Epílogo

La deuda

Las llamas de la pira estaban casi apagadas; el hombre que había ardido en ellas ya no era más que ceniza ennegrecida. Una ráfaga de viento llegó del mar y levantó las cenizas en el aire, esparciéndolas sobre las cabezas de los hombres reunidos como una bandada de aves negras.

En la playa había varios centenares de lanceros, con los escudos en los hombros y las capas escarlatas sobre las espaldas. Algunos llevaban la Maldición de Dios. Todos se habían desgarrado los quitones en señal de dolor. Mientras las llamas se desvanecían, empezaron a entonar el Peán, el himno que tantas veces les había acompañado a la batalla. En pie, a poca distancia de ellos, había un joven alto y rubio y una mujer kufr velada.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó Rictus.

Tiryn no le miró.

—No lo sé. Todos mis pensamientos estaban concentrados en él. Todas mis esperanzas. No tengo nada más.

—Podrías volver a casa.

—No tengo casa. Ahora estoy entre dos mundos. —Una mano de largos dedos apareció entre la túnica negra y se posó sobre su vientre—. Aquí está creciendo un niño cuyo padre era macht. ¿En qué mundo debe nacer? ¿En el mío, o en el de su padre?

Rictus la miró fijamente.

—¿El hijo de Jason? ¿Lo sabía él?

—Creo que tal vez sí. Me había hablado de una granja, de una vida tranquila. —Soltó una carcajada, y el sonido se convirtió en algo parecido a un sollozo—. Jason de granjero.

Rictus miró hacia el mar, donde la oscura insinuación de las montañas se elevaba al borde del mundo. Aquel lugar lejano era su hogar. Un hogar sin nada familiar en él, ningún hombre a quien llamar amigo, nadie de su sangre.

—Quédate conmigo —dijo a Tiryn—. Yo cuidaré de ti.

—¡Tú! ¡De no haber sido por ti, él seguiría con vida!

—Lo sé. Tengo una deuda de sangre contigo. Quiero pagarla. Quédate conmigo, y seré el padre de ese hijo tuyo y de Jason. Era mi amigo. Él no querría que su hijo viniera al mundo sin padre. —Cuando ella no respondió, Rictus añadió—: Por favor, deja que lo haga.

—¿Para qué? ¿Para poder dormir por las noches sin que su fantasma te atormente?

Rictus vaciló. Movió la mandíbula.

—No tengo a nadie. No tengo familia con quien regresar, ni ningún motivo para hacerlo. Si me lo permites, me gustaría que te quedaras conmigo, para compensar la muerte de mi amigo y crear una nueva familia. Tener una vida nueva.

Tiryn lo miró. Eran casi de la misma estatura, y él era tan rubio como ella morena.

—¿Una vida nueva? —dijo. Volvió a tocarse el estómago—. Ésta de aquí es una vida nueva. Tendré al hijo de Jason en algún lugar del mundo donde no haya macht ni soldados, donde podamos vivir en paz. Contaré a mi hijo que su padre fue un buen hombre que viajaba con unos bárbaros. Déjame, Rictus. Vuelve con tus soldados. Es la única vida que conocerás. La única para la que sirves. —Se alejó.

Rictus la observó mientras las filas de lanceros macht se abrían para dejarle paso. Su mula estaba atada en la colina de detrás, y sobre ella la armadura negra de Jason relucía al sol con un resplandor frío.