Uno está condicionado a ser austero y objetivo en las presentaciones de sus cuentos; no sé por qué, ni quién tuvo semejante idea, pero de alguna forma se supone que no resulta «apropiado» (palabra que odio bastante) mostrarse uno mismo y su corriente sanguínea a la vista del público.
Bueno, pues, yo digo que al infierno. La mayoría de lo que escribo se realiza por el simple proceso de abrir una vena y dejar que gotee (siempre demasiado lentamente) en la máquina de escribir. El tema de mis investigaciones siempre ha sido la gente, y suele pasar a menudo que la gente a la que estudio con mayor comodidad es a la que está cerca de mí. Y el proceso de recopilar una antología como ésta debe proporcionar, además, forzosamente, un enfoque claro del entorno en que fueron escritos sus cuentos.
«La historia de Tandy» estaba pensada para ser la primera de una serie que al final se recopilaría en un libro de cuentos largos y cortos que se titularía La Familia. Y en ella incluiría ésta, la de Noël y la de Timothy (el bebé mencionado en el cuento), y la de Robin, seguida de «Historia de la Madre» y acabando con la «Historia del Padre».
Pero entonces surgió un viento de esos que soplan allí donde se alzan nuestras biografías, me vi separado de esa gente por unos millares de días y de kilómetros, y ahora estoy a una semana de haber visto a Noël graduarse en la universidad y ver como «el bebé». Timothy se golpeaba la cabeza contra el dintel de una puerta situado a una altura de metro ochenta. He hecho célebre a Robin en alguna parte de mi obra, y el turno de Noël llegará cualquier día, estoy seguro, tanto como que le espera algo especial a Tim, aunque ese algo no suceda en el mismo esquema de este cuento. La nostalgia suele estar teñida de lamentaciones; la mía no. Pero al mismo tiempo soy conmovedoramente consciente que en un universo paralelo existe un libro titulado La Familia que no será —ni puede ser— escrito. Me gustaría leerlo.