IX

Hacía calor y viento y estaba muy oscuro. La aldea dormía y sólo un puñado de personas se sentaba a la gran mesa dispuesta sobre caballetes. Las estrellas les observaban y las aves nocturnas cantaban.

—Para ponernos serios —dijo la anciana con un tono que era cualquier cosa menos serio—, hay que decir que acabar con toda una cultura no es algo que se haga en una tarde. Tienes que saber lo que ha sido y lo que es, antes de saber a dónde va. Eso lleva una buena cantidad de tiempo. Luego tienes que decidir cuánto necesitas cambiar y, después de eso, si tienes razón o no en hacerlo. Y entonces tienes que estar seguro, pero seguro del todo, de no presionar demasiado, para que no se convierta en otra igual de mala.

—Pero yo siempre tuve razón, ¿verdad? —insistió Ruano.

—Sí, bendito seas. No sabes cuánto.

—Dímelo tú entonces.

—Hay partes que pueden dolerte.

—No le hagas daño —dijo Flor, medio en serio.

Ruano la tomó de la mano en la oscuridad, sintiendo, como siempre, esa oleada indescriptible de su interior que era desatada con el simple contacto de la carne viviente.

—Tengo que hacerlo, querida —dijo la Abuela—. También le dolerán las ampollas, y sus articulaciones cuando maneje el arado, pero a la larga se sentirá mucho mejor. ¿Quién está ahí? —preguntó.

Una voz profunda y feliz respondió desde la oscuridad.

—Soy yo, Abuela. Prester.

—Hola, Abuela —dijo Val.

Entraron en la suave y cálida luz de la lámpara que brillaba sobre la mesa. Val vestía una túnica muy corta sin mangas, que parecía haber sido tejida por una araña. Prester y ella se movieron brazo con brazo como si fueran una sola persona. Ruano se sintió deslumbrado cuando la miró a la cara. Apretó la mano de Flor y descubrió que le sonreía…

—Siéntense, chicos. Quiero que también lo oigan ustedes. ¿Puedes hacer algo por mí, Ruano? ¿Algo difícil?

—¿Qué?

—¿Prometes mantener la boca cerrada hasta que termine, pase lo que pase?

—Eso no es muy difícil.

—No, ¿eh? Muy bien, Flor, dinos qué poderes psi tienes.

Ruano cerró los ojos con placer, recordando la aparición de Flor en su cubículo, su fugaz aparición en la puerta durante su sueño, la copa que hizo aparecer en el aire para él.

—Ninguno que yo sepa, Abuela —dijo.

—¿Qué? —explotó él.

—¡Me prometiste que te callarías! —interrumpió la Abuela, y continuó hablando con Flor—: ¿Y quién, que sepamos, tiene el mayor índice psi de este sitio?

—Annie —dijo Flor.

—La niña de quince años de la que te hablé —le aclaró la Abuela a Ruano—. La que puede mover un objeto en línea recta. ¡Cállate! ¡Déjame terminar!

Se rindió haciendo un esfuerzo.

—En cierto modo, te mentimos —dijo la Abuela—, y, en cierto modo, no lo hicimos. En una ocasión te conté lo que habíamos pensado: que, si la dejábamos, algún día aparecería una nueva clase de hombre, el siguiente eslabón. Creo en ella, Ruano; si lo prefieres, puedes considerarlo un sueño. Y cuando tuviste tu sueño durante esos dos días, hicimos que el sueño fuera real durante un poco de tiempo. Lo montamos todo como si fuera una obra de teatro. Te tuve todo el rato en la mira de esta nueva máquina mía.

»Es una nueva máquina, Ruano, basada en un principio nuevo que nunca se les ocurrió a los chicos de la platrans. Es justamente lo que te dije que era, un transmisor móvil de materia, sin central, sin depósitos, sin plataformas. La utilicé en todos y cada uno de los incidentes psi que observaste en esos dos días. ¿Me crees?

—¡No!

—¿Val?

—Me gustaría —dijo insegura—. Pero siempre creí…

—No tenemos por qué mostrar tacto con esto —dijo la Abuela—. Les incomodará durante el resto de vuestra vida, a ti, Ruano, a Val y, luego, a toda la gente que vayamos atrayendo aquí. Podrán racionalizarlo o no, pero nunca creerás que tengo un nuevo tipo de máquina. ¡Cállate, Ruano!

»Ustedes dos y el resto de vuestra generación forman el primer grupo que ha recibido un acondicionamiento realmente eficiente desde la cuna. No lo recuerdan, pero les han imbuido de un par de convicciones básicas desde que eran niños de pecho. Quizá encontremos el modo de quitárselas. Una de esas convicciones es la que la platrans es el tope absoluto de la tecnología humana, que sólo hay una manera de hacerla y que sólo puede hacer una serie de cosas determinadas.

»Tu acondicionamiento fue mayor que el de Val, Ruano, porque son los varones de las familias de la platrans los destinados a construirlas. Por eso cuando se fabrique esta nueva máquina, serán mujeres las que lo hagan. ¡No luches contra ello, hijo! La tenemos, lo creas o no. A partir de ahora siempre la tendremos. Lo siento. Te duele hasta oír hablar de ello y sé por lo que pasaste cuando tuviste que vendérsela a tu padre. ¡Estuviste a punto de morir asfixiado!

Ruano jadeó ruidosamente, pero no habló. Flor le rodeó con los brazos.

—Tuvimos que hacerte eso, hijo, debíamos hacértelo. Ya te darás cuenta del porqué —dijo la Abuela, con el rostro invadido por la preocupación y la ternura—. Ahora llego a esa parte. Ya dije que no acabas con una cultura así, de golpe, ¡buum! Yo quería cambiarla, no destrozarla. El Estasis es el resultado final de un montón de historia. El ser humano se había golpeado a sí mismo demasiado tiempo, había desarrollado lo que podrías llamar una fobia hacia la inseguridad. Cuando tuvo la oportunidad, y la platrans, se encerró dentro de sí mismo. Originariamente, la platrans no se pensó para eso. Iba a volver a dispersar a la Humanidad por todo el planeta tras pasar muchos siglos escondiéndose. ¡Ja!

»Para la época en que empezaron los acondicionamientos en la cuna, prohibiendo nuevos pensamientos, nuevos lugares y nuevas formas de vida a cada nueva generación indefensa, ya había unos cuantos de nosotros que temían por la Humanidad. El Estasis fue la primera cultura humana que intentó hacer que las ideas nuevas fueran algo imposible. Creo que pudo haberse convertido en la primera cultura eterna de la Humanidad. Lo creo de verdad. Pero también creo que habría sido la peor de toda su historia.

»Y entonces apareció Ruano, el primero de los ejecutivos de la platrans que estaba totalmente condicionado, incapaz de pensar que podía mejorarse el servicio. Había, hay, muchos más en otras industrias y ahora iremos a por ellos, pero la platrans era la piedra angular. Puedes creerlo o no, Ruano, pero eras una amenaza. Había que pararte. No podíamos permitir que dirigieras la empresa sin haber introducido la nueva máquina, ya que de no hacerlo en tu generación, jamás podríamos introducirla.

»Tu padre es el último eslabón débil, el último con un acondicionamiento imperfecto que le permitiera plantearse alguna innovación. ¿Recuerdas tu sugerencia para eliminar a los operadores de envíos? Sólo él estaría lo bastante no condicionado como para desarrollar nuestra nueva máquina antes de darse cuenta que, una vez en uso, todos los cubículos de esta estructura humana se verían repentinamente expuestos al exterior. Y eso está bien. Podemos fiarnos de él, porque su “decencia” no le permitirá inmiscuirse en la intimidad de los demás. Nos encargaremos también de eso.

—Me gustaría que no hablaras así de él —dijo Ruano, con aire triste.

—Lo siento, hijo. ¿Te sirve de algo si te digo que tu servilismo y ciego respeto al padre también están condicionados? Me gustaría poder ayudarte. Tendrás que llevar esa carga toda tu vida. Como iba diciendo, aparece Ruano, y justo cuando hemos perfeccionado la nueva máquina. No habríamos tenido ningún problema de haber podido romper tu acondicionamiento, pero las únicas alternativas que parecíamos tener eran dos: o veías funcionar la máquina y pensabas que te habías vuelto loco, o utilizarías tu posición en la firma para erradicar todo rastro de ella.

—Pero te equivocaste en las dos —objetó Ruano.

—Porque descubrimos que el acondicionamiento contra una nueva platrans era contra cualquier máquina nueva, contra cualquier aparato nuevo —replicó la Abuela—. Nunca se les ocurrió pensar en la transmisión de materia por un método que ¡de ningún modo era una máquina!

»¿Ves ahora por qué tu padre se mostró tan alterado cuando se enfrentó a tu modelo experimental? Uno de los elementos básicos de su decente microuniverso se basa en que el acondicionamiento es seguro. Tú serías la última persona de todas las del planeta que pensaría en una máquina nueva, y mucho menos la construiría. Y, cuando por fin soltaste toda esa jerigonza sobre poderes psíquicos, reconoció la racionalización que había en ella y volvió a sentirse a salvo. El Estasis estaba a salvo.

»No me importa confesar que nos hiciste apretar el gatillo con algo de antelación. Nuestro plan inicial era reclutarte cuidadosamente, tal y como hicimos. Con sueños inesperados, y que apelaban con fuerza a todo lo que tuvo la Humanidad y que el Estasis estaba aplastando. Quizá para cuando tuviéramos bastante gente viviendo con nosotros, aquí, en el campo, se abrirían las puertas. De un modo u otro, al final ganaríamos. Teníamos de nuestro lado a la naturaleza y a Dios.

»Pero entonces apareciste tú. ¡Menudo candidato! Respondiste al milímetro, tanto que, de haberte dejado, habrías dinamitado el Estasis y probablemente acabado contigo y, de paso, con nosotros. Y te aferraste a esa idea sobre los psi del mismo modo que lo hiciste al filete que pusimos en tu nutriente para ver cuál era tu preferencia alimenticia tras la secuencia del sueño. ¡De pronto, querías plantar nuestra máquina en medio del Estasis! Era arriesgado pero…, bueno, ya has visto lo que ha pasado.

—¿Puedo hablar ya? —dijo Ruano incómodo.

—Claro, hijo.

—No pienso discutir contigo sobre la nueva máquina. O sea, sobre cómo funciona. Lo único que has hecho fue proporcionar una nueva máquina al Estasis. Puedes interferir en la nueva red, pero eso es algo que ya puedes hacer con la actual. ¿Dónde está la ventaja?

La Abuela se rió. Sacó un objeto blanco de un bolsillo y lo arrojó sobre la mesa. Dejó un rastro de polvo a medida que rodaba.

—¿Sabes lo que es?

—¿Tiza? —preguntó Val.

—No —dijo Ruano—. Es piedra pómez lunar. He visto bastantes.

—Bueno, tendrás que aceptar mi palabra —dijo la Abuela—, pese a que puedo demostrártelo cuando quieras, pero la he conseguido hoy mismo, a las 14.30, de la Luna, utilizando solamente la máquina que viste en el laboratorio.

—¡De la Luna!

—Sí. Ésa es la ventaja de la nueva máquina. La platrans opera dentro de un campo gravitatorio esférico, cancelando materia en determinados puntos y recreándola en otros, dentro de un sistema cerrado. Pero la nueva máquina opera en líneas paragravitacionales, líneas rectas de fuerza subespacial que se extienden desde cualquier otra. La nueva máquina, como la platrans, no emplea tiempo alguno en cubrir cualquier distancia, porque en realidad no recorre esa distancia.

»El alcance parece infinito, aunque hay una limitación a la hora de localizar el destino. Sólo es cuestión de la distancia que hay entre las dos partes de la misma máquina. Llego fácilmente a la Luna con una línea básica de veinte millas. Ponme un robot en la Luna y podré llegar a Marte. Establece una base en Marte y podré escupir en Alpha Centauri. En otras palabras, es un sistema abierto.

Guardaron silencio mientras Ruano alzaba los ojos e imaginaba, durante un estremecedor momento, a las estrellas como un brillante entramado de líneas extendiéndose desde cada planeta, cada estrella, hasta todas las demás; una red que latía con la presencia de una Humanidad impensablemente vasta.

—¿Alguien quiere comprar una buena nave espacial? —inquirió Prester.

—¿Por qué lo has hecho? —susurró Val, muy en voz baja, como si estuviera en una catedral.

—¿Te refieres a por qué no me dediqué a mis asuntos y dejé que el mundo se consumiera felizmente y se fuera al infierno? —rió la Abuela—. Supongo que porque siempre estuve demasiado atareada como para pararme a descansar. No, lo retiro. Digamos que lo hago por mi conciencia.

—¿Conciencia?

—La Abuela fue quien hizo la primera platrans —explicó Flor.

—Y tú estás diciéndole lo que puede y no puede hacerse, Ruano —jadeó Val.

—Sigo diciendo… —objetó él, irritado, y entonces rompió a reír—. Una vez le hice un regalo de cortesía a la Abuela. Tejido. Algo en lo que se entretienen los viejos mientras miran cómo se pone el sol.

Todos se rieron y Flor dijo:

—La Abuela no hace tejido.

—No, de momento no —dijo la Abuela, y sonrió mirando al cielo.

(1). En inglés private, soldado raso. (N. del T.)