Hay una gran cantidad de científicos y técnicos que se han relacionado con la ciencia ficción. El mayor bloque de suscripciones que tenía Astounding Science Fiction durante la Segunda Guerra Mundial estaba en Oak Ridge, Tennessee, y el siguiente, en Hanford, Washington; hechos, me decía John Campbell, que el servicio de inteligencia alemán no descubrió ni percibió. Cada vez que salgo en radio o televisión, el entrevistador puede dominar o no el tema, pero puedes apostar lo que quieras a que no es el caso de los chicos que hay al otro lado del cristal. Hay científicos famosos que han escrito ciencia ficción, como el astrónomo Fred Hoyle, el antropólogo Chad Oliver, el diseñador de cohetes G. Harry Stine, y el difunto Willy Ley, y hay algunos, como Carl Sagan y el brillante Marvin Minsky, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que se dedicaron a la ciencia por su temprana afición al género. Y tuve una embriagadora experiencia en la que un científico con talla de Nobel me confesó haberse dedicado a la microbiología por una historia que yo escribí.
Así que, ¿por qué no hay algún psiquiatra o psicoterapeuta que retome la técnica implícita en este relato? Intuitivamente, sé que funcionaría, o al menos alguna parecida. Como es natural, soy consciente que la intuición no sustituye a la experiencia. En otras palabras, si supiera lo bastante, yo mismo la llevaría a cabo, en vez de escribir sobre ella. Pero no por ello deja de ser una noción válida.