En alguna parte he hablado de la forma extraña en que las cosas que escribo suelen hacerse realidad unos quince años más tarde. Es algo insignificante, pero cuando escribía esto, en 1950, no tenía ni idea que quince años más tarde las parejas bailarían separadas, haciendo cada una más o menos lo que les diera la gana. En 1965 empezaron a hacerlo. Ni tampoco se me ocurrió que, de todos los cuentos que escribí en aquel momento, éste en particular acabaría dándole su título a una antología como ésta.
También me gustaría manifestar mi gratitud a Rowena Morrill por la hermosa pintura que ha realizado para esta primera edición. A la hora de escribir estas líneas, no sólo no he conocido aún a la dama, sino que ella tampoco me ha conocido a mí; pero se las ha arreglado para conseguir un asombroso parecido de mi persona disponiendo sólo de fotografías. Es algo especialmente gratificante ya que algún demonio parece haber decretado, desde el retrato que me hizo Emsh en 1962, que en la portada de mis libros siempre aparezca la cara de algún otro. No puedo sentirme más complacido.