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A ORILLAS DEL DANUBIO

Al oeste de Adamklissi. Norte de Moesia Inferior

Vezinas ordenó que se continuara la campaña de destrucción de pueblos, granjas y campos en toda la región occidental partiendo de Adamklissi. La caballería sármata, pesada por las protecciones de caballos y guerreros, avanzaba despacio. Normalmente llegaban a poblaciones destruidas por la infantería dacia. Akkás ordenó que todos se detuvieran junto a un arroyo para que los animales pudieran beber agua.

—Si Vezinas sigue así, pronto no habrá comida ni para nosotros ni para los caballos en toda Moesia —dijo el líder sármata.

Marcio asintió mientras miraba hacia el oeste, escudriñando el horizonte con la frente arrugada.

—Lo que me preocupa es que sigamos avanzando hacia occidente —dijo el antiguo gladiador—. Esto nos acerca a Moesia Superior y allí los romanos sí que disponen de más campamentos.

—Más campamentos sí —confirmó inicialmente Akkás—, pero sin legionarios suficientes para atacarnos. Trajano se ha llevado las legiones a los montes de Orastie; allí están todas, entre el valle de Tapae y Sarmizegetusa.

—Es posible —concedió Marcio sin dejar de mirar hacia el oeste—, pero ese nuevo emperador romano es diferente a Domiciano. Ya viste cómo se condujo en Tapae. El combate contra las legiones de ese Trajano fue mucho más duro que contra los legionarios bajo el mando del jefe del pretorio de Domiciano; eso me han dicho tus compañeros.

—Sí, eso es cierto, pero, por Bendis, está muy lejos y tardará al menos un mes en enterarse de lo que está ocurriendo aquí y otro mes más como mínimo en desplazar una fuerza lo suficientemente grande como para poder atacarnos y hacernos retroceder. Vezinas lo sabe y está dispuesto a aprovechar todo ese tiempo para destrozar toda la región. Yo creo que, por una vez, Decébalo ha dado con una buena estrategia.

Marcio no dijo nada. No podía contradecir lo que había expresado Akkás. El plan era inteligente y estaba surtiendo efecto. En unas semanas Moesia Inferior sólo sería un montón de ruinas. Y, sin embargo, no podía evitar sentirse incómodo con aquella campaña. Agachó la cabeza.

—A ti lo que te pasa es que echas de menos a Alana y a tu hija Tamura —le dijo Akkás poniendo una mano en la espalda del veterano gladiador.

Marcio sonrió.

—Sí, eso también.

—Si yo tuviera una mujer tan guapa como Alana también me pasaría lo mismo, pero la mía… —Y Akkás infló los mofletes e hizo una especie de círculo con sus brazos simulando una gran barriga.

—Eso es porque está embarazada —le replicó Marcio sin poder evitar echarse a reír.

—Qué va. Siempre es así.

—Porque siempre está embarazada.

Akkás se encogió de hombros.

—Las mujeres son para tener hijos.

—Yo creía que entre los sármatas era diferente. Vuestras mujeres son guerreras —contrapuso Marcio.

—Bueno… al principio sí, pero luego son para tener hijos —insistió Akkás.

Marcio pensó en Alana. Ella había perdido un hijo cuando estaban en el colegio de gladiadores en Roma. Luego se quedó embarazada y dio a luz a la preciosa Tamura. Desde entonces no había habido más embarazos y, desde luego, no era porque él dejara de yacer con ella. De hecho estar con ella, poseer su cuerpo era, de lejos, lo que más le gustaba. Y jugar con Tamura, eso también. Pero a él no le importaba no tener más hijos. Sólo quería vivir con más sosiego, con Alana y Tamura, en algún lugar donde no hubiera que luchar siempre. Suspiró imperceptiblemente, no quería llamar la atención de Akkás.

—Vienen mensajeros —dijo el líder sármata.

Marcio se volvió y vio a dos jinetes dacios que se acercaban hasta ellos. Detuvieron sus caballos y descabalgaron. El más veterano se dirigió directamente a Akkás.

—Vezinas, pileatus de la Dacia, ordena que avancéis hasta aquellas colinas, donde se ha instalado él con el ejército del rey Decébalo. Allí haremos noche.

—De acuerdo —respondió Akkás con frialdad. Los mensajeros volvieron a montar en sus caballos, no sin cierta dificultad, y se desvanecieron en el horizonte al galope.

—Lo hacen fatal —dijo Akkás en cuanto se alejaron.

—¿El qué?

—Cabalgar. Si no nos tuvieran a nosotros, los romanos acabarían con ellos con facilidad. Pero, en fin… tenemos este acuerdo. Vamos allá.

Akkás echó a andar.

Marcio se agachó y cogió algo de agua del arroyo para saciar su sed. Vio su rostro reflejado en la superficie cristalina. Tenía la tez oscurecida por el sol y algunas arrugas que recorrían su rostro, pero se sentía fuerte. Pronto volvería con Alana. Eso le hizo sentirse mejor.

Drobeta

Las legiones V, VII y XII llegaron agotadas, tal y como había predicho Quieto, al río Danubio. La nieve del paso de Teregova había debilitado a todos. El propio emperador caminaba algo encogido por el esfuerzo. El legatus africano, jefe de la caballería de Trajano, no quiso decir nada. Era imposible llegar así en condiciones para entrar en combate.

—Drobeta —dijo el César señalando hacia el este. En efecto, allí estaba la pequeña fortificación romana al otro lado del río. También se veían algunas obras de gran calado en aquella orilla romana—. Es el puente —continuó Trajano ante la perpleja mirada de Quieto, Liviano y Adriano—. Van despacio, no obstante. Veo que aún trabajan sobre el primero de los pilares.

—Les llevará tiempo, augusto —dijo Liviano observando las obras.

—Las grúas son enormes —añadió Quieto mientras se iba aproximando al río hasta quedar detenidos justo en la orilla dacia, enfrente de las obras del puente—. Sólo he visto algo igual cuando se construyó el anfiteatro Flavio en Roma, César.

—Parece que nuestro arquitecto piensa a lo grande. Eso está bien —confirmó Trajano—. Pero ahora es más importante lo que viene por el río que lo que se está construyendo sobre él. —Y señaló corriente abajo.

Decenas de barcos romanos ascendían en dirección hacia donde ellos se encontraban.

—¡La flota del Danubio! —exclamó Quieto con asombro—. Pensaba que estaba en la desembocadura del río.

—Y lo estaba, amigo Quieto —dijo Trajano—, pero la reclamé para Drobeta desde que decidimos contraatacar sobre Adamklissi. Los mensajeros y las torres con sus señales de fuego han hecho el resto. Ahora ya sabes por qué vamos a llegar más rápido de lo que los dacios esperan. Además, si tenemos algo de suerte y los dacios y los sármatas se han adentrado hacia el sur de Moesia Inferior, al alejarse del río no habrán visto la flota ascendiendo. Aguardo confirmación de este dato con los nuevos mensajes que espero recibir hoy de las torres de vigilancia del Danubio. Entretanto, ocupaos de que las tropas embarquen en la flota. Luego sólo hay que remar a favor de la corriente. Por turnos. Mientras no se rema se descansa. Las tropas llegarán así en perfectas condiciones al combate, Lucio Quieto —Trajano sonrió—, incluso les hará falta algo de ejercicio para desentumecer las piernas después de unas jornadas navegando.

Y el emperador se alejó de Quieto, Liviano y Adriano para recibir a unos jinetes que tenían toda la apariencia de traer los mensajes de las torres de vigilancia. Trajano caminaba siempre rodeado por veinticuatro pretorianos, por eso Liviano se mantuvo con Quieto. Adriano, por su parte, se alejó unos pasos hacia el otro lado, siempre mirando aquel puente. ¿Conseguiría el emperador construir aquella obra? Y, más importante aún: ¿era buena idea un puente sobre el Danubio? Adriano estaba muy serio. Un puente valía para ir hacia el norte, pero también se podía cruzar por los enemigos en sentido contrario, hacia el sur, hacia Roma.

A unos pasos, Liviano hablaba con Quieto.

—Veo que en la otra orilla —comentó el jefe del pretorio señalando hacia la parte romana, hacia Drobeta— se han acumulado muchos carros con provisiones. El jefe de la guarnición ha debido de trabajar sin descanso para conseguir todos esos suministros. Parece que el emperador lo tiene todo calculado, Lucio.

—Por eso es el emperador —dijo Quieto con ese orgullo de saberse gobernado por el más hábil, por el más capaz.

Moesia Inferior

Ejército dacio, sármata y roxolano

—Iremos hacia Novae —dijo Vezinas con seguridad señalando en un mapa. Sus oficiales asintieron. Todos estaban convencidos de que marchaban hacia una victoria total—. Nos hemos alejado del río unos días, pero ahora toca volver hacia el norte. Primero Novae. Los atacaremos desde el sur, desde donde no nos esperan. Sólo hay una pequeña guarnición. Todas las tropas están entre Tapae y Sarmizegetusa a una enorme distancia. Arrasaremos Novae y luego volveremos a lo largo de la orilla sur del río hasta Durostorum. Éstas son las dos principales fortalezas romanas en toda la región. A partir de ahí no habrá resistencia alguna. Nos llevaremos todo el botín que podamos y regresaremos con el ejército intacto a Sarmizegetusa. Los romanos sólo sabrán de todo esto cuando ya sea demasiado tarde.

Los oficiales dacios dejaron a su líder satisfecho con sus rostros de franca aprobación. Vezinas se sentía muy seguro de sí mismo; lo tenía todo perfectamente planeado: la gran victoria sobre los romanos en Moesia Inferior no sólo le allanaría el camino hacia la boda con Dochia, integrándolo así en la familia real dacia, sino que además con esa campaña había capturado también a aquel enigmático romano que aseguraba saber cómo matar al emperador de Roma. Si era cierto que sabía cómo acometer un plan semejante también sabría otras muchas cosas. Quizá supiera cómo contactar con Trajano. Vezinas sonrió. Estaba seguro de que el emperador de Roma accedería a la propuesta que tenía preparada: la paz a cambio de apoyarle en deponer a Decébalo. Los romanos conseguirían una frontera segura, él estaría casado con la hermosa Dochia y se convertiría en el rey de una Dacia fuerte y temida por los romanos, mientras Decébalo era conducido encadenado hacia el temido anfiteatro de Roma. Sí, primero Novae, luego Durostorum. Paso a paso.