Quiero expresar mi gratitud a mis amigos y colegas por su paciencia y apoyo a la hora de escribir este libro, en especial a Ralph Abraham, Rupert Sheldrake, Ralph Metzner, Dennis McKenna, Chris Harrison, Neil Hassall, Dan Levy, Ernest Waugh, Richard Bird, Roy y Diane Tuckman, Faustin Bray y Brian Wallace y Marion y Allan Hunt-Badiner. Mi agradecimiento también a los corresponsales doctor Elizabeth Judd y Marc Lamoreaux, que me proporcionaron información muy útil. Cada uno de ellos ha realizado una contribución original a mi pensamiento, aunque soy responsable de las conclusiones.
Mi amigo y bibliotecario Michael Horowitz ha realizado una gran aportación a la obra. Ha leído y criticado detalladamente el manuscrito y ha puesto a mi disposición los archivos pictóricos de la Biblioteca Fitz Hugh Ludlow Memorial, lo que ha enriquecido en gran medida el aspecto visual de mi argumentación. Gracias, Michael.
Mi más sentido agradecimiento a Michael y Dulce Murphy, Steve y Anita Donovan, Nancy Lunney, Paul Herbert, Kathleen O’Shaughnessy y a todo el Instituto Esalen, por darme la oportunidad de ser becario residente en junio de los años 1989 y 1990. Partes del libro se escribieron en el curso de estas estancias. Gracias también a Lew y Jill Carlino y Robert Chartoff, pacientes amigos que escucharon fragmentos del libro, quizá sin darse cuenta de ello.
Mi compañera Kat, Kathleen Harrison McKenna, ha compartido desde hace mucho mi pasión por el océano psicodélico y por las ideas en las que aquí me sumerjo. En nuestros viajes al Amazonas y a otros lugares ha sido el mejor de los compañeros, colega y musa.
Kat y mis dos hijos, Finn y Klea, me han soportado mientras escribía este libro, inmunes a mis cambios de humor y a los períodos de hibernación propios del escritor. A ellos mi más profundo amor y aprecio. Gracias por estar ahí, chicos.
Un agradecimiento muy especial para Leslie Meredith, mi editor en Bantam Books, y su colaboradora en las tareas de edición, Claudine Murphy. Su confianza infatigable en la importancia de estas ideas fue una fuente de inspiración a la hora de clarificar y ampliar mi pensamiento a nuevos campos. Mi agradecimiento se extiende también a mi agente, John Brockman, quien me condujo a través de la particular iniciación que sólo puede proporcionar el club de la realidad.
Finalmente, quiero reconocer mi gran deuda con la comunidad psicodélica, los cientos de personas con los que he tenido el privilegio de comunicarme a lo largo de una vida dedicada a la búsqueda de un mínimo atisbo del ángel del Pavo Real. Son nuestros chamanes, tanto antiguos como modernos, cuyos ojos han visto signos antes nunca vistos; son ellos los que han mostrado el camino y constituyen la fuente de mi inspiración.