Este cuento tiene, para mí, un origen bastante poco habitual. Lo normal es que mis cuentos surjan de las ocultas circunvoluciones de mis entrañas, de mis más íntimas y personales entrañas. En este caso, lo que pasó fue que Horace Gold me llamó porque me había guardado sitio en un futuro número, y preguntó, la máxima educación posible: «¿Dónde infiernos está ese cuento?». Yo le respondí, con sinceridad, que pese a tener las entrañas en perfecto funcionamiento, aún no se habían desplazado en esa dirección. Me dijo que no colgara, llamó a otro escritor con quien había discutido una idea y luego decidió no utilizar, para preguntarle si le importaba pasársela a Sturgeon. El escritor dijo que adelante; no pensaba hacer nada con ella. La idea básica era eso de la transmisión de materia. Así que escribí «Granny» levantándome apenas de la máquina de escribir, mientras el otro escritor cambiaba de opinión y escribía Mi Destino, las Estrellas. Me gusta mucho «Granny», pero hubiera preferido escribir la soberbia novela de Alfred Bester.