EL MENSAJERO HERIDO
Vinimacium, Moesia Superior
Frontera del Danubio, abril de 101 d. C.
El jinete llegó sangrando a las puertas de la fortaleza de Vinimacium. Lo condujeron rápidamente al valetudinarium, el hospital de las legiones, pero como estaba muy grave llamaron al legatus de la VII Claudia. Tercio Juliano, advertido de que aquel jinete era un mensajero imperial, se presentó de inmediato en el hospital militar de la ciudad, se sentó junto al mensajero herido y vio su rostro demacrado. Los médicos ya le habían informado sobre las pocas posibilidades de aquel hombre. El legatus lamentaba aquella pérdida, pero no había tiempo para lamentaciones propias sólo de los débiles.
—No te voy a engañar, soldado —dijo el legatus—, los medici no creen que vayas a sobrevivir. Si puedes decirme algo sobre los que te han atacado te escucho.
El oficial malherido quiso hablar, pero sólo acertó a escupir más sangre. Le sobrevino entonces una tos y una arcada. Vomitó. El legatus se hizo a un lado. El jinete vestía como un pretoriano. Eso significaba que se trataba de algún correo enviado por el emperador en persona, no por su consilium augusti. El mensaje debía de ser importante. El legatus, una vez que el herido pareció sentirse algo más tranquilo, volvió a sentarse a su lado. Olía a vómito y un esclavo quiso acercarse para limpiar, pero el legatus lo alejó con la mano. La bilis de un valiente no lo molestaba y la urgencia seguía allí.
—Si puedes decir algo, te escucho, pretoriano —insistió Tercio Juliano.
El herido asintió. Cerró los ojos como si cogiera fuerzas y empezó a farfullar palabras sueltas con un horrible esfuerzo que parecía desgarrarle por dentro.
—Mensaje… del… emperador… atacados por dacios… ayer…
—Lo han herido en el pecho, el vientre y tiene un corte en el cuello. Por eso le cuesta hablar —dijo uno de los médicos al oído del legatus. Éste levantó la mano derecha. Ya sabía que le habían cortado medio cuello, por todos los dioses, no necesitaba un medicus para eso. Sólo quería escuchar a aquel mensajero. Era clave saber si se había perdido el mensaje. El pretoriano seguía escupiendo sangre y palabras al mismo tiempo.
—Mensaje robado… por los dacios… mensaje sellado… pero… —Y de nuevo dejó de hablar. Se moría. Tercio Juliano aproximó su rostro al pretoriano herido para escucharle mejor—. Tengo… una… copia… —Y el pretoriano hundió su mano derecha en su uniforme ensangrentado para extraer un papiro doblado y sellado. El legatus tomó el mensaje. El moribundo exhaló un estertor extraño y dejó de respirar.
Tercio Juliano se levantó.
—Enterradlo con honores —dijo—. Ha cumplido su misión hasta el final.
El legatus salió del hospital con el mensaje del pretoriano en la mano. Los dacios habían arrebatado la copia u otro mensaje más. Quizá el jinete abatido tenía que entregar varios mensajes en las diferentes guarniciones de la frontera. Lo esencial ahora era leer aquel papiro e informar a Roma de que éste había sido interceptado por el enemigo. Los dacios tenían muchos renegados romanos entre ellos que sabían latín, y el rey Decébalo podría conseguir pronto una traducción de aquel mensaje. Tercio Juliano frunció el ceño. A no ser que… ¿estaban tan próximos a la guerra?
Sarmizegetusa, capital de la Dacia
Norte del Danubio
—Hemos interceptado un correo del emperador romano —dijo Vezinas con orgullo. Diegis había recibido el honor de acudir como embajador a Roma para parlamentar con el nuevo César y por eso Vezinas sentía que él tenía que aprovechar aquellas semanas para destacar en el servicio al rey, y hacerle ver así a Decébalo que Diegis era del todo innecesario. Los hombres de Vezinas patrullaban toda la frontera del Danubio e incluso la cruzaban de cuando en cuando. Vezinas les había ordenado que atacaran a las pequeñas patrullas romanas y que se apropiaran de cualquier cosa de interés. Era así como aquel mensaje en latín había llegado a sus manos. Vezinas no sabía leer bien. En realidad, apenas sabía hacerlo, pues no era aquélla una destreza que él valorase, pero era capaz de reconocer el alfabeto de los romanos, los símbolos con los que transcribían su forma de hablar, y aquel mensaje empleaba aquellos símbolos. Más no sabía, pero estaba seguro de que aquel papiro sería muy interesante para el rey.
Decébalo, con ansia, cogió el mensaje que le presentaba Vezinas. El rey lo desplegó por completo y lo examinó arrugando la frente. El rey de la Dacia se jactaba de haber aprendido bastante latín, incluso de poder hablarlo, y es que siempre estaba bien conocer el mayor número de cosas del enemigo, pero aquel mensaje le resultaba incomprensible; ni siquiera podía entender una sola de aquellas extrañas palabras.
—Necesitamos a uno de los renegados romanos —admitió al fin el rey. Vezinas se hinchó de orgullo.
—Precisamente he ordenado que me acompañara uno de estos renegados para que interprete el mensaje —respondió Vezinas, satisfecho de haberse adelantado a las necesidades del rey.
—Que pase entonces, por Zalmoxis —replicó Decébalo con urgencia. Quería saber qué decía aquel maldito mensaje. Si pudieran anticiparse a los planes del nuevo emperador en la frontera llevarían la delantera al enemigo, y anticiparse era la clave para ganar no ya una batalla sino la guerra entera. Y eso pretendía.
Décimo entró mirando a su alrededor. Estaba nervioso. Era un centurión que se había pasado al bando dacio cuando sus superiores descubrieron que se dedicaba al comercio de esclavos por su cuenta. Lo pillaron cuando acababa de vender a una guerrera sármata por muy buen precio a uno de los mercaderes que buscaban gladiadores y gladiadoras para el anfiteatro Flavio. Le confiscaron el dinero y le dieron decenas de latigazos. Aún podían verse aquellas marcas en su espalda. Quizá no se le fueran nunca. Luego lo degradaron a munifex, como si fuera un recluta recién incorporado a las legiones, sin grado alguno ni derecho a nada que no fuera trabajo y más trabajo. Aquello fue demasiado para Décimo y, a la primera oportunidad que tuvo, desertó, cruzó el Danubio y se entregó a los dacios. Allí había prosperado enseñando a los oficiales dacios a manejar las catapultas romanas confiscadas a las legiones en la brutal derrota romana sufrida en Tapae años atrás. También les interesaba que supiera latín. Sus servicios les resultaban útiles y Décimo vivía razonablemente bien, aunque, como la ambición es un río que nunca se detiene, aspiraba a más. Uno de los pileati de más confianza del rey le había ordenado presentarse en el palacio real de Sarmizegetusa aquella mañana. Décimo estaba nervioso. Quería impresionar al rey y así llegar más alto. No tenía escrúpulo alguno. Quería vivir en la opulencia y no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Haría cualquier cosa.
Nada más llegar frente al rey, Décimo se arrodilló, pero de inmediato le entregaron un papiro con un texto extraño para que lo leyera y le permitieron levantarse. Examinó el papiro con atención. Él sabía leer, en efecto. No mucho pero lo suficiente para comprender que aquellas palabras no tenían sentido.
—No está en latín —dijo Décimo en el rudimentario dacio que había aprendido en sus seis años al norte del Danubio a la vez que devolvía el papiro a Vezinas.
—¿Cómo que no está en latín? —El pileatus no ocultaba su enfado. ¿Estaba aquel renegado engañándolos?—. ¿Y en qué idioma escribe el emperador de Roma? ¿Estás acaso…?
Pero Decébalo, que era un hombre inteligente, interrumpió a Vezinas.
—Déjame ver de nuevo ese mensaje. Quizá esté en griego.
Vezinas entregó el documento de nuevo al rey. ¿En griego? ¿Cómo no se le había ocurrido? Pero Vezinas negaba con la cabeza. No, él había identificado los símbolos del latín, de eso estaba seguro.
—No, no es griego —confirmó Decébalo exasperado y sus ojos, como los de Vezinas, se volvieron hacia el renegado Décimo en busca de una explicación.
Décimo comprendió que tenía que encontrar una respuesta. El instinto de supervivencia dispara la adrenalina y el veterano ex centurión de Roma se dio cuenta de lo que estaba pasando. Se acercó a Vezinas y tomó de nuevo el papiro inclinándose ante el pileatus en señal de respeto. Con esfuerzo, palabra a palabra, Décimo pronunció como pudo aquellas palabras incomprensibles:
Gefbr hkrxhrkrkx bf Nbfbertbg lxo dxzbgfxl hkg fgnxe exflbl Bnfbb
Beh Trxl Zxke HH Mkrbrfnl.
—¿Y bien? —preguntó el rey de la Dacia.
—Está cifrado, mi rey —respondió Décimo seguro de haber dado con la clave de todo aquel asunto—. El emperador, en ocasiones, envía los mensajes cifrados, ocultando las palabras del latín en un código secreto que conocen muy pocos.
Decébalo se hizo hacia atrás en su trono real.
—¿Y quién conoce ese código secreto? —preguntó Vezinas.
—Sólo el emperador, sus hombres de mayor confianza y… —Décimo estaba pensando como no había pensado en mucho tiempo—, y seguramente los legati, los oficiales que están al mando… —Pero el rey lo interrumpió.
—Sé quiénes son los legati en el Imperio romano —dijo Decébalo—. Que se lleven a este hombre. No parece que vaya a servirnos para mucho.
Rápidamente retiraron a Décimo de la sala del trono. Vezinas se volvió al rey para excusarse por todo aquello.
—Lo siento, mi rey. Siento que este imbécil haya sido incapaz de desentrañar lo que dice el mensaje.
Decébalo suspiró.
—No es culpa tuya —concedió de forma magnánima el rey—. Ahora dame ese papiro y déjame solo.
Vezinas se inclinó y salió del salón del trono.
Decébalo examinó de nuevo aquellas palabras y las leyó en alto, como había hecho el renegado romano hacía un instante, como si así quizá pudiera encontrarles sentido. Pero nada. Decébalo estaba enrabietado. Por Zalmoxis, era como si aquel maldito nuevo emperador romano estuviera riéndose en su cara.
Vinimacium, Moesia Superior
Imperio romano
Tercio Juliano, legatus de la legión VII Claudia desplazada a la frontera norte del Imperio, tenía ante él un mensaje recién llegado de Roma. El pretoriano que lo traía acababa de morir en el valetudinarium. El legatus desplegó el mensaje sobre la mesa del praetorium: estaba cifrado.
—Dejadme solo —dijo el Tercio. El optio que acompañaba al legatus salió del praetorium. Tercio, entretanto, miraba aquel mensaje que aparentemente resultaba del todo incomprensible:
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Beh Trxl Zxke HH Mkrbrfnl
Era el anuncio de una guerra. Aunque aún no pudiera leerlo, estaba seguro de ello. Sólo cuando había mucho en juego se encriptaban los mensajes que llegaban de Roma. Lo había visto en el pasado, una vez, en la guerra contra Saturnino. Al ser un enfrentamiento civil los códigos de encriptado se cambiaban con frecuencia, pero ahora se trataba de una guerra contra los bárbaros. Si todo estaba correcto, el código de cifrado sería el último que se le había comunicado al acceder al puesto de legatus de la VII Claudia.
En cuanto se cerró la puerta de la sala central del praetorium, el legatus de la VII tomó una hoja de papiro, un stilus y tinta negra y se puso a trabajar. Julio César ya había empleado diferentes sistemas de cifrado, como el de sustituir unas letras del alfabeto por otras, concretamente la A por la D, la B por la F y así sucesivamente. Augusto prosiguió con el cifrado de los mensajes, pero parecía que el sobrino del divino Julio reemplazaba la A por la B, la B por la C y cuando llegaba a X usaba AA en su lugar. Trajano había acordado con todos los legati que cada nuevo año cambiaría la clave de encriptado, lo que les notificaría con un mensajero. El último había llegado hacía un par de meses, cuando todo estaba algo más pacífico en el norte. Tercio alargó la mano y abrió un pequeño cofrecillo que tenía en la mesa del praetorium. Ahí estaba, doblado, el papiro con la clave. Lo abrió.
—Septem [siete] —dijo al leer el número VII que estaba escrito en aquella hoja—. Sea —añadió y acto seguido empezó a escribir el alfabeto en latín:
Luego contó siete letras a partir de la primera y volvió a escribir el alfabeto debajo de la primera hilera de letras:
Ahora sólo le faltaba completar las primeras letras de la segunda línea con las letras finales correspondientes del alfabeto:
—Bien —susurró. Tomó entonces el papiro con el mensaje que había llevado el pretoriano abatido aquella mañana y, palabra a palabra, fue reescribiéndolo teniendo en cuenta el código de correspondencias que acababa de elaborar. En poco tiempo tuvo las dos primeras palabras decodificadas: Gefbr hkrxhrkrkx equivalía a omnia praeparare [preparar todo]. Se avecinaba mucho trabajo. Tercio siguió copiando letras según el código que había elaborado. En unos minutos tuvo la primera línea del mensaje completo en un perfecto y muy comprensible latín:
Gefbr hkrxhrkrkx bf Nbfbertbg lxo dxzbgfxl hkg fgnxe exflbl Bnfbb
Omnia praeparare in Vinimacio sex legiones pro novem mensis Ivnii.
[Preparar todo en Vinimacium para de seis a nueve legiones el mes de junio.]
Era un mensaje conciso y directo. Quedaba la segunda línea por transcribir. Tercio Juliano no necesitaba descifrarla, pero lo hizo para ser metódico, aunque era evidente que se trataba de la firma que identificaba al autor de aquella orden: Beh equivalía a Imp, la abreviatura de emperador; Trxl era la abreviatura de César; Zxke hacía referencia al título de Germánico, que Trajano obtuviera en el año 97 cuando aún estaba bajo el gobierno de Nerva; HH equivalía a PP, es decir, las iniciales de Pater Patriae, título que se le concedió en el 98 y, finalmente, Mkrbrfnl era Traianvs.
—Bien, ya sabemos lo quiere el emperador: esto va ser grande —dijo, y se levantó rápidamente. Tenía que ir a hablar con el quaestor de la legión y revisar con éste las reservas de víveres y armamento. En la mesa, desplegado con sus enigmáticas palabras, quedó el mensaje original y, abajo, transcrito letra a letra por Tercio, la versión en latín del mensaje:
Gefbr hkrxhrkrkx bf Nbfbertbg lxo dxzbgfxl hkg fgnxe exflbl Bnfbb
Beh Trxl Zxke HH Mkrbrfnl
Omnia praeparare in Vinimacio sex legiones pro novem
mensis Ivnii.
Imp Caes Germ PP Traianvs.
[Preparar todo en Vinimacium para de seis a nueve legiones
el mes de junio.
El emperador César Germánico Padre de la Patria Trajano.]
Una ráfaga de aire acarició la hoja de papiro y la desplazó por la mesa, como si resbalara, siempre silenciosa, hasta quedar en el borde. En ese justo instante, Tercio regresó a la sala central del praetorium, se acercó a la mesa, cogió el papiro, que estaba a punto de caer al suelo, y lo aproximó a la llama de la lucerna de aceite que ardía para iluminar la estancia. El legatus sostuvo el papiro en la mano todo el tiempo que pudo hasta que el calor de las llamas se hizo insoportable y lo soltó en el aire. El papiro se terminó de consumir mientras caía retorciéndose al tiempo que se convertía en cenizas. Tercio Juliano, entonces sí, abandonó el praetorium, para poner en marcha los preparativos de una guerra.
si qua occultius perferenda erant, per notas scripsit, id est sic structo litterarum ordine, ut nullum verbum effici posset; quae si qui investigare et persequi velit, quartam elementorum litteram, id est D pro A et perinde reliquas commutet.
[Si tenía algo confidencial que comunicar lo escribía en código cifrado, esto es, cambiando el orden de las letras del alfabeto, de forma que no se pudiera entender ninguna palabra. Si alguien desea decodificar estas palabras y extraer su significado, debe reemplazar la cuarta letra del alfabeto, o sea la letra D, por la A, y así sucesivamente.]
SUETONIO, Vida de Julio César, 56
Quotiens autem per notas scribit, B pro A, C pro B ac deinceps eadem ratione sequentis litteras ponit; pro X autem duplex A.
[Cuando (Augusto) escribía en código cifrado usaba la B por la A, la C por la B y así seguía con el resto de las letras, empleando AA para la X.]
SUETONIO, Vida de Augusto, 88