DEINDE AIZI PROCESSIMUS
Aizis, interior de la Dacia
Junio de 101 d. C., hora duodécima
El emperador escribía al abrigo de su tienda de campaña. Una lucerna iluminaba las páginas sobre las que trabajaba. Poner por escrito lo que había sucedido durante el día lo ayudaba a ordenar sus ideas y relajarse después de una nueva jornada de dura marcha. Lo que había visto en las últimas horas no presagiaba una campaña fácil.
Inde Berzobim, deinde Aizi processimus [Avanzamos entonces hacia Berzovis y a continuación hacia Aizis]. Las granjas y las pequeñas poblaciones que hemos encontrado están arrasadas. Los dacios se han retirado hacia el interior de su país dejando que las tribus de la región nos acosen en nuestro progreso hacia el corazón de su reino, pero antes han destrozado cualquier cosa que pudiera sernos útil para abastecernos. No hay campos de cultivo ni grano ni ningún otro vívere con el que contar a medida que nos adentramos en la Dacia. El tiempo es lluvioso y el camino está embarrado. Los carros de suministros se atascan a menudo en el lodazal en el que se convierte nuestra ruta. El esfuerzo será grande para conseguir nuestro objetivo de someter a este pueblo belicoso y guerrero. Voy a pie para dar ejemplo a los legionarios, tal y como ha sido siempre mi costumbre en campaña, y empiezo a compartir con ellos el sufrimiento de las largas jornadas de marcha.
Trajano dejó de escribir. Había decidido redactar un relato detallado de aquella campaña igual que en el pasado hiciera Julio César sobre la guerra en la Galia, pero estaba cansado. Llevaba varios días de marcha acumulados sin casi descanso y el cuerpo se resentía. Ya no era un joven tribuno laticlavio y las millas, la lluvia y el barro pesaban. Se levantó y salió al exterior de la tienda. Desde la puerta de aquel praetorium de campaña el emperador podía vislumbrar en las sombras alargadas del atardecer la inmensidad de su ejército. Y, sin embargo, seguía con tremendas dudas: ¿serían suficientes aquellas legiones? Su madre había fallecido pocos días antes de salir hacia el norte y aquello le había hecho sentirse solo. ¡Y cómo echaba de menos los sabios consejos de su padre! Ver a su madre a diario, aunque estuviera enferma, había sido como si el lemur de su padre aún estuviera allí cerca, con ellos, velando por su futuro. Ahora se habían marchado los dos. Y estaba solo.
Trajano vio entonces a Longino, que ascendía pesadamente hacia donde él se encontraba. Quieto, Sura, Liviano, Nigrino. Se había traído hombres leales consigo, pero de entre todos ellos, Longino seguía siendo con mucho con el que más confianza hablaba. A veces era como si él no fuera emperador, como si Longino no fuera uno de sus mejores oficiales, como si aún estuvieran de caza por Hispania. Observó que Longino venía con cara de preocupación.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Trajano en cuanto llegó junto a él.
—Ya no se retiran. Los dacios por fin se han detenido. —Estaban solos; los pretorianos se encontraban a más de quince pasos de distancia. Longino no añadió «César» al final de la frase, ni empleó el título de augusto al hablar con el emperador. A Trajano le gustaba aquella familiaridad. Le recordaba, como hacía un instante, el pasado, la juventud, la caza, la amistad.
—Eso es bueno, Longino, que se detengan de una vez y planten cara —respondió con cierta euforia—. ¿Dónde se han detenido?
—En Tapae. Eso dicen las patrullas. Han detectado un gran número de tropas dacias en aquel valle.
Trajano asintió. De nuevo Tapae. Allí había sido aniquilada la legión V Alaudae y se perdieron sus estandartes, que aún seguían en manos del enemigo. Luego Tetio Juliano consiguió una victoria en el mismo lugar, pero fue una victoria extraña, al menos eso había explicado Nigrino una y otra vez al insistir que en ese segundo encuentro los dacios no parecieron combatir con tanta saña, como si supieran lo que iba a ocurrir en el Rin en apenas unos días. Y es que en esas mismas fechas se rebeló Saturnino, gobernador de Germania, y Domiciano tuvo que pactar una paz apresurada con Decébalo para poder concentrar todas las legiones disponibles contra el gobernador alzado en rebelión. Ahora, pasados unos años, Decébalo volvía a conducirlos al mismo lugar. A Tapae.
—Si quiere que luchemos en Tapae —dijo el emperador—, lucharemos allí.
—Sí —aceptó Longino, pero el tono con el que lo dijo no satisfizo a Trajano.
—No parece que eso te haga ilusión.
Longino amagó una sonrisa.
—Tapae es un lugar de infausto recuerdo para los legionarios. No le gustará a nadie tener que luchar allí de nuevo. Y las tropas de Tercio están aún lejos según los últimos mensajes. Creo que necesitaríamos reunir los dos ejércitos antes de adentrarnos de nuevo en aquel valle maldito.
El emperador suspiró. Puso los brazos en jarras y paseó la mirada por el mar de tiendas que lo rodeaba. Él mismo, no hacía ni un instante, se había estado planteando si serían suficientes aquellas legiones. Y es que nada más entrar en la Dacia había dividido sus tropas en dos grandes ejércitos, uno con cuatro legiones bajo su mando personal y una segunda fuerza de tres legiones que avanzaba en paralelo a ellos hacia el norte, pero más al oeste, al mando de Tercio Juliano, el gobernador de Moesia Superior. La idea era cubrir el máximo territorio posible y evitar que los dacios pudieran rodearlos.
—Es hora de reunir a todos los legati y a los oficiales de más alto rango, Longino —dijo Trajano—. En el praetorium, después de la cena. Quiero ver qué piensan los demás.
Longino asintió. El emperador se le acercó y le puso la mano sobre el hombro de su brazo derecho tullido.
—Este lince dacio lo cazaremos, amigo mío.
Longino sonrió.
—Sí, estoy seguro: es un César el que caza ahora.
—Un César para todos; un amigo para ti, ya lo sabes.
Longino volvió a sonreír.
—Llama a todos —dijo entonces Trajano—. Lo organizaremos bien. Tengo algunas ideas.
—De acuerdo —respondió Longino. Sintió la mano del emperador sobre su hombro asiéndole con fuerza, luego aflojando. Al fin, Trajano dio media vuelta y entró en el praetorium.
Al poco tiempo el Estado Mayor del emperador estaba reunido.
—Ya sabéis cómo están las cosas —dijo el César después de haber resumido la situación—. Ahora quiero saber qué pensáis.
Trajano había explicado sobre un mapa desplegado en la mesa del praetorium de qué forma parecían estar distribuidas las tropas que los dacios, roxolanos, bastarnas y sármatas habían acumulado en el valle de Tapae y que éstas podían alcanzar los 30.000 mil hombres según los cálculos de las patrullas avanzadas al grueso de las legiones. Quedaban sin localizar los 10.000 jinetes sármatas.
Frente a esa descomunal fuerza, ellos podían oponer un contingente similar con unos 40.000 hombres entre legionarios regulares, auxiliares, caballería y cohortes pretorianas. Las tres legiones del segundo ejército de invasión de la Dacia se encontraban, si lo que informaban los mensajeros era preciso, a un día de marcha.
Quieto, Longino, Sura, Liviano, Nigrino y Adriano, el sobrino segundo del César, miraban el mapa con atención pero nadie parecía atreverse a hablar, hasta que el más veterano de todos ellos se decidió.
—Soy el más viejo —empezó Lucio Licinio Sura—, así que hablaré yo el primero: los dacios han estado jugando todos estos días a alejarnos del río. Saben que es a través del Danubio como mejor podemos aprovisionarnos. Tapae es un lugar maldito. Es un sitio perfecto para una emboscada y el enemigo lo sabe. Les salió muy bien en el pasado y por eso se han retirado hasta este valle. Lo más prudente sería esperar a que las legiones de Tercio Juliano se pudieran unir a nuestras fuerzas, y aun así no me gusta nada la idea de entrar en ese lugar, pero no es menos cierto que si no lo hacemos es muy probable que Decébalo no se mueva, y el tiempo va pasando. El invierno es terrible en esta región. Tenemos que derrotarlos antes de que llegue el frío o, al menos, conseguir una victoria que los debilite. La verdad, César —el viejo senador y ahora legatus por orden imperial bajó la voz—, es que no sé bien qué aconsejar.
Trajano asintió en reconocimiento a las palabras del Sura. Miró entonces a su alrededor.
—¡Por todos los dioses! —exclamó Lucio Quieto—. Yo digo que ataquemos. Es cierto que muchos legionarios temen ese valle, pero también hay muchos a los que les gustaría devolver el golpe a los dacios por la derrota sufrida cuando Fusco condujo la legión V a la aniquilación. Y sé que los hombres lucharán ahora con más empeño que aquella vez porque es el propio emperador el que los dirige. Se emplearán a fondo y los dacios y todos sus aliados no lo tendrán tan fácil. Podemos repetir la victoria de Tetio pero de forma aún más aplastante, aunque…
—¿Sí? —inquirió Trajano ante las dudas de su oficial.
—Habría que cubrir bien los flancos, César —especificó Quieto, experto en caballería—. No sabemos dónde tienen a sus malditos jinetes sármatas.
—Sí, eso es cierto —confirmó Trajano—. He pensado en ello. De hecho he diseñado un plan de ataque. —Y, encendido por el arrojo de Quieto, se decidió a compartirlo con el resto de sus oficiales—. El terreno ha cambiado con respecto a las últimas batallas. Muchos de los árboles de la parte central del valle han desaparecido. Hay matorrales y arbustos. El avance no será fácil para las legiones, pero hay que entrar con ellas en punta desplegadas en paralelo como una gran fuerza de choque. Sin duda, Decébalo dispondrá a los sármatas, roxolanos y demás en las montañas del valle para emboscarnos. En esos bosques deben de tener ocultas esas unidades de caballería. Costará encontrar el espacio necesario para maniobrar, pero las cohortes mixtas de infantería y caballería y las tropas auxiliares tienen que avanzar en paralelo a las legiones, algo por detrás si acaso, pero no mucho, para proteger los flancos con legionarios y jinetes. Será clave que no nos desborden o seremos rodeados por el enemigo. Estoy seguro de que las legiones podrán derrotar a los dacios en un choque frontal. La cuestión es conseguir que este enfrentamiento se produzca. —Trajano levantó entonces la mirada y vio a Sura y Quieto asintiendo, pero detectó dudas en el resto de los oficiales—. También enviaremos mensajeros a Tercio Juliano con órdenes de que se desplace hasta aquí a marchas forzadas, en el menor tiempo posible. Si desplegamos las tropas al amanecer y la batalla se inicia al mediodía, Tercio Juliano puede tener tiempo de llegar con sus tropas durante la tarde. Su llegada inesperada desmoralizará a los dacios, Tercio los desbordará, sobre todo si consigue irrumpir en el valle por este flanco —y señaló los montes Semenic en el lado izquierdo del valle según debían avanzar las tropas romanas—. De esa forma conseguiríamos hacer una emboscada a la emboscada que nos han preparado.
—¿Y por qué no esperar a que llegue Tercio con más tranquilidad? —preguntó Adriano.
Trajano miró a su sobrino segundo con frialdad. Había decidido traerlo para alejarlo de Vibia Sabina. Al menos, así durante los meses que durara la campaña la muchacha podría tranquilizarse y quizá incluso hacerse a la idea de que Adriano era ya, para bien o para mal, su esposo.
—Hay que atacar antes porque no quiero dar motivos a Decébalo para que se retire —respondió Trajano—. Algo me dice, por Júpiter, que si unimos nuestros dos ejércitos antes de la batalla el rey dacio se retirará a sus ciudades y fortalezas a la espera del invierno. Ellos están bien aprovisionados y nosotros tendríamos que traer suministros para siete legiones a través de caminos embarrados, o peor aún nevados, casi impracticables. Y hace mucho más frío en las tiendas de los legionarios que en las casas de sus ciudades y plazas fuertes. Por eso no quiero esperar a Tercio Juliano sino atacar ya, para que Decébalo nos vea como una presa accesible a sus fuerzas; lo que no imagina el rey dacio es que Tercio puede aparecer durante la lucha. —El emperador miró entonces a Sura—. ¿Será Tercio Juliano capaz de llegar a tiempo? Ésa es la clave de todo este plan.
—Es un hombre valiente, veterano y capaz en el mando —respondió Sura—. Yo creo que si recibe la orden imperial de desplazarse a marchas forzadas llegará a la batalla a tiempo o se dejará la vida en el empeño. Es un plan arriesgado, pero las grandes campañas requieren de cierto nivel de audacia. Y comparto la opinión con el César de que si Decébalo ve nuestras fuerzas unidas quizá, nuevamente, vuelva a rehuir el combate.
—Entonces está decidido —confirmó Trajano—. Al amanecer empezaremos el despliegue de las legiones y Roma avanzará por ese maldito valle una vez más. Y en esta ocasión no nos retiraremos. Una vez entremos en el valle de Tapae no habrá marcha atrás. Pase lo que pase. No retrocederemos. Muerte o victoria.
—¡Muerte o victoria! —repitieron todos los legati al unísono, aunque unos con más ánimo que otros. En particular, Adriano no elevó mucho su tono de voz, pero Trajano ya sólo tenía ojos para el plano del valle de Tapae.