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Lucy me explica que el caso de Peggy Stanton está conectado a la desaparición de la paleontóloga en Alberta, Canadá.

Mi sobrina dice que la página de Twitter falsa usada para engañar a Marino fue creada por la misma persona que me envió el clip de vídeo de la motora en el río Wapiti. Ese material fue grabado en el iPhone de Emma Shubert más o menos cuando ésta desapareció a miles de kilómetros al noroeste de aquí.

—La cuenta de Twitter bajo el alias de Pretty Please se abrió el 25 de agosto y se verificó por un correo electrónico enviado a Twitter desde la cuenta BLiDedwood. —Lucy deletrea el nombre de usuario—. El avatar es una foto de Yvette Vickers cuando estaba en su apogeo en los años cincuenta.

Yo respondo que no sé quién es, y reviso el entorno donde trabaja mi sobrina.

—Era una actriz de serie B con la que Marino no estaría familiarizado. Ni yo tampoco. Tuve que utilizar un software de reconocimiento facial para averiguarlo —dice Lucy—. Se cree que murió de causas naturales en 2010, pero pasó casi un año antes de que su cuerpo se descubriera en su casa destartalada de Los Angeles. Cuando la hallaron estaba momificada.

—Probablemente no sea una coincidencia que la escogiera para el avatar —afirmo, y pienso en lo que dijo Benton.

Un asesino en serie. Alguien que ataca a mujeres maduras que representan a alguien poderoso con quien está obsesionado y a quien quiere destruir.

—Todo lo que Marino vio cuando le llegó el primer tuit de Peggy Lynn Stanton fue la imagen de una mujer guapa y sexy —añade Lucy—. Alguien que se definía a sí misma como amante de las cosas antiguas, con carácter, y a quien no le importaba rendir cuentas porque tenía un currículo impresionante.

—La cuenta de Twitter se abrió dos días después de que Emma Shubert desapareciera del campamento de la Grande Prairie. —Hago esta observación como estoy haciendo otras.

La oficina de Lucy es espartana, está muy iluminada y cuenta con un equipo electrónico plateado que hace todo lo que ella le ordena, gruesas madejas de cables agrupados, enchufes para la carga de varios dispositivos, routers, escáneres y muy poco papel. No hay fotos, no hay nada personal, como si no tuviera vida, y yo sé que eso no es así. Ella tiene algo, y no puedo quitarme de la cabeza el gran anillo que luce en el dedo índice, un anillo de oro rosa que no creo que sea suyo. Nunca la había visto antes llevando el anillo de otra persona, y voy a averiguar qué sucede.

—Dos días es tiempo más que suficiente para que alguien secuestrara y matara a Emma Shubert y regresara aquí —especula Lucy—. Pero ¿dónde diablos está la conexión entre un hecho y el otro? ¿Qué tramaba allí, en la tierra de los dinosaurios y las arenas de alquitrán, y qué tiene que ver eso con una víctima en Cambridge?

—¿Estás absolutamente segura de que es el teléfono de Emma Shubert? —pregunto—. ¿De que él tiene ahora ese iPhone?

—Sí, y te lo voy a explicar.

—La policía canadiense, el FBI… —Pienso de nuevo que se trata de un asesino en serie, y que los que están implicados en este asunto desconocen los detalles que me está contando Lucy.

—No se les puede decir a ciencia cierta que los casos de Emma Shubert y Peggy Stanton están vinculados —responde Lucy, y yo lo entiendo, pero voy a tener que hacer algo, y ella sabe que lo haré.

Lucy no puede decírselo a la policía ni a los federales, a menos que les explique cómo llegó a semejante conclusión.

—Por supuesto, no sabemos qué le pasó a Emma Shubert, aunque supongo que nada bueno —añade, y parece sombría, dura. Muestra una determinación inquebrantable.

—Bueno, o es una víctima o está involucrada en todo esto —comento—. Dado que parece que nadie ha sabido nada de ella desde hace ya dos meses, yo diría que es lo uno o lo otro: o es culpable o está muerta.

—¿Has dicho que Marino no estaría familiarizado con la foto de la actriz utilizada en el avatar, o que no lo estaba?

Quiero saber lo que Lucy le ha contado.

—Él no sabía nada, ni lo sabe todavía —responde ella—. Tuiteó con Pretty Please veintisiete veces pensando que se trataba de una tía buena llamada Peggy Stanton. Está furioso. Anoche se montó una gorda porque se siente tonto de remate. Y por lo que parece, ha perdido su trabajo por esto. Y está jodido, chiflado, como una cabra, dispuesto a matar a alguien.

—¿Y nunca trató de comprobar quién era ella? ¿Nunca trató de encontrar su dirección o su número de teléfono? ¿Jamás intentó verificar quién era esa mujer? Dios mío, ¿qué tipo de detective es? ¿Qué clase de investigador hace algo así?

No puedo dejar de sentirme frustrada y enojada por su descuido.

—Cuando estaba tuiteando, no lo hacía como investigador —dice Lucy—. Simplemente se sentía solo.

«¿En qué clase de mundo vivimos?», pienso yo.

—En todas esas redes sociales hay un montón de gente que no investiga sobre aquéllos con quienes están tuiteando o chateando. A veces quedan para verse y no tienen ni idea de con quién quedan. Es increíble lo confiada que es la gente.

—Es como para subirse por las paredes.

—Es estúpido —comenta ella—. Realmente estúpido. Y mira que se lo dije.

—Marino debería ser un poquito más espabilado.

«Maldito sea».

—Nada en el perfil de Peggy Stanton sugiere que ella viva en esta zona o que sea de Massachusetts. —Lucy señala lo que ve en una pantalla de ordenador—. No estoy segura de que Marino estuviera haciendo otra cosa que darse al ciberligue.

—¿Ciberligue? ¡Uno podría estar ligando con un maldito asesino en serie o un terrorista!

—Obviamente, por eso se ha metido en líos —contesta ella—. No estoy segura de que él pensara seriamente en conocerla o en salir con ella. Nunca quedaron en serio. Todo lo que hacían era hablar. Él pensó que estaba a salvo.

—¿Te ha dicho que jamás quiso quedar con ella, o es algo que has comprobado leyendo los tuits?

—Hay veintisiete de él —repite—. Y once de ella, o de quien la estuviera suplantando. No hay nada que sugiera que alguna vez quedaron, a pesar de que él se jactó ante ella de que iba a ir a Tampa y que tal vez ella quisiera, y cito, «pasarse a por un poquito de sol y juerga».

—¿Y le contó cuándo iba a viajar? —Pienso otra vez cómo todo parece orquestado—. ¿Cuándo salía de viaje y cuándo volvía?

El pasado domingo alguien me envió un clip de vídeo por correo electrónico, ni siquiera una hora después de que el avión de Marino aterrizara en Boston, tras haber pasado él toda una semana en Tampa.

—Así es —dice Lucy—. Él le dio la información en un tuit y ella nunca le respondió. Como te he dicho, solo hablaban. Pero es fácil ver por qué eso es un problema para la policía y el FBI.

—¿Y todavía lo es?

—No lo sé. Él nunca la llamó ni llegó a conocerla. Pero de momento tiene que quedarse en su trinchera.

—¿Todavía sigue en tu casa?

—Y allí tiene que quedarse. Nadie va a molestarlo sin que lo veamos venir.

No estoy segura de lo que quiere decir con eso: tal vez que nadie podrá acercársele sin que le vean venir y puedan hacer algo al respecto.

—El problema es que quiere irse a su casa, y yo no puedo retenerlo contra su voluntad. La cuenta ha desaparecido. —Se refiere a la cuenta de correo electrónico BLiDedwood—. El malo —así denomina Lucy al asesino— la creó y luego la borró, justo antes de enviarte el vídeo por correo electrónico.

—Ahora estoy perdida —admito—. Pensé que esa cuenta se había creado hace dos meses, a finales de agosto. Sin embargo, no recibí el vídeo desde el correo electrónico de BLiDedwood hasta el domingo pasado.

—Sé que parece complicado —admite ella—, pero no lo es, de verdad. Y te lo voy a explicar, porque sé lo que pasó, estoy absolutamente segura de saberlo. El 25 de agosto, el malo crea una cuenta con el nombre de usuario BLiDedwood. El proveedor de servicios de Internet, o IP, desemboca en un servidor proxy, esta vez en Berlín.

Un servidor proxy que Lucy ha hackeado.

—¿Y desde dónde lo envió? —pregunto—. Obviamente, no fue desde Alemania.

—No, desde el aeropuerto Logan. Igual que haría más tarde. Porque eso es lo que hace. Capta su red inalámbrica.

—Entonces el 25 de agosto no creó la cuenta en Alberta.

—Definitivamente, no —dice Lucy—. Estaba de nuevo en esta área y lo suficientemente cerca del aeropuerto para captar la señal inalámbrica.

Un barco, recuerdo, y envío un correo electrónico a Ernie Koppel para preguntarle sobre lo que me pareció pintura de color verde chillón: «¿Sabemos algo más sobre la lapa y la pieza rota de bambú?», le escribo.

—Ese mismo día, el 25 de agosto, el malo crea luego una cuenta de Twitter a nombre de Peggy Stanton —continúa diciendo Lucy— y la registra en el correo electrónico BLiDedwood para que Twitter pueda contactar esa dirección, asegurándose de que de verdad existe, antes de verificar la cuenta.

«Algo viejo, algo nuevo», me responde Ernie casi al instante.

—Y luego, muy recientemente, el malo elimina el correo electrónico BLiDedwood, y utiliza una aplicación diferente para crear una nueva cuenta anónima, con el mismo nombre pero con una extensión distinta, esta vez una de stealthmail.com —dice Lucy, mientras otro mensaje de Ernie aterriza en mi teléfono.

«Si alguna vez encontramos el barco podremos cotejar las muestras, seguro. Te llamo en cuanto regrese al laboratorio».

—Así que espera veintinueve minutos y te envía el archivo de vídeo y el jpg y entonces la cuenta se desvanece como un puente volado con explosivos —añade Lucy—. Una vez más, estaba lo bastante cerca del aeropuerto Logan como para enviarte el correo electrónico desde su red inalámbrica.

—Que también es la zona donde se encontró el cuerpo de Peggy Stanton en la bahía. Tal vez lo arrojó allí mismo, y posiblemente lo hizo al mismo tiempo que me enviaba el correo electrónico, justo cuando aterrizaba el avión de Tampa en el que venía Marino —respondo—. No entiendo el motivo.

—Juegos. —Lucy está calmada, tranquila, como el tiempo apacible que da paso a una violenta tormenta—. No sabemos qué fantasías tiene, pero está claro que esto le pone.

«Es alguien que ansia burlarse de los demás».

—Todo lo que les hace a sus víctimas forma parte de un plan mucho mayor —añade ella, en el mismo tono—. Los preámbulos y los desenlaces son obsesiones. No se basa solo en la caza y el asesinato. No hay que ser un generador de perfiles para saber eso.

«Ha matado antes, y volverá a matar, o tal vez ya lo haya hecho».

—¿Un intento de tenderle una trampa a Marino? —pregunto.

—De joderle, al menos. Debe de divertirse causando tantos problemas —contesta, muy enfadada—. Le he dicho a Benton que probablemente debería venir aquí.

—¿Sabe algo sobre el teléfono de Emma Shubert?

—Le he sugerido que es una posibilidad que tal vez deseen comprobar, que podría estar relacionado con ella. Pero no he dado nada por sentado.

Una mujer madura y con logros en su haber, pienso, y una paleontóloga que usa una barca para excavar yacimientos al aire libre y es experta en análisis de laboratorio. Alguien que sus colegas describen como una persona resuelta, infatigable y loca por los dinosaurios, y también una ecologista muy activa.

—El MAC, o código de acceso de máquina, es el mismo para todos los correos electrónicos que envió, y también para las aplicaciones y los datos que descargó antes de desaparecer, y esto no se lo dije a Benton. —Lucy continúa describiendo cosas que sabe y que puede contarle en detalle al FBI—. Es el mismo MAC del archivo de vídeo y el jpg de la oreja cortada. El mismo MAC de la cuenta de Twitter —añade, y se refiere a la falsa cuenta de Peggy Stanton.

—Vamos a hablar de Twitter. —Es mi manera de preguntar, pero dejándole claro que no quiero enterarme de detalles que tal vez no debería saber.

—En realidad es bastante simple —apunta Lucy—. ¿Hablamos hipotéticamente? —Cuando mi sobrina dice «hipotéticamente», por lo general significa que ya lo ha hecho, y yo lo dejo estar. No hago preguntas—. Hay que encontrar a alguien que trabaje para Twitter, Facebook, Google Plus… cualquiera de esas redes sociales —dice ella—. Hay listados de empleados, de personas que trabajan en varias categorías, con sus títulos y las descripciones detalladas de sus cargos e incluso con su nivel de importancia dentro de la empresa. Obtener la información de un empleado no es difícil, y ahí hay que rastrear la cadena de personas que un empleado determinado sigue y los que a su vez le siguen, y entonces ya puedo enviarles un enlace en el que deban hacer clic. Y al hacerlo me dan su contraseña sin enterarse de nada. Y entonces puedo conectarme como si yo fuera esa persona.

Me explica que salta de una suplantación de identidad a la siguiente, y me resulta difícil aceptar lo que para ella no es sino una conducta perfectamente aceptable.

—Y, finalmente, el administrador del sistema cree que se trata de un colega de alto nivel que le envía algo importante que tiene que ver de inmediato —admite—. Y él también hace clic. Y ahora me he colado en su ordenador, que tiene todo tipo de información privada y de carácter sensible. Y en un abrir y cerrar de ojos me he colado en el servidor.

—¿Tiene el FBI esta misma información, o nada de esto en absoluto?

Estoy pensando en Valerie Hahn, y entonces me acuerdo de Douglas Burke, y mi estado de ánimo se ensombrece al instante.

—No lo sé —dice Lucy—. Las órdenes judiciales son un poco más lentas que lo que yo hago.

No voy a responder a eso.

—Pero sí que tienen los tuits de Marino y los de la persona falsa. Para verlos, todo lo que tienes que hacer es entrar en sus páginas. Los tuits están ahí, a la vista de todo el mundo —añade—. Es solo que yo además sé de dónde vienen. Ese malo, sea quien sea, es una mierda de hombre. Por desgracia, también es inteligente. Aunque arrogante. Y la arrogancia siempre es tu perdición.

Acerco la silla y leo los tuits que aparecen en la pantalla, y me entristecen. El suplantador de Peggy Stanton le escribió a Marino por primera vez el 25 de agosto, casi a medianoche, y le dijo que era una fan.

«Derribada x ti», le tuiteó. «Tiro la bola y no dejo ni 1, soy una chica sincera, cuyo único juego es estar dnd tú estás».

Seis tuits más tarde le dijo que le gustaban las antigüedades, que coleccionaba botones militares de época y los vestía con orgullo, y la conversación derivó hacia comentarios que Marino encontró ofensivos, cuando no terribles.

«Tngo botones q sé q quieres tocar», le tuiteó ella a él hacia el final del intercambio de mensajes. «Soldados muertos sobre mi envidiable pecho».

Marino dejó de seguirla en Twitter el 10 de octubre.

—¿Por qué?

Trato de imaginar la razón y quién podría haberlo hecho.

—Tenemos un problema con Toby, ese tío es tonto del culo —dice entonces Lucy, y a juzgar por el desprecio que le ha mostrado cuando él apareció en la puerta con unas cajas me imaginaba que íbamos a tocar el tema—. No me puedo creer que lo esté haciendo —añade.

—Obviamente está haciendo algo.

Espero que me diga de qué habla, mientras me pregunto por qué es tan difícil encontrar a gente en quien confiar.

—Hay que tener cuidado con lo que dices delante de él, con todo lo que pueda ver u oír.

Me cuenta que empezó a sospechar de Toby en las últimas semanas, sobre todo cuando empezó el juicio de Channing Lott. Se lo topaba en zonas del edificio en las que por lo general él no tenía por qué estar. La sala de correo, por ejemplo, donde comenzó a recoger los paquetes, lo que le dio una excusa para pasarse por el laboratorio de informática, algunas oficinas, las salas de autopsia, las salas de conferencias, los vestuarios o la sala de descanso. A menudo, cuando no estaba trabajando, le veía comprobando el registro en el mostrador de seguridad, como si sintiera una gran curiosidad sobre qué cadáveres entraban y salían, especialmente si no estaban identificados.

—No era normal —dice Lucy—. Al principio pensé que era por culpa de Marino, a causa de que él no se molestara en actualizar la agenda electrónica y se quedara a dormir aquí y adornara…, que tal vez Toby había pensado que era su oportunidad. Pero la verdad es que Toby cada vez más inventaba excusas para entrar y salir de los despachos donde había reuniones, donde la gente hablaba en voz alta y la información estaba a la vista de todos.

Me cuenta que después de que yo recibiera ese inquietante correo electrónico en la noche del domingo decidió investigar a Toby, quien sin su tarjeta de identificación —que cuenta con un chip RFID incrustado— no puede acceder a nada en el CFC, incluida la zona de investigaciones. Añade que también contamos con rastreo por satélite de todos los vehículos, pero que Toby no creía que ella se molestaría en comprobarlo.

—Supongo que nunca cayó en la cuenta de que yo había empezado a tirar de la manta, que me había puesto a comprobar todo lo grabado por las cámaras y que revisaba los localizadores GPS de los vehículos —afirma, y recuerdo haber visto a Toby en los monitores de seguridad ayer, cuando estaba en el interior del aparcamiento.

Parecía estar discutiendo con alguien por teléfono. Algo me llamó la atención de él, algo me molestó. Algo no parecía normal.

—Ha estado entrando en todo tipo de áreas en las que no tenía nada que hacer —continúa Lucy—. En tu oficina. En la de Luke.

—No puede abrir la puerta de mi oficina.

Mi despacho no es accesible por tarjeta, y no llevo ninguna identificación en un cordón alrededor del cuello. Puedo abrir cualquier puerta en el edificio con solo escanear el pulgar. Lucy, Bryce y yo somos los únicos del personal que tenemos lo que yo denomino la llave maestra, una llave de carácter biométrico.

—Pero lo habitual es que tu puerta esté abierta de par en par si andas por el edificio. O, si no, está abierta la puerta de Bryce —señala Lucy—. Él siempre deja su puerta abierta y también la puerta que comunica su oficina con la tuya. Así que a Toby le basta con inventarse una excusa para entregar algo o comprobar esto o aquello, o hace una pregunta o transmite alguna información o se presenta voluntario para traer comida de fuera. O simplemente entra y sale cuando cree que nadie lo está mirando.

Lucy me hace saber que el jurado ha salido, y me levanto de la silla y trato de alcanzar el teléfono. Por un momento creo que sigue hablando de Toby, que me está diciendo que está a la espera de saber qué hacer con él. Entonces me doy cuenta de que quiere decir otra cosa muy distinta.

—Está en Internet —dice, mientras marco la extensión de la sala de autopsias—. El jurado ha dejado la sala de deliberación, y los expertos predicen que lo van a considerar inocente.

Llamo a Luke y le pido que coloque toda la ropa de Howard Roth en Identificación y me envíe las fotografías por correo electrónico, que ahora mismo bajo.

—¿No quieres que se encargue Toby? Está aquí mismo. Tal vez él pueda… —A juzgar por sus palabras, Luke está ocupado.

—No. Quiero que lo hagas tú en persona y que cierres la puerta con llave. No quiero a nadie cerca de la ropa y de todo lo demás que trajeron con él.

—Hay unos pantalones cortos, unos calcetines, una camiseta, sus medicinas. La policía tiene otros efectos personales, su billetera, las llaves de casa, no estoy seguro de qué más.

Luke está en medio de una autopsia y no quiere que nadie lo interrumpa, pero no me importa.

—Gracias. Voy a echar un vistazo.

—Es increíble, ni siquiera han tenido que pensarlo. Inocente —comenta Lucy, cuando salimos al pasillo y cierra la puerta, asegurándose de que su oficina queda bajo llave.

—¿Era tu sospecha sobre Toby la razón por la que estabas revisando mi oficina ayer por la mañana? ¿Es por eso que te comportabas como si alguien pudiera estar espiándome? —le pregunto.

—Vamos a ir por las escaleras —propone, y nos encaminamos hacia una señal luminosa de salida—. Alguien está espiando, pero no mediante el uso de dispositivos de vigilancia. Lo he estado comprobando. —Abre la puerta de metal—. Toby no es tan rebuscado como para plantar dispositivos encubiertos, y en tal caso no me habría sido difícil encontrarlos, aunque sí, he estado mirando qué pasaba. Y sí, él nos ha estado espiando.

—¿Por qué?

—¿Cómo crees que el helicóptero de Channing Lott te terminó filmando ayer mientras sacabas ese cadáver fuera del agua? —me pregunta.

—Toby era la única persona que sabía lo que Marino y yo íbamos a hacer —recuerdo—. A excepción de Bryce. Y también es posible que Luke lo supiera, si Marino le dijo algo cuando se encontraron en el aparcamiento.

Bajamos las escaleras, y el sonido de nuestras voces rebota en el cemento.

—Estoy bastante segura de que no le di más detalles a Luke.

Trato de recordar exactamente lo que le dije.

Estaba a punto de entrar en el aparcamiento y él me sorprendió de pronto, estaba de pie tan cerca de mí que casi me tocaba, y me preguntó adonde iba. Le dije que estaba a punto de recuperar un cadáver en el puerto, y él me dijo que podía echarme una mano, y me recordó que tenía carné de buzo. Yo no le dije que se trataba del cadáver de una mujer. Estoy bastante segura de que no lo hice, pero me distraje, igual que he estado distraída con él durante un tiempo, y no tengo intención de distraerme con él de nuevo.

—Toby sabía de antemano que os dirigíais a la base de la Guardia Costera —afirma Lucy—. Sabía que ibais en un todoterreno para poder transportar un cadáver. El de una mujer que había aparecido en el mar, un cadáver enredado con una tortuga.

—¿Y entonces contactó de alguna manera con los pilotos de Channing Lott?

Eso no me lo creo.

—Se puso en contacto con Donoghue, quien a su vez contactó con los pilotos.

—¿Estás segura?

—¿Estás al tanto —me pregunta Lucy— de que él ha solicitado un empleo en el lujoso despacho de abogados de ella, y que ha conducido vehículos de esta empresa a sus oficinas en el Prudential Center? Supongo que no es consciente de que yo puedo ver los mapas GPS con los recorridos de todos los vehículos, y puedo revisar el correo electrónico de todo el mundo, si son lo bastante bobos como para usar una cuenta del CFC en sus comunicaciones personales. Ni siquiera es ilegal hacerlo.

—Dios mío.

—Así es.

Abre la puerta de la planta baja.