28

A juzgar por los coches que hay en el aparcamiento puedo determinar qué personas clave ya están aquí: la gente que voy a necesitar hoy. Veo los vehículos de Luke y Anne, y el de Ernie, el de George y Cybil, y también veo la camioneta de Toby. Ha estado de guardia esta noche y se supone que hoy es su día libre. Su Tacoma rojo se encuentra estacionado en una plaza de Investigación, junto al Tahoe blanco en el que monté ayer, y pienso en lo que Lucy me dijo cuando hablamos a la una de la madrugada.

Como si tuviese que darme explicaciones, me contó que la razón por la que todavía estaba despierta a esas horas era porque Marino y ella habían estado discutiendo de forma acalorada. Él se negó a quedarse a dormir y ella se negó a llevarlo hasta el CFC para que pudiera recuperar su coche, y tampoco se ofreció a llevarlo a su casa. De lo que deduje que él había estado bebiendo o por una razón u otra no era de fiar, y mientras ella me decía todo esto, yo podía oír a alguien más al fondo, alguien que no era él.

Esa persona estaba hablando en voz baja y no la pude distinguir, y mientras tanto Lucy me contaba que Marino finalmente había accedido a quedarse en el «establo», un edificio anexo que realmente no es un establo, porque ella lo ha convertido en una lavandería con un campo de tiro subterráneo; arriba, en el primer piso, se encuentra la zona de invitados con un pequeño estudio. Y mientras ella hablaba, ya no logré oír más a la otra persona, algo que probablemente era deliberado.

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que Lucy me invitó a su casa de campo, como ella denomina a su parcela de unos sesenta y tantos acres junto al río Sudbury, al oeste de Boston: una antigua granja de caballos que ha pasado el último año renovando y modernizando, y donde guarda su colección de máquinas que desafían la gravedad. El granero es ahora un garaje, y en el potrero ha construido un helipuerto de hormigón. Según Lucy, Marino está razonablemente bien y no debería preocuparme; y la última vez que supe que Lucy estaba saliendo con alguien fue a principios de verano, con una persona que la contactó en Provincetown.

Por supuesto que Marino está enfadado. Muy, muy enfadado, si creo lo que Lucy me dijo; y yo no podía dejar de pensar en el anillo de oro que ella lucía en su dedo el día anterior. No le pregunté nada al respecto. Sé cuándo cerrar el pico, pero ella parecía inquieta y a la defensiva, y entonces se me ocurrió que tal vez aquello por lo que Marino y ella estaban discutiendo no tuviera nada que ver con el lío en que él se ha metido. Tal vez él se fue a dormir al granero para evitar a la persona que estaba con Lucy, alguien de la que ella no quiere hablar, alguien a quien Marino no aprueba, y él jamás se ha cortado un pelo a la hora de darle su opinión sobre las compañías que ella elige.

El CFC parece solitario, la ausencia de Marino ha creado un vacío palpable, y accedo al edificio a través del aparcamiento. No veo el coche de Lucy, el que sea que ella haya decidido conducir hoy, pero sé que viene de camino hasta aquí para ayudarme con algo que le he consultado. Necesito que me explique cómo se podría realizar el seguimiento de un impostor en Twitter, y si es posible que la persona que me envió el vídeo y la imagen de la oreja cortada también se haya hecho pasar por Peggy Stanton en Twitter. Si no fuera por el momento elegido parecería poco probable, pero todas esas cosas horribles han estado sucediendo al mismo tiempo.

Abro la puerta del piso donde realizamos las autopsias y me detengo en el control de seguridad para comprobar el registro. Han llegado cinco casos más desde ayer por la noche: dos posibles sobredosis de drogas, un homicidio por arma de fuego, una muerte súbita inesperada en un aparcamiento y un atropello cuyo conductor se dio a la fuga. Las autopsias ya están en marcha. Le dije a Luke que empezara sin mí, y que en algún momento nos aseguraríamos de discutir el caso de Howard Roth. Quiero revisar las fotografías de la escena, examinar la ropa y echar un vistazo al cadáver antes de que nos desprendamos de él. Quiero estudiar a conciencia todos los datos que podamos encontrar, porque no creo que el hombre haya acabado con el tórax aplastado por una simple caída de camino al sótano.

A través de otra puerta bajo por una rampa hasta la zona de pruebas, un espacio amurallado sin ventanas, donde mis empleados están trabajando, todos ellos con máscaras y forrados de Tyvek blanco. Están cubiertos de la cabeza a los pies por la misma barrera de polietileno que repele el agua y las bacterias y que se utiliza para forrar viviendas y edificios comerciales, y barcos, coches y correo. Sus rostros quedan ahora ocultos detrás del plástico, confinados a un envoltorio de color blanco, y apenas soy capaz de reconocer a la gente con quien trabajo, y que ahora ni siquiera parecen personas y generan ruidos sintéticos al moverse.

Están colocando evaporadores de cianoacrilato con ventiladores y humidificadores alrededor del Mercedes amarillo pálido, un sedán de 1995, con las puertas y el maletero abiertos, en un área de examen donde se han atenuado las luces. El forense, Ernie Koppel, experto en recuperación de pruebas, lleva unas gafas con las lentes naranjas y está utilizando el ALS en el asiento del conductor, y yo me visto y me pongo unos guantes. Le pregunto qué se ha hecho hasta ahora.

—Quería revisarlo con un peine de púas finas antes de que lo fumiguen —dice, y el capó le oculta la calva, pero da volumen a sus mejillas ya de por sí regordetas, y desde esta perspectiva sus dientes y su nariz parecen anormalmente grandes—. Es posible que desees ponerte esto para ver algo —dice, y como siempre me entrega unas gafas, como si yo desconociera que debo ponérmelas cuando utilizamos longitudes de onda que requieren filtros.

En cuclillas, junto a la puerta del conductor abierta, él mueve la guía, lo que parece una lámpara en forma de cono, fijada a un cable negro. Alumbra con luz ultravioleta la moqueta marrón, manchada y gastada, y me pregunto en voz alta si este coche podría haber llevado alfombrillas en el suelo y si alguien las ha quitado. Tal vez el asesino lo hizo cuando devolvió el coche al garaje, y no temo referirme a un asesino, a pesar de desconocer las causas de la muerte de Peggy Stanton. Ya he decidido que si la toxicología resulta negativa lo denominaré un homicidio con causa de muerte indeterminada.

—Cuando trajeron el coche no había alfombrillas delante ni detrás —me informa Ernie—. No puedo saber si alguna vez las hubo, pero tengo una corazonada que tal vez no se base en lo que estoy viendo. —Dirige la luz para mostrarme algo—. Sobre todo en esta área.

Alude al lado del conductor.

Veo un montón de fibras que parecen fragmentos de alambre fluorescente de color blanco, naranja, verde neón… y cuando la luz ultravioleta los alumbra aparece un arco iris encima de ellos.

Ernie los recoge con fracciones de cinta adhesiva de carbono y me las va pasando. Las pongo en el interior de frascos con tapón de rosca, que sello en el interior de bolsas, que etiqueto con la ubicación en la que se encontraron y otra información que me proporciona Ernie.

—Ya he revisado la parte de atrás y el lado del copiloto. —Su mono y las fundas cubrecalzado producen un ruido como de plástico, y cuando él está dentro del coche su voz suena ahogada de forma intermitente—. Primero con luz blanca, luego con azul, por si había salpicaduras de sangre o bien residuos de pólvora. Luego verde para huellas latentes. Y ultravioleta para el semen, la saliva, la orina. Por ahora no hay ninguna prueba de que nada malo haya sucedido en este coche. Está polvoriento y solitario, si es que un coche puede ser solitario, como el coche de un anciano.

—La mujer no era vieja, pero creo que vivía como si lo fuera.

—He encontrado lo que parecen ser pelos de gato, de color blanco grisáceo —comenta—. Sobre la alfombra, en la parte trasera, donde se puede esperar que alguien coloque una jaula.

—Estoy razonablemente segura de que tenía un gato.

Tengo que hablar con Bryce sobre esto, debe llevar a Shaw al veterinario.

—Podría haber sido su único pasajero —supone Ernie—. Es algo típico, lo veo con frecuencia en vehículos normalmente conducidos por una sola persona, y especialmente en aquéllos que son propiedad de una persona mayor. Hay una alta concentración de fibras, cabellos, restos trasladados al área del conductor y que han acabado en esta moqueta que podría cortar, aunque antes prefiero recuperar todo lo que esté a la vista. Y lo que más me ha llamado la atención y te va a interesar a ti son estas cosas de aquí. —Su mano enguantada me pasa un trozo de algo—. Vas a necesitar una lente para ver de qué te estoy hablando —afirma—. No es fluorescente, porque esto absorbe la radiación ultravioleta y se ve negro, más o menos como la sangre, aunque no es sangre. A la luz normal y bajo una lente es de color rojo oscuro. Hay una buena cantidad de esto en la alfombra cerca del freno y el acelerador, como si alguien lo llevara en los zapatos.

Me separo un poco del coche y me quito las gafas. Tomo una lupa de un carrito de herramientas, examino lo que me ha pasado y estoy de acuerdo con Ernie en que la sangre no se vería así. Ese material parece madera y me es familiar.

—Estoy pensando en que podría ser mantillo —dice.

—¿Sabes qué tipo de madera?

—Los espectros químicos tardarán un día o dos. Suponiendo que quieras saber si todo esto vino de una misma zona, ¿desde el mismo árbol, por ejemplo?

George y Cybil se acercan para preguntar cuándo podrán empezar a armar la carpa. Su idea es tapar completamente el coche con ella, para que nadie inhale pegamento extrafuerte o quede expuesto a sus gases. Les digo que todavía no.

—¿Cómo podemos determinar el grado de especificidad?

—Bueno, eso depende de la absorción del suelo, de los distintos elementos que se encuentren, a fin de cuentas somos lo que comemos, y eso es cierto para todo, árboles incluidos —dice Ernie desde el interior del Mercedes, y sé que está pensando en lo que he recuperado del cadáver de Peggy Stanton. En ese material fibroso de color rojo en las plantas de los pies y debajo de las uñas, que parece idéntico a lo que está encontrando en el interior de su coche.

—Si quieres ese nivel de detalle voy a tener que enviar una muestra a un laboratorio especializado en el análisis de maderas. —Continúa iluminando el interior del Mercedes con la luz ultravioleta—. No hace falta decir que con una pequeña cantidad como ésta no podrán contar exactamente los anillos del tronco del que procede.

—Me conformaría con saber el tipo de árbol. Pino, secuoya, ciprés, cedro… Esto parece mantillo.

Cerca de mí dejan unos maletines en el suelo: los científicos empiezan a desembalar el monómero de cianoacrilato y el cableado.

—Es mantillo rallado de madera, más que mantillo de corteza —especifico.

—No hay nada de corteza en lo que yo he tomado —me dice Ernie.

—Más o menos como el trigo desmenuzado —le describo cómo lo veo yo—. Es algo fibroso, peludo. Casi como el algodón. No ha sido triturado, como la madera que han cortado a máquina. Pero sí que es muy fino. Sin aumento casi parece polvo, suciedad, igual que el café molido muy fino. Solo que de color rojo oscuro.

—No, no está molido. Es totalmente irregular. Un mantillo de color rojo, y por lo general el mantillo se hace de palés de madera de desecho y contrachapado. —Agacha la cabeza en el lado del conductor—. No es muy popular, porque cuando llueve destiñe y su tinte mancha la madera tratada, lo que nadie desea en su jardín, y mucho menos cerca de un huerto. ACC reciclado, es decir, arseniato de cobre cromado, y sea lo que sea esto, lo cierto es que no tiene ni rastro de ACC, eso es todo lo que puedo decir. Eso si pensamos que es el mismo material que hallaste en el cadáver. Lo que he encontrado es óxido de hierro, que puede provenir del colorante o de la suciedad de siempre.

Le digo que nos sería muy útil que pudiera examinar lo antes posible lo que ha encontrado en el interior del vehículo. Puede ser que sea muy importante, añado, y promete que cuando regrese a su laboratorio va a echarle un vistazo con el microscopio estereoscópico, el de luz polarizada y el espectrómetro Raman.

Me dice que está seguro de que hallará la misma huella química, los mismos colores de interferencia y la misma birrefringencia que vio en el material rojizo que recogí del cadáver de Peggy Stanton.

—Piensa en madera manchada de rojo, pero no manchada del todo. —Contemplo otro trozo que me entrega—. Si la molieras y la rociaras con tinte, ¿no se vería igual que esto?

—Tal vez. Lo que sé es que al examinar lo que el doctor Zenner me dio ayer me di cuenta de que algunas de las fibras estaban carbonizadas —apunta Ernie—. Y uno no necesariamente esperaría encontrar eso en mantillo normal y corriente. Pero depende por completo de lo que esté hecho. ¿Hablamos de un trozo de contrachapado de un edificio devastado por un incendio, por ejemplo? También encontré carbón y una gran cantidad de minerales mezclados.

—La pregunta es si el carbón y los minerales provienen directamente de este material que creemos que es mantillo o de la suciedad del suelo o de la moqueta del vehículo.

—Ésta es exactamente la cuestión. —Ernie se levanta y estira la espalda—. Se empieza mirando el mundo a través de un microscopio y se ve sal, sílice, hierro, arsénico, partes de insectos, restos de piel, cabellos, fibras…

—Ciertamente parece que él conducía su coche. —Estoy convencida de ello—. Allá donde la abdujo debe de haber restos rojizos en el suelo.

—Tal vez un negocio de jardinería o un área donde se utiliza una gran cantidad de mantillo de color rojo. Campos de golf, complejos de viviendas o un parque. O tal vez un lugar donde fabrican mantillo. ¿Viste algo como esto alrededor de su casa?

—No. Ella lo traía encima, y también él, y así acabó en el coche. Este material astillado se pega a la ropa, a las alfombras, a la piel y al pelo… se adhiere a todo como el velcro.

—Hay rastros de fibras sintéticas en los asientos de cuero —me dice—. Probablemente de ropa. Y también una buena cantidad de canas por todas partes.

—Ella tenía el pelo canoso. Largo. Le llegaba a la mitad de la espalda.

—Y aquí veo un poquito más de estas fibras de madera —comenta—, que posiblemente se han transferido de la ropa. A la suya o a la de otra persona. —Toca un botón en el panel de la ALS para cambiar de longitudes de onda, y la luz se vuelve de color turquesa.

Me pongo las gafas de nuevo. El filtro naranja bloquea la luz que no es absorbida por las pruebas, y vuelvo al coche. Ernie está pintando el volante, el salpicadero, la consola y la hebilla del cinturón de seguridad de metal, todas las áreas donde se van a tomar muestras de ADN. Algunas manchas se iluminan, pero no se aprecia nada discernible, no hay huellas latentes que vayan a sernos de ayuda, y la verdad es que no me sorprende.

Tal vez tengamos suerte cuando ahumemos el coche con cianoacrilato —sustancia más conocida como «superglue»— por dentro y por fuera, pero no quiero hacerme ilusiones. No me imagino a un asesino al volante del Mercedes de Peggy Stanton sin llevar guantes, o revisando su casa sin cubrirse las manos o sin limpiarlo todo después de tocarlo, pero también sé que no debo proyectar mis expectativas sobre nadie. La gente mala puede ser tonta de remate, especialmente los más arrogantes, los que nunca han sido detenidos y no están fichados.

—Siempre me siento como el abominable hombre de las nieves en esta maldita cosa —se queja Sil Machado, mientras se acerca—. O tal vez como el hombre Michelin.

Ernie me explica lo que hemos encontrado mientras un nuevo mensaje de texto aterriza en mi teléfono. El tercero de Lucy, que quiere verme arriba.

—No vi nada de eso en ningún lugar dentro de su casa —Machado le dice a Ernie—. No está en el sótano. No está en el garaje. No se encuentra en el patio. No hay rastros de mantillo rojo. Ni siquiera de mantillo viejo. ¿Tienes un minuto? —me dice—. Aunque en realidad me temo que voy a necesitar más de uno.

—Estaba a punto de comprobar unas cosas —le respondo—. Vamos.