29

Sil Machado dice que habría llegado antes, pero que Luke le llamó esta mañana para hacerle algunas preguntas sobre Howard Roth. Al parecer, Luke le dijo que era urgente.

—¿Te explicó por qué? —le pregunto mientras caminamos por la zona de reconocimiento de evidencias.

—Sí, me contó que no crees que Howie se cayera por las escaleras.

—¿Howie?

—Así le llamaba la gente —contesta Machado.

—No estoy diciendo que no se cayera por las escaleras, sino que podría haber tenido un poco de ayuda —le aclaro—. Sus heridas no son compatibles con una caída típica.

—El doctor Zenner señaló que crees que tal vez alguien le dio una paliza.

Espero que Luke no lo dijera así. Me quito el mono de Tyvek y lo dejo en el cubo.

—Así que me fui derecho de vuelta a su casa. —Machado también se quita el mono, las fundas de las botas y los guantes, y los tira al cubo, como si los odiara—. Admito que la primera vez no me fijé demasiado, porque en primer lugar no lo veía como un posible homicidio. Me pareció un escenario de lo más obvio. Un borracho tiene un accidente, hay sangre en la escalera… Te lo digo, doctora, sé que no hay que hacer suposiciones. Pero eso era sencillo. Todavía estoy impresionado de que hayas pensado que podría tratarse de un homicidio.

—¿Quién lo encontró?

—Un amigo, un tipo que trabaja como encargado del mantenimiento en la residencia Fayth House, a pocas manzanas de allí. Dijo que tenía el día libre, y que se pasó a tomar una cerveza. Al parecer, Howie hacía algunos trabajitos por allí. Chapuzas varias, cuando estaba lo bastante sobrio.

Machado me entrega una bolsa de plástico transparente con un cheque en su interior. Vuelvo a accionar el botón del ascensor, que parece estar atrapado en mi piso.

—Esto estaba en su caja de herramientas. No la miré la primera vez que fui porque él no era sino un alcohólico que se había caído por las escaleras hasta el sótano, ¿verdad? Quiero decir que allí es donde se encontró el cadáver. Estaba en ropa interior, como si se hubiera metido en la cama. Y su cadáver está lleno de arañazos, una herida en la cabeza, costillas rotas… Está magullado como si se hubiera caído por las escaleras y, como te he dicho, hay sangre en las escaleras y al pie de las mismas.

Peggy Stanton eligió un diseño para sus cheques personales que me recuerda al arte popular típicamente americano de Charles Wysocki: un dibujo de una casa de ladrillo con una cerca blanca, un caballo y una calesa.

—Todo indica que sufrió una caída, así que no había razón para andar hurgando en el interior de una vieja caja de herramientas —añade Machado—. No, a menos que estuviéramos buscando algo en particular, lo que no parecía necesario al principio.

—Claro que pudo haberse caído por las escaleras, aunque también pudieron golpearlo antes —reitero, y ahora, al ver el cheque, estoy aún más convencida de ello. Está escrito a mano, con tinta negra, va a nombre de Howard Roth y por un montante de cien dólares—. No creo probable que la caída sea la causa de la muerte —añado—. Murió a causa de las hemorragias y una insuficiencia respiratoria causada posiblemente por un traumatismo grave de la caja torácica, con dos, tres o cuatro costillas fracturadas. Esto le provocó una lesión grave en un pulmón.

En el cheque pone «reparaciones en el hogar».

—Tiene un trauma en la parte posterior de la cabeza, causado seguramente por un objeto contundente. ¿Sabemos realmente cómo se lo hizo? —pregunto.

—¿Y no podría habérselo hecho al caer escaleras abajo?

—Estoy muy preocupada —le digo a Machado, a la espera de que el ascensor se mueva desde la planta superior—. Y más ahora que hay una conexión entre Peggy Stanton y él.

—Es fácil de imaginar. La puerta del sótano, al lado del cuarto de baño. —Él no va a dejar de defender su creencia inicial de que el caso de Howard Roth es solo un accidente relacionado con la ingesta de alcohol—. Imagina que se levanta a mitad de la noche, ¿eh? Borracho perdido. Abre la puerta equivocada, y un pequeño paso significa una caída enorme.

Impreso en la esquina superior izquierda del cheque aparece el nombre de la titular de la cuenta bancaria, la Sra. de Víctor R. Stanton.

—¿Dónde estaba la caja de herramientas? —pregunto.

En el cheque no figura ninguna dirección, ni un número de teléfono. Sigo estudiándolo. No puedo quitarle los ojos de encima.

—Oh, vaya, doctora. Tienes que imaginarlo, ¿de acuerdo? Ese tipo vivía en un viejo y destartalado lugar, muy pequeño, un verdadero cuchitril.

—Voy a tener que revisar las fotografías de la escena del crimen.

La firma reza «Peggy Stanton», pero no es una buena falsificación.

—Esa vivienda es un cuchitril, un vertedero —insiste Machado—. Una bombilla desnuda en el techo y un cubo de cemento con una barandilla que conduce al sótano. La caja de herramientas estaba allí. Supongo que efectué el registro pasando por alto la caja de herramientas.

—Roth estaba haciendo la ronda por Cambridge. Tal vez fue a casa de ella porque quería que le pagara su dinero. Obviamente nunca cobró el cheque. —Vuelvo a darle al botón del ascensor, que no se ha movido, alguien mantiene abierta la puerta, sin duda. Mi impaciencia me recuerda a Marino—. Fayth House es una tranquila residencia de ancianos —añado—. Deberíamos comprobar si Peggy Stanton hacía allí algún trabajo como voluntaria. Podría ser el modo en que se conocieron. Y el motivo por el que ella habría confiado en él para hacer un trabajo ocasional para ella. Cien dólares no es una cifra insignificante. Yo diría que hizo algo más que rastrillar el patio o desatascar un desagüe. —Pienso en el cableado que encontramos en el sótano, mientras el ascensor tarda una eternidad en bajar—. ¿Qué más sabes de él? —le pregunto.

—Al parecer, fue mecánico en el ejército. Sirvió en Iraq cuando fuimos por primera vez allí, y después las cosas le empezaron a ir mal. Llegó a casa con una lesión cerebral traumática, lesiones en el cerebro por culpa de una explosión. Fue dado de alta, volvió a su casa de Cambridge, pero no podía conservar ningún trabajo, y la esposa lo dejó hace siete años. Por culpa de la bebida.

—Su tasa de alcoholemia era de 1,6. —Repito lo que Luke me ha dicho antes por teléfono cuando hemos hablado sobre este caso problemático de forma bastante breve y frustrante.

Ni Machado ni Luke se han tomado este caso tan en serio como me hubiera gustado, porque les parecía obvio.

—Su nivel de intoxicación lo habría hecho más vulnerable ante cualquiera que quisiera hacerle daño —añado—. Además, si era cirrótico, sangraría en exceso. Aún no he estudiado los resultados de la autopsia en detalle. Pero lo haré.

—Prácticamente se bebía la pensión cada mes y ganaba algún dinero extra haciendo chapuzas —dice Machado—. Tenía la casa llena de bolsas de basura, no hay mucho más, solo bolsas y bolsas, como si las coleccionara. Todo está lleno de latas y botellas que obviamente acumulaba para devolver y sacar unas monedas. Probablemente las recogía de los cubos de basura y de contenedores de reciclaje, de ésos que se dejan en la acera.

El cheque está fechado el pasado 1 de junio, y le digo a Machado que tengo serias dudas de que Peggy Stanton estuviera viva entonces.

—Si era ella —añado— no estaba en casa, ya que parece que la última vez que se accedió a la vivienda fue el 29 de abril, de acuerdo con el registro de alarmas.

—Obviamente, se trata de alguien capaz de obtener la suficiente información como para hacerse pasar por ella. Debe de haber robado algunos cheques en blanco y consiguió también su número PIN del cajero automático, porque hay algunas operaciones de retirada de efectivo, nada anormal, pero lo suficiente para que siguiéramos creyendo que estaba viva. Y conocía el código de la alarma y vete a saber qué más. ¿Algún signo de tortura? —pregunta, y las puertas del ascensor por fin se abren.

—Tiene algunas marcas extrañas de color marrón de las que aún no estoy segura. —Las describo—. No hay lesiones evidentes ni marcas que inmediatamente pudiéramos asociar con torturas. Pero tampoco todo deja marcas.

—Probablemente le bastó con asustarla y ella le dijo lo que quería oír, con la esperanza de que no le hiciera daño.

—¿Has hablado con la esposa de Howard Roth? —Montamos en lo que Marino denomina «el barco más lento de China».

—Ayer. Vino e identificó una fotografía, y hablé con ella un rato y luego la llamé mientras conducía hasta aquí. Al parecer, era un habitual en Cambridge. De hecho, creo que alguna vez lo vi caminando por ahí, y un par de chicos con los que trabajo lo conocían. Hacía todo tipo de chapuzas, era un manitas bastante decente y honesto, un buenazo, según su ex. Pero ella no podía vivir con un borracho —dice Machado—. No tenía coche. Y su licencia de conducir estaba caducada. Un caso muy triste.

Le devuelvo el sobre, y me asegura que los cheques personales que encontró en el interior de la casa de Peggy Stanton son como éste, exactamente iguales.

—Ésta es la otra cosa que me parece muy interesante —añade—. Ella tenía todos sus estados bancarios bien archivados en un cajón, ya sabes, con todos sus cheques cancelados y toda la información relevante. Todo bien guardado, escrupulosamente, durante años, pero solo hasta el pasado mes de abril.

—Porque alguien empezó a interceptar su correo. —Salimos en el séptimo piso, donde Toby parece tener dificultades para empujar un carro cargado de cajas—. ¿Estás sopesando la posibilidad de que Howard Roth pudiera haberla matado?

—Siempre es inteligente tener presentes todas las posibilidades. Pero no tendría sentido pensar que él tuvo algo que ver en todo esto.

—Tenía algo que ver con ella, incluso si no era consciente de ello —le respondo, mientras avanzamos por el pasillo hacia la sala de informática—. ¿Eres tú el que mantiene la puerta del ascensor abierta? —le pregunto a Toby, cuando llegamos donde está.

—Lo siento. Tengo problemas, se me ha atascado una rueda, y al intentar ponerla bien se me ha torcido.

—Pensé que hoy librabas.

—Bueno, como Marino no está, he creído que era mejor si venía a trabajar.

No me mira a los ojos. Advierto que las cajas son consumibles de informática.

Machado y yo nos alejamos, y comento:

—Dice mucho que ella continuara usando el nombre de su marido cuando el hombre llevaba muerto más de trece años.

Toby empuja el carro detrás de nosotros, deteniéndose a cada pocos pasos para enderezar la rueda.

—Tal vez no quería que la gente supiera que vivía sola —aventura Machado—. Mi novia es así, no pone en sus cheques su dirección ni ningún número de teléfono. No quiere que su información quede a la vista de alguien que pueda aparecer en su puerta, no quiere que la llamen extraños. Por supuesto que estar conmigo y escuchar todas mis historias acerca de lo que sucede en la calle la ha vuelto un poco paranoica.

—¿Por qué crees que Roth no hizo efectivo el cheque? De acuerdo con su descripción, parece que necesitaba cada centavo que pudiera conseguir.

—Apuesto a que lo intentó y no pudo —dice Machado—. Era un tipo chapucero que básicamente iba por Cambridge recogiendo botellas y latas, alguien que hacía lo que fuera, lo que le pidieran. Tengo serias dudas de que la gente le pagara con cheques.

Entramos en la oficina de Lucy, que tiene la puerta abierta. Ella está en el escritorio, rodeada de grandes pantallas planas, y Toby empuja el carro detrás de nosotros y empieza a apilar cajas contra la pared.

—¿Quieres esto en algún lugar especial? —le pregunta.

—Déjalo y vete.

Lo dice como si fuera una orden, mirándolo fijamente.

—Rastrillaba, hacía labores de jardinería, reparaciones del hogar, incluso apaños en el tendido eléctrico, y según su ex esposa no tenía licencia para nada de esto. Probablemente le pagaban en efectivo —me está contando Machado.

—Probablemente no hacía facturas —señalo.

—No hay señales de algo así en su casa.

—Entonces, ¿por qué ella le debía dinero a Howard Roth? ¿Por qué no se lo pagó en el momento en que le hizo el trabajo? ¿Tal vez fue por una faena que él no había terminado? —sugiero.

—Estoy pensando lo mismo que tú —replica Machado—. El trabajillo del sótano. Nada está aún conectado. Tal vez él se pasó por allí un par de veces y nadie le contestó. Tal vez dejó una nota en el buzón.

—Tal vez.

—Y entonces quien la estaba suplantando le envió un cheque. El asesino tenía que conocer su dirección. —Machado me habla a mí, pero mira a Lucy.

—«Howard Roth, de cuarenta y dos años de edad, falleció el fin de semana en su casa del centro de Cambridge». —Ella lee lo que le acaba de llegar—. Vivía en Bateman Street. Se puede buscar en Google.

—Así que tal vez fue así como él recibió el cheque —añade Machado—. Pero no tenía cuenta en el banco de Peggy Stanton, y el cajero de la sucursal sospechó de él y se negó a pagarle los cien dólares.

—Su banco tendría a mano una muestra de la firma en el expediente, y ésta no es una falsificación muy buena que digamos.

Me siento al lado de Lucy.

—Estoy de acuerdo.

Machado acerca una silla y abre el maletín.

—¿Y qué pasa si pones las dos firmas una al lado de la otra?

Saca las dos bolsas de plástico. Toby se está tomando más tiempo del necesario.

—Así que tal vez algún cajero cotejó la firma del cheque con la muestra que guardaba el banco y se negó a darle el dinero. Además, hemos dicho que Roth tenía la licencia de conducir caducada, ¿no es cierto? Y ésa podría ser la razón de que la llamaran del banco —dice Machado—. Hay un par de mensajes del Wells Fargo en el contestador automático, pidiéndole que les llame. El primero a principios de junio, más o menos cuando alguien envió el cheque a Howie.

—¿Y cómo sabes que se lo enviaron por correo? —Lucy analiza la información que aparece en las pantallas y que reconozco como archivos que le llegan de sus motores de búsqueda.

No puedo decir lo que son. No puedo descifrar lo que estoy viendo, y eso es deliberado, porque tampoco soy la única.

—A eso se le llama poder de deducción.

Machado sigue mirando a mi sobrina como si estuviera asombrado. Lucy viste unos vaqueros desteñidos, una camiseta blanca de manga larga que necesita una buena planchada y unas botas de faena. Mientras mueve el ratón inalámbrico no puedo evitar fijarme en el gran anillo que luce en el dedo índice. Huelo su colonia, y sé cuándo quiere que la gente nos deje en paz, y ahora mismo sé que tiene algo importante que decirme.

—Si alguien le robó su identidad —comenta Machado— entonces esta persona no iba a presentarse en la casa de Howie con un cheque en la mano, ¿verdad? Lo más seguro sería enviarlo por correo. Y sospecho que hacía lo mismo con las demás facturas. Falsificaba cheques y los enviaba por correo, y el banco probablemente no iba a controlar las cuentas del gas, la electricidad o la compañía telefónica. Pero cuando vino alguien que parecía un sin techo a cobrar un cheque, entonces sí: cotejaron la firma con la muestra que guardaban en la sucursal.

—No es una buena falsificación, apenas un intento serio —señala Lucy.

Tengo las dos bolsas de plástico transparente una junto a la otra: en una está el cheque nunca cobrado por Howard Roth, y en la otra uno anterior cancelado, que Machado se encontró en un archivo de estados bancarios en la casa de Peggy Stanton.

—No está firmado, sino escrito, o más bien, dibujado. —Lucy se acerca a mí, pero tiene los ojos fijos en Toby, que por fin nos deja solos.

—No me había dado cuenta de que eras experta en caligrafía —dice Machado, y ahora veo que está coqueteando abiertamente con mi sobrina.

—No hace falta ser una experta. —Ella se levanta y cierra la puerta, y Machado la mira de arriba abajo—. Es un trabajo pésimo.

—Tal vez fue mejorando con el tiempo —le respondo—. El 1 de junio es una fecha temprana.

Lucy vuelve a sentarse.

—¿Desde cuándo está Toby a cargo del correo?

—He enviado a Bryce a hacer un recado —le respondo—. Le he pedido que llevara a Shaw al veterinario. De hecho, espero que él se enamore de ella y decida que Indy necesita una hermanita.

—¿Ves el ojo de la letra P? —Lucy coloca juntas ambas bolsas de plástico. Ella no va a hablar de Toby delante de Machado y estoy segura de que tiene algo que decirme—. La inclinación es diferente, y se puede ver que la persona que puso la firma vaciló aquí —añade—. Dudó, y la línea está ligeramente torcida en el eje. Además, esa «t» tiene una barra transversal alta y la otra no. Su «a» está bien formada, y la otra no lo está. Su «n» se parece más a una «w», y la parte superior está afilada, y la otro es más redondeada. —Nos muestra cómo lo ve, y añade—: Solo es una opinión. No soy una experta.

—¿Alguna vez has testificado en un juicio sobre estas cosas?

Machado no puede quitarle los ojos de encima.

—Yo nunca testificaría en un juicio sobre nada.

—No lo entiendo. Lo harías genial en un juicio.

—No me pueden llamar.

—¿Por qué no?

Lucy no responde. La echaron de la policía. Es una hacker. Un abogado sagaz la destruiría en el estrado de los testigos en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Qué ocurre? —le pregunto, ya que ha sido ella quien me ha enviado un montón de mensajes de texto, diciendo que tenía que verme.

—Cuando quieras —replica, y es su forma de decir que Sil Machado tiene que irse ya.