CAPÍTULO

10

La balada de los tejedores de sueños: el Cannabis y la cultura

No hay planta alguna que haya sido durante un tiempo tan prolongado parte de la familia humana como la planta del cáñamo. Las plantas de cáñamo y restos de antiguas cuerdas se han hallado en los primeros estratos de muchas localizaciones euroasiáticas. El Cannabis, una planta nativa de las tierras de Asia central, se difundió por todo el mundo por medio de la intervención humana. Fue introducida muy tempranamente en África, y linajes adaptados al frío viajaron con los primeros hombres que cruzaron el puente de tierra hasta el Nuevo Mundo. A causa de su pandémica extensión y adaptabilidad ambiental, el Cannabis tuvo un gran impacto en las formas sociales humanas y en las autoimágenes culturales. Cuando la resina de la planta del Cannabis se junta en apretadas bolas negras, sus efectos, en el caso de que el material se coma, son comparables a los de un alucinógeno. Se trata del clásico hachís.

Los miles de nombres bajo los que se conoce el Cannabis en cientos de lenguas son un testamento no sólo de su historia cultural y ubicuidad, sino también de su poder de inspirar la facultad creativa del lenguaje del alma poética. Kunubu es la denominación encontrada en un papiro asirio que se ha fechado aproximadamente en el año 685 a. C.; cien años más tarde se le llama kannapu, la raíz del Cannabis griego y latino. Es bang, beng, y bbnj; es ganja, gangika y ganga. Asa para los japoneses, es dagga para los hotentotes; se le conoce también por keif, keef, kerp y ma.

Sólo el slang americano contiene un número prodigioso de palabras para el Cannabis. Incluso anteriormente a 1940, antes de formar parte de la corriente principal de la cultura blanca, el Cannabis era conocido como muggles, mooter, reefer, greefa, griffo, Mary Warner, Mary Weaver, Mary Jane, Indian hay, loco weed, love weed, joy smoke, giggle smoke, bambalacha, mohasky, mu, y moocah. Estos términos son los mantras de una subclase de religión orientada a la experiencia que adoraba a una alegre diosa verde[105].

Hachís

Hachís

El hachís tiene miles de años de antigüedad, aunque el momento en que los seres humanos empezaron a juntar y concentrar la resina del Cannabis de este modo no está claro. El acto de fumar los derivados del Cannabis, el modo más rápido y eficaz de experimentar sus efectos, llegó a Europa más bien tarde. De hecho, el mismo acto de fumar sólo se introdujo en Europa cuando Colón volvió con tabaco tras su segundo viaje al Nuevo Mundo.

Se trata de algo notable: un importante patrón de comportamiento era desconocido en Europa hasta hace relativamente muy poco. Hemos de indicar que los europeos parecen por lo general resistentes al desarrollo de estrategias novedosas concernientes al uso de la droga. Por ejemplo, el enema, otro medio para administrarse fuertes extractos de planta, fue también desarrollado en el Nuevo Mundo por indios de la jungla amazónica ecuatorial que conocían el caucho natural. Su desarrollo permitió experimentar con plantas cuyos efectos o gusto eran desagradables al ingerirse oralmente.

No es posible establecer con certeza cuándo se fumó por primera vez el Cannabis, o si el acto de fumar fue alguna vez una parte del repertorio cultural de los pueblos del Viejo Mundo que después se perdió, sólo para introducirse de nuevo desde el Nuevo Mundo en tiempos de la conquista española. Dado que fumar era algo desconocido para los griegos y los romanos, pudo haber florecido en el Viejo Mundo en tiempos prehistóricos. Las excavaciones arqueológicas de Non Nak Tha en Tailandia han descubierto, en tumbas datadas en el año 15.000 a. C., los restos de huesos de animales que parecen haber albergado material vegetal quemado repetidas veces en sus huecos. El instrumento favorito para fumar el Cannabis en India, incluso hoy en día, es el chelum, un sencillo tubo de madera, cerámica o piedra pómez relleno de tabaco o hachís. Durante cuánto tiempo los chelums se han usado en la India es aún un tema de debate, pero hay pocas dudas sobre la eficacia del método.

Los escitas

Los escitas

Los escitas, un grupo bárbaro nómada del Asia central que penetró en la Europa del este aproximadamente en el año 7000 a. C., es el pueblo que llevó el uso del Cannabis al mundo europeo. Herodoto describe su nuevo método de autointoxicación, una suerte de sauna de Cannabis:

En este país [Escitia] crece una especie de cáñamo, parecido al lino, excepto en su grosor y altura; en este sentido, el cáñamo es muy superior: crece tanto en cultivo como en estado salvaje… Cuando, por lo tanto, los escitas han tomado algunas semillas de este cáñamo, se deslizan bajo la tela [de la sauna] y ponen la semilla en piedras al rojo vivo; éstas producen humo y su vapor no puede mejorarse mediante ningún baño de vapor griego. Los escitas, transportados por el vapor, se ponen a chillar[106].

En otro lugar, Herodoto comenta otro método similar:

[Los escitas] han descubierto otros árboles que producen un fruto de una clase particular, el cual los indígenas, cuando se encuentran en grupos y han encendido un fuego, lanzan a éste, mientras se sientan a su alrededor en círculo; al inhalar los humos del fruto que se quema en el fuego se intoxican con el olor, del mismo modo que los griegos hacen con el vino; cuantos más frutos echan más se intoxican, hasta que se levantan para danzar y ponerse a cantar[107].

Estos pasajes de Herodoto demuestran que aunque los escitas habían descubierto que inhalar el humo del Cannabis era el mejor modo de disfrutarlo, sin embargo habían sido incapaces de dar el salto creativo que llevó a la invención de la pipa de chelum. El gran herborista y científico natural Dioscórides describe también el Cannabis, pero hasta que se adoptaron prácticas de fumar efectivas éste no hizo perder la cabeza a las culturas europeas y americanas.

India y China

India y China

La tradición china sostiene que el cultivo del cáñamo comenzó en épocas tan tempranas como el siglo XXVIII a. C., cuando el emperador Shen-Nung enseñó a cultivar el cáñamo con la finalidad de hacer fibras. En los albores del 220 d. C., el médico Hoa-tho recomendaba con claridad preparaciones de cáñamo en vino como anestésico: «Tras cierto número de días o cuando se cumple un mes el paciente descubre que se ha recuperado sin haber experimentado el menor dolor durante la operación»[108].

El Cannabis se utilizó y contempló como planta de gran poder espiritual durante muchos siglos en India antes de que se fumara. El opio también parece haber sido utilizado durante muchos siglos antes de descubrirse su eficacia a través del humo. La conciencia del cáñamo en la India no puede documentarse antes del año 1000 a. C., pero en ese tiempo era conocido como remedio, y los nombres por los que se conocía en las primeras farmacopeas indias indican que su actividad como euforizante se conocía perfectamente. Una conciencia general de las propiedades del Cannabis fue creciendo paulatinamente, y no puede suponerse que circulara hasta las proximidades del siglo X d. C., poco después de la invasión islámica de la India hindú. El Cannabis está asociado con el esotérico, y por lo tanto secreto, aspecto de la religiosidad musulmana e hindú. La espiritualidad esotérica, las prácticas yóguicas de los saddhus y el acento en la experiencia directa de lo trascendente, no son otra cosa que diversos aspectos de la veneración del Cannabis en la India. J. Campbell Oman, un observador del folclore indio de finales del siglo XIX, escribió:

Sería un estudio filosófico interesante el intento de trazar la influencia de estos poderosos narcóticos en las mentes y cuerpos de los monjes itinerantes que habitualmente lo utilizaban. Podemos estar seguros de que estas drogas del cáñamo, conocidas desde tiempos muy tempranos en Oriente, son responsables de sus más salvajes sueños[109].

El Cannabis como estilo cultural

El Cannabis como estilo cultural

Oman contempla en este texto un tema muy fructífero: el grado en que el estilo y forma de vida de una cultura puede impregnarse con las actitudes y suposiciones engendradas por una planta psicoactiva o droga particular. Hay algo cierto en la idea de que los estilos arquitectónicos y los motivos de Mughal Delhi o el Isfahan del siglo X derivan de algún modo, o se han inspirado, en visiones producidas por el hachís. Y existe algo de verdad en la idea de que el alcohol canalizó el desarrollo de formas sociales y la autoimagen cultural de la Europa medieval. Los supuestos estéticos y los estilos son índices del nivel y tipo de comprensión que la sociedad autoriza. Cada tipo de asociación con las plantas tiene tendencia a acentuar algunos aspectos y disminuir otros.

Los estilos y la ostentación estética personal son normalmente un anatema para la mentalidad absurda y cerrada de las culturas dominantes. En las culturas dominantes sin tradición viva del uso de las plantas que disuelven los condicionamientos sociales, estas ostentaciones se consideran una prerrogativa de la mujer. Los hombres que se dedican a estas cosas se suelen considerar homosexuales, lo que quiere decir que no siguen los cánones aceptados del comportamiento masculino en el seno del modelo dominante. La longitud del pelo de los hombres, que se advirtió con el ascenso del uso de la marihuana en los Estados Unidos en la década de los sesenta, es un caso clásico de una influencia de los valores aparentemente femeninos que acompañaron al uso de la planta que eliminaba los límites. La histérica reacción a este ajuste menor en el comportamiento cotidiano mostró la inseguridad y la sensación de peligro experimentada por el ego masculino en presencia de cualquier factor que tuviera tendencia a restaurar la importancia de la fraternidad en los asuntos humanos.

En este contexto es interesante señalar que el Cannabis se produce en forma de hembra y de macho. Y la identificación, el cuidado y la propagación de la especie hembra es la preocupación principal del cultivador interesado en el poder narcótico de la planta. Ello se debe a que la resina es un producto exclusivo de la planta hembra. Las plantas macho no sólo no producen una droga que pueda utilizarse, sino que si el polen de las plantas macho alcanza a las plantas hembras, éstas empiezan a «poner» semillas y dejan de producir resina. Se trata de una feliz coincidencia el hecho de que los efectos subjetivos del consumo del Cannabis y el cuidado y la atención precisas para producir un linaje de buena resina conspiren para acentuar valores orientados hacia la honra y la conservación de lo femenino.

Del conjunto de plantas intoxicantes pandémicas que hay en la tierra, el Cannabis sólo va detrás de los hongos en su fomento de los valores sociales y relaciones sensoriales que tipifican la sociedad fraternal original. ¿Cómo explicar, si no, la constante persecución del uso del Cannabis frente a la abrumadora evidencia que demuestra que, de todos los intoxicantes utilizados, el Cannabis está entre los más benignos? Sus consecuencias sociales son mínimas comparadas con las del alcohol. El Cannabis es un anatema para la cultura dominante al descondicionar o alejar a sus usuarios de los valores aceptados. Por su efecto subliminalmente psicodélico, el Cannabis, cuando se convierte en una forma de vida, pone a una persona en contacto intuitivo con pautas de comportamiento menos orientadas a fines, así como menos competitivas. Por estas razones, la marihuana está mal vista en el ambiente de las modernas oficinas, mientras que una droga como el café, que refuerza los valores de la cultura industrial, es a la vez bienvenida y alentada. El uso del Cannabis se considera como herético y muy desleal con los valores dominantes y la estratificada jerarquía masculina. Ésta es la causa de que la legalización de la marihuana sea un tema peliagudo, puesto que implica legalizar un factor social que puede mejorar o incluso modificar los valores egodominantes.

La legalización y el hecho de someter a impuestos a la marihuana podría producir una base fiscal que ayudaría a eliminar el déficit nacional en los Estados Unidos. Por el contrario, se siguen gastando millones de dólares con el fin de erradicar la marihuana; una política que produce sospechas y una clase criminal permanente en comunidades que están, por otra parte, entre las más cumplidoras de la ley del país.

Como hemos dicho, el desprecio de la sociedad frente al usuario del Cannabis es un disfrazado desprecio de los valores comunitarios y de lo femenino. ¿Cómo explicar, si no, la necesidad de los medios de comunicación de repudiar constantemente el uso de drogas psicodélicas y los experimentos sociales underground de los años sesenta? El temor que engendraron los «hijos de las flores» en el sistema se comprende cuando se analiza a la luz de la idea de que lo que molestaba a éste era el florecimiento de un pensamiento de tierna fraternidad basado en un sentido rebajado de la autoimportancia.

El Cannabis clásico

El Cannabis clásico

El historiador romano de la naturaleza Plinio (23-79 d. C.) reproduce un fragmento de Demócrito referido a una planta denominada thalassaegle o potamaugis, que muchos estudiosos creen que se refiere al Cannabis:

Beberla produce delirio, el cual presenta extrañas visiones de la más extraordinaria naturaleza. La cheangelis, dice, crece sobre el monte Líbano en Siria, sobre la cadena de montañas llamada Dicte en Creta y en Babilonia, y Susa en Persia. Una infusión de ella imparte poderes de adivinación a los magi. La gelotophyllis es también una planta que se encuentra en la Bactriana y en las riberas de los Boristenes. Si se ingiere con mirra y vino toda suerte de formas visionarias se presentan por sí solas y llevan a la risa más inmoderada[110].

Dioscórides, que escribió en el siglo I, da una excelente descripción del Cannabis y describe su uso en el arte de hacer cuerdas y en la medicina, pero nada dice de sus propiedades intoxicantes. Puesto que el clima favorecía el crecimiento del cáñamo y el islam alentaba su uso frente al del alcohol, en el mundo árabe y en Oriente Próximo el Cannabis se convirtió para muchos en el intoxicante preferido. Esta predilección por el hachís y el Cannabis era ya muy antigua en tiempos del Profeta, que explica por qué el alcohol estaba explícitamente prohibido a los fieles y el hachís era tema de disputa teológica. Alrededor del 950 d. C. el uso y el abuso del hachís se difundió lo suficiente como para ocupar una posición destacada en la literatura del período. Un perfecto compendio de las actitudes de la sociedad dominante hacia el Cannabis se aprecia en lo que sigue, una de las primeras descripciones que poseemos de un comportamiento adictivo con la planta:

Un sacerdote musulmán que estaba sermoneando en la mezquita contra el uso del «beng», una planta cuya cualidad principal es intoxicar e inducir al sueño, se dejó llevar a tal extremo por la violencia de su exhortación que un papel que contenía un poco de la prohibida droga que a veces lo tenía esclavizado cayó de su pecho frente a la audiencia. El sacerdote, sin perder la compostura, gritó de inmediato: «Aquí está el enemigo, el demonio del que os he hablado: la fuerza de mis palabras lo ha hecho volar, vigilad que al abandonarme no se introduzca en ninguno de vosotros y lo posea». Nadie se atrevió a tocarlo; tras el sermón, el celoso sofista recupero su «beng»[111].

Como esta historia nos demuestra, el ego del monoteísta es capaz de las más extraordinarias hazañas de autoengaño.

El Cannabis y el lenguaje de la historia

El Cannabis y el lenguaje de la historia

El Cannabis es una planta de múltiples aplicaciones: pronto llamó la atención de los cazadores-recolectores como fuente de fibra para tejer y hacer cuerdas. Pero, a diferencia de otras plantas propias para ello —el lino del Asia central o el chimbira del Amazonas—, el Cannabis es también psicoactivo. En este contexto, es interesante destacar que el vocabulario referido al discurso hablado es a menudo el mismo que se utiliza para describir la fabricación de la cuerda y el tejido. Uno teje una historia, hilvana un argumento o sigue el hilo. Las mentiras se confeccionan, la realidad es una trama eterna. ¿Refleja este vocabulario compartido una antigua conexión entre la planta intoxicante del cáñamo y los procesos intelectuales que subyacen al descubrimiento del arte de tejer y contar historias? Sugiero que puede ser así. El Cannabis es el mejor candidato para reemplazar a los hongos sagrados de la psilocibina de las antiguas culturas de Oriente Próximo. Aunque dicha transición desde los hongos al Cannabis se remonta al pasado, su legado a la presente era es la asociación del Cannabis con el estilo de la sociedad fraternal. Y, en realidad, la creciente presencia del Cannabis en la sociedad védica y posteriormente en el islam puede que actuara como freno al ascenso de los valores dominantes. Ciertamente alentó a las fuerzas heterodoxas —shivitas, en el caso del hinduismo, y sufís, en el del islam—, que no ocultaron su asociación con el Cannabis como fuente de inspiración religiosa de carácter, en su caso, particularmente femenino.

El papel del Cannabis en la sociedad europea es complejo. Marco Polo, cuyas hazañas y descripciones de viajes del misterioso Oriente tanto hicieron por catalizar y enriquecer la imaginación europea, nos ofrece una de las primeras y más leídas descripciones del uso del hachís, cuando repite el popular cuento de «El viejo de la montaña», Ibn el Sabah, reputado líder del violento culto de los hashishin, la infame secta de los asesinos. Según la leyenda, los jóvenes que querían iniciarse en la secta recibían grandes dosis de hachís y luego eran introducidos en un «paraíso artificial», un oculto valle de jardines florales exóticos, surtidores y jovencitas núbiles. Luego se les decía que retornar a esta tierra de ensueño sólo era posible tras llevar a cabo ciertos actos de criminalidad política. Por ello se cree que las palabras «hashishin» y «asesino» están etimológicamente emparentadas. La verdad de esta historia es muy discutida, pero no hay duda de que fue la circulación de este relato en Europa la que otorgó su leyenda negra, así como su fascinación, al Cannabis.

Unos quinientos años después de Marco Polo, la administración francesa del Egipto napoleónico fracasó en sus intentos de control de la producción y comercio de las preparaciones de Cannabis. En respuesta a un bando sobre su venta, contrabandistas griegos empezaron pronto un lucrativo negocio clandestino consistente en importar hachís a Egipto.

Militarmente, la expedición de Napoleón a Egipto fue un fracaso, pero como esfuerzo de fertilización cruzada de culturas dispares fue un éxito clamoroso. Napoleón llevó consigo a Egipto una excelente biblioteca y 175 eruditos que observaron, hicieron esbozos y recogieron información lingüística y cultural. Este esfuerzo dio como resultado final la publicación de veinticuatro volúmenes (Description d’Égipte) entre 1809 y 1813. Estos volúmenes inspiraron una amplia variedad de libros de viajes y en general fueron un gran estímulo para la imaginación europea.

La orientomanía y el Cannabis en Europa

La orientomanía y el Cannabis en Europa

Mientras Napoleón luchaba contra el predominio del uso del Cannabis en Egipto, en Europa surgían nuevas fuerzas intelectuales. El romanticismo, la orientomanía y la fascinación por la psicología y lo paranormal se combinaron en la firmemente establecida clase superior que puso de moda el opio y la tintura del opio, el láudano, para crear un clima en el que los reputados placeres del hachís podían ser explorados por almas incondicionales y atrevidas. El ambiente intelectual y legal de la ingesta de drogas a principios del siglo XIX difícilmente puede ser más distinto al de nuestra época. El opio y el hachís no eran sustancias controladas y su uso no se veía acompañado de oprobio alguno. El tabaco y el café se habían introducido en Europa hacía mucho y se habían vuelto partes indispensables de los rituales de las civilizaciones europeas, por lo que no es sorprendente que los extravagantes relatos de los viajeros que hacían referencia a raptos narcóticos y visiones de éxtasis trascendental sirvieran para promocionar la experimentación con el Cannabis.

A principios de 1840, un grupo de escritores franceses, entre los que se encontraba Théophile Gautier, Baudelaire, Gérard de Nerval, Dumas y Balzac, así como un número de escultores, pintores y otros bohemios, formaron el hoy famoso «Club des Hachischins». El club celebraba encuentros semanales en las habitaciones de paredes damasco del Hôtel Luzan, en la parisina Ile St.-Louis. En dichos encuentros, el viajero y psiquiatra J. J. Moreau de Tours proporcionaba una forma de gelatinoso hachís argelino denominado dawamesc. Los encuentros constituían una exploración privada y exitosa de respetadas figuras literarias. Por lo tanto, sólo cinco años después, durante las revueltas de París de 1848, los estudiantes armados llevaban pancartas por las calles pidiendo la libre circulación del Cannabis y del éter.

En 1842, el médico inglés W. B. O’Shaughnessy fue el primer introductor en Inglaterra de la ganja, un cáñamo indio muy potente, con su Bengal Pharmacopeia. El Cannabis se convirtió en una parte de la práctica médica y por tanto en una parte del inventario de cada boticario inglés.

La relación del opio y el hachís a la hora de conformar la imaginación europea es compleja y sinergética. El opio tiene en Occidente una historia de uso más larga que el Cannabis. El opio era conocido y usado por los médicos por lo menos desde la época tardía de los egipcios y minoicos, y tuvo un papel preponderante en la fase última y decadente de la religión minoica. El Cannabis se introdujo más tarde en Europa, y para ello tuvo mucha importancia el interés por los estados alterados que ya había encendido la imaginación de los entusiastas del opio.

Aunque el Cannabis ha sido utilizado en Oriente durante muchos siglos, no es cierto que una gran mayoría de europeos fuera consciente de su existencia antes de que apareciera el relato sensacional de Marco Polo, alrededor de 1290. A pesar del hecho de que el médico alemán Johannus Weier mencionara el uso del hachís por parte de grupos de brujas en el siglo XVI, las drogas basadas en el cáñamo estaban ausentes de la materia médica de la alquimia, y probablemente no se trajeron a Europa en cantidad alguna hasta que O’Shaughnessy y su contemporáneo francés, Aubert-Roche, abogaron por su uso hacia 1840.

En 1845, J. J. Moreau de Tours publicó su Du Hachisch et de l’Alienation Mentale. Su detallada descripción de los efectos del hachís despertaron el interés tanto en círculos médicos como literarios, y pusieron en marcha una ola de experimentos.

Aun así, el interés por el hachís nunca viajó más allá de los círculos parisinos en los que el mismo Moreau se movía. Comer hachís nunca se convirtió en una moda en el siglo XIX; el uso del hachís continuó estando, la mayoría de las veces, confinado al Próximo Oriente y al Oriente Medio.

El Cannabis y la América del siglo XIX

El Cannabis y la América del siglo XIX

No fueron los ingleses ni los franceses, sino los americanos, los que crearon una literatura sobre los encantos y la fantasmagoría del hachís. Al hacerlo siguieron el ejemplo de los ingleses consumidores habituales del opio, como Coleridge y De Quincey, puesto que sus escritos estaban muy influidos por el estilo que hizo que el nombre de De Quincey fuera muy conocido. Sus descripciones de los efectos del Cannabis mostraron con claridad que para ellos aquello tuvo todo el impacto de una pasmosa revelación metafísica. Hoy, comer hachís, es prácticamente algo desconocido como método de ingerir Cannabis; para nosotros los modernos, el Cannabis es inevitablemente algo que se fuma. Esto no era cierto en el siglo XIX, durante el cual parece que se comía hachís en forma de preparados que provenían de Oriente Medio. Estas visiones y las intoxicaciones producto de ellas no hacen dudar de que este método convierte al hachís en una máquina poderosa para la exploración de un paisaje interno de fantasía y conocimiento. El primer viaje exploratorio al bullicioso cosmos del Cannabis que apareció impreso fue un relato de un viajero americano, Bayard Taylor, publicado por primera vez en el Atlantic Monthly en 1854.

La sensación de los límites —del confinamiento de nuestros sentidos en el seno de los límites de nuestra propia sangre y carne— de repente desaparecieron. Los muros de mi estructura saltaron y se derrumbaron; y, sin pensar la forma que tenía —perdiendo de vista incluso cualquier idea de forma—, tuve la sensación de que existía a través de una gran extensión de espacio… El espíritu (¿debo decir el demonio?) del Hasheesh me había poseído completamente. Me vi empujado en el fluir de sus ilusiones y vagué por donde quiso llevarme. Las emociones que recorrían mi sistema nervioso se hicieron más veloces y feroces, acompañadas de sensaciones que impregnaron todo mi ser en un rapto inexplicable. Estaba inmerso en un luminoso océano, a través del que se desplegaron puros y armoniosos colores nacidos de la luz. Mientras trataba, balbuceante, de describir mis sensaciones a mis amigos, que me observaban incrédulos —todavía no bajo los efectos de la droga— me encontré de pronto a los pies de la gran pirámide de Keops; los estrechos caminos de amarilla piedra caliza brillaban como el oro bajo el sol y la columna ascendía tan alto que parecía el sostén de la bóveda celeste. Deseé ascender por ella y el solo deseo me llevó a su cumbre, que se elevaba a miles de pies sobre los campos de trigo y las palmeras de Egipto. Bajé mi mirada y, para mi sorpresa, vi que no estaba hecha de piedra caliza, sino de ¡grandes pastillas de tabaco de cavendish! Las palabras no pueden describir la abrumadora sensación de absurdo que experimenté. Me retorcí de risa en mi silla, y la risa sólo me abandonó cuando la visión desapareció como una vista que se difumina; hasta que, al salir de mi confusión de indistintas imágenes y fragmentos de ellas, surgió otra visión aún más maravillosa.

Cuanto más gráficamente recuerdo la escena que sigue, con más detenimiento la reconstruyo en sus diferentes rasgos y separo los muchos hilos sensitivos que se entretejían en una preciosa tela, más me desespero al no poder describir su excelsa gloria. Me desplacé hasta el desierto, no sobre la montura de un dromedario, sino sentado en una barca hecha de madreperlas y decorada con joyas de increíble brillo. La arena estaba formada por granos de oro y mi quilla la atravesaba sin sacudidas ni ruidos. El aire tenía un exceso de luz, aunque no podía verse sol alguno. Inhalé los perfumes más deliciosos, y armonías que Beethoven podía haber oído en sueños, pero nunca escribió, flotaron a mi alrededor. La misma atmósfera era de luz, perfume y música; y todos ellos sublimados más allá de lo que los sentidos corrientes son capaces de percibir. Frente a mí —a unas mil leguas, por lo que parecía— se extendía un panorama de arco iris cuyo color brillaba con el esplendor de las gemas: arcos de viva amatista, zafiros, esmeraldas, topacios y rubíes. Miles y miles volaron a través de mí, mientras mi deslumbrante barcaza se deslizaba por la magnífica arcada, pero el panorama todavía se extendía aún más lejos frente a mí. Disfruté en el seno de un paraíso sensorial, que resultó perfecto, puesto que ningún sentido quedó sin gratificar. Pero más allá de todo ello, mi mente se llenó de una abierta sensación de triunfo[112].

Estas descripciones clarifican mucho las causas de que el «paraíso artificial» fuera tan seductor para la imaginación romántica: es casi como si uno estuviera hecho para la otra. En realidad, los románticos, con su atención a los aspectos más dramáticos de la naturaleza y su cultivo de una sensibilidad que sus críticos encontraron «femenina», tiene todos los signos de una incipiente recuperación fraternal. Con el reportaje de Bayard Taylor entramos firmemente en el terreno de la moderna literatura sobre drogas y los valores contemporáneos con respecto al contenido de la intoxicación. Taylor se muestra impresionado por la belleza, el poder y la profundidad general de la información que contiene la experiencia. Su enfoque no es hedonista, sino que representa una búsqueda de conocimiento, y para él, como para nosotros, el estado producido por las drogas plantea problemas sobre la psicología humana.

La evolución de las actitudes frente a las drogas

La evolución de las actitudes frente a las drogas

Esta actitud «científica» fue típica del uso literario del opio y el hachís en el siglo XIX. Normalmente, los investigadores empezaron a relacionarse con estas sustancias con el fin de «alimentar la imaginación creativa», o en busca de lo que vagamente se define como «inspiración». Motivos similares están detrás del uso de la marihuana a cargo de los escritores de la Beat Generation, así como de los músicos de jazz antes que ellos y los de rock tras ellos. Pocos mitos de la cultura underground invitan tanto al menosprecio como la noción de que el Cannabis puede contribuir a un modo de vida creativo. Sin embargo, una parte de la comunidad que utiliza el Cannabis sigue haciéndolo en este sentido.

El perfil farmacológico de una droga define únicamente algunos de sus parámetros: el contexto —o «escenario», en el afortunado giro de la expresión que se debe a Leary y Metzner— tiene por lo menos igual importancia. El contexto «recreativo» para el uso de la sustancia, como se entiende normalmente en los Estados Unidos, es una atmósfera que convierte en trivial el impacto cognitivo de la sustancia utilizada. Bajas dosis de la mayoría de las drogas que afectan al sistema nervioso central son experimentadas por el organismo como estimulación artificial o energía, que puede dirigirse al exterior en forma de actividad física con el fin de expresar la energía y agotarla. Este hecho farmacológico está detrás de gran parte de la moda de las drogas recreativas, ya sean legales o ilegales. Un entorno denso con signos sociales, ruido y distracciones visuales —un nightclub, por ejemplo— es típico del contexto culturalmente aceptado para el uso de las drogas recreativas.

En nuestra cultura, la ingesta en privado de drogas se ve como sospechosa; el uso solitario de las drogas se contempla como tajantemente mórbido, y, por lo tanto, todo tipo de introspección se percibe de este modo. El modelo arcaico para el uso de plantas psicoactivas, incluyendo el Cannabis, es totalmente el opuesto. El ritual, el aislamiento y la privación sensorial son las técnicas utilizadas por el chamán arcaico que trata de viajar al mundo de los espíritus y ancestros. No hay duda de que el Cannabis se trivializa como una mercancía y se degrada mediante la designación de «droga recreativa», pero tampoco la hay de que cuándo se usa ocasionalmente en un contexto de ritual y expectativas reforzadas culturalmente de una transformación de la conciencia, el Cannabis es capaz de alcanzar casi todo el espectro de los efectos psicodélicos asociados con los alucinógenos.

Fitz Hugh Ludlow

Fitz Hugh Ludlow

Tras Bayard Taylor, el siguiente gran comentarista del fenómeno del hachís fue el incontenible Fitz Hugh Ludlow. Este poco conocido bon vivant de la literatura del siglo XIX inició una tradición literaria fármaco-picaresca que tendría sus seguidores en William Burroughs y Hunter S. Thompson. Ludlow, como estudiante del Union College en 1855, decidió explorar científicamente los poderes del hachís mientras participaba en un té estudiantil:

Estaba sentado frente a la mesa del té cuando la emoción me golpeó. Había pasado mi taza a Miss M’Ilvaine para que me la volviera a llenar por primera vez y me la devolvía rebosante con el trago que conforta pero no embriaga. Me costó calcular el arco que describía su mano viajando hasta mi plato. La pared se llenó de sátiros bailarines, mandarines chinos inclinaban sus cabezas estúpidamente desde todos los rincones, y tuve la premiosa sensación de que tenía que abandonar la mesa antes de delatarme[113].

En el reportaje de Ludlow sobre el Cannabis se aprecia una maravillosa destilación de todo lo que se consideraba estrafalario en el enfoque trascendentalista yanqui. Ludlow crea un personaje literario no muy distinto del poeta John Shade en la obra de Nabokov Pale Fire, un personaje que nos permite ver más a fondo en su perplejidad de lo que puede ver él mismo. En parte genio, en parte loco. Ludlow se sitúa a medio camino entre el capitán Ahab y P. T. Barnum, una suerte de Mark Twain del hachís. Existe un maravilloso encanto en esta apertura pseudocientífica del espíritu libre abriéndose paso entre los cambiantes panoramas del mundo del hachís:

Cuánta luz nos ofrece el hachís sobre el más interior de los arcanos mentales es una cuestión que puede decidirse dogmáticamente de dos modos diametralmente opuestos. El hombre que no cree en nada que, de algún modo, no sea tangencial a los órganos de su cuerpo se encerrará instintivamente en la fortaleza de lo que supone que es el antiguo sentido común y gritará, desde dentro: «¡Loco!». Rechazará toda experiencia bajo estímulos, y los hechos que pretendidamente evolucionan como verdad, con el veredicto final y sin paliativos de locura.

Existe otra clase de hombre que tiene su tipo en aquel que, mientras reconoce los sentidos corporales como muy importantes a la hora de nutrir y mantener el ser, está convencido de que sólo le ofrecen apariencias; no las cosas tal como son en su esencia y ley, clasificadas armoniosamente con referencia a su origen, sino sólo como le afectan a través de las distintas oquedades del cuerpo. Esta clase de hombre proclamará creer que la mente, en su prerrogativa de único ser autoconsciente del universo, tiene el derecho y la capacidad de dirigirse a su interior en busca de una respuesta a los sorprendentes enigmas del mundo…

Con este argumento, el hombre, bien que un visionario, reconocerá la posibilidad de descubrir en la mente, en alguno de sus extraordinarios estados despiertos, una verdad, o una colección de verdades, que no se manifiestan en su condición cotidiana[114].

El Cannabis en el siglo XX

El Cannabis en el siglo XX

La historia del Cannabis en Estados Unidos, después de Ludlow, al principio fue una historia feliz. El uso del Cannabis ni fue nunca estigmatizado ni se popularizó. Esta situación duró hasta cerca de principios de 1930, cuando las cruzadas de Harry J. Anslinger, el comisario de narcóticos de los Estados Unidos, produjeron una histeria pública. Anslinger parece que actuó al dictado de las compañías químicas y petroquímicas interesadas en eliminar el cáñamo como competidor en las áreas de lubricantes, comida, plásticos y fibras.

Anslinger y la prensa amarilla caracterizaron al Cannabis como «la hierba de la muerte». William Randolph Hearst popularizó el término «marijuana», con un claro intento de vincularlo a un subproletariado de piel oscura del que había que desconfiar. Pero era muy difícil para la ciencia cifrar con exactitud las objeciones al hábito del Cannabis. Los fondos del gobierno para la investigación hacían realmente cierto lo de «El César sólo debe oír lo que place al César».

A pesar de todas las presiones en su contra, el uso del Cannabis aumentó hasta el punto de que hoy puede que sea el mayor producto agrícola particular. Éste es uno de los aspectos más persistentes del gran cambio de paradigma que estoy denominando «recuperación arcaica». Indica que el impulso innato de cara a restaurar el equilibrio psicológico que tipifica a la sociedad fraternal, una vez encuentra un vehículo adecuado, no es fácil de disuadir. Todas aquellas características del Cannabis que lo hacen contrario a los valores burgueses contemporáneos se ganan las simpatías de la «recuperación arcaica». Rebaja el poder del ego, tiene un efecto atemperador sobre la competitividad, hace que uno se cuestione la autoridad y refuerza la idea de la relatividad de la importancia de los valores sociales.

Ninguna otra droga puede competir con el Cannabis en su capacidad de satisfacer los anhelos innatos por la arcaica disolución de límites y dejar intactas las estructuras de la sociedad común. Si cada alcohólico, cada adicto al crack y cada fumador sólo fumaran Cannabis, las consecuencias sociales del «problema de la droga» se transformarían. Pero como sociedad todavía no estamos preparados para discutir la posibilidad de adicciones autoadministradas y la de una elección inteligente de las plantas con las que nos aliamos. Con el tiempo, y quizá como fruto de la desesperación, todo llegará.