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LOS BRAZOS DE LOS MUERTOS

Sótanos del anfiteatro Flavio, Roma

26 de junio de 107 d. C., hora sexta

Marcio se vio sorprendido por la carga de aquel león.

Era tarde para evitar su ataque.

Se agachó por puro instinto, pero lo que lo salvó de perecer devorado era que la fiera estaba enjaulada y el animal sólo pudo asomar una de sus garras entre los gruesos barrotes de hierro que impedían que escapara, conteniendo su furia.

Estaba muy oscuro, pero Marcio ya había acostumbrado sus ojos a aquella constante penumbra en la que se vivía allí abajo y pudo leer un nombre grabado en la piedra junto a la jaula de aquel león: Vulcano. De pronto, oyó otro rugido infernal al otro lado y, aún agazapado, miró hacia esa dirección. Otro león intentaba alcanzarlo con sus garras, pero nuevamente unos gruesos barrotes impedían que accediera a su objetivo. Allí, en esa celda, también había otro nombre grabado: Hércules. Sí, Vulcano y Hércules. Los dos leones amaestrados por Carpophorus. Temió entonces que el bestiarius hubiera detectado su presencia, pues los rugidos de los animales lo habrían advertido de que algo extraño ocurría en el pasadizo, aunque quizá los alaridos de las mujeres a las que estaba torturando o asesinando, o lo que fuera, habrían ocultado los rugidos de Vulcano y Hércules.

No importaba. Fuera como fuese, tenía que actuar rápido: cogió una de las lanzas y arremetió con ella contra la jaula de Vulcano, con el brazo de un muerto ensartado en su punta. La fiera no tardó en reaccionar con violencia y de un brutal bocado arrancó el brazo, lo estrujó entre sus fauces y, como si hubiera conseguido un gran trofeo, se alejó hacia el interior de la celda. A Marcio le habría gustado saber qué pasaba exactamente allí, pero no había tiempo para detalles, así que repitió la operación con la otra lanza y el otro brazo y Hércules, el segundo león, reaccionó de forma similar, sólo que éste devoró el brazo bajo la luz de una de las pocas antorchas de aquella tenebrosa sala. No hubo tiempo para más.

—¡Vaya, vaya, vaya! ¡Pero mira a quién tenemos aquí! —Era la voz de Carpophorus, que apareció blandiendo un hacha de la que goteaba sangre fresca. Marcio no quiso pensar qué estaba haciendo aquel salvaje con las mujeres a las que había oído gritar completamente fuera de sí… eso no era asunto suyo. El bestiarius le hablaba ahora a él—. ¿Crees que porque les des un poco de sabrosa carne humana a mis preciosos leones, éstos ya no te van a atacar en cuanto los deje libres? Porque si piensas eso, te anticipo que para ellos un brazo es sólo un aperitivo. ¿Imaginas cuál va a ser el plato principal?

Y lanzó una carcajada que reverberaba en todas las esquinas de aquellos túneles oscuros.