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La parte externa de la oreja cortada, el pabellón auricular, parece haber sido limpiamente seccionada de la fascia del músculo temporal.

He ampliado la imagen al máximo sin desfigurarla por falta de definición, y los bordes visibles de la herida incisa aparecen nítidos y regulares. No se advierte ninguna palidez ni indicios de que el tejido cortado esté evertido o colapsado, que es lo que se puede esperar de un desmembramiento producido mucho tiempo después de la muerte, como cuando la oreja ha sido seccionada de un cadáver embalsamado, o de un cadáver de la Facultad de Medicina, por ejemplo. Lo que estoy viendo no me parece que sea algo así. La oreja y la sangre en el periódico no parecen viejas.

Pero no puedo determinar si la sangre es humana, y las orejas son difíciles de analizar. No son vasculares y no es inconcebible que alguien pudiera cortar una oreja ante o post mortem y refrigerarla durante semanas, y en principio puede parecer lo bastante fresca en una fotografía para que me sea imposible determinar si la lesión ocurrió cuando la víctima estaba viva o muerta.

En otras palabras, el archivo jpg está lejos de ser útil para mis propósitos, como le estoy explicando a Lucy. Necesito examinar la oreja real, comprobar la incisión de los bordes para buscar una respuesta vital, comprobar el ADN en el índice Nacional de ADN (NDIS>), y también en el Sistema de índice Combinado de ADN (CODIS), por si su perfil pertenece a alguien con antecedentes penales.

—Ya he localizado algunas fotos recientes de ella, hay un montón en varios sitios web, incluyendo algunas tomadas mientras ella estaba trabajando en Alberta este verano —dice Lucy desde el baño de la oficina, ya que seguimos hablando en voz alta para escucharnos sin problemas—. Pero obviamente no podemos hacer un cotejo. Tengo que ajustar el tamaño y el ángulo, aunque la buena noticia es que la superposición nos es útil, ya que definitivamente no podemos descartarla.

Lucy me explica que ha estado comparando el jpg con fotografías de Emma Shubert, tratando de superponer imágenes de sus orejas con la seccionada. No podemos descartar un cotejo positivo, pero desafortunadamente tampoco una comparación visual es concluyente.

—Te voy a enviar el archivo —añade—. Puedes mostrar las comparaciones a quien acuda a esa reunión.

—¿Estarás de vuelta sobre las cinco?

—No sabía que me hubierais invitado. —Su voz resuena por encima del ruido de la cafetera exprés.

—Por supuesto que estás invitada.

—¿Y quién más vendrá?

—Un par de agentes de la oficina de campo de Boston. Douglas, creo. —Me refiero a Douglas Burke, una agente del FBI con un nombre que tal vez crea un poco de confusión—. No estoy segura de quién más. Y Benton.

—No estoy disponible —responde Lucy—. No, si viene ella.

—Sería realmente útil que vinieras. ¿Qué tiene de malo Douglas?

—Mucho. Y no, gracias.

Desterrada del FBI y la ATF en su antigua vida como agente del orden, mi sobrina no alberga sentimientos caritativos para con los federales, algo que puede ser incómodo para mí, ya que mi marido es analista de inteligencia criminal del FBI, o creador de perfiles, y yo misma tengo el estatus de reservista especial del Departamento de Defensa. Ambos somos parte de lo que ella aborrece y no respeta, federales como los que la rechazaron y la pusieron de patitas en la calle.

En pocas palabras, Lucy Farinelli, mi única sobrina, a quien he criado como a una hija, cree que las reglas son para los simples mortales. Era una agente federal que iba por libre y es una genio de la tecnología que va por libre, y mi vida se sentiría destrozada y vacía si no la tuviera cerca.

—Estamos tratando con alguien muy inteligente —añade, y sale del baño con dos tacitas y una pequeña jarra de acero.

—Eso no es una buena señal —le respondo—. Rara vez opinas que alguien sea inteligente.

—Alguien astuto, inteligente en algunos aspectos, aunque demasiado satisfecho de sí mismo para darse cuenta de lo mucho que desconoce.

Vierte el café, fuerte y dulce, con una capa de espuma marrón claro en la parte superior, para hacer dos coladas a las que se aficionó cuando estaba con la ATF en la Oficina de Campo de Miami, antes de verse envuelta en un mal tiroteo.

—La dirección BLiDedwood resulta bastante obvia —deja la taza y la jarra al lado de mi teclado.

—No resulta obvia para mí.

—Billy Deadwood —afirma.

—Está bien. —Pienso un segundo y le pregunto—: ¿Me lo explicas?

Lucy vuelve a mi lado de la mesa y golpea ligeramente la encimera de granito detrás de mí, despertando dos pantallas de vídeo. Aparecen ahora los salvapantallas en rojo vivo, oro y azul, con los escudos del CFC y la AFME a un lado y a otro, un caduceo y la balanza de la Justicia y un juego de naipes, dobles parejas de ases y ochos, la mano que Wild Bill Hickok supuestamente tenía durante una partida de póquer cuando lo mataron a tiros en 1876.

—El escudo de la AFME. —Me indica la mano del hombre muerto en las pantallas de ordenador—. Y Wild Bill Hickok, o Billy a secas, fue asesinado en Deadwood, Dakota del Sur. ¿Que si te lo explico? Sí, tía Kay. Solo espero que no sea alguien de nuestro propio patio trasero.

—¿Y por qué deberías tener la mínima sospecha de que podría ser así?

—¿Tal vez porque ha usado un correo electrónico temporal gratuito que se autodestruye en treinta minutos? —me responde Lucy—. Vale, eso tampoco es tan raro, podría ser cualquiera. Pero esta persona te ha enviado un correo electrónico a través de un servidor proxy gratuito con un tipo de anonimato muy elevado con un nombre de host no disponible. Y situado en Italia.

—Para que nadie pueda responder al correo electrónico, pues al cabo de treinta minutos la cuenta temporal se borra y desaparece.

—Eso mismo.

—Y así nadie puede rastrear la IP ni desde dónde fue enviado el correo electrónico.

—Eso es exactamente lo que el remitente desea.

Y se supone que debemos suponer que alguien ha enviado el correo electrónico desde Italia.

—En concreto, desde Roma —dice.

—Pero eso es un engaño, ¿no?

—Absolutamente —responde ella—. Definitivamente. Quien lo envió no estaba en Roma a las seis y media de anoche, hora local.

—¿Qué pasa con el tipo de letra?

Vuelvo al correo electrónico y miro la línea del asunto.

A LA ATENCIÓN DE LA JEFA MÉDICA FORENSE KAY SCARPETTA

—¿Hay algún significado oculto? —pregunto.

—Muy retro. Con reminiscencias de los años cincuenta y sesenta, las grandes formas cuadradas con esquinas redondeadas, supuestamente evocadoras de los televisores de la época. Tu época —se burla.

—Por favor, no me atosigues a estas horas de la mañana.

—La Eurostile la creó Aldo Novarese, un diseñador gráfico italiano —me explica—. Diseñó esta tipografía originalmente para una fundición en Turín llamada Nebiolo Printech.

—¿Y tú crees que todo esto tiene algún significado oculto?

—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Básicamente se dedican a la fabricación de papel y de prensas tecnológicamente avanzadas.

—¿Una posible conexión italiana?

—Lo dudo. Creo que quien te envió el correo electrónico creyó que no podríamos rastrear la IP real —añade, y sé lo que quiere decir en realidad.

Sé lo que ha hecho.

—En otras palabras —continúa—, que no nos daríamos cuenta de que en realidad se envió desde…

—Lucy —le interrumpo—, no quiero que tomes medidas extremas.

«Pero ella ya las ha tomado».

—Hay un montón de servidores anónimos gratis disponibles —prosigue, como si no hubiese acabado.

—No quiero que te cueles en ningún servidor proxy de Italia o de cualquier otro lugar —le digo rotundamente.

—El correo electrónico lo ha enviado alguien que tenía acceso a la tecnología inalámbrica de Logan —dice ella, para mi asombro.

—¿Lo enviaron desde el aeropuerto Logan, aquí, en Boston?

—Alguien te envió ese clip de vídeo por correo electrónico desde la red inalámbrica del aeropuerto Logan, a menos de siete millas de mierda de aquí —me confirma, y no es de extrañar que esté considerando la posibilidad de que podría tratarse de alguien de nuestro propio patio trasero.

Pienso en mi jefe de personal, Bryce Clark, en Pete Marino, en varios científicos forenses que hay en mi edificio. La semana pasada varios miembros del personal fueron al CFC de Tampa, en Florida, para asistir a la reunión anual de la Asociación Internacional de Identificación, y todos ellos volaron de regreso a Boston ayer a la misma hora en que alguien me envió este correo electrónico de forma anónima al CFC.

—Ayer, en algún momento justo antes de las seis de la tarde —me explica Lucy— esta persona inició una sesión en Internet con el wifi gratuito de Logan. Lo mismo que hacen miles de pasajeros miles de veces al día. Pero esto no significa que la persona que te envió el correo electrónico estuviera físicamente en la terminal o en un avión.

Dice que quienquiera que fuese podría haber estado en un garaje, o en una acera, o tal vez en un taxi acuático o en un ferry, en el puerto o en cualquier lugar donde llegue la señal inalámbrica. Una vez esta persona estuvo conectada, creó una cuenta de correo electrónico temporal llamada BLiDedwood@Stealthmail, posiblemente utilizando un procesador de textos para escribir el asunto en Eurostile, y cortarlo y pegarlo en el correo electrónico.

—Esperó veintinueve minutos antes de enviarlo —dice—. Qué pena que haya tenido la satisfacción de saber que lo abriste.

—¿Y cómo pudo saber esa persona que abrí el correo electrónico?

—Porque no recibió la notificación de rebote de falta de entrega —me responde ella—. Que le habría llegado apenas unos segundos antes de que la cuenta se autodestruyera. Él no tiene ninguna razón para no creer que el correo electrónico fue recibido sin problemas y abierto.

Su tono es diferente. Lo que dice ahora suena a reprimenda.

—El rebote es inmediato y automático para que los correos de acoso o aquellos infectados por virus sean enviados inmediatamente a la dirección principal del CFC —me recuerda—. El propósito es dar la impresión al remitente de que el correo electrónico no se pudo entregar. Pero, de hecho, salvo algunas excepciones muy raras y desafortunadas, los correos electrónicos sospechosos van directamente a lo que yo llamo la zona de cuarentena para que yo misma pueda verlos y evaluar el nivel de amenaza —enfatiza, y me doy cuenta de lo que está consiguiendo—. Y no he visto este correo electrónico en particular, ya que no fue puesto en cuarentena.

La excepción rara y desafortunada de la que habla soy yo misma.

—Los cortafuegos que establecí pensaron que el correo electrónico era legítimo al reconocer el asunto a la atención de la jefa médica forense Kay Scarpetta —añade, como si fuera mi culpa, y lo es—. Y todo lo que va dirigido a tu atención personal no recibe el tratamiento de correo basura ni queda temporalmente en cuarentena, porque así me lo has ordenado. Contra mi voluntad, ¿recuerdas?

Me mira fijamente. Sé que tiene razón, pero no hay nada que pueda hacer al respecto.

—¿Ves ahora las consecuencias de hacer trampas, cuando ya lo teníamos todo atado y bien atado? —me pregunta.

—Entiendo tu frustración, Lucy. Pero es la única manera de que un montón de personas, y en particular la policía y muchas familias, puedan ponerse en contacto conmigo incluso cuando desconocen cuál es mi dirección de contacto directo en el CFC —le digo lo mismo que le he dicho siempre—. Si me envían algo a mi atención no quiero que acabe tratándose como si fuera correo basura.

—Es una lástima que hayas sido tú la primera en abrirlo —dice Lucy—. Aunque probablemente Bryce suela hacerlo antes.

—Me alegro de que no lo hiciera.

Mi jefe de personal es muy sensible y más bien aprensivo.

—Así es. No lo hizo porque estaba de viaje. Él y varios otros han estado fuera durante toda una semana —dice Lucy, como si esa coincidencia en el tiempo no fuera casual.

—¿Te preocupa que quien envió el correo electrónico sepa lo que sucede en el CFC? —le pregunto.

—Me preocupa, sí.

Acerca una silla y vuelve a llenar nuestras tacitas, y al hacerlo aspiro el aroma de pomelo fresco de su colonia, y siempre sé cuándo mi sobrina ha estado en el ascensor o ha pasado por una habitación. Puedo cerrar los ojos y reconocer su fragancia en cualquier lugar.

—Sería absurdo no tener presente que alguien puede haber estado investigándonos y metiendo la nariz en lo que estamos haciendo —dice—. Alguien a quien le gustan los juegos y que se cree más listo que Dios. Alguien que se excita traumatizando a los demás y mareándolos.

Ahora no tengo ninguna duda de por qué ha estado husmeando por mi oficina esta mañana. Ha venido a comprobar algo, está claro, porque se muestra demasiado protectora conmigo, vigilante hasta la exageración. Desde que Lucy tuvo edad suficiente para caminar ha reclamado mi atención y me mira como un halcón.

—¿Te preocupa que Marino esté involucrado? ¿Que me esté espiando o tratando de hacerme daño de alguna manera? —pregunto, y me meto en mi correo electrónico.

—A menudo hace estupideces, de eso no cabe duda —admite ella, como si estuviera pensando en algo en concreto—. Pero no es tan inteligente, y además, ¿qué motivos podría tener para hacer algo así? La respuesta es que no.