LAS FORTALEZAS DE ORASTIE
Blidaru, centro de la Dacia
Invierno de 101 d. C.
Aunque el invierno apenas había empezado, allí, en medio de los montes de Orastie, la nieve y el frío ya se habían apoderado de todo. Los legionarios estaban helados. Curiosamente, los constantes trabajos a los que se veían obligados por aquella dura campaña en el centro de la Dacia eran la mejor forma de calentarse. Y al menos, había comida abundante. El emperador, fuera como fuese, aseguraba el aprovisionamiento de las tropas y esto mantenía aún la moral alta. Habían tenido que marchar junto a ríos caudalosos que transcurrían entre desfiladeros henchidos de hayedos centenarios. Habían cruzado valles fértiles con una vegetación exuberante, desconocida para todos. Aquél era otro mundo. Un reino extraño que el César quería doblegar.
Las imponentes murallas de la fortaleza de Blidaru se alzaban ante el emperador Trajano. Tras la brutal batalla de Tapae, éste se había visto obligado a dividir sus tropas, una vez más, en dos ejércitos. Tres legiones se quedaron en retaguardia, a la altura de Tapae, asediando aquella población y manteniendo abierta la ruta de suministros con el sur, con la ciudad romana de Vinimacium en Moesia Superior, desde donde se nutrían las legiones al norte del Danubio de todo lo necesario para aquella lenta guerra. El emperador, por su parte, había cogido las otras cuatro legiones y se había adentrado aún más en el corazón de la Dacia para asediar él personalmente la capital Sarmizegetusa. Pero no todo era tan sencillo. De camino a la capital del reino de Decébalo se encontraron con la fortaleza de Piatra Rosie. Las legiones tuvieron que emplear catapultas para alcanzar a los defensores, apostados en unos muros que se erigían por encima de unas interminables paredes de roca. Una vez más resultó imposible rendir esa fortaleza dacia. Para conseguir que las torres de asedio alcanzaran los muros deberían construir un gigantesco terraplén, al modo en el que se hizo el de Masada, en la lejana Judea. Corrió mucha sangre antes de que Trajano decidiera que no podrían conquistar aquella fortaleza, al menos durante el invierno. El emperador no quería dejar más fuertes enemigos sin derrotar a sus espaldas, pero el asedio a Piatra Rosie frenaba el avance sobre la capital dacia, de forma que para cuando el ejército imperial romano llegó al valle que conducía a Sarmizegetusa era pleno invierno. El frío lo impregnaba todo y, al poco, llegó la nieve. Ni siquiera pudieron llegar hasta los muros de la capital. La entrada del valle estaba ferozmente custodiada, una vez más, por las inexpugnables fortalezas de Blidaru y Costesti. Trajano ordenó que tres legiones y todas las tropas auxiliares acamparan frente a Blidaru. Sólo le restaban tres legiones, pues había tenido que dejar la cuarta frente a Piatra Rosie para evitar que los dacios allí refugiados pudieran atacar los convoyes de provisiones que venían desde Vinimacium y Tapae.
Blidaru era otro fortín impresionante con dos secciones amuralladas: una primera en forma trapezoidal y una segunda pentagonal. Y torres de piedra. Hasta dieciocho, cubriendo cada espacio amurallado de forma que era imposible acercarse sin verse acosado por las flechas y jabalinas de los defensores. Blidaru había sido construida poco tiempo después de la muerte del legendario rey dacio Buresbista, en tiempos de Julio César. Pero, pese a todo, la fortaleza era conquistable: al contrario que en el caso de Piatra Rosie, resultaba mucho más accesible, pues las torres de asedio sí podrían alcanzar los muros de esta fortaleza. Eso sí, con dificultad, grandes trabajos y muchas bajas, pero podía hacerse. Trajano tenía decidido dedicar el invierno a rendir Blidaru y luego Costesti, la segunda fortaleza que defendía la entrada al valle al final del cual se encontraba Sarmizegetusa Regia. Conseguido ese objetivo podría por fin adentrarse entre aquellos abedules y hayas gigantescos en dirección al escondrijo final de Decébalo, con la seguridad de no dejar más fuertes enemigos en la retaguardia para así poder concentrarse en el asedio final de Sarmizegetusa. Las legiones que había dejado en Tapae y Piatra Rosie tenían la misión de rendir por hambre a aquellas guarniciones dacias y evitar un ataque por la retaguardia. Ése era el plan. Para Trajano era una buena estrategia. Sólo había dos problemas fundamentales: el frío y Decébalo. El primero lo dificultaba todo. El segundo era imprevisible y el emperador, no sabía bien por qué, intuía que algo debía de estar tramando el rey dacio para desbaratar los planes que él había elaborado y que, con gran sufrimiento para sus tropas, iba ejecutando poco a poco, paso a paso, en aquel agreste territorio de montañas y ríos y nieve.
—Se han vuelto a congelar las ruedas de las torres de asedio —dijo Longino con esa voz de quien repite algo que se ha convertido en costumbre. El relente se pegaba a las ruedas de las torres y con el frío descarnado del amanecer no había quien pudiera moverlas. Los legionarios tenían que dedicar parte de la mañana a destrozar el hielo que pegaba las torres al suelo, y luego, a cavar en la nieve para despejar el camino que permitiera acercar aquellas fortalezas móviles a las murallas enemigas. Y todo eso bajo las flechas y las lanzas que los dacios no dejaban de arrojar nunca. Pero las torres se habían mostrado como el arma más eficaz contra los muros de Blidaru.
—Pero ¿cuántas armas han acumulado estos malditos? —preguntó Lucio Quieto.
—Se han preparado bien —les respondió Trajano mientras se frotaba las palmas de las manos para darse calor—. Nadie dijo que esto fuera a ser fácil. Pero lo conseguiremos, con tiempo y esfuerzo, como conseguiremos rendir Piatra Rosie y cualquier otra fortaleza dacia. Es cuestión de paciencia.
—Sin duda —aceptó Longino.
Trajano tenía razón. Se trataba de ser tan tenaz; no, más persistente en el empeño de ataque que el que los dacios demostraban en su constante defensa.
Los tres miraban cómo la legión VII aproximaba la torre de asedio.
—¡Mensaje para el emperador!
Trajano se giró al reconocer la voz de su jefe del pretorio. Liviano estaba desmontando. Debía de haber galopado durante buena parte del camino. Si era Liviano el que había venido con el mensaje algo grave pasaba.
—¡Llamad a Sura! —dijo el César—. ¡Y todos al praetorium!
Quieto, Longino y el recién llegado Liviano siguieron al emperador a la tienda de mando del ejército de asedio de las fortalezas dacias de Blidaru y Costesti. Nada más entrar todos agradecieron el calor del interior. Un brasero grande mantenía caldeada la estancia para que cuando el emperador decidiera descansar pudiera encontrar el praetorium a una temperatura agradable. Lucio Licinio Sura tardó algo más en llegar, pues estaba supervisando los trabajos para iniciar ataques sobre Costesti, pero al fin entró en la tienda, saludó a todos los presentes y, acto seguido, Trajano se dirigió a Liviano.
—Ahora estamos todos. ¿Cuál es ese mensaje?
—Adamklissi —respondió el jefe del pretorio al emperador.
Trajano asintió mientras intentaba asumir la gravedad del mensaje, pues una sola palabra implicaba que se trataba de un ataque en masa, no una incursión más de las muchas que hacía el enemigo al sur del Danubio.
—¿Es un mensaje de las torres de vigilancia? —indagó el César.
—Sí, y llegó hace tres días a las torres de Drobeta. Los jinetes tardaron dos jornadas sin apenas descanso para poder llevar el mensaje a Tapae y yo he cabalgado toda la noche para traer las noticias lo antes posible.
—Y todos habéis hecho un gran trabajo —confirmó el emperador—. Quiero que se recompense a esos mensajeros de Drobeta y a los de la torre que dio el aviso inicial también, en su momento… si es que siguen vivos. Ahora lo esencial es decidir qué hacemos. —Miró a Sura, Quieto y Longino—. Veamos, por Júpiter: ¿alguien sabe dónde está Adamklissi? —Buscó en el mapa de Dacia, Moesia Superior y Moesia Inferior con el dedo índice de su mano derecha siguiendo el curso del Danubio río abajo, hasta que la encontró—. ¿Aquí? ¡Por Cástor y Pólux! Está muy lejos. Muy lejos. —Y suspiró algo exasperado—. Decébalo ha enviado parte de su ejército a un punto muy lejano de donde nos encontramos. —Asintió para sí mismo y siguió hablando como si expusiera sus pensamientos en voz alta—. Creíamos que Decébalo había encerrado todas sus tropas en las fortalezas de Tapae, Piatra Rosie, Blidaru, Costesti, Sarmizegetusa y quizá alguna más, pero ahora sabemos que eso no es exactamente así. Decébalo ha enviado parte de su ejército y quizá de sus aliados a este punto, muy al este, lo más lejos que ha podido de nosotros, para atacar Moesia Inferior. Aquí —y señaló la frontera norte de Moesia Inferior— están los roxolanos, que hasta la fecha actúan como aliados de Decébalo. Seguramente también cuenta con el apoyo de Sesagus, su rey. Les puede prometer territorios al sur del Danubio si nos derrota. Podrían incluso llegar a Tracia. —Se detuvo un momento, tragó saliva y prosiguió—: No podemos permitir que Decébalo se salga con la suya. Incluso si se retira, no quiero dejar impune una acción de esta envergadura. Los habitantes de Moesia Inferior y de Tracia han de saber que el emperador los protege. Además, si las noticias de este ataque llegan a Roma y se sabe que no le he dado respuesta, eso no hará sino avivar las críticas contra mí en el Senado. —Por un momento pensó en Menenia; una derrota suya al norte del Danubio tampoco dejaría en buena posición a una vestal sobre la que se había extendido la sombra de la duda; muchos culparían al supuesto crimen incesti de Menenia de los males sufridos en Moesia—. No, hemos de contraatacar como sea. ¿Qué pensáis? —Y levantó la mirada del mapa para fijarla en Sura, Quieto, Longino y Liviano. Adriano no se encontraba allí. Había dejado a su sobrino con las legiones de Tapae. No necesitaba a un familiar que le recordara constantemente lo difícil que era aquella campaña. Necesitaba hombres audaces a su alrededor. Aunque si decidían responder a aquel ataque, llevarse a Adriano consigo podría hacer que su sobrino aprendiera cómo se responde a los desafíos de un enemigo temible… Tenía que considerar todo esto. El emperador bajó la mirada mientras se sumía en sus pensamientos.
Todos esperaron a que el veterano Sura se decidiera a intervenir primero. Era, de todos ellos, el que más experiencia política tenía y allí no sólo se trataba de una guerra.
—Bien —empezó Sura, que supo entender las miradas de los presentes—. El emperador tiene razón: en el Senado hay quien aprovecharía una derrota en Moesia Inferior para atacarlo, eso es indudable. Sobre todo si el ejército que Decébalo ha enviado a esa región es capaz de arrasar la provincia entera. Y mucho me temo que eso pueda ser así, pues Moesia Inferior ha quedado bastante desprovista de tropas al emplearlas todas en este ataque al centro de la Dacia. La cuestión no es si debemos hacer algo. Para mí la cuestión es más bien si podemos hacer algo. —Y calló.
—Tardaríamos semanas en llegar a este punto —añadió Longino—. Está demasiado distante y no podemos ir en línea recta porque las montañas y la nieve nos lo impiden. A no ser que vayamos por aquí, por el paso de Vulcan. —Lo señaló en el mapa, justo al sur de donde se encontraban.
—Sí, es la ruta más corta —intervino entonces Liviano—, pero los dacios controlan la entrada a ese paso con la fortaleza de Banita, y aun en el caso de que fuéramos capaces de someter ese fuerte, el tiempo que nos llevaría hacerlo nos retrasaría enormemente. No, la única ruta segura es retroceder hasta Tapae y desde allí cortar por el paso de Teregova. Los dacios no tienen fortalezas en ese lugar y los mensajeros de Drobeta lo han podido cruzar no sin esfuerzo, pero sería posible volverlo a cruzar si no nieva de nuevo. De lo contrario, no nos queda otra que seguir la ruta de Tapae a Vinimacium y luego seguir el curso del río. Pero con el paso de Teregova ahorraríamos, al menos, una semana, quizá más; tal vez dos semanas de marcha.
—El problema es que aunque lleguemos al río —dijo entonces Quieto— hay lugares junto al Danubio muy difíciles para el avance de las tropas. Hay puntos donde hay que alejarse de las riberas y otros enclaves donde no hay ruta alternativa y hay que desbrozar el camino junto a la orilla para seguir avanzando. Da igual la ruta que sigamos: tardaremos semanas, un mes quizá, y para cuando lleguemos… —Se quedó callado. Ya habían dicho bastantes cosas negativas entre los unos y los otros.
—Y para cuando lleguemos a Adamklissi, los dacios y sus aliados se habrán ido —apostilló el emperador—. Eso después de haber arrasado una provincia entera, de lo que el Senado me culpará sin duda y empezarán las presiones para que se vuelva a pactar con Decébalo, igual que pasó con Domiciano. —Trajano se sentó en la sella curulis.
Hubo un silencio largo, pero, al fin, Longino se acercó a la mesa y mirando el mapa volvió a hablar.
—En el fondo, Decébalo sólo quiere forzarnos a que abandonemos el asedio de sus fortalezas, obligándonos a retroceder para que, además, no consigamos nada porque cuando lleguemos a donde nos ha atacado, a Adamklissi, a toda Moesia Inferior, ya no estarán allí. Sólo perderemos hombres y esfuerzos y recursos en todo esto. Deberíamos seguir atacándole aquí, donde más le duele.
Un nuevo silencio. Ninguno de los altos oficiales del emperador sabía bien qué hacer. El desánimo se podía palpar en el ambiente. Trajano se mantenía callado, pero Longino observó el entrecejo en su frente y comprendió que su amigo no se daba por vencido.
—Hay una forma de resolver esto —dijo entonces Trajano. Todos lo miraron atentos. El César se levantó y volvió a señalar sobre el mapa la estrategia a seguir—. Longino tiene razón en su argumento: en cierto modo esto es como cuando Aníbal atacaba Italia y los cónsules al mando, cada año, o el mismísimo Fabio Máximo, se empeñaban en mantener una larga y lenta guerra defensiva. No fue hasta que Escipión saltó de Sicilia a África, con las legiones V y VI, con aquellas legiones malditas, que Cartago sintió miedo y reclamó a Aníbal en África y eso fue su fin. Hemos de aprender de todo ello. No, como bien dice Longino, no podemos abandonar nuestra ofensiva aquí, en estas montañas repletas de fortalezas, pues es aquí donde más le duelen los golpes a Decébalo y a todos sus nobles y a todo su pueblo. No, no podemos abandonar este ataque al cuello del enemigo, pero no es menos cierto, como ha explicado Sura, que si dejamos que los dacios asolen Moesia Inferior mostraremos una incapacidad en la defensa del Imperio que armará a mis enemigos en el Senado y animará a los dacios aquí, en sus fortalezas. No, la única solución es hacer las dos cosas al tiempo: mantendremos nuestra ofensiva en Tapae, Piatra Rosie y Blidaru, amenazando así su capital, pero también acudiremos en defensa de Moesia Inferior. Esto es lo que haremos: tomaré una legión del asedio a Blidaru. Las otras dos pueden mantener el sitio e impedir que Decébalo pueda salir de este maldito valle. Retrocederé hasta Piatra Rosie primero y luego hasta Tapae con esa legión. Quieto vendrá conmigo porque en Adamklissi necesitaremos la caballería. En Blidaru se quedarán Sura, al mando, y Longino y el resto de los oficiales de las legiones I y II. La III la mantendremos en Piatra Rosie. La legión VII Claudia es la que vendrá conmigo. En Tapae, veamos —y miró a Liviano—, ¿cómo van allí las cosas?
—Bien. Hemos destruido uno de los muros —explicó el jefe del pretorio—. No tienen víveres y no pueden resistir mucho tiempo más.
—¿Una legión sería suficiente, no ya para tomar la ciudad, sino para mantener el asedio? —preguntó el emperador—. Con impedir que puedan atacar las líneas de aprovisionamiento desde Tapae me conformo. De momento no preciso más.
—Sí, si se trata sólo de mantener el asedio —respondió Liviano—; una legión con sus tropas auxiliares sería suficiente, teniendo en cuenta que no les pueden llegar refuerzos desde aquí porque las legiones I, II y III impiden a Decébalo que salga en su ayuda.
—Perfecto —confirmó Trajano—; eso me permitiría coger dos legiones, la V y la XII que junto con la VII me daría una fuerza expedicionaria de tres legiones. Quieto y yo las conduciríamos por el paso de Teregova, si no nieva, y dejaríamos a Tercio Juliano y Nigrino con una legión en Tapae. Adriano vendría con Quieto, Liviano y yo mismo. Magnis itineribus podríamos llegar a Drobeta en menos de una semana y en dos jornadas, como mucho, estaríamos en Adamklissi con tres legiones, mucho antes de lo que piensan y con muchos más legionarios y jinetes de los que esperan ver en bastante tiempo. Ése es el plan. —Y el emperador se quedó hablando en voz baja, mirando el mapa—. No cuentan con lo rápido que nos ha llegado la información sobre el ataque a Adamklissi. Con eso no cuentan y ése será su gran error.
Se hizo el silencio. La pregunta que estaba pendiente era evidente para Quieto, Sura, Longino y Liviano pero ninguno parecía atreverse a hacerla. Trajano los miró fijamente.
—El día que no os atreváis a preguntarme ya no me valdréis como legati —les dijo con seriedad.
Fue Longino el que se atrevió a hablar.
—¿Cómo vamos a llegar desde Drobeta hasta Adamklissi en sólo dos días si hay más de trescientas millas?
Trajano lo miró agradecido por su valentía.
—Desde luego no iremos andando ni a caballo. —El emperador se permitió una sonrisa, la primera de aquella tensa reunión—. Decébalo sólo ha cometido un error: ha atacado río abajo. Si lo hubiera hecho más al norte, río arriba, todo sería más complicado aún. —Y sonreía al tiempo que repetía aquellas palabras—. Pero ha atacado río abajo. Sólo tenemos que dejarnos llevar por la corriente.