Epílogo: mirando dentro y fuera a un mar de estrellas

Hemos llegado a un punto de nuestro relato en el que la historia se mezcla con las energías políticas del momento. La controversia actual que tiene por tema el uso y abuso de sustancias debe compartir la escena con otros temas de igual importancia: la pobreza y el exceso de población, la destrucción del medio ambiente y las esperanzas políticas no cumplidas. Estos fenómenos son los subproductos inevitables de la cultura dominante. Al enfrentarnos con estos problemas sociales hemos de recordar que las raíces de nuestra humanidad están en alguna parte, en la cascada de habilidades mentales que están libres en el seno de nuestras especies desde hace muchos milenios: la habilidad de nombrar, clasificar, comparar y recordar. Estas funciones pueden remontarse a la cuasisimbiótica relación que disfrutamos con los hongos de psilocibina en la sociedad fraternal africana de la prehistoria.

Nuestra ruptura de contrato con la fe en la relación simbiótica con las plantas alucinógenas nos ha hecho susceptibles a una respuesta todavía más neurótica a los demás y al mundo que nos rodea. Varios miles de años de esta pérdida nos han dejado como casi psicóticos herederos de un planeta que supura con los subproductos tóxicos del industrialismo científico.

¿Quién sino nosotros? ¿Cuándo sino ahora?

¿Quién sino nosotros? ¿Cuándo sino ahora?

Ha llegado el momento de establecer un diálogo basado en una declaración objetiva de lo que nuestra cultura hace y de su significado. Otro siglo de negocios al estilo actual es algo inconcebible. El dogma y la ideología se han vuelto obsoletas; sus envenenados supuestos nos han permitido cerrar los ojos a nuestra odiosa destructividad y a malgastar incluso los recursos que pertenecen a nuestros hijos y nietos. Nuestros juguetes ya no nos satisfacen; nuestras religiones no son más que manías; nuestros sistemas políticos son una sombra grotesca de lo que pretenden ser.

¿Qué esperanzas tenemos de hacerlo mejor? Aunque los temores frente a una confrontación nuclear han disminuido con los cambios recientes de la Europa del Este, el mundo sigue sufriendo de hambre, exceso de población, racismo, sexismo y fundamentalismo político y religioso. Tenemos la capacidad —industrial, científica y financiera— para transformar el mundo. La pregunta es: ¿Tenemos la capacidad de cambiarnos a nosotros mismos, de transformar nuestras mentes? Creo que la respuesta a ello debe ser sí pero no sin la ayuda de la naturaleza. Si el mero predicar la virtud pudiera proporcionar la respuesta, entonces hace mucho que hubiéramos llegado al umbral de la existencia angelical. Si la mera legislación de la virtud fuera una respuesta, lo hubiéramos aprendido hace mucho.

La ayuda de la naturaleza significa reconocer que la satisfacción del impulso religioso no proviene del ritual, y aún menos del dogma, sino más bien de un tipo fundamental de experiencia: la experiencia de la simbiosis con las plantas alucinógenas y, por medio de ellas, la simbiosis con toda la vida planetaria. Por radical que la propuesta pueda parecer, ha sido anticipada en el trabajo del como mínimo sobrio observador de la cultura occidental que es Arthur Koestler:

La naturaleza nos ha abandonado, Dios parece haberse despreocupado del destinatario del anzuelo y el tiempo corre. La esperanza de que la salvación se pueda sintetizar en un laboratorio puede parecer materialista, excéntrica o ingenua; pero, para decir la verdad, existe una vuelta junguiana a ella: porque refleja el antiguo sueño del alquimista de fraguar el elixir vitae. Lo que esperamos de él, sin embargo, no es la vida eterna, ni la transformación en oro del metal de base, sino la transformación del Homo maniacus en Homo sapiens. Cuando el hombre decida tomar su destino en sus manos, esta posibilidad estará al alcance[183].

Koestler en su examen de nuestra historia de violencia institucionalizada como especie concluye que alguna forma de intervención farmacológica será necesaria antes de que podamos estar en paz los unos con los otros. Procede a establecer un argumento en pro de una intervención psicofarmacológica consciente y científica en la vida social que ofrece implicaciones para la conservación de los ideales humanos de independencia y libertad. Koestler aparentemente era inconsciente de la tradición chamánica o de la riqueza de la experiencia psicodélica. Por lo tanto no fue consciente de que la tarea de mantener a una población humana global en un estado de equilibrio y felicidad podía implicar el introducir la experiencia de un horizonte interno de trascendencia en las vidas de las gentes.

Encontrando la salida

Encontrando la salida

Sin la escotilla de escape que lleva al reino trascendental y traspersonal que nos proporcionan las plantas provistas de indoles alucinógenos, el futuro de la humanidad será en verdad desolador. Hemos perdido la capacidad de ser transportados por el poder de los mitos, y nuestra historia debería convencernos de la falacia del dogma. Lo que necesitamos es una nueva dimensión de autoexperiencia que individual y colectivamente autentifique formas sociales democráticas y nuestro cuidado de esta pequeña parte del amplio universo.

El descubrimiento de dicha dimensión puede significar riesgo y oportunidad. Buscar la respuesta es la posición del ingenuo, el preiniciado y el loco. Hemos de saber que hemos hecho esta apuesta; está en nosotros afrontar la respuesta. Afrontar la respuesta significa reconocer que el mundo que estamos dispuestos a pasar a las generaciones del futuro no es más que un revoltijo de menestra. No son los desposeídos pueblos de las arruinadas selvas lluviosas los que son patéticos, no son los estoicos granjeros de la Birmania tribal los que amenazan lejanas esperanzas y poblaciones: lo somos nosotros.

Desde las praderas a la nave espacial

Desde las praderas a la nave espacial

La historia humana ha sido un goteo de quince mil años desde el equilibrio de su cuna africana a la apoteosis de ilusión, devaluación y muerte en masa del siglo XX. Ahora que estamos a punto de volar a las estrellas, las tecnologías de la realidad virtual, y un revigorizado chamanismo son los precursores del abandono del cuerpo de simio y el grupo tribal que han sido siempre nuestro contexto. Está naciendo la era de la imaginación. Las plantas chamánicas y los mundos que éstas revelan son los mundos desde los que creemos venir desde hace mucho, mundos de luz, poder y belleza que de un modo u otro subyacen a las visiones escatológicas de todas las grandes religiones del mundo. Sólo podemos reclamar este pródigo legado con la rapidez con que remodelemos nuestro lenguaje y a nosotros mismos.

Remodelar nuestro lenguaje significa rechazar la imagen de nosotros mismos heredada de la cultura dominante: la de una criatura culpable de pecado y por lo tanto que se merece la expulsión del paraíso. El paraíso es nuestro patrimonio y puede ser reclamado por cada uno de nosotros. La naturaleza no es una enemiga, que deba ser esquilmada y conquistada. La naturaleza somos nosotros mismos, que hemos de ser apreciados y explorados. El chamanismo siempre lo ha sabido, y el chamanismo siempre, en su expresión más auténtica, nos enseña que esta vía necesita aliados. Estos aliados son las plantas alucinógenas y las misteriosas entidades que enseñan, luminosas y trascendentales, que residen en esta cercana dimensión de extática belleza y comprensión que hemos negado hasta que hoy es casi demasiado tarde.

Nosotros mismos aguardamos en el seno de la visión

Nosotros mismos aguardamos en el seno de la visión

Ahora podemos desplazarnos hacia una nueva visión de nosotros mismos y de nuestro papel en la naturaleza. Somos la especie omniadaptable, somos los pensadores, los constructores y los que resolvemos los problemas. Estos grandes dones que nos pertenecen sólo a nosotros y que surgen de la matriz evolutiva del planeta no son para nosotros (nuestra conveniencia o satisfacción, nuestra gran gloria). Son para la vida; son cualidades especiales con las que podemos contribuir a la gran comunidad del ser orgánico, si hemos de convertirnos en el dispensador de cuidados, el jardinero, y la madre de nuestra madre, que es la tierra viviente.

Ahí radica el gran misterio. En el corazón del desierto de naturaleza no-reflexiva que avanza lentamente llegamos a nosotros mismos y quizá nos veamos por primera vez. Poseemos colorido, somos quisquillosos y vivimos con sueños y esperanzas que, hasta donde sabemos, son únicas en el universo. Hemos estado dormidos durante demasiado tiempo y encadenados por el poder que hemos cedido a las partes menos nobles de nosotros mismos y al menos noble de entre nosotros. Ha llegado la hora de que nos levantemos y afrontemos el hecho de que debemos y podemos cambiar nuestras mentes.

La larga noche de la historia humana está dibujando finalmente sus conclusiones. Ahora el aire está quieto y poniente está veteado con el rojizo color de la aurora. Pero en el mundo que siempre hemos conocido el atardecer aumenta sus sombras caminando hacia una noche que no conocerá fin. De un modo o de otro la historia del mono loco está a punto de terminar para siempre. Nuestro destino es alejarnos sin lamentaciones de lo que ha sido, enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros padres, amantes y niños, recoger nuestras herramientas, nuestros animales y los antiguos, muy antiguos sueños, para poder desplazarnos a través del paisaje visionario de una comprensión cada vez más profunda. Con esperanza de que aquí, donde siempre hemos estado más cómodos, la mayoría de nosotros encontraremos la gloria y el triunfo en busca del significado en la vida eterna de la imaginación, jugando por fin en los campos de un Edén reencontrado.