Benton conduce mi todoterreno hacia el oeste a lo largo del río Charles, pasamos por la antigua sede Art Déco de Polaroid y la Boathouse DeWolfe, con su techo de cobre. Es mediodía, y el sol ha derretido el hielo, y sus rayos iluminan el viejo cartel de la empresa Shell. Nos dirigimos hacia Central Square y entonces llamo a Ernie.
—Se trata de pintura marina —dice de inmediato—. Lo que tampoco es una gran sorpresa, ya que obviamente la tortuga estaba en el agua cuando se topó con algo o algo chocó con ella. Se trata de una pintura antiincrustante con cobre para retardar el crecimiento de percebes, mejillones y demás. Y también lleva cinc, lo que sería compatible con la pintura base.
—Y está en consonancia con el color —le respondo—. Ese color verde amarillento trae a la mente una imprimación a base de cinc.
—Microscópicamente tienes más de un color —responde—. De hecho, tienes tres.
Cruzamos Massachusetts Avenue. El ayuntamiento queda justo ahí delante, con su estilo románico, su campanario y sus muros de piedra recortados en granito, y Ernie me explica que los restos de pintura transferida al percebe y también al extremo roto de la caña de bambú procedían del fondo del casco. Posiblemente, de la hélice o la cadena del ancla o la misma ancla, dice, que hace años estaba pintada de negro.
—A menudo lo que se usa para pintar el casco también se utiliza en otras áreas que permanecen sumergidas cuando el barco está amarrado —añade.
—Una manera rápida y sucia de hacerlo —le respondo, mientras Benton gira junto al YMCA—. Usar la misma pintura para todo.
—Mucha gente hace las cosas de un modo rápido y sucio, y luego están aquéllos a los que no les importa una mierda, aquéllos que son realmente descuidados e irresponsables —dice Ernie—. El que pintó el barco que estás buscando entra dentro de esa categoría.
No encaja con la imagen que tengo de él, la de un asesino ordenado y meticuloso, que traza planes y posee una fantasía maligna.
—La pintura base con cinc estaba aplicada directamente sobre la capa vieja de pintura sin lijar, de modo que fue alguien a quien no le importaba un pimiento. —Ernie continúa describiendo lo que ha encontrado en una muestra de color casi invisible a los ojos.
Un barco que esta persona utiliza para su mal, pero no para su ocio, no para su placer.
—Y encima de una capa de color rojo oscuro con cobre u óxido cuproso, que se utiliza generalmente en madera —afirma—. Tengo la sensación de que la embarcación que estás buscando tiene una capa descascarillada de color rojo, o tal vez pelada, lo cierto es que en algunas áreas aflora la capa base. En otras palabras, que no es algo bien mantenido.
Un barco viejo, mal reparado, que probablemente no esté registrado a su nombre ni fondeado donde vive o ni siquiera cerca de allí.
—Si se tratara de una hélice, ¿no habrías esperado que la tortuga estuviera en peor estado? —le pregunto.
—Si la hélice giraba, sí. Pero tal vez no lo hacía. Tal vez la persona apagó el motor mientras hacía lo que hizo.
Hizo lo que hizo.
Y eso hizo: detener el barco y apagar el motor para arrojar por la borda el cajón para perros, la defensa de barco y el cadáver. Trato de imaginarlo y no puedo, cómo podría alguien alzar un cajón con más de ochenta kilos de arena para gatos y dejarlo caer atado a un cadáver sobre un riel lateral alto. Tuvo que necesitar una plataforma de buceo o un barco con una popa abierta. El mamparo de popa abierto de los barcos de langosta de por aquí es más útil para arrojar nasas y boyas, y son barcos que salen a faenar por todas partes, a todas horas, sea cual sea el tiempo que haya, y por tanto no atraen la atención de nadie. Pienso en cómo pudo ser.
La popa abierta de un viejo barco de madera repintado, y el cajón para perros, la defensa, el cadáver arrojado al agua justo al mismo tiempo en que una gigantesca tortuga laúd se enreda con las artes de pesca y un viejo palo de bambú, ahí está. Imagino el impacto, cómo chocan, ahora puedo verlo todo. La tortuga sube a la superficie en busca de aire, arrastrando las artes de pesca que se le han enredado, y aflora ante el casco del barco, tal vez junto a la hélice, y ahora está peligrosamente enredada en el nailon amarillo de la línea de boyas que la lastran, la frenan, y el pobre animal tira de su carga hasta que esta casi lo hunde.
Es muy probable que el asesino no advirtiera la presencia de la tortuga laúd ni supiera nada de lo ocurrido. Por un lado, sospecho que estaba a oscuras, y me imagino que el barco había fondeado cerca de Logan, pues desde allí envió el correo electrónico desde el iPhone de Emma Shubert, el domingo, a las 18:29 horas, y luego esta persona esperó, posiblemente durante horas, hasta estar seguro de que nadie lo vería.
—¿Qué te hace pensar en un determinado número de años? —le pregunto a Ernie—. ¿Eres capaz de adivinar la fecha cuando el casco originalmente se pintó de negro?
—Tiene restos de TBT —dice.
Me explica que la pintura contiene óxido de tributilestaño, un biocida antiincrustante que ha diezmado la vida marina, y en especial los mariscos, a los que mata y hace mutar. El TBT es uno de los productos químicos más tóxicos jamás introducidos deliberadamente en el mar. Y desde finales de la década de 1980 se ilegalizó su uso en áreas de tráfico intenso, como puertos y bahías. Pero desafortunadamente la prohibición no incluye ni a petroleros ni a buques militares.
—Así que a menos que el barco en cuestión sea militar o un buque cisterna, algo que dudo seriamente, entonces estás buscando una embarcación que podría tener al menos veinte años —añade, mientras Benton localiza una plaza de aparcamiento en la acera, cerca del Crown Vic de Machado.
La vivienda de Howard Roth no tiene camino de entrada. Rodeada de árboles y arbustos, su pequeña casa de madera queda detrás de una fábrica abandonada en la calle Bigelow, en un área con casas históricas y apartamentos de Harvard y viviendas baratas. Aunque no puedo verlo desde donde estamos, sé que Fayth House queda a pocas manzanas al oeste, en Lee Street, un paseo fácil desde aquí. Sigo preguntándome si Peggy Stanton podría haber ejercido el voluntariado allí.
—¿Y qué es lo más importante para tus propósitos? —La voz de Ernie resuena en mi auricular inalámbrico, mientras salgo del todoterreno—. Pues que al que pintó el barco no le importaba una mierda si había una razón para semejante prohibición o no.
Tomo los maletines de escena del maletero.
—Al parecer, esa persona aplicó las capas de pintura base y pintura roja justo sobre la pintura original de color negro, lo que por cierto no impide que el TBT siga filtrándose en el mar —añade Ernie, y pienso en lo que me dijo Lucy.
La empresa de transporte de Channing Lott ofrece un premio de cien mil dólares para recompensar soluciones que ayuden a preservar el medio ambiente. No me imagino a ninguno de sus cargueros pintado con un biocida peligroso, ni ningún otro barco de su propiedad, y ciertamente no su yate, el que a veces amarra en el puerto de Boston.
—Podría ser cualquier cosa —comenta Benton, después de que lo haya puesto al corriente, mientras estamos subiendo los deslucidos escalones de madera de la casa de tres habitaciones de Howard Roth, que no se ve descuidada, solo deteriorada—. Cualquier tipo de embarcación u objeto marino pintado originalmente con revestimiento, puede tratarse de una boya o un pilote o un submarino. Y luego vuelto a pintar.
—Dudo que pinten un submarino de color rojo. —He visto una manguera de jardín en espiral conectada a un grifo en el exterior, y me pregunto para qué la usaría Howard Roth.
No hay hierba, nada que regar, y él no tenía coche.
—Lo más probable es que estemos hablando de un casco de embarcación y tal vez también de su hélice, que se volvió a pintar con una nueva capa de pintura base, y luego otra de una pintura antiincrustante roja que es ambientalmente segura y legal. —Nos ponemos guantes y fundas de calzado, y abro una puerta de rejilla oxidada.
Sil Machado nos está esperando en un porche abierto lleno de bolsas de basura negras repletas de latas y botellas. Hay carritos de la compra llenos de bolsas, y aún más bolsas por todo el porche. Me pregunto cómo conseguiría llevar Howard Roth esos reciclables al establecimiento donde se los aceptaban, y le pregunto a Machado si él lo sabe.
—El más cercano está en Webster. —Abre la puerta principal con una sola llave conectada a una etiqueta de prueba—. Creo que su compañero de la residencia Fayth House solía llevarlo en el coche. Me refiero a Jerry, el tipo de mantenimiento que encontró el cadáver.
Nos deja entrar y se queda afuera, porque si no encuentro ninguna muestra visible tengo la intención de rociarlo todo en busca de restos de sangre, y dentro hay muy poco espacio. A través de la puerta abierta, Machado me explica que el amigo de Roth, tal vez su único amigo, fue arrestado por conducir bajo los efectos del alcohol y le retiraron la licencia.
—En la tarde del domingo, cuando respondió a la llamada, me dijo que tan pronto como le devolvieran la licencia iba a ayudar a Howie a acarrear todo esto —dice Machado.
—¿Y cuándo podría haberlo hecho, entonces? —pregunta Benton, y estamos junto a la puerta, poniéndonos los monos protectores—. ¿Cuándo le iban a devolver la licencia para que pudiera llevar a Roth?
—Era su primer delito, por lo que la licencia se la suspendieron solamente durante un año —responde Machado—. Le quedaban solo tres meses. Me dijo que le había pedido a Howie que dejara de recolectar todo esto antes de que el suelo se hundiera, que esperase a contar con un medio de locomoción para sacarlo de aquí. Pero Roth salía todos los días a hurgar en la basura de todos modos. No estoy seguro de lo que te dan por estas cosas. ¿Tal vez un par de dólares por bolsa? Bueno, supongo que era suficiente para esas litronas de mierda que bebía.
Me agacho ante el maletín abierto de escena del crimen, saco un bote de aerosol de LCV y la cámara, y antes de hacer nada echo una ojeada al entorno. El salón y la cocina son una zona abierta separada por una encimera de formica, y contra una pared hay un viejo televisor con un sillón reclinable de vinilo marrón plantado justo delante, y éste es el único lugar donde alguien podría sentarse.
Las bolsas de latas de metal y las botellas de vidrio y plástico se amontonan en un sofá, en una pequeña mesa y en sus sillas, y puedo entender la actitud de Machado cuando llegó aquí después de que se hallara el cadáver. Yo sé muy bien lo que se siente al entrar en una escena del crimen abarrotada con lo que recogen, acumulan o no se molestan en tirar las personas obsesivas o desequilibradas: es como avanzar a través de un auténtico vertedero.
—Esto no es solo por dinero. —Benton está junto a la encimera de la cocina, mirando, observando cada detalle.
—Es triste —admito—. Tal vez comenzó recogiendo todo esto para sacar dinero, pero luego se convirtió en una compulsión.
—Otra adicción.
—Se volvió adicto a rebuscar en la basura —le contesto, y advierto que todas las cortinas están bajadas, y las siluetas de botellas y latas se adivinan tras la tela amarillenta donde pega el sol.
Le pregunto a Machado si las cortinas estaban así cuando vino aquí por primera vez. Todas estaban corridas, me dice a través de la puerta abierta, y entonces le pregunto por las lámparas o las luces del techo. Responde que la única luz que había era la bombilla desnuda del sótano, y añade que es probable que todavía esté encendida, a menos que se haya fundido.
—Cuando hayas terminado —dice— voy a buscar huellas en todos los interruptores, si es necesario. Voy a repasar todo lo que alguien podría haber tocado.
—Muy buena idea —le contesto, y pregunto si puedo abrir las cortinas para que entre un poco de luz.
—Haz lo que quieras, doctora. Tengo fotografías del estado en que estaba todo —responde—. Así que si necesitas cambiar o mover algo no hay problema.
Los marcos de las ventanas están llenos de botellas y latas antiguas de Coca-Cola, Sun Drop o Dr. Pepper, de viejas latas de cola de carpintero y botes de goma arábiga que me recuerdan a mi infancia. Productos que alguien tiró al limpiar el ático, y me imagino a Howard Roth rescatándolos de la basura y exhibiéndolos en su casa como trofeos, como un tesoro.
—¿Qué pasa con la televisión? ¿Cuando se encontró el cuerpo estaba apagada o encendida? —Benton mira el pasillo enmoquetado que lleva a la parte trasera de la casa.
—Cuando yo llegué estaba apagada —afirma Machado, y me interesan las dos litronas de Steel Reserve 211 y los tres tapones de rosca en el suelo, junto a la silla reclinable.
Me pregunto cuánto tiempo llevan aquí.
—¿Qué pasó cuando su amigo llegó aquí? ¿Cómo se llama? ¿Jerry?
Benton abre la puerta del baño.
—¿Me preguntas por su versión de las cosas? La puerta principal no estaba cerrada con llave y cuando vio que Howie no respondía, entró y le gritó. Dice que eran como las cuatro de la tarde.
—¿Este domingo por la tarde? —Benton se acerca a la puerta que conduce al sótano.
—Así es. Y yo llegué a las cuatro y cuarto.
—¿Y ese tal Jerry tenía alguna razón para hacerle daño? Tal vez ellos estuvieron bebiendo cerveza barata, tal vez discutieron, tal vez la cosa se les fue de las manos y…
—No me cabe en la cabeza —dice Machado desde la puerta principal—. Pero creo que tengo sus huellas, le tomé muestras de ADN. No podía haberse mostrado más cooperativo. Decía que Howie nunca cerraba la puerta, que él estaba acostumbrado a entrar sin más.
El mando a distancia está encima del televisor, pulcramente colocado exactamente en el medio, y le sugiero a Machado que deberíamos recogerlo. Él suena dudoso, pero dice que está bien, y yo etiqueto el mando a distancia como prueba y se lo paso a través de la puerta de entrada.
—Tengo curiosidad por saber por qué crees que es posible que alguien lo tocara —dice, y Benton camina por el pasillo hasta el dormitorio.
—Es posible que hubiera estado bebiendo cerveza en el sillón, en ropa interior y calcetines, seguramente con el televisor encendido, y se quedó dormido. —Advierto que una de las bolsas de basura escondida bajo la encimera está cerrada, cuando todas las demás no lo están—. Me gustaría ver el interior de los armarios de la cocina, si no te importa.
Bajo el fregadero hay nueve cajas de bolsas de basura industriales, cajas de cien bolsas, y son de gran calidad y nada baratas, y me pregunto de dónde las sacó Roth.
—No creo que él comprara esto. —Miro en el interior de una caja abierta y saco lazos verdes de plástico exactamente como los que están anudados en la bolsa cerrada junto a la encimera.
Le comento a Machado que es posible que desee comprobar qué marca de bolsas de basura industriales utilizan en Fayth House. Le digo que una caja de este tamaño con bolsas de esta calidad puede llegar a costar treinta o cuarenta dólares, que es mucho más de lo que Roth iba a conseguir con los objetos reciclables que colocaba dentro.
Tal vez su amigo Jerry, que trabaja en el servicio de mantenimiento de la residencia de ancianos, lo mantenía bien abastecido, o tal vez Roth las robaba cuando entraba y salía de hacer alguna chapuza allí. Me permito recordar a Machado que debemos averiguar si Peggy Stanton trabajó como voluntaria en la residencia Fayth House.
—Una mujer cautelosa, que tenía un sistema de alarma y no quería que su dirección y número de teléfono aparecieran en sus cheques, no iba a dejar entrar a nadie en su casa así porque sí. —Recojo la caja abierta de bolsas de basura—. Ella debía de tener alguna relación con él, debía de sentirse a salvo con él si le dejó hacer chapuzas en su casa o en su propiedad.
—A menos que quien mató a este hombre plantara el cheque en su caja de herramientas como coartada. —Machado coge otra bolsa de pruebas.
—¿Por qué? —le pregunto mientras me dirijo de nuevo al televisor.
—Tal vez pensó que lo encontraríamos y que pensaríamos que Howie la había matado. Caso resuelto. Con algo así intentó implicar a Marino, ¿verdad? Eso es lo que hace este hijo de puta, ¿no es cierto?
No creo que tenga razón en todo, pero escucho su teoría mientras le informo de que estoy desatando la bolsa de basura de debajo de la encimera, porque me llama la atención que sea la única cerrada. Todas las demás están abiertas, y tal vez Howard Roth las dejó así tras enjuagar las botellas y las latas y los frascos, tal vez dejó las bolsas abiertas para que se secaran.
Señalo a Machado que hay una manguera en el jardín. La mayoría de las tiendas que admiten reciclables requieren que los materiales se hayan vaciado y lavado, y lo cierto es que tampoco he notado ningún olor. Le digo que si no se opone voy a ver lo que hay en esta bolsa y luego voy a buscar sangre.
—El caso es que encontramos el cheque y ¡bingo! —Machado continúa describiendo algo que yo no creo que sea posible—. Ya tenemos al delincuente que mató a Peggy Stanton. El tipo de las chapuzas lo hizo y luego murió en un accidente después de haber empinado el codo más de la cuenta. El asesino nos tiende una trampa y nosotros pensamos que el caso está cerrado.
—¿Y dónde piensa el asesino que vamos a imaginar que Roth mantuvo el cadáver después de que supuestamente la asesinó? —le pregunto, mientras deshago el nudo de la bolsa—. ¿Dónde podría haberlo mantenido el tiempo suficiente para que comenzase a momificar? Desde luego, no en esta casa durante el verano. ¿Y se supone que debemos creer que Howard Roth tenía un barco o que podía contar con uno?
—Tal vez el asesino supuso que no lo encontraríamos momificado —afirma Machado—. Tal vez él pensó que no aparecería deshidratado después de que estuviera en el agua durante un tiempo.
—Los restos momificados no se reconstituyen como la fruta liofilizada. No se le puede agregar humedad de nuevo a un cadáver.
Abro la bolsa y la botella está justo encima de otras botellas y latas y frascos. Ahí es donde el monstruo la ha colocado.
—Pero ¿sabe un tipo normal y corriente que un cadáver reseco no se rehidrata? —pregunta Machado.
La litrona de Steel Reserve 211 es idéntica a los dos vacías que hay junto al sillón, cada una con su etiqueta de precio del Quik Shop.
—No voy a hacer nada aquí con esto —le digo a Machado, mientras sostengo la botella en mis manos enguantadas, girándola y observándola al trasluz que entra a través de una ventana—. Veo detalles de la cresta papilar, y veo sangre.