CAPÍTULO
14
Breve historia de los psicodélicos
Las plantas psicodélicas y su experiencia fueron primero reprimidas por la civilización europea y luego ignoradas y olvidadas. El siglo IV fue testigo de la aniquilación de las religiones mistéricas, los cultos de Baco y Diana, de Atis y Cibeles. El rico sincretismo que fue típico del mundo helénico se convirtió en algo del pasado. La cristiandad triunfó sobre las sectas gnósticas —los valentinianos, los marcionitas y otras—, que eran los últimos bastiones del paganismo. Estos episodios de represión en la evolución del pensamiento occidental cerraron de un modo eficaz la puerta de comunicación con la mente gaica. Las religiones jerárquicamente impuestas y, posteriormente, el conocimiento científico dispensado de modo también jerárquico, fueron el sustituto de cualquier clase de experiencia directa de la mente.
Los intoxicantes de la cultura dominante cristiana, ya fueran plantas o drogas sintéticas, eran inevitablemente estimulantes o narcóticos; drogas para el trabajo o drogas para aliviar la ansiedad y el dolor. Las drogas en el siglo XX, sólo sirven para propósitos médicos o recreativos. Pero incluso Occidente ha retenido el tenue hilo del recuerdo del potencial arcaico, hierofántico y extático que conservan ciertas plantas.
La supervivencia en Europa, a lo largo de los siglos, de la brujería y de los ritos que implican planta psicoactivas atestigua que la costumbre de penetrar en dimensiones paralelas alterando la química cerebral nunca se perdió totalmente. Las plantas de la brujería europea —la Datura, la mandragora y las solanáceas— no contenían alucinógenos indólicos pero sin embargo eran capaces de inducir fuertes estados alterados de conciencia. La conexión arcaica del feminismo con una dimensión mágica de peligro y poder fue claramente percibida como una amenaza por la Iglesia medieval:
En época tan tardía como la Edad Media la bruja era todavía la hagazussa, un ser que se sentaba en el Hag, la valla que pasaba por detrás de los huertos y separaba la aldea del monte. Era un ser que participaba de ambos mundos. Como diríamos hoy, era semidemoníaca. Con el tiempo, sin embargo, perdió su doble condición y evolucionó cada vez más hacia una representación de lo que había sido expulsado de la cultura, sólo para volver, de un modo distorsionado, por la noche[156].
Que estas plantas fueran la base para introducirse en otras dimensiones fue fruto de la relativa escasez en Europa de especies que contuvieran alucinógenos.
Los alucinógenos del Nuevo Mundo
Las plantas alucinógenas que contienen indoles, y sus cultos, se agrupan en el Nuevo Mundo tropical. Las zonas tropicales y subtropicales del Nuevo Mundo son extraordinariamente ricas en plantas alucinógenas. Los ecosistemas semejantes del sudeste asiático y los trópicos de Indonesia no tienen comparación posible en el número de especies endémicas que contienen indoles psicoactivos. ¿Por qué los viejos trópicos, los trópicos de África e Indonesia, no son igual de ricos en flora alucinógena? Nadie ha sido capaz de dar una respuesta. Pero, hablando estadísticamente, el Nuevo Mundo parece ser el hogar favorito de las plantas psicoactivas más poderosas. La psilocibina, aunque ahora se sabe que crece en especies europeas, de hongos muy pequeños del género Psilocybe, nunca se ha presentado de forma convincente como parte del chamanismo europeo o la etnomedicina. Pero su uso chamánico en el México de Oxaca tiene tres mil años de antigüedad. De un modo semejante, el Nuevo Mundo tiene el único culto vivo basado en el uso de la dimetiltriptamina (DMT), el grupo betacarbolino que incluye la harmina y el complejo semejante a la ergotina del dondiego de día.
Una consecuencia histórica de esta agrupación de alucinógenos en el Nuevo Mundo fue que la ciencia occidental descubrió su existencia bastante tarde. Esto puede explicar la ausencia de un input «psicodélico» en las drogas occidentales para uso psiquiátrico. Mientras tanto, debido a la influencia del hachís y el opio en la imaginación romántica, el ensueño del hachís o los sueños del opio se convirtieron en el paradigma de la acción de las nuevas «drogas mentales» que fascinaron a los literatos bohemios desde finales del siglo XVIII. En realidad, los alucinógenos, en su primer encuentro con la psicoterapia occidental, se veían como drogas capaces de imitar a las psicosis.
En el siglo XIX, los naturalistas-exploradores empezaron a regresar con informes etnográficos más o menos detallados de las actividades de los pueblos aborígenes. Los botánicos Richard Spruce y Alfred Russel Wallace trabajaron en la cuenca amazónica en 1850. En las cuencas altas del río Negro, Spruce observó a un grupo de indios preparar un alucinógeno desconocido. Más tarde observó que el ingrediente básico de este intoxicante era una liana, una enredadera trepadora leñosa, que denominó Banisteria caapi. Algunos años más tarde, mientras viajaba por el Ecuador occidental, vio la misma planta utilizada para hacer un alucinógeno: la denominaban ayahuasca[157] (véase la figura 25).
La ayahuasca ha continuado siendo hasta hoy una parte de la vida espiritual de muchas de las tribus de las zonas montañosas de la selva de Sudamérica. Los emigrantes de la cuenca del Amazonas también han aceptado la ayahuasca y han creado su propio sistema etnabotánico-médico con vistas a utilizar la visión psicodélica que proporciona en un sentido sanitario.
La palabra ayahuasca es una palabra quechua que de un modo impreciso puede traducirse por «enredadera de los muertos» o «enredadera de las almas». Este término hace referencia no sólo al brebaje alucinógeno preparado, sino también a uno de sus ingredientes principales, la liana leñosa. Los tejidos de esta planta son ricos en alcaloides del tipo betacarbolino. El betacarbolino más importante que se encuentra en lo que hoy se denomina Banisteriopsis caapi es la harmina. La harmina es un indol, pero no es abiertamente psicodélico si no se toma en cantidades que se acercan a lo que se considera una dosis tóxica. Sin embargo, muy por debajo de este nivel, la harmina es un eficaz inhibidor de acción rápida de la monoamina oxidasa. Por lo tanto, un alucinógeno como el DMT, que sería normalmente inactivo ingerido oralmente, se torna muy psicoactivo si se toma oralmente en combinación con la harmina. Los nativos de la región del Amazonas han explotado estos hechos de un modo brillante en su búsqueda de técnicas para acceder a las dimensiones mágicas cruciales para el chamanismo[158]. Al combinar, en la ayahuasca, las plantas que contienen DMT con plantas que contienen inhibidores MAO, han explotado mucho un mecanismo farmacológico, la inhibición MAO, no descrito por la ciencia occidental hasta la década de los años cincuenta.
En presencia de la harmina, el DMT se convierte en un compuesto muy psicoactivo que penetra en el riego sanguíneo y finalmente se abre paso a través de la barrera sanguínea del cerebro hasta llegar a este último. Allí es muy eficaz compitiendo con la serotonina en su ligazón con las localizaciones sinápticas. Esta lenta experiencia de la liberación de DMT dura de cuatro a seis horas, y es la base de la visión mágica y chamánica de la realidad que caracteriza al ayahuasquero y a su círculo de iniciados. Los estilos de reportaje antropológico no participativos o denominados objetivos han tendido a subestimar la importancia que estos estados alterados han tenido para las sociedades amazónicas tribales a la hora de conformar su cultura.
La experiencia de ingerir ayahuasca —DMT orgánico tomado en combinación con la enredadera Banisteriopsis— tiene ciertas características que la sitúan en otro plano que el de la experiencia de fumar DMT. La ayahuasca es más suave y de mayor duración. Sus temas y alucinaciones están orientados hacia el mundo orgánico y natural, en marcado contraste con los motivos titánicos, ajenos y extraterrestres que caracterizan el flash de DMT. La causa de que existan estas grandes diferencias entre compuestos que parecen ser estructuralmente tan similares es un problema a investigar. En realidad, la relación completa entre los tipos específicos de visión y los compuestos que las producen es algo que no se comprende bien. En las áreas nativas en las que se consume, la ayahuasca se considera como un elixir con propósitos curativos generales y se la denomina la purga. Su eficacia a la hora de combatir los parásitos intestinales ya se ha comprobado. Su eficacia para eliminar el virus de la malaria empieza a investigarse. Y su larga historia de uso chamánico, eficaz en la psiquiatría popular, ha sido documentada por Naranjo, Dobkin de Ríos, Luna y otros[159].
Ayahuasca
La experiencia provocada por la ayahuasca incluye tapices extremadamente ricos de alucinación visual que son particularmente susceptibles de ser «conducidos» y dirigidos por el sonido, en particular el sonido producido vocalmente. En consecuencia, uno de los legados de las culturas que utilizan la ayahuasca es un gran provisión de icaros, o canciones mágicas (figura 26). La capacidad, la sofisticación y dedicación del ayahuasquero se pronostica por el número de cantos mágicos que él o ella ha memorizado de un modo eficaz. En las sesiones actuales destinadas a la curación, tanto el paciente como el sanador ingieren ayahuasca y el canto de las canciones mágicas es una experiencia compartida que en su mayor parte es visual.
El impacto del uso a largo plazo de indoles alucinógenos en la salud física y mental todavía no se conoce muy bien. Mis propias experiencias entre las poblaciones mestizas del Amazonas me han convencido de que los efectos a largo plazo del consumo de la ayahuasca son un estado extraordinario de salud e integración. Los ayahuasqueros utilizan el sonido y la sugestión para dirigir la energía curativa a las partes del cuerpo y aspectos no conocidos de la historia personal del individuo en los que las tensiones psíquicas permanecen. En ocasiones, dichos métodos muestran paralelismos sorprendentes con las técnicas de la psicoterapia moderna; otras veces parecen representar la comprensión de posibilidades y energías todavía no reconocidas por las teorías occidentales asociadas a la curación.
Lo que es de mayor interés desde el punto de vista de los argumentos expuestos en este libro son los persistentes rumores respecto a ciertos estados grupales de mente o telepatía que se producen entre los indígenas tribales menos aculturados. Nuestra historia de escepticismo y empirismo nos hará desechar estas afirmaciones por imposibles, pero hemos de pensárnoslo dos veces antes de hacerlo. La lección principal que hemos de aprender de la experiencia psicodélica es el grado en que los valores culturales inconscientes y las limitaciones del lenguaje nos han hecho prisioneros de nuestros propios supuestos, por lo que hay razones para que, sea donde fuere que se hayan utilizado los indoles alucinógenos, su consumo se haya equiparado con la autocuración mágica y la regeneración. La baja incidencia de enfermedades mentales graves entre estas poblaciones está bien documentada.
El padre de la psicofarmacología
La era moderna del interés farmacológico por el uso aborigen de las plantas alucinógenas es aún extraordinariamente breve. Sólo data de hace un siglo, de la gira por Estados Unidos del farmacólogo alemán Lewis Lewin.
Al volver a Berlín en 1887, Lewin llevaba consigo una cierta cantidad de botones de peyote, el cactus inductor de visiones de los indios sonora, que había obtenido de la compañía Parke-Davis durante su estancia en Detroit. Puso manos a la obra extractando, caracterizando y autoexperimentando con los nuevos compuestos descubiertos. En el lapso de una década, el peyote había atraído la suficiente atención como para que en 1897 el novelista y médico de Filadelfia Silas Weir Mitchell se convirtiera en el primer gringo que describiera la intoxicación con peyote:
El despliegue que siguió a lo largo de dos horas fue tal que me veo incapaz de describirlo en un lenguaje que pueda transmitir a los demás la belleza y esplendor de lo que vi. Estrellas… delicadas películas en color… luego, una repentina cascada de incontables puntos de luz blanca que se desplegaban en mi campo de visión, como si los ocultos millones de ellos de la Vía Láctea flotaran como brillantes ríos ante mis ojos… líneas en zigzag de colores muy brillantes… maravillosas olas cromáticas de la mayor viveza desaparecían antes de que pudiera nombrarlas. Luego, por primera vez, aparecieron objetos definidos asociados con los colores. Una lanza blanca de piedra gris creció hasta alcanzar una gran altura y se convirtió en una ricamente elaborada torre gótica de magnificó diseño, con muchas estatuas más bien gastadas que se encontraban en los portales o en soportes de piedra. Mientras mi mirada se posaba en cada ángulo proyectado o cornisa, e incluso en los rostros de la piedra, sus conjuntos, en diversa medida, se cubrían o dividían en grupos de lo que semejaban piedras preciosas de gran tamaño, pero sin tallar, algunas parecidas a masas de fruta transparente[160].
Los placeres de la mescalina
En 1897, Arthur Heffter, un rival de Lewin, se convirtió en el primer humano que aisló e ingirió mescalina pura. La mescalina es una poderosa anfetamina visionaria que se halla en el cactus del peyote Lophophora williamsii. La han venido utilizando por lo menos durante varios siglos los indios de Sonora en México. Su uso en el Perú, donde deriva de especies de cactus distintas del peyote y tiene por lo menos varios miles de años de antigüedad.
El psicólogo y pionero de la sexología Havelock Ellis, siguiendo el ejemplo de Weir Mitchell, pronto proporcionó su propio relato de los placeres de la mescalina:
Las visiones no parecían nunca objetos familiares; eran muy definidas, pero siempre novedosas; se acercaban y a la vez alejaban constantemente de su parecido con las cosas conocidas. Vi voluminosos y gloriosos campos de joyas, en solitario o agrupadas, a veces centelleantes, en otras ocasiones con un rico brillo difuso. Luego se desplegaban como formas de estilo floral ante mi vista y posteriormente parecían convertirse en preciosas mariposas o en un despliegue sin fin de fibrosas alas relucientes de maravillosos insectos… Surgieron formas monstruosas, paisajes de fábula, etc… Nos parece que cualquier esquema que, de un modo detallado, asigne diferentes clases de visiones a las fases sucesivas del estado de mescal debe considerarse como muy arbitrario. Lo único típico en referencia a la secuencia es que a visiones muy elementales le siguen visiones de un carácter más complejo[161].
La mescalina introdujo a los experimentadores en un agente del paradis artificiel más potente que el Cannabis o el opio. Las descripciones de los estados producidos por la mescalina difícilmente podían dejar de llamar la atención de los surrealistas y de los psicólogos, que también habían compartido la fascinación por las imágenes ocultas en las profundidades del recién definido inconsciente. El doctor Kurt Beringer, discípulo de Lewin y conocido de Hermann Hesse y Carl Jung, se convirtió en el padre de la psiquiatría psicodélica. Su enfoque fenomenológico potenciaba el relato de las visiones interiores. Condujo cientos de experimentos con mescalina en seres humanos. Los relatos de sus sujetos son fascinantes:
Una vez más la oscura habitación. De nuevo me atraparon las visiones de arquitecturas fantásticas, infinitos pasajes de estilo árabe se desplazaban como olas alternando con sorprendentes imágenes de figuras peculiares. Un diseño en forma de cruz aparecía con mucha frecuencia, con variaciones incesantes. De un modo continuo, las líneas centrales del ornamento se reproducían a sí mismas, retorciéndose como serpientes o disparándose como lenguas hacia los lados, pero siempre en línea recta. Los cristales aparecían una y otra vez, cambiando de forma y color con la misma rapidez que llegaban a mi vista. Entonces las imágenes se hicieron más constantes y lentamente se crearon dos grandes sistemas cósmicos, divididos por una suerte de linea, en una mitad superior y una inferior. Brillando con su propia luz, aparecieron en un espacio ilimitado. Desde su interior surgieron nuevos rayos con colores más luminosos y poco a poco se perfeccionaron y adoptaron la forma de prismas oblongos. Al mismo tiempo empezaron a moverse. Los sistemas, al acercarse el uno al otro, se atraían y repelían[162].
En 1927, Beringer publicó su obra magna Der Meskalinrausch, traducida al español pero nunca al inglés. Se trata de un libro muy inspirado que establece las bases para la ciencia de la farmacología de investigación.
Al año siguiente apareció publicada en inglés la obra de Heinrich Klüver Mescal, the Divine Plant and Its Psychological Effects. Klüver, basándose en las observaciones de Weir Mitchell y Havelock Ellis, volvió a introducir al mundo de habla inglesa en la idea de la farmacología visionaria. De particular importancia fue el hecho de que Klüver se tomara con seriedad el contenido alucinógeno de las experiencias que observaba y se convirtiera en el primero que intentó dar una descripción fenomenológica de la experiencia psicodélica:
Nubes de izquierda a derecha a través del campo óptico. La cola de un faisán (en el centro del campo) se convierte en una brillante estrella amarilla. Estrella centelleante. Mueve espirales refulgentes, «cientos» de espirales. Una secuencia de objetos, rápidamente cambiantes de atractivos colores. Rueda giratoria (diámetro aproximado, 1 cm) en el centro de un suelo plateado. De pronto, en la rueda aparece una imagen de Dios representado al estiló de las antiguas pinturas cristianas. Intención de contemplar un campo de visión homogéneamente oscuro: surgen zapatos rojos y verdes. La mayoría de los fenómenos se aprecian a una distancia más cercana que la de la lectura[163].
Un moderno Renacimiento
La investigación de los indoles alucinógenos también data de los años veinte. En Alemania se produjo un auténtico Renacimiento de la psicofarmacología. En esta atmósfera, Lewin y otros se interesaron por la harmina, un indol cuya única fuente se creía que era la Banisteriopsis caapi, la liana leñosa descubierta por Richard Spruce aproximadamente ochenta años antes. En realidad, el último trabajo publicado por Lewin refleja esta nueva fascinación por el caapi; titulado Banisteria Caapi, ein neues Rauschgift und Heilmittel, apareció en 1929. La excitación de Lewin y sus colegas era comprensible: etnógrafos como el alemán Theodore Koch-Grünberg volvieron del Amazonas con relatos de tribus que utilizaban drogas vegetales que inducían la telepatía para dirigir la trayectoria de sus sociedades. En 1927, el químico E. Perrot y M. Raymond-Hamet aislaron el agente activo de la Banisteriopsis caapi y lo denominaron telepatina. Años más tarde, en 1957, los investigadores se dieron cuenta de que la telepatina era idéntica al compuesto harmalina, extraído del Peganum harmala, y el nombre de harmina tuvo una preferencia oficial sobre el de telepatina.
En los años treinta, el entusiasmo por los alcaloides harmala había prácticamente desaparecido, así como una gran parte del interés por la etnofarmacología. Existieron, sin embargo, notables excepciones. Entre ellas estaba un austríaco expatriado que vivía en México.
Blas Pablo Reko, de nacimiento Blasius Paul Reko, fue una persona de amplios intereses. Su vida vagabunda lo llevó a los Estados Unidos, a Ecuador y finalmente a Oxaca, en México. Allí se interesó por la etnobotánica y lo que hoy se denomina arqueoastronomía, el estudio de las observaciones y actitudes de las antiguas culturas hacia las estrellas. Reko fue un observador astuto del uso de las plantas entre los nativos con los que vivía. En 1919, rebatiendo un artículo de William Safford, Reko escribió que era un hongo alucinógeno, y no peyote, lo que los chamanes de los pueblos mixtecos y mazatecos todavía utilizaban de un modo tradicional para provocar visiones[164]. En 1937, Reko envió a Henry Wassén, antropólogo y conservador del museo etnográfico de Göteborg, Suecia, un paquete que contenía colecciones de dos plantas que Reko había encontrado particularmente interesantes. Una de las muestras eran semillas de piule, las semillas visionarias del dondiego de día de la Ipomoea violacea, que contenía indoles alucinógenos relacionados con el LSD.
La otra muestra de Reko, por desgracia demasiado descompuesta para identificarla como especie, era un fragmento de teonanácatl, el primer espécimen de hongos con psilocibina que llamó la atención de los científicos. De este modo, Reko iniciaba el estudio de los alucinógenos indólicos de México y dos líneas de investigación y descubrimientos, que finalmente se reunirían cuando Albert Hofmann, el químico-farmacéutico suizo, sintetizó ambos compuestos en su laboratorio.
Susurros de un hongo del Nuevo Mundo
Reko había obtenido su muestra de hongos de Roberto Weitlander, un ingeniero europeo que trabajaba en México. Al año siguiente, 1938, un pequeño grupo que incluía a la hija de Weitlander y al antropólogo Jean Basset Johnson se convirtieron en los primeros blancos que participaron en una ceremonia de hongos que duraba toda la noche o velada.
Finalmente, Wassén llevó las muestras de Reko a Harvard, donde llamaron la atención del joven etnobotánico Richard Evans Schultes. Schultes había sido estudiante de medicina hasta que descubrió el trabajo de Klüver sobre la mescalina. Schultes creía que el hongo de Reko debía ser el misterioso teonanácatl descrito por los cronistas españoles. Junto con un estudiante de antropología de Yale, Weston La Barre, publicó un resumen de la evidencia de que el teonanácatl fuera un hongo psicoactivo.
El siguiente año nos encontramos a Schultes acompañando a Reko a la aldea de Huatla de Jiménez, en la Sierra Mazateca. Recogieron especímenes de hongos psicoactivos y los enviaron a Harvard. Pero a finales de los años treinta sucedían muchas cosas; al igual que sucedió con la investigación en muchas áreas, las investigaciones etnobotánicas fueron menguando hasta detenerse del todo cuando el mundo entró en la guerra mundial. Reko se retiró, y a medida que los japoneses aseguraban sus dominios en las plantaciones de caucho de Malaya, Schultes aceptó un trabajo en la cuenca amazónica para estudiar la extracción de caucho para la Office of Strategic Services. Pero antes de ello, en 1939, publicó The Identification of Teonanácatl, a Narcotic Basidiomycete of the Aztecs[165]. En esta obra, de un modo discreto, anunciaba la solución correcta de un enigma que en esa época no parecía más que un asunto de debate erudito entre los mesoamericanistas.
La invención del LSD
Pero, aunque las luces se apagaban en Europa, se produjo una revolución fundamental. En 1938, Albert Hofmann estaba dedicado a la investigación farmacológica más rutinaria en los laboratorios Sandoz, en Basilea, Suiza. Hofmann esperaba producir nuevas drogas que pudieran atenuar la fatiga y los dolores del parto. Mientras trabajaba con sustancias vasoconstrictoras derivadas del cornezuelo, Hofmann sintetizó el primer ácido d-lisérgico dietilamida tártrigo: el LSD-25. Hofmann, un hombre modesto, observó la correcta finalización de la síntesis, y el componente fue catalogado y almacenado sin probarlo. Allí permaneció, en plena Europa nazi, durante los siguientes cinco años. Cinco de los más tumultuosos años de la historia de la humanidad. Aterroriza imaginar algunas de las posibles consecuencias que hubiera tenido el que se hubiera reconocido el descubrimiento de Hofmann un poco antes.
Alfred Jarry pudo haber anticipado y alegorizado el gran acontecimiento cuando escribió «La Pasión considerada como una carrera ciclista de montaña»[166] en 1894. En realidad, los dadaístas, los surrealistas y sus precursores, que se agruparon alrededor de Jarry y su École du Pataphysique, hicieron mucho por explorar el uso del hachís y la mescalina como amplificadores de la expresión creativa. Prepararon el terreno cultural para la auténtica emergencia surrealista de la conciencia de la sociedad sobre el LSD. Todo entusiasta del LSD conoce la historia de cómo, el 16 de abril de 1943, inconsciente de que había absorbido una dosis de LSD manejando la sustancia sin guantes, el químico, y pronto héroe de la contracultura, Albert Hofmann se fue temprano del trabajo y pedaleó con su bicicleta por las calles de Basilea:
Me vi forzado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a media tarde y me fui a casa, afectado por una gran fatiga, combinada con un ligero mareo. Al llegar a casa me estiré y me hundí en una no desagradable intoxicación parecida al sueño, caracterizada por una imaginación muy estimulada. En un estado parecido al sueño, con los ojos cerrados (encontraba que la luz del día era desagradablemente deslumbrante), percibí un río ininterrumpido de fantásticas imágenes, extraordinarias formas con un intenso juego caleidoscópico de colores. Tras aproximadamente unas dos horas este estado desapareció[167].
La apertura de la caja de Pandora
Por último, en 1947, las noticias del extraordinario descubrimiento de Hofmann, un megalucinógeno activo en dosis de microgramo, aparecieron en la literatura científica. Como los acontecimientos de los años cincuenta clarificaron, se había abierto la caja de Pandora.
En 1954, Aldous Huxley escribió The Doors of Perception, un brillante experimento literario sobre el enfrentamiento intelectual europeo con la verdadera dimensión de la conciencia y del cosmos:
Lo que el resto de nosotros sólo ve bajo la influencia de la mescalina, el artista está congénitamente equipado para verlo siempre. Su percepción no está limitada a lo que biológica o socialmente es útil. Un poco del conocimiento que pertenece a la mente en sentido amplio se abre paso a través de la válvula reductora del cerebro y el ego, hacia su conciencia. Se trata de un conocimiento del significado intrínseco de cada existencia. Para el artista, como para el que toma mescalina, las tapicerías son jeroglíficos vivos que se presentan de un modo peculiarmente expresivo al insondable misterio de nuestro ser. Más incluso que la silla, pero quizás algo menos que esas flores sobrenaturales, los pliegues de mis grises pantalones de franela se cargaron de «existencia». De dónde sacaron este status privilegiado, no puedo decirlo[168].
En 1956, el químico checoslovaco Steven Szara sintetizó la dimetiltriptamina, DMT. El DMT sigue siendo el más poderoso de los alucinógenos y uno de los de más corta acción de los conocidos entre estos compuestos. Cuando el DMT se fuma, la intoxicación alcanza su apogeo en unos dos minutos y luego se debilita en unos diez. Las inyecciones son, por lo general, de efecto más prolongado. Veamos el relato de su descubridor:
Al tercer o cuarto minuto de la inyección aparecieron síntomas vegetativos, como sensaciones de hormigueo, temblores, ligeras náuseas, midriasis, elevación de la tensión sanguínea y aumento del ritmo del pulso. Al mismo tiempo aparecieron fenómenos eidéticos, ilusiones ópticas, pseudoalucinaciones, y más tarde alucinaciones reales. Las alucinaciones consistían en motivos orientales vivamente coloreados y en movimiento, y luego vi maravillosas escenas que se alternaban con mucha rapidez[169].
Un año más tarde, en mayo de 1957, Valentina y Gordon Wasson publicaron un (hoy famoso) artículo en la revista Life anunciando el descubrimiento del complejo del hongo de la psilocibina. Este artículo, mucho más que ningún otro escrito y publicado sobre el particular, introdujo en la conciencia de las masas la idea de que las plantas podían causar visiones exóticas, a veces incluso paranormales. Como banquero de Nueva York, Wasson estaba en buenas relaciones con los miembros del sistema. Por lo tanto, es natural que pudiera dirigirse a su amigo Henry Luce, editor de Life, cuando necesitó un foro público en el que anunciar sus descubrimientos. El tono del artículo de Life contrasta fuertemente con la histeria y distorsión con la que posteriormente reaccionaron los medios de comunicación americanos. El artículo es a la vez correcto y detallado, abierto y científico.
Los cabos químicos sueltos de los descubrimientos de Wasson fueron atados por Albert Hofmann, que hizo una segunda aparición estelar en la historia de la farmacología psicodélica aislando químicamente la psilocibina y determinando su estructura en 1958.
En el corto espacio de una docena de años del pasado reciente, desde 1947 hasta 1960, se habían determinado, purificado e investigado los más importantes alucinógenos indólicos. No es una coincidencia el hecho de que la década que siguió fuera la más turbulenta de la América de nuestro siglo.
El LSD y la década psicodélica de los años sesenta
Para comprender el papel de los psicodélicos en la década de los años sesenta, hemos de recordar las lecciones de la prehistoria y la importancia para los primeros seres humanos de la disolución de las fronteras en un ritual de grupo basado en la ingestión de plantas alucinógenas. El efecto de estos compuestos es, en su mayor parte, psicológico, y sólo está parcialmente condicionado; de hecho, estos compuestos actúan para disolver condicionamientos culturales de cualquier tipo. Fuerzan el corrosivo proceso de reforma de los valores de la comunidad. Estos compuestos deben reconocerse como agentes descondicionantes; al mostrarnos la relatividad de los valores convencionales, se convierten en poderosas fuerzas en la lucha política por el control de la evolución de las imágenes sociales.
La repentina introducción de un agente poderosamente descondicionante como el LSD tuvo el efecto de producir una deserción masiva de los valores de la comunidad, particularmente de los valores basados en una jerarquía dominante acostumbrada a reprimir la conciencia.
El LSD es único entre las drogas por su poder en la escala de su dosis. El LSD se detecta en los seres humanos en dosis de 50 microgramos, o 5/100.000 partes de un gramo. No se conoce componente alguno que pueda tener efectos apreciables en dosis tan bajas. Esto significa que diez mil dosis de 100 microgramos cada una pueden obtenerse en teoría de un gramo puro. Más que cualquier otro aspecto, esta vertiginosa proporción de masa física de valor de mercado explica el meteórico ascenso del uso del LSD y su consecuente represión. El LSD es inodoro e incoloro, y puede mezclarse con líquidos; cientos de dosis pueden esconderse en un sello de correos. Ni los muros de las prisiones ni las fronteras nacionales eran una barrera para el LSD. Puede manufacturarse en cualquier lugar con la tecnología necesaria y transportarse de inmediato por doquier. Millones de dosis de LSD pueden ser, y lo fueron, manufacturadas por muy poca gente. Los mercados piramidales formados alrededor de estas fuentes, el sindicalismo criminal, una condición previa para el fascismo, siguieron rápidamente a ello.
Pero el LSD es algo más que una mercancía: es una mercancía que disuelve la maquinaría social a través de la que se mueve. Este efecto ha hecho enloquecer a todas las facciones que han pretendido utilizar el LSD para avanzar una agenda política.
Un agente psicológicamente descondicionante es intrínsecamente una contraagenda. Una vez las distintas partes que tratan de lograr el control de la situación lo reconocen, son capaces de estar de acuerdo en algo: que el LSD debe eliminarse. Cómo y quién lo hizo es una vigorosa historia que ha sido muy bien contada, principalmente por Jay Stevens en Storming Heaven y Martin Lee y Bruce Shlain en Acid Dreams[170]. Estos autores aclaran que, cuando los métodos que funcionaron para los imperios coloniales del opio en el siglo XIX fueron aplicados por la CIA para controlar el estado mental interno de los americanos durante la guerra del Vietnam, estuvieron a punto de hacer estallar totalmente la situación psicosocial.
Lee y Shlain escriben:
El uso del LSD entre los jóvenes estadounidenses alcanzó su apogeo a finales de la década de los años sesenta; poco después, la CIA inició una serie de operaciones encubiertas con el fin de desarticular, desacreditar y neutralizar a la Nueva Izquierda. ¿Fue esto una mera coincidencia histórica, o la Agencia realmente dio pasos para promover el comercio ilícito de ácido? No sorprende el hecho de que el portavoz de la CIA negara esta posibilidad. «No apuntamos a ciudadanos americanos», dijo el antiguo director de la CIA Richard Helms a la Sociedad Americana de Editores de Prensa en 1971. «La nación debe tener fe en que los que dirigimos la CIA somos hombres honorables dedicados al servicio de la nación».
Las afirmaciones de Helms son poco tranquilizadoras a la luz de su propio papel como primer instigador de la Operación MK-ULTRA, que utilizó a inconscientes americanos como conejillos de indias para probar el LSD y otras sustancias que alteran la mente.
Como se supo, casi todas las drogas que aparecieron en el mercado negro en la década de los años sesenta —marihuana, cocaína, heroína, PCP, nitrato de amilo, los hongos, el DMT, los barbitúricos, el gas de la risa, las anfetaminas y muchas otras— fueron previamente analizadas, probadas y en algunos casos refinadas por la CIA y los científicos del ejército. Pero, de todas las técnicas exploradas por la Agencia en sus multimillonarios veinticinco años de búsqueda para conquistar la mente humana, ninguna recibió tanta atención o fue acogida con tanto entusiasmo como el LSD-25. Durante un tiempo, el personal de la CIA se obsesionó totalmente con el alucinógeno. Los primeros que probaron el LSD en la década de los años cincuenta estaban convencidos de que revolucionaría el mercado. Durante el mandato de Helms como director de la CIA, la Agencia dirigió una campaña doméstica masiva e ilegal contra el movimiento pacifista y otros elementos disidentes de los Estados Unidos[171].
A raíz de la exitosa campaña, la Nueva Izquierda estaba ya tambaleándose cuando Helms se retiró de la CIA en 1973. La mayoría de los archivos oficiales pertenecientes a los proyectos de la CIA sobre drogas y el control mental, se destruyeron siguiendo órdenes de Helms poco antes de su marcha. Las carpetas se hicieron trizas, según el doctor Sidney Gottlieb, jefe del Departamento de Servicios Técnicos, «a causa de un problema burocrático». En el proceso se perdieron numerosos documentos concernientes al empleo operativo de drogas alucinógenas, incluidas todas las copias existentes de un manual clasificado de la CIA titulado «LSD: Algunas implicaciones psicodélicas»[172].
La época era extraordinaria, y todavía más gracias a las fantasías que trataban de controlarla. Los años sesenta casi pueden contemplarse como una época en la que dos conjuntos de mentes se enfrentaron en una atmósfera cercana a la de la guerra. Por un lado, los sindicatos internacionales de la heroína trataron de narcotizar a los guetos negros americanos, mientras engañaban a la clase media para que sostuviera el aventurismo militar. Por otro, sindicatos criminales autoorganizados manufacturaron y distribuyeron millones de dosis de LSD mientras sostuvieron una muy visible campaña subterránea para su propia infamia de criptoanarquía psicodélica.
El resultado de este encuentro puede verse con algo de orgullo. La guerra en el sudeste asiático fue una derrota catastrófica para él sistema americano, pero paradójicamente un retazo de utopía psicodélica sobrevivió al encuentro. Todas las drogas psicodélicas, incluso las más desconocidas, como la ibogaina y la bufotinina, se convirtieron en ilegales. Una lenta reestructuración de valores dio comienzo en Occidente, aunque en la década de los años setenta y ochenta la necesidad de negar el impacto de los años sesenta tomara a veces el aspecto de una obsesión masiva. A medida que avanzaban los años setenta, el nuevo orden del día de la industria se hizo evidente; mientras que la heroína perdía algo de su glamour, ahora tocaba televisión para el pobre y cocaína para el rico.
A finales de los años sesenta la investigación sobre los psicodélicos se había eliminado; no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Y esto ocurrió a pesar del enorme interés que despertaron dichas investigaciones entre los psicólogos y los estudiosos del comportamiento humano, un interés análogo a los sentimientos que despertó en la comunidad de los físicos la noticia de la escisión del átomo. Pero mientras que el poder del átomo, convertible en armas de destrucción masiva, era fascinante para el sistema dominante, la experiencia psicodélica desapareció definitivamente en su propio abismo.
La nueva era de represión llegó a pesar del hecho de que un cierto número de investigadores estaba utilizando el LSD para curar condiciones antes consideradas sin tratamiento posible. El psiquiatra canadiense Abram Hoffer y Humphrey Osmond compararon los resultados de once estudios independientes sobre el alcoholismo y llegaron a la conclusión de que el 45 por ciento de los pacientes tratados con LSD mejoraron[173]. Se obtuvieron resultados prometedores en el intento de tratar a los esquizofrénicos, los niños autistas y las depresiones más profundas. Muchos de estos descubrimientos fueron contestados después de que el LSD se convirtiera en ilegal, pero nunca se diseñaron mejores experimentos y los trabajos no pudieron repetirse a causa de su ilegalidad. Los prometedores nuevos usos psiquiátricos del LSD para tratar el dolor, la adicción, el alcoholismo y la depresión en las enfermedades terminales se cancelaron definitivamente[174]. Le tocó a la humilde ciencia de la botánica mejorar nuestra comprensión de las plantas alucinógenas.
Richard Schultes y las plantas alucinógenas
En el centro de esta silenciosa revolución de la botánica había un solo hombre, Richard Evans Schultes; el mismo Schultes que había visto interrumpida su investigación mexicana por la segunda guerra mundial. Schultes pasó más de quince años en la cuenca del Amazonas; realizó informes para la OSS sobre el cultivo natural del caucho hasta que la invención del caucho sintético hizo innecesaria su labor; y estudió y recolectó las orquídeas de las selvas del altiplano. A medida que Schultes iba viajando, se tornó evidente que su interés por los experimentos de Klüver con la mescalina, y su fascinación por las plantas psicoactivas de México, no podían desperdiciarse en Sudamérica.
Años más tarde, escribió sobre su trabajo entre los chamanes del valle de Sibundoy, en el sur de Colombia: «El chamanismo del valle puede representar quizá la conciencia narcótica más evolucionada de la Tierra». Lo que era cierto para Sibundoy era casi tan cierto para el Alto Amazonas en general, y en las décadas siguientes fueron Schultes y sus discípulos quienes practicaron y difundieron el evangelio de la moderna etnobotánica.
Schultes, desde los inicios de su trabajo, se concentró en las plantas psicoactivas. Reconoció de un modo correcto que los aborígenes que habían compuesto meticulosamente un arsenal de plantas curativas y medicinales estaban en la mejor disposición para comprender sus efectos mentales. Tras su trabajo primerizo sobre el peyote y los hongos, Schultes dirigió su atención a las distintas especies del dondiego de día productoras de visiones utilizadas en Oxaca. En 1954 publicó textos sobre los rapés del Amazonas y anunció al mundo la existencia del uso tradicional chamánico de plantas productoras de DMT.
A lo largo de los siguientes treinta y cinco años, el grupo de Harvard investigó detalladamente y publicó todos los ejemplos de uso de plantas psicoactivas que observaron. Este cuerpo de trabajo, ahora en continua expansión —un cuerpo integrado por información taxonómica, etnográfica, farmacológica y médica—, constituye el núcleo de la base de datos globalmente utilizada.
El nacimiento de la etnopsicofarmacología se produjo en Harvard, bajo la atenta mirada de Schultes, desarrollándose la mayor parte de este trabajo en los turbulentos años en los que Timothy Leary estaba también en Harvard ganándose un tipo muy distinto de reputación, mediante su esfuerzo por situar la experiencia psicodélica en el orden del día social.
Leary en Harvard
Es dudoso que Leary y Schultes tuvieran algo en común. Difícilmente podían haber sido más distintos. Schultes, el reticente brahmín, erudito y científico/botánico; Leary el embaucador chamánico y científico social. La primera experiencia psicodélica de Leary fue con hongos; más tarde recordaría que fue reclutado por lo que él denominaba «mi misión planetaria» en este primer encuentro con la psilocibina en México. Pero la oportunidad política hizo excesivo el Proyecto Psilocibina de Harvard; el LSD era más accesible y menos caro que la psilocibina. Michael Hollingshead fue el mayor responsable a la hora de hacer del LSD la droga preferida de los círculos psicodélicos de Harvard:
[Leary] se entregó a Hollingshead como a su guru. Leary lo seguía a todas partes… Richard Alpert y Ralph Metzner, dos de los compañeros más cercanos de Leary, estaban enojados por verlo en un estado tan desamparado. Pensaron que realmente había destrozado su mente y se quejaron a Hollingshead. Pero sólo era cuestión de tiempo que probaran el tarro de la mayonesa. Hollingshead dio la droga a los miembros del proyecto de la psilocibina y desde entonces el LSD fue parte de su repertorio de investigación[175].
Psilocibina: los psicodélicos: en los años setenta
Con la represión de la subcultura psicodélica que se inició al convertirse en ilegal el LSD, en octubre de 1966, la evolución de la sofisticación de las sustancias pareció perder ímpetu. El desarrollo más significativo en la década de los años setenta, desde el punto de vista de los introducidos al potencial psicodélico por sus primeras experiencias con el LSD y la mescalina, fue la aparición, iniciada a finales de 1975, de técnicas y manuales para el cultivo casero de hongos de psilocibina. Aparecieron diversos manuales de este estilo; el primero fue Psilocybin: The Magic Mushroom Grower’s Guide, escrito por mi hermano y yo y publicado bajo los seudónimos de O. T. Oss y O. N. Oeric. El libro vendió unos cien mil ejemplares en los cinco años siguientes y algunos imitadores también consiguieron estar a la altura. A partir de entonces, la psilocibina, con la que la comunidad psicodélica estaba familiarizada a través de la comunicativa prosa de Wasson y Leary, se puso a disposición de un gran número de personas, que ya no tuvieron necesidad de viajar a Oxaca para conseguir la experiencia.
La atmósfera de la psilocibina es distinta a la del LSD. Las alucinaciones se obtienen más fácilmente, lo que proporciona una sensación de que no se trata sólo de un mecanismo para la inspección de la psique personal, sino de un instrumento de comunicación para ponerse en contacto con el mundo del chamanismo superior de la antigüedad arcaica. Una comunidad de terapeutas y astronautas de los espacios interiores ha evolucionado alrededor del uso de los hongos. Hoy en día, esos silenciosos grupos de profesionales y pioneros internos constituyen el núcleo de la comunidad de personas que han admitido el hecho de la experiencia psicodélica en sus vidas y profesiones y que siguen aferrados a ella y aprenden de ella.
Y aquí dejaremos la historia de la implicación humana con las plantas que intoxican, provocan visiones o producen frenesí. En realidad, no sabemos más de lo que sabían nuestros remotos ancestros. Quizá menos. En realidad, ni siquiera estamos seguros de cuál es la ciencia, la herramienta epistemológica de la que más hemos de depender, adecuada a la tarea. Aunque podemos empezar nuestra búsqueda desde los fríos dominios de la arqueología, la botánica o la neurofarmacología, lo sorprendente y milagroso es el hecho de que todas estas aproximaciones, cuando se ven con ojos psicodélicos, parecen conducir al nexo interno del sí mismo y el mundo que experimentamos como el nivel más profundo de nuestro ser.
Implicaciones psicodélicas
¿Qué significa que el esfuerzo farmacológico para reducir la mente a una maquinaria molecular confinada en el seno del cerebro nos haya devuelto una visión de la mente que le otorga casi proporciones cósmicas? Las drogas parecen los agentes potenciales tanto de nuestro retorno al mundo animal como de nuestra metamorfosis en un brillante sueño de posible perfección. «El hombre es un lobo para el hombre», escribió el filósofo social inglés Thomas Hobbes, y «El hombre es como un dios para el hombre». A ello podemos añadir: «Y nunca en mayor medida que cuando utiliza drogas».
La década de los ochenta fue una era extrañamente vacía de desarrollos en el área de los psicodélicos. Las anfetaminas sintéticas como el MDA estuvieron esporádicamente disponibles desde principios de los años setenta, y durante los años ochenta el MDMA (el éxtasis) apareció en cantidades significativas. El MDMA en concreto se mostró prometedor utilizado en psicoterapia directa[176], pero esas drogas fueron rápidamente ilegalizadas y forzadas a pasar al mercado clandestino antes de que tuvieran un impacto general en la sociedad. El MDMA fue simplemente el eco más reciente de la búsqueda del equilibrio interno que impulsa cualquier cambio de estilo en el uso de la droga y la exploración interna. El terror de la droga en la década de los años ochenta fue el crack de cocaína, una droga cuyo perfil económico y alto riesgo de adicción la hicieron ideal, a los ojos de la ya establecida estructura, para abastecer el mercado ordinario de cocaína.
Los costes de la educación sobre las drogas y el tratamiento de las drogodependencias son pequeños en relación a los gastos rutinarios militares, y pueden soportarse. Lo que no podía soportarse son los efectos que los psicodélicos tienen a la hora de conformar la autoimagen cultural en el caso de que todas las drogas fuesen legales y estuvieran a disposición de las personas. Ésta es la causa oculta que hace que los gobiernos no contemplen la legalización; el cambio de conciencia imposible de manipular que provocarían las drogas legales, incluyendo las drogas psicodélicas, sería demasiado amenazador para una cultura dominante, orientada al ego.
La conciencia pública del problema
Hasta ahora ha faltado conciencia pública de las salidas en relación con las drogas, y la opinión pública ha sido manipulada muy fácilmente. La situación debe cambiar. Hemos de prepararnos para dominar el problema de nuestras relaciones con las sustancias psicoactivas. Ello no puede lograrse mediante una llamada a ciertos comportamientos estándares antihumanos que provoquen una mayor represión de la psique de las masas a cargo de la metáfora dominante. No puede existir un «Di no» a las drogas; no debe plantearse nada estúpido o absurdo. No debemos dejarnos convencer por las filosofías autocomplacientes que ven el hedonismo sin cortapisas como el Santo Grial de la organización social. Nuestra única solución razonable es descriminalizar las drogas, educar a las masas, y entronizar el chamanismo como un enfoque interdisciplinario y profesional de estas realidades. Son nuestras almas las que han enfermado cuando hemos abusado de las drogas, y el chamán es el sanador de almas. Estas medidas no resolverán de inmediato el problema general de las drogas, pero preservarán el profundamente necesario acueducto hacia el espíritu que hemos de construir si esperamos reestructurar la actitud de la sociedad hacia el uso y abuso de plantas y sustancias.
Una simbiosis psicofísica interrumpida entre nosotros y las plantas visionarias es la causa no reconocida de la alienación de la modernidad y el conjunto mental cultural de la civilización planetaria. Una actitud, de proporciones mundiales, de temor hacia las drogas está siendo alentada y manipulada por la cultura dominante y sus órganos de propaganda. Se siguen haciendo grandes fortunas ilícitas; el gobierno sigue frotándose las manos. Éste no es más que el esfuerzo más reciente para aprovecharse y frustrar nuestra profunda necesidad instintiva, como especie, de tomar contacto con la mente gaica del planeta vivo.