en cuenta su posición en la vida, ella era muy consciente de los riesgos. No quiero usar la palabra «paranoica».

—Un secuestro para pedir un rescate —comenta Lott—. Ése fue el primer pensamiento que tuvo ella sobre lo que le había sucedido a nuestra perra.

—Que alguien había secuestrado a Jasmine y pronto pediría un rescate —añade Shelly Duke, su directora financiera—. El secuestro es un negocio de mil millones de dólares, y la triste realidad es que ciertos individuos, y en particular aquéllos que viajan internacionalmente, deben tener una cobertura de seguro adecuada para semejante contingencia. Millie me preguntó en varias ocasiones si se podría conseguir el mismo seguro para Jasmine.

—Le preocupaba que alguien pudiera amarrar un barco en nuestro muelle en medio de la noche. —Lott es capaz de quitar la palabra a la gente sin interrumpirla—. Sobre todo después de enterarse de que unos piratas somalíes habían secuestrado a una pareja británica en su yate. Bueno, eso fue suficiente para alterarla, y luego, cuando unos bandidos asesinaron a un turista y secuestraron a su esposa en un centro turístico de lujo en Kenya, se preocupó bastante. Digamos que obsesivamente. Nuestra propiedad está vallada y cerrada, pero le inquietaba su vulnerabilidad desde el muelle de aguas profundas, se preocupaba tanto que me pidió que me deshiciera de él, lo que sin duda no quise hacer, pues de vez en cuando amarro allí el Cipriano.

—¿Su yate? —pregunto, porque no puedo evitarlo.

Si, de hecho, Lott fuera acusado de algún otro crimen, ahora mismo se acaba de asegurar de que de nuevo seré su testigo, que seré posiblemente llamada otra vez por la defensa.

—¿Estaba su yate atracado allí la noche en que desapareció? —pregunto, porque no me preocupa Jill Donoghue.

Me importa la verdad.

—No —responde—. Estaba pasando el invierno en Saint-Tropez. Por lo general no lo traigo de nuevo a esta zona hasta mayo.

Abro la puerta que conecta mi oficina con la de Bryce y le doy el sobre, le pido que nos envíe copias de los vídeos de seguridad a Lucy y a mí por correo electrónico. Le hago saber que puede mostrar la salida a nuestros invitados, y Channing Lott me da una tarjeta, impresa en papel crema de alto gramaje. Ha escrito su número telefónico privado en ella.

—Millie no se habría ido con nadie, ni con una pistola apuntándole a la cabeza. —Hace una pausa en el pasillo, sus ojos intensamente fijos en los míos—. Si alguien hubiera intentado agarrarla en nuestro patio trasero, ella habría luchado a brazo partido. Quien fuera tendría que haberle pegado un tiro allí mismo, y en ese preciso instante.