CAPÍTULO XIII

Victoria tuvo la intención de meterse en la cama, dormir y dejar todos sus problemas para la mañana siguiente, mas, habiendo dormido casi toda la tarde encontrábase completamente espabilada.

Al fin encendió la luz, terminó una historia de una revista que comenzara en el avión, zurció sus medias, probóse las nuevas de nylon, se puso a escribir varios anuncios distintos solicitando empleo (al día siguiente preguntaría dónde insertarlos) y otras varias cartas a la señora Hamilton Clipp a cual más ingeniosa, relatando las circunstancias imprevistas por las que se había quedado desamparada en Bagdad, y unos telegramas pidiendo ayuda a su único pariente, un caballero anciano, brusco y desagradable que vivía en el norte de Inglaterra, y que no había ayudado a nadie en su vida. Probó un nuevo peinado, y al fin con un bostezo, decidió que ya había acumulado el sueño suficiente para poder acostarse y descansar.

En aquel mismo momento, y sin previo aviso, abrióse la puerta de su habitación y entró un hombre que hizo girar la llave de la cerradura, diciendo luego con apremio:

—Por el amor de Dios, escóndame en algún sitio… de prisa…

Las reacciones de Victoria nunca fueron lentas. En un abrir y cerrar de ojos se hizo cargo de la respiración entrecortada de aquel hombre, su voz débil y la fuerza con que sujetaba contra su pecho un bufanda vieja de color rojo tejida a mano, y se puso en pie en el acto respondiendo a la aventura.

La estancia no presentaba muchos lugares a propósito para esconderse. Un guardarropa, una consola, una mesa y el tocador. La cama era grande… casi de matrimonio y reaccionó rápidamente.

—De prisa —dijo. Quitando las almohadas, alzó la sábana y la manta. El hombre se tumbó en la cabecera. Victoria volvió a poner las sábanas, colocando luego las almohadas encima y se sentó sobre el borde de la cama.

Casi en el acto llamaron a la puerta con insistencia.

Victoria, con voz débil y asustada, preguntó:

—¿Quién es?

—Abra, por favor —dijo una voz masculina—. Es la policía.

Victoria cruzó la distancia que le separaba de la puerta poniéndose la bata. Al ver la bufanda de color que se le había caído al fugitivo, la cogió del suelo, metiéndola en un cajón. Luego, tras dar la vuelta a la llave, abrió un poco la puerta, mirando al exterior con expresión de alarma.

Un joven moreno, con un traje rayado, estaba delante de un policía vestido de uniforme.

—¿Qué sucede? —preguntó Victoria, con voz temblorosa.

El joven, sonriendo ampliamente, le habló en un inglés bastante aceptable.

—No sabe cuánto siento tener que molestarla a estas horas, señorita, pero perseguimos a un criminal. Ha entrado en este hotel y debemos registrar todas las habitaciones. Es un hombre muy peligroso.

—¡Oh, Dios mío!

—Victoria echóse hacia atrás para abrirles la puerta—.

Entren, por favor, y busquen bien. ¡Qué miedo! Miren en el cuarto de baño, por favor. ¡Oh! Y en el armario… y, ¿les importaría mirar debajo de la cama? Puede haber estado ahí toda la noche.

El registro fue rápido.

—No, no está aquí. —¿Seguro que no está debajo de la cama? No. ¡Qué tonta soy! No puede estar aquí.

Cerré la puerta cuando me acosté.

—Gracias, señorita, y buenas noches.

El joven se inclinó a modo de saludo y salió en compañía del agente uniformado.

Victoria les siguió hasta la puerta, diciendo:

—Será mejor que cierre otra vez, ¿no les parece? Para estar más segura.

—Sí, será mejor, desde luego. Gracias.

Victoria volvió a cerrar la puerta, permaneciendo por unos momentos con la espalda apoyada contra ella. Oyó cómo el policía llamaba a la puerta de al lado, y la voz indignada de la señora Cardew Trench. Luego las pisadas se fueron alejando por el pasillo. La llamada siguiente fue mucho más lejos.

Victoria acercóse a la cama. Empezaba a creer que había sido demasiado tonta.

Llevada por su romanticismo y por el tono de sus frases, había ofrecido impulsivamente su ayuda a quien tal vez fuese un asesino peligroso. El ponerse al lado del perseguido algunas veces trae consecuencias desagradables.«¡Oh!, bueno, de todas maneras ya está hecho», pensó Victoria.

Y de pie junto a la cama dijo con naturalidad.

—Levántese.

El hombre no se movió y la joven repitió con aspereza, aunque sin alzar la voz:

—Ya se han ido. Puede levantarse.

Pero como tampoco hiciera el menor movimiento, Victoria tiró de la sábana con impaciencia.

El hombre continuaba en la misma posición en que le dejara, mas ahora su rostro tenía un tinte grisáceo y sus ojos estaban cerrados.

Luego, casi sin respiración, vio algo más… una gran mancha roja que se extendía sobre la sábana.

—¡Oh, no! —exclamó Victoria, como si estuviera hablando con alguien—. ¡Oh, no… no!

Y en respuesta a sus palabras, el hombre abrió los ojos, mirándola fijamente como si estuviera muy lejos y no muy seguro de lo que veía.

Entreabrió los labios… el sonido era tan tenue que Victoria apenas le oía.

Se inclinó sobre él.

—¿Qué?

Esta vez pudo entenderle. Con dificultad, con mucha dificultad pronunció dos palabras. Parecían no tener sentido ni significado alguno. Lo que dijo fue:

Lucifer… Basrah…

Los párpados se cerraron sobre sus ojos ansiosos. Dijo otra palabra… un nombre. Luego su cabeza cayó hacia atrás quedando inmóvil.

Victoria permaneció muy quieta mientras su corazón latía apresuradamente. Ahora sentíase invadida por un sentimiento de intensa compasión y cólera. No tenía la menor idea de lo que iba a hacer. Llamar a alguien… Estaba sola con un hombre muerto y más tarde o más temprano la policía pediría una explicación.

Mientras su cerebro trabajaba activamente para resolver la situación, un ruido le hizo volver la cabeza. La llave había caído de la cerradura, y mientras la miraba oyó descorrer el pestillo. La puerta se abrió y el señor Dakin hizo su entrada, cerrándola tras de él.

Acercóse a ella diciendo:

—Buen trabajo, querida. Piensa usted muy de prisa. ¿Cómo está? —concluyó señalando al fugitivo.

—Creo que está… muerto —dijo Victoria con un hilo de voz.

El rostro de Dakin se alteró, y por sus ojos cruzó un relámpago de ira, luego volvió a ser el de siempre… sólo que su indecisión y abulia habían desaparecido dando paso a algo muy distinto.

Inclinándose, desabrochó la raída chaqueta.

—Apuñalado limpiamente en pleno corazón —dijo Dakin poniéndose en pie—. Era un muchacho valiente… y muy listo.

—Ha venido la policía. Dijeron que era un criminal. ¿Era un criminal? —dijo Victoria cuando pudo encontrar su voz.

—No.

—Eran… ¿eran policías de verdad?

—No lo sé. Puede ser que sí. Es lo mismo, —repuso Dakin, agregando—: ¿Dijo algo antes de morir?

—Sí. —¿Qué dijo?

—Lucifer… y luego Basrah. Después me dijo un nombre… me pareció un nombre francés… pero puede que no lo entendiera bien. —¿Cómo le sonó a usted?

—Algo así como Lefarge.

—Lefarge —replicó Dakin pensativo.

—¿Qué significa todo esto? —quiso saber Victoria, agregando con desmayo—: ¿Y qué voy a hacer?

—Procuraremos mantenerla bien apartada de todo esto cuanto nos sea posible. Y respecto a lo que significa, vendré más tarde a explicárselo. Lo primero que hay que hacer es contener a Marcus. Éste es su hotel y Marcus tiene una buena dosis de sentido común, aunque uno no siempre lo aprecia al hablar con él. Voy a ver si le encuentro. Todavía no debe haberse acostado. Rara vez lo hace antes de las dos. Procure maquillarse antes de que lo traiga. Marcus es muy susceptible ante una belleza en apuros.

Y salió de la habitación. Como en un sueño, Victoria fue hasta el tocador para peinarse y dar a su rostro un matiz pálido. Luego dejóse caer en una butaca hasta oír un rumor de pasos que se acercaban. Dakin entró sin anunciarse. Tras él venía la inmensa mole de Marcus.

Esta vez estaba muy serio, sin su acostumbrada sonrisa.

—Ahora, Marcus —decía Dakin—, debe hacer lo que pueda. Ha sido un golpe terrible para la pobrecita. Ese individuo entró por sorpresa, se desmayó… ella tiene el corazón muy sensible y le ocultó a la policía… Y ahora está muerto. Tal vez no debiera haberlo hecho… pero las mujeres tienen un corazón tan tierno…

—Comprendo que no le agrade la policía —dijo Marcus—. A nadie le gusta la policía. A mí tampoco. Pero tengo que estar bien con ellos por mi hotel. ¿Quiere que les soborne con algún dinero? ¿No le parece que eso es lo preciso?

—Sólo queremos sacar el cuerpo sin llamar la atención.

—Eso es muy natural. Yo tampoco quiero tener un cadáver en mi hotel. Pero no es cosa fácil.

—Creo que puede arreglarse —dijo Dakin—. Usted tiene un médico en la familia, ¿verdad?

—Sí, Paul, el marido de mi hermana, es médico. Es un muchacho muy agradable, pero no quisiera meterle en ningún apuro.

—No es eso —repuso Dakin—. Escuche, Marcus. Trasladaremos el cadáver desde la habitación de la señorita Jones a la mía. Eso la deja al margen de todo. Luego llamo por teléfono. A los diez minutos un hombre viene al hotel tambaleándose.

Está muy bebido, va apoyándose en las paredes. Pide por mí a grandes gritos.

Entra en mi habitación y sufre un colapso. Yo salgo a buscarle a usted para que llame a un médico. Usted trae a su cuñado, que pide una ambulancia y sale en ella con mi amigo el borracho. Antes de llegar al hospital mi amigo fallece.

Había sido apuñalado. Usted no tiene nada que ver. Le han apuñalado en la calle unos momentos antes de entrar en el hotel.

—Mi cuñado se lleva el cuerpo… y el joven que representa el papel de borrachín se marcha tranquilamente por la mañana, ¿no es así?

—Ésa es la idea. —¿Y no encuentran ningún cadáver en mi hotel? ¿Y la señorita Jones no tiene que preocuparse más? Creo que es una buena idea.

—Bien. Entonces cuando esté seguro de que no hay moros en la costa, yo me llevaré el cadáver a mi cuarto. Sus criados se pasan media noche corriendo por los pasillos. Vaya a su habitación, llámelos y ordéneles que vayan a buscarle cosas.

Marcus asintió con la cabeza antes de salir de la estancia.

—Es usted una muchacha fuerte —dijo Dakin—. ¿Puede ayudarnos a llevarle hasta mi habitación?

Victoria dijo que sí. Entre los dos levantaron el cuerpo inerte, y lo llevaron por el desierto corredor (en la distancia se oía la voz de Marcus riñendo a los botones) y dejáronle sobre la cama de Dakin.

—¿Tiene unas tijeras? —le preguntó Dakin—. Entonces corte la parte de la sábana que está manchada. No creo que haya atravesado hasta el colchón. La túnica la ha empapado casi toda. Iré a verla dentro de una hora. ¡Eh! Espere un momento, beba un trago de este frasco.

Victoria obedeció.

—Buena chica. Ahora vuelva a su habitación y apague la luz. Como le digo, volveré dentro de una hora. —¿Y me explicará lo que significa esto?

Le dirigió una mirada bastante peculiar, pero no contestó a la pregunta.