Se vuelve hacia Benton y la agente especial Burke y la mujer que no conozco, como si esperase que ellos fueran a tomar la palabra, y sé lo que eso significa.
Sil Machado o, como le llama Marino, «nuestro guerrero portugués», es un joven dotado de autoridad, fuerte como un toro, con el pelo y los ojos oscuros y muy buen gusto en el vestir, y ni es devoto del FBI ni les cede un caso sin poner pegas o, si se tercia, oponer resistencia. Si él está dándoles la palabra es que los federales ya se han hecho cargo de la investigación, y tiene que haber una causa justificada para ello.
—¿Cómo es que nadie me ha dicho nada? —dice Marino, y mira a Luke—. ¿Cómo la habéis identificado? —Su tono es acusatorio—. ¿Cómo es posible? No se puede obtener el ADN tan rápido, y eso olvidándonos de contrastar sus huellas dactilares. Lo que no podría suceder sin rehidratar primero las yemas de los dedos, lo que significa que probablemente vamos a tener que quitárselas primero, que era lo que yo pensaba hacer…
—Oye, Pete —le interrumpe Machado—, ¿por qué no vienes conmigo, y dejamos que hablen de sus cosas mientras tú y yo repasamos un par de detalles?
—¿Qué?
En este instante, Marino está paranoico.
—Lo repasaremos todo.
—¿Así que no queréis hablar delante de mí? —grita Marino—. ¡Menuda mierda!
—Vamos, amigo. —Machado le guiña un ojo.
—¡Y una mierda!
—Vamos, Pete. No seas así. —Machado se le acerca y le pone una mano en el hombro, y Marino intenta quitárselo de encima, y entonces Machado aprieta con fuerza—. Vamos, ven conmigo y te lo explico. —Acompaña a Marino al pasillo—. Sé que en este lugar tenéis café, por supuesto, aunque lo que realmente me gustaría ahora es una cerveza, pero olvídate.
—Vamos a retroceder un minuto —digo, y cierro la puerta—. Pensé que había dejado bien claro que no quería que empezarais este caso sin mí. —Me dirijo a Anne y a Luke—. Así que si lo que estoy viendo es el resultado de la llegada del FBI y cómo han empezado a dar directrices para acelerar las cosas, debo aclarar que esto no funciona así —añado, y no en un buen tono, precisamente.
—No es así —dice Luke, para mí.
Pero sí es así.
—La sala de identificación está abierta, y habéis comenzado la exploración, cuando éstas no eran mis órdenes —le respondo.
Luke gira la silla para ponerse frente a mí, y no hay ninguna señal de que se halle preocupado por mi enfado o inquieto al ver que Marino ha salido de la habitación como un prisionero. Luke se siente justificado en su proceder, y en parte esto se debe a su inexperiencia, y en parte a que puede que sea mucho más narcisista de lo que parece, y que con sus buenos modales oculte el ego que se esperaría que tuviera alguien tan guapo, tan rubio y con una mente tan bien dotada. Mi jefe adjunto parece estar enamorado de las agencias federales que aplican la ley y el orden, del Servicio Secreto y en especial del FBI, que ha logrado acorralarlo para que acelere este caso, algo que simplemente no voy a permitir.
—No iba a iniciar la autopsia sin ti —me explica Luke, con su grato acento británico, vestido con zuecos quirúrgicos y una bata de laboratorio con su nombre bordado en ella—. Pero pensamos que podría ser conveniente seguir adelante y escanearla mientras venías de camino. Y debido al estado en que se encuentra, la verdad es que dudaba de que fuera a encontrar algo con la TC, de todos modos.
—Y no hay prácticamente nada. —Anne parece extrañada, desconcertada por mi reacción ante lo que han hecho ella y Luke, y probablemente molesta por Marino, que coquetea con ella y le hace bromas y que cuando se rompió el pie la traía a trabajar cada día—. No hay lesiones internas —dice en voz baja, en serio, sin mirar ni a Luke ni a Benton, a nadie más que a mí—. No hay ninguna prueba que pueda indicarnos por qué está muerta. Vamos, sí, presenta algunas calcificaciones cardíacas y otras intracraneales, pero son comunes. Y queratoderma en ganglios básales, además de granulaciones aracnoideas, típicas por otro lado en personas de más de cuarenta años.
—Espera, espera. —Esta noche la agente especial Burke va vestida informal con un jersey marrón y unos pantalones vaqueros negros, además de una bolsa de cuero colgada del hombro donde probablemente oculta su arma—. Mejor no hablemos de cumplir los cuarenta.
Se cree graciosa.
—Evidencias de aterosclerosis, calcificación en algunos vasos sanguíneos…
A Anne no le hace gracia.
—¿Puede uno comprobar el endurecimiento de las arterias en una tomografía computarizada? —Nada de lo que Burke diga va a aligerar el ambiente enrarecido—. Vaya, mejor saberlo antes de comer otro Whopper.
—Come lo que quieras, no parece que tengas de qué preocuparte —le dice Luke, y tal vez esté coqueteando con ella—. Han encontrado muestras de aterosclerosis en momias egipcias de cuatro mil años de antigüedad, por lo que no es un subproducto más de la vida moderna. De hecho, es probable que forme parte de nuestro maquillaje genético —añade, porque no se entera, o tal vez porque el hecho de que Marino esté en apuros le importa un pimiento.
—Supongo que debemos tener en cuenta que podría haber muerto de un ataque al corazón o de un derrame cerebral, es decir, por causas naturales, y alguien decidió ocultar el cadáver y luego deshacerse de él —dice Burke, y no me quita ojo.
—En esta etapa, es conveniente considerar cualquier cosa, mantener una mente abierta —le respondo.
—Nada más es radio-opaco, solo las restauraciones dentales —me informa Anne—. Y ella tiene un montón. Coronas, implantes… una boca cara.
—Ned viene ahora a comprobar el historial dental —nos hace saber Luke—. De hecho, ese probablemente sea él.
Las luces del coche se ven blancas y deslumbrantes en la pantalla de seguridad de circuito cerrado: es un pequeño vehículo de tres puertas de color azul.
El antiguo Honda de Ned Adams se detiene en el aparcamiento.
—Entonces es que debemos de tener rayos X pre mortem con que compararlos —comento, dirigiéndome a Benton.
—Recibimos el historial de un dentista de Florida —dice.
—¿Y quién creemos que es esta señora? —pregunto.
—Parece que se trata de una residente de Cambridge de cuarenta y nueve años de edad llamada Peggy Lynn Stanton. Por lo general pasaba los veranos en el lago Michigan, Kay —responde mi esposo, como si fuéramos colegas—. Pasaba gran parte de su tiempo fuera de Massachusetts. Al parecer, solamente solía venir durante el otoño y el invierno.
—Parece extraño pasar los inviernos aquí. Normalmente en esta estación la gente suele irse a otro lado —comento.
—A veces se quedaba en Florida —apunta Burke—. Nos queda mucho que descubrir, obviamente.
—¿Y eso significa que sus amigos y posiblemente también su familia no siempre sabían dónde estaba? —aventuro yo—. ¿Qué pasa con las llamadas telefónicas, los correos electrónicos…?
—Hemos enviado a varios agentes a verificarlo todo —responde Burke—. Bueno, ¿por qué no te encargas tú ahora? —se dirige a la mujer que no conozco—. Os presento, ella es Valerie Hahn y trabaja con nuestra división cibernética.
—Y para que conste, todo el mundo me llama Val —dice, y me sonríe, y no debería ni molestarse en hacerlo.
No me siento amable y me muero de inquietud. ¿Qué ha hecho Marino?
—Ciertamente, parece que nunca llegó a su casa de campo en el lago —dice Valerie Hahn—. Está totalmente abandonada. No hay equipaje. Nada en la nevera. Es como si se hubiese desvanecido alrededor del uno de mayo o posiblemente antes, y me ha parecido escuchar que el doctor Zenner mencionaba que esto podría ser compatible con el estado del cadáver.
—Lo sabré mejor cuando le hayamos practicado la autopsia.
Me duele que Luke se haya ido de la lengua con ellos.
—No sé si es posible que ya haya oído mencionar su nombre —añade Valerie Hahn.
Abro la puerta que da al pasillo y veo que Ned Adams se dirige hacia nosotros con su viejo maletín de médico de cuero negro.
—¿Y por qué debería haber oído mencionar su nombre? —le pregunto sin rodeos.
—Y yo me pregunto si el nombre de Pretty Please significa algo para ti, o tal vez para alguien en esta oficina —dice Hahn.
—Hola, Ned —le sostengo la puerta abierta—. El cadáver está allí, en el escáner. Haz lo que tengas que hacer.
—Claro, puedo encargarme allí mismo. No hay problema. —Se echa hacia atrás la capucha del largo impermeable amarillo que gotea agua—. Su historial está al día. Tiene un montón de coronas, implantes, endodoncias, incluyendo una radiografía panorámica que va bien para observar los senos paranasales. ¿Tienes eso?
—Puedo proyectar su historial en las pantallas incluso mientras hablamos —responde Anne, y comienza a escribir—. ¿Quieres también una copia impresa?
—A un tipo como yo, ya pasado de moda, todavía le gusta el papel. Esta mujer tiene un montón de peculiaridades fruto de un exceso de riqueza, y no debería tomarme mucho tiempo. ¿No es cierto? —pregunta, frente a la puerta que conduce a la sala de exploración, como si fuera una zona de operaciones militares que podría conllevar cierto peligro.
—El escáner está apagado —le digo—. ¿Sabes cómo deslizar la mesa hacia fuera?
—Sí —dice, y se quita el impermeable.
—Seguramente sea porque sus iniciales son PLS —explica Douglas Burke—. Uno podría sospechar que de ahí es de donde viene el PLEASE de Pretty Please.
—Estás en Twitter, ¿verdad, Kay? —me pregunta Valerie Hahn, que actúa como si fuéramos amigas.
—Apenas. —Ahora empiezo a entender de qué va todo, o eso creo—. No lo utilizo para hacer amigos ni comunicarme con nadie.
—Bueno, sé que nunca tuiteaste con Peggy Lynn Stanton, cuyo nombre de Twitter es Pretty Please —dice Hahn.
—No tuiteo con nadie.
Marino, ¿qué has hecho?
—Es bastante fácil ver que jamás te pusiste en contacto con ella. —Hahn parece muy segura de sí misma—. Uno ni siquiera necesita privilegios de administrador para comprobar eso.
—No creo que tengamos que llegar a este nivel de detalles en estos momentos. —Benton mira a Ned Adams a través del cristal.
—Yo creo que sí —replico, y pienso mirarlo hasta que él me devuelva la mirada.
—Baste decir que por lo menos toda esa cobertura mediática nos brindó algo útil. —Puedo leer la renuencia de Benton en sus ojos—. Nuestra oficina de Boston recibió un montón de llamadas telefónicas; en Cambridge también recibieron llamadas; en Chicago y en Florida más de lo mismo. Por lo menos una docena de personas afirmaron que la muerta se llama Peggy Stanton. Al parecer esas personas no la habían visto desde el uno de mayo, cuando se suponía que debía de estar de camino a su casa del lago Michigan o, posiblemente, a Palm Beach. Aquí la gente supuso que ella estaba en Illinois y la gente de allá arriba supuso que todavía andaba por acá. Y algunos creían que estaba en Florida.
—¿La gente? ¿Te refieres a sus amigos?
Eso es todo lo que puedo hacer para ocultar lo mucho que me disgusta esto.
—Varios grupos de voluntarios y de feligreses. —Benton sabe exactamente lo que estoy sintiendo, pero eso no importa.
Ésta es la forma en que hacemos nuestro trabajo. Así es como vivimos.
—Al parecer, estaba muy involucrada en el cuidado de ancianos. Aquí y en Chicago y en Florida —dice.
—¿Y su familia no se ha preguntado dónde estaba después de todos estos meses? —replico, y al hacerlo pienso en lo que me dijo Marino en el coche esta mañana, cuando estábamos de camino a la base de la Guardia Costera.
—Su marido y sus dos hijas murieron hace trece años cuando se estrelló su avión privado. —Benton ofrece la información de forma objetiva, y suena frío y distante.
Pero él no es así.
—Era un corredor de bolsa con un fantástico seguro de vida —señala—. La dejó con el riñón bien cubierto, y no es que ella fuera pobre, precisamente.
—¿Y ninguno de sus proveedores se ha quejado de que no estuviera pagando sus cuentas? ¿Nadie se había dado cuenta de que no respondía a mensajes de correo electrónico ni al teléfono? —pregunto, pero no digo lo que pienso.
¡Qué sencillo sería engañar a Marino en el ciberespacio, donde no sabe cómo navegar y su inseguridad lo convierte en alguien vulnerable!
—Ha estado pagando sus facturas durante todo este tiempo —responde Benton—. Hasta hace dos semanas estaba tuiteando. Hizo llamadas desde el móvil anteayer…
—No puede ser la misma persona que tenemos aquí. Esta desde luego no lo hizo —le interrumpe Luke, mientras Benton mira a Ned Adams a través del cristal.
—El caso es que alguien lo ha estado haciendo. —Benton termina de hablar, pero no se lo dice a Luke.
Dentro de la sala del escáner, Ned Adams abre su maletín de cuero negro. Se pone las gafas y mira hacia arriba, a una pantalla de vídeo que muestra las radiografías dentales de la difunta.
—Lleva muerta mucho más de dos días o dos semanas —afirma Luke, cuando en realidad debería callarse—. Desde luego no ha estado tuiteando ni escribiendo ni haciendo llamadas telefónicas desde hace bastante tiempo. Meses, por lo menos, diría yo. ¿Estás de acuerdo, doctora Scarpetta?
—Su casa está en la calle 6 —me dice Benton—. Muy cerca de la comisaría de Cambridge, lo que hace que sea aún más chocante. Nadie ha estado en ella. La alarma está activada y el coche está en el garaje. La policía pasaba por allí todos los días, y nadie se dio cuenta de nada.
—Una cápsula del tiempo —añade Douglas Burke—. El departamento de bomberos echará abajo la puerta trasera en cuanto lleguemos.
—Te sugiero que vayas a recoger las pizzas que te pedí —le digo a Benton para comunicarle exactamente lo que quiero que sepa.
Ésta es mi oficina. El CFC no responde ante el FBI. Voy a tratar este caso tal y como estime conveniente.
—Primero voy a ocuparme de ella. Su casa puede esperar —añado, en el mismo tono tajante—. Ya ha esperado medio año y bien puede esperar dos horas más, pero ella no.
—Confiábamos en que el doctor Zenner pudiera hacerse cargo de la autopsia y así tú podrías venir con nosotros a echar un vistazo —sugiere Burke.
—Haré todo lo que se me pida —dice Luke, y se levanta de la silla, mientras Anne entra en la sala del escáner y le da las copias impresas a Ned Adams.
—Lo que necesitamos es que nos deis la oportunidad de hacer nuestro trabajo aquí —le respondo, y entonces se abre la puerta de la sala de rayos X, y veo que Lucy está aquí y que me mira desde el pasillo—. Si sabemos cómo murió la víctima y qué deberíamos estar buscando, el trabajo en una potencial escena del crimen será mucho más productivo.
—¿Podría hablar contigo un minuto?
Lucy no entra.
—Ahora, si me disculpáis… Creo que hemos terminado por el momento —le digo al FBI.
—He visto tu coche en el aparcamiento. —Camino con Lucy hacia el área de recepción, y nos paramos donde nadie pueda oírnos—. Me pregunto por qué.
—Yo también me pregunto muchas cosas. —Mi sobrina está vestida como esta mañana, de negro, y no es habitual en ella presentarse cuando el FBI está en la zona—. Me pregunto por qué Marino y Machado están en la sala de descanso con la puerta cerrada. Puedo oírles discutir, de tan alto que grita Marino. Y me pregunto por qué hoy mismo un Sikorsky S-76 que pertenece a Channing Lott ha estado filmando la recuperación del cadáver.
—¿Era un helicóptero de su propiedad? Eso es impresionante. —No sé qué decir. Con todo lo que ha pasado desde entonces, no había vuelto a pensar en el helicóptero blanco desde que le envié el número de cola a Lucy por correo electrónico, mientras estaba en el coche con Marino, de camino al juicio.
—Eso es realmente algo increíble —añado, como si mis pensamientos estuvieran sopesando distintas opciones sobre lo que debería hacer a continuación.
Dan Steward necesita enterarse de ello antes de los alegatos finales. Si de alguna manera Channing Lott tiene algo que ver con el hecho de que su helicóptero haya filmado lo que acaban de mostrar en el juicio, y no sé cómo no podría tener algo que ver con ello, entonces el jurado debe saberlo antes de que empiecen las deliberaciones. Pero puede ser demasiado tarde para eso.
—El certificado de aeronavegabilidad está registrado en Delaware a nombre de su empresa de transportes —me informa Lucy.
Me imagino qué sucedería si llamo a Steward con esta información y él se ve obligado a confesar quién es la fuente en audiencia pública o incluso ante el juez. La información sería perjudicial para Jill Donoghue.
«No te metas en líos».
—Tiene una flota de unos cincuenta camiones para el transporte de automóviles y buques portacontenedores; las líneas MV Cipriano —me cuenta mi sobrina.
—Lo siento.
Trato de concentrarme en lo que está diciendo.
—Y ese helicóptero está registrado en una empresa de transporte —dice ella— que lleva el nombre de su esposa desaparecida, Mildred Vivían Cipriano. Cipriano era su apellido de soltera.