CAPÍTULO
5
La costumbre como cultura y religión
A intervalos regulares, que posiblemente eran lunares, las actividades cotidianas del pequeño grupo nómada de pastores eran abandonadas. Las lluvias suelen seguir a la luna nueva en los trópicos, produciendo abundancia de hongos. La recolección se llevaba a cabo de noche; la noche es el momento de la proyección mágica, y las alucinaciones y las visiones se obtienen con más facilidad en la oscuridad. El clan al completo estaba presente, desde el más anciano al más joven. Los ancianos, particularmente los chamanes, normalmente mujeres pero a veces hombres, repartían la dosis a cada persona. Cada miembro del clan se colocaba frente al grupo y masticaba y tragaba de un modo reflexivo el cuerpo de la diosa, antes de volver a ocupar su lugar en el círculo. Los sones de las flautas de hueso y los tambores acompañaban el canto. Danzas trenzadas con fuertes patadas contra el suelo canalizaban la energía de la primera ola de visiones. De pronto, el anciano pidió silencio.
En la oscuridad estática, cada mente siguió su propia estela de centelleos hacia los matorrales, mientras que algunos se inquietaban un poco. Sentían miedo, y vencían el miedo mediante la fuerza del grupo. Sentían una seguridad mezclada con la maravilla y la belleza de la extensión visionaria; algunos, espontáneamente, tocaban a aquellos que tenían cerca, en un simple gesto de afecto, bajo el impulso de la cercanía, o movidos por el deseo erótico. El individuo no experimentaba distancias entre él o ella y el resto del clan o entre el clan y el mundo. Se disolvía la identidad en el seno de la verdad superior incomunicable del éxtasis. En este mundo se superaban todas las divisiones. Sólo existía Una Gran Vida; parecía juguetona y feliz.
El impacto de las plantas en la evolución de la cultura y la conciencia no ha sido explorado en profundidad, aunque una forma conservadora de esta idea aparece en la obra de R. Gordon Wasson The Road to Eleusis. Wasson no nos habla de la emergencia de la autorreflexión en los homínidos, pero sugiere que los hongos alucinógenos son el agente causal del nacimiento de la espiritualidad en los humanos conscientes, así como la génesis de la religión. Wasson considera que los forrajeros humanos omnívoros, más tarde o más temprano, descubrieron los hongos alucinógenos u otras plantas psicoactivas en el entorno:
Cuando el hombre emergía de su pasado animal, hace miles de años, hubo un estadio en la evolución de su conciencia en el que descubrió un hongo (¿o quizá fuera una planta superior?) con propiedades milagrosas que constituyó una revelación, un verdadero detonante para su alma, que despertó en él sentimientos de asombro y reverencia, bondad y amor, hasta el más alto registro del que es capaz la humanidad, todos ellos sentimientos y virtudes que a partir de entonces la humanidad ha considerado como el mayor atributo de la especie. Le hizo ver lo que su mortal ojo perecedero no podía contemplar. ¡Cuánta razón tenían los griegos para rodear de sigilo y secreto el misterio de beber la poción! Tal vez con todos nuestros modernos conocimientos ya no necesitemos el hongo divino. O quizá lo necesitemos más que nunca. A algunos les sorprende que hasta la clave de la religión pueda reducirse a una simple droga. Por otra parte, la droga es tan misteriosa ahora como lo fue antes: «Como el viento que viene sin saber de dónde ni por qué». De una simple droga brota lo inefable, se produce el éxtasis. No es el único ejemplo en la historia de la humanidad en el que lo más bajo haya producido lo divino[27].
Esparcidos por las praderas africanas, los hongos debían haber destacado a los ojos hambrientos por su olor sugerente y su forma y color extraños. Una vez experimentado el estado de conciencia producido por los hongos, los humanos forrajeros lo repetirían constantemente, con el fin de volver a experimentar su encantadora novedad. Este proceso crearía lo que C. H Waddington llamó una «creoda»[28], un camino de actividad de desarrollo, lo que denominamos hábito o costumbre.
Éxtasis
Ya hemos mencionado la importancia del éxtasis en el chamanismo. Entre los primeros humanos una preferencia por la experiencia de la intoxicación se aseguraba sencillamente porque ésta era extática. «Extático» es una palabra básica para mi argumentación, y de suficiente valor para que le dediquemos una atención más detallada. Se trata de un concepto obligado cuando deseamos indicar una experiencia o estado mental a escala cósmica. Una experiencia de éxtasis trasciende la dualidad; es a la vez estremecedora, hilarante, fuente de inspiración, familiar y extraña. Se trata de una experiencia que uno desea repetir una y otra vez.
En una especie con inclinación por el uso del lenguaje como la nuestra, la experiencia del éxtasis no se percibe como un simple placer, sino que, por el contrario, es increíblemente intensa y compleja. Está vinculada con nuestra verdadera naturaleza y la de nuestra realidad, nuestros lenguajes y las imágenes que tenemos de nosotros mismos. Es apropiado, por lo tanto, que esté entronizada en el centro de los enfoques chamánicos de la existencia. Como señala Mircea Eliade, el chamanismo y el éxtasis son en su raíz una sola cosa:
Este complejo chamánico es muy antiguo; se encuentra, en su totalidad o parcialmente, entre los australianos, los pueblos arcaicos del norte y del sur de América, en las regiones polares, etc. El elemento esencial que define el chamanismo es el éxtasis. El chamán es un especialista de lo sagrado, capaz de abandonar su cuerpo y emprender viajes cósmicos «en el espíritu» (en trance). La «posesión» por espíritus, aunque muy documentada en muchos chamanes, no parece haber sido un elemento esencial y primario. Por el contrario, apunta a un fenómeno de degeneración; la meta suprema del chamán es abandonar el cuerpo y ascender al cielo o descender al infierno, no dejarse «poseer» por sus espíritus auxiliares, por demonios o por los espíritus de los muertos; el ideal del chamán es dominar estos espíritus, no verse «ocupado» por ellos[29].
Gordon Wasson añade estas observaciones acerca del éxtasis:
En su trance, el chamán emprende un largo viaje —al lugar de los ancestros que han fallecido, o al mundo subterráneo, o a donde moran los dioses— y este país de las maravillas es, me permito sugerir, precisamente a donde nos llevan los alucinógenos. Son el umbral del éxtasis. El éxtasis en sí mismo no es agradable ni desagradable. La dicha o el pánico en el que te sumerge es accidental al éxtasis. Cuando estás en un estado de éxtasis, tu misma alma parece salir del cuerpo y alejarse. ¿Quién controla su vuelo? ¿Eres tú, tu inconsciente o un «poder superior»? Quizás esté totalmente oscuro, pero ves y oyes con más claridad que nunca. Estás finalmente cara a cara con la Verdad Definitiva; se trata de una impresión (o ilusión) arrolladora que te atrapa. Puedes visitar el infierno, los campos Elíseos de Asfodel, el desierto de Gobi o las inmensidades árticas. Conoces el asombro, la dicha y el miedo, incluso el terror. Cada uno experimenta el éxtasis a su manera, y nunca dos veces del mismo modo. El éxtasis es la auténtica esencia del chamanismo. El neófito del gran mundo asocia el hongo principalmente con las visiones, pero para aquellos que conocen el lenguaje indio del chamán, los hongos «hablan» a través del chamán. El hongo es el Verbo: es habla, como me dijo Aurelio. El hongo confiere al curandero lo que los griegos llaman Logos, el vac ario, el Kavya védico, la «potencia poética», como dice Louis Renous. El divino afflatus de la poesía es el don del enteógeno. El exégeta textual que sólo tiene habilidad para diseccionar los significados que hay tras los versos es por supuesto indispensable, y debemos prestar atención a sus astutas observaciones, pero hasta que no reciba la gracia de Kavya, haría bien en ser prudente a la hora de discutir los más altos logros de la poesía. Disecciona los versos, pero no experimenta el éxtasis, que es el alma de dichos versos[30].
El chamanismo como catálisis social
Al proclamar que la religión se originó cuando los homínidos descubrieron los alcaloides alucinógenos, Wasson adquirió ventaja sobre Mircea Eliade. Eliade consideraba lo que él llamaba chamanismo «narcótico» como algo decadente. Tenía la impresión de que si los individuos no podían conseguir el éxtasis sin drogas, entonces su cultura probablemente estaba en una fase de decadencia. El uso de la palabra «narcótico» —un término normalmente reservado para los somníferos— para describir esta forma de chamanismo implica una ingenuidad botánica y farmacológica. El punto de vista de Wasson, que comparto, es precisamente el opuesto: la presencia de un alucinógeno indica que el chamanismo es auténtico y está vivo; la posterior fase decadente del chamanismo está caracterizada por los rituales elaborados, las ordalías y la dependencia de personalidades patológicas. Cuando estos fenómenos se convierten en centrales, el chamanismo está en camino de convertirse en simple «religión»[31].
En su aspecto global, el chamanismo no es simplemente una religión: es una comunicación dinámica con la totalidad de la vida del planeta. Si, como he sugerido antes, los alucinógenos operan en el medio natural como un mensaje portador de moléculas, exoferomonas, entonces la relación entre los primates y las plantas alucinógenas tiene el sentido de una transferencia de información de una especie a otra. Los beneficios para los hongos provienen de la domesticación humana del ganado, que por lo tanto conlleva la expansión del nicho ocupado por los hongos. Donde no se encuentran plantas alucinógenas, la innovación cultural es muy lenta —si llega a producirse—, pero hemos visto que en presencia de alucinógenos una cultura se ve expuesta a una mayor cantidad de información nueva, input sensorial y comportamiento, y de este modo se dirige a estados cada vez más elevados de autoconciencia. Los chamanes son la vanguardia de este adelanto creativo.
¿De qué modo particular las propiedades de las plantas catalizadoras de la conciencia han intervenido en la emergencia de la cultura y la religión? ¿Cuál fue el efecto de esta vía popular, este fomento del uso del lenguaje en los homínidos pensantes, pero «ebrios», en el orden natural? Creo que los compuestos psicodélicos naturales actuaron como agentes de feminización que atemperaron y civilizaron los valores egocéntricos de los cazadores individuales con los intereses femeninos relacionados con el cuidado de los niños y la supervivencia del grupo. La exposición prolongada y repetida a la experiencia psicodélica, la ruptura del plano mundano producida por el Otro Total, provocada por el éxtasis ritual alucinógeno, actúa con firmeza para disolver el fragmento de la psique que los modernos denominan ego. Donde sea que la función del ego empieza a formarse, es algo análogo a un tumor calcáreo o a un bloqueo de la energía de la psique. El uso de plantas psicodélicas en un contexto de iniciación chamánica disolvía —como disuelve hoy— el nudo de la estructura del ego llevándola a una sensación indiferenciada, lo que en la filosofía oriental se llama el Tao. Esta disolución de la identidad individual en el Tao es la meta de gran parte del pensamiento oriental, y se ha reconocido tradicionalmente como una clave de la salud psíquica y del equilibrio tanto del grupo como del individuo. Para valorar correctamente nuestro dilema, tenemos que valorar lo que ha significado para nuestra humanidad esta pérdida del Tao, esta pérdida de la comunicación colectiva con la Tierra.
Monoteísmo
En Occidente somos herederos de muy distintas interpretaciones del mundo. El hecho de perder la comunicación con el Tao ha significado que el desarrollo psicológico de la civilización occidental ha sido claramente distinto que el de Oriente. En Occidente ha habido una focalización constante en el ego y en el dios del ego: el ideal monoteístico. El monoteísmo exhibe el que en esencia es un patrón de personalidad patológica proyectado en el ideal de Dios: el poder del ego varón, paranoico, posesivo y obseso del poder. Este Dios no es alguien al que te gustaría invitar a una fiesta campestre. Es también interesante comprobar que el ideal occidental es la única formulación de la deidad que no tiene relación con las mujeres en ningún aspecto del mito teológico. En la antigua Babilonia, Anu estaba emparejado con su consorte Inanna; la religión griega asignaba a Zeus una esposa y muchas consortes y hermanas. Estas parejas celestiales eran típicas. Sólo el dios de la civilización occidental carecía de madre, hermana, consorte femenino o hermanas.
El hinduismo y el budismo han mantenido tradiciones de técnicas de éxtasis que incluían, como se refleja en los Yogasutra de Patanjali, «hierbas llenas de luz», y los rituales de estas grandes religiones tienen un amplio campo de expresión y apreciación de lo femenino. Desafortunadamente, la tradición occidental ha sufrido una ruptura larga y sostenida con la relación sociosimbiótica con lo femenino y los misterios de la vida orgánica que se pueden lograr por medio del uso chamánico de las plantas alucinógenas.
La religión moderna en Occidente está compuesta por una serie de patrones sociales o un conjunto de ansiedades centradas en una estructura y punto de vista moral muy particular. La religión moderna raras veces es una experiencia que deje el ego a un lado. A partir de la década de los años sesenta, el despliegue de los cultos populares del trance y la danza, como la música disco y el reggae, se han convertido en un encuentro inevitable y saludable con las generalmente moribundas formas de expresión religiosas, que han prendido en Occidente y en las culturas más sofisticadas. La conexión entre la música de rock and roll y los psicodélicos es de carácter chamánico; el trance, la danza y la intoxicación hacen de la fórmula arcaica tanto una celebración religiosa como una garantía de pasárselo bien.
El triunfo global de los valores occidentales significa que hemos vagado como especie hasta llegar a un estado de neurosis prolongada debido a la ausencia de comunicación con el inconsciente. Conseguir un acceso al inconsciente por medio de las plantas alucinógenas reafirma nuestro vínculo original con el planeta viviente. Nuestra alienación de la naturaleza y del inconsciente cristalizó hace dos mil años, en el periodo de cambio que va desde la Era del Gran Dios Pan a la de Piscis, lo que se produjo al reprimirse los misterios paganos y con el ascenso del cristianismo. El cambio psicológico que se ocasionó dejó a la civilización europea a los pies de dos milenios de persecución y obsesión religiosa, guerras, materialismo y racionalismo.
Las monstruosas fuerzas del industrialismo científico y la política global, que nacieron en los tiempos modernos, se concibieron en la época de la ruptura de la relación simbiótica con las plantas que nos habían ligado a la naturaleza desde nuestros oscuros comienzos. Lo que dejó a cada ser humano temeroso, culpabilizado y solo. Había nacido el hombre existencialista.
El temor a ser fue la placenta que acompañó el nacimiento del cristianismo, el definitivo culto dominante a cargo del ego del varón, sin cortapisas. El abandono de los ritos de disolución del ego, propio de las plantas visionarias, permitió lo que empezó a ser un estilo individual inadaptado que se convertiría en la imagen a imitar por todo el organismo social. En el seno del contexto de un aumento, pasado por alto, de los valores dominantes y de la historia contada desde un punto de vista dominante, tenemos la necesidad de dirigir nuestra atención de nuevo al modo arcaico propio de las plantas visionarias y de la Diosa.
El monoteísmo patológico
El impulso hacia la unidad global en el seno de la psique, que es hasta cierto punto intuitivo, puede por lo tanto tornarse patológico si se sigue en un contexto en el que la disolución de los límites y el redescubrimiento del núcleo del ser se han vuelto imposibles. El monoteísmo se convierte en la empresa del modelo dominante, el modelo apolíneo del ser completo en su expresión masculina. Como resultado de este modelo patológico, el valor y el poder de la emoción y del mundo natural se han visto devaluados y reemplazados por una fascinación narcisista por lo abstracto y lo metafísico. Esta actitud ha demostrado ser una espada de doble filo; ha otorgado a la ciencia su poder de explicación y su capacidad para llevar a la bancarrota moral.
La cultura dominante ha demostrado una gran capacidad para rediseñarse de cara a afrontar los niveles cambiantes de tecnología y autoconciencia colectiva. En todas sus manifestaciones, el monoteísmo ha sido y sigue siendo la fuerza más obstinada que impide la percepción de la primacía del mundo natural. El monoteísmo niega ruidosamente la necesidad de volver a un estilo cultural que periódicamente sitúa al ego y sus valores en perspectiva mediante el contacto con una inmersión en la disolución de límites del arcaico misterio inducido por las plantas, asociado por lo tanto con la madre, el éxtasis psicodélico y la totalidad, lo que Joyce denominaba la «muy misteriosa matriz materna».
La sexualidad arcaica
Esto no quiere decir que la vida del pastoreo nómada esté libre de angustias. Los celos y la posesividad persisten entre los humanos arcaicos que utilizan los hongos, aunque sólo sea como vestigio de la organización jerárquica de las formas sociales de los protohomínidos. La observación de los primates modernos —de sus juegos dominantes y de su jerárquica estructura, que se mantiene por el uso de la fuerza— sugiere que las sociedades protohomínidas anteriores a los hongos puede que fueran de estilo dominante. Por lo tanto, quizá sólo hemos experimentado un breve abandono del estilo dominante; una efímera tendencia hacia un verdadero equilibrio dinámico y consciente con la naturaleza, a diferencia de nuestro pasado primate, que fue rápidamente aplastado bajo las ruedas del carro del proceso histórico. Tras el abandono de nuestra luna de miel, caracterizada por el uso de hongos en el Edén africano, sólo hemos conseguido convertirnos paulatinamente en más bestiales en nuestro trato con los demás.
Un enfoque abierto y no posesivo de la sexualidad es algo fundamental para el modelo fraternal. Esta tendencia fue sinergizada y reforzada por el comportamiento orgiástico, que seguramente formaba parte de la religión de la diosa africana y el hongo. La actividad sexual de grupo en el seno de una pequeña tribu de cazadores-recolectores y las experiencias de grupo con los alucinógenos tenían la virtud de disolver las fronteras y las diferencias entre las personas y fomentaban la sexualidad abierta y carente de disposiciones, que es una parte natural del tribalismo nómada. (Lo que no quiere decir que los rituales contemporáneos con hongos sean «orgías», a pesar de lo que una pequeña parte de un público ávido de sensacionalismo piense).
La ibogaina entre los fang
Los cultos bwiti del África occidental, discutidos en el capítulo 3, nos ofrecen un ejemplo instructivo: el uso de plantas que contienen alucinógenos de tipo indólico no sólo proporciona un éxtasis visionario sino también lo que los usuarios llaman «apertura del corazón». Esta cualidad, una conciencia compasiva por los demás, se cree que permite explicar la cohesión interna de la sociedad fang y la capacidad de los bwitistas entre los fang de resistir a las incursiones comerciales y misioneras que amenazan su integridad cultural:
Ni los bwitistas ni los fang creen que puedan erradicar el pecado o el demonio del mundo. Esta incapacidad significa que el hombre no debe abandonar las celebraciones. Lo bueno y lo malo van de la mano. Como los fang suelen decir a los misioneros: «Tenemos dos corazones, uno bueno y uno malo». Los primeros misioneros, conscientes de estas contradicciones autoconfesadas, evangelizaban con la promesa de «una compasión» cristiana. Pero los fang no la encontraban. Para muchos de ellos esta única compasión cristiana era una constricción de sí mismos. Aunque los bwiti celebran «una compasión», se trata de una que había cristalizado a partir de un flujo de muchas cualidades de un estado a otro. La bondad se logra en presencia de la maldad y lo superior se consigue en presencia de lo inferior. Se trata de una cualidad emergente que se carga de energía en presencia de su opuesto[32].
Paradójicamente, la ibogaina, el alucinógeno indólico responsable de la actividad farmacológica de la planta bwiti (Tabernanthe iboga), es ampliamente reconocido a la vez como factor que mantiene unidas a las parejas casadas frente a las instituciones fang, y como facilitador del divorcio y afrodisíaco. Se trata quizá de una de las pocas plantas, de las múltiples que se proclaman afrodisíacas, que cumplen con lo que pregonan[33]. La mayoría del resto de candidatos al título de hecho son meros estimulantes que pueden producir una excitación general y una erección prolongada.
La ibogaina, en realidad, parece transformar, profundizar y mejorar los mecanismos psicológicos que subyacen al impulso sexual; uno experimenta un sentimiento simultáneo de desapego y complicidad que le da fuerzas. Pero en las situaciones en las que la actividad sexual no está permitida o no es apropiada, la ibogaina no produce y ni siquiera da pie a la posibilidad de un comportamiento sexual. En dichas situaciones funciona de un modo muy semejante a como lo hace la ayahuasca entre sus usuarios tradicionales: como alucinógeno visionario que disuelve los límites. Tenemos aquí un nuevo ejemplo de investigación que espera que cambien las actitudes sociales para pasar a la acción. Si se descubriera que el impacto de la ibogaina en las disfunciones sexuales es congruente con su folclore, las nuevas investigaciones podrían ser muy prometedoras.
Estas poderosas plantas, que transforman las relaciones que tenemos con nuestra sexualidad y nuestros puntos de vista sobre el ser y el mundo, son la especialidad de gentes a las que estamos acostumbrados a considerar como primitivas. Se trata de otra señal de hasta qué punto las actitudes dominantes inconscientemente asumidas nos han impedido la participación en el rico mundo de Eros y del espíritu.
Por razones fáciles de comprender, las sociedades dominantes que surgieron para sustituir a las sociedades fraternales fueron menos entusiastas a la hora de suprimir las actividades sexuales de grupo que a la de suprimir la religión de los hongos alucinógenos. La actividad sexual de grupo sin disolución del ego dominante constituía una ayuda para los varones más obsesionados con la obtención de poder, así como también para escalar en la jerarquía social.
Puesto que dominar a otros, en última instancia, incluye también la dominación sexual, ello explicaría la persistencia de orgías y actividades sexuales de grupo en muchas de las religiones mistéricas, en los festivales dionisíacos y las saturnales romanas y en el paganismo en general, mucho después de que el corazón del mundo pagano dejara de latir. Finalmente, sin embargo, la ansiedad dominante con respecto a instituir líneas nítidas de paternidad en los varones pesó más que cualquier otra consideración. Entonces, el dominio del ego finalmente alcanzó su apogeo. Con el duro exterminio de toda heterodoxia a cargo del cristianismo, las orgías se reconocieron como las actividades subversivas de disolución de límites que son, y por lo tanto fueron suprimidas.
Contrastes en política sexual
Distintos e importantes contrastes surgen de la comparación de la sociedad dominante basada en el ego y la sociedad fraternal psicológicamente liberada y flexible. En el modelo fraternal, la actitud de posesión del hombre sobre la mujer, que es algo tan básico en el modelo dominante, está muy limitada. Menos predominante también es la tendencia de las mujeres a buscar un compromiso de vinculación con un hombre con fines de alcanzar seguridad y un status social indirecto. La organización familiar no es rígida ni jerárquica. Los niños son criados por una amplia familia de primos, hermanos, tíos, tías y las anteriores y actuales parejas sexuales de sus padres. En un medio de estas características, un niño tiene muchas clases de relaciones y una gran variedad de modelos. Los valores del grupo no suelen estar en contradicción con los del individuo, los de su compañero o compañera y los de los niños. La experimentación sexual adolescente se supone y se alienta. Las parejas pueden estar ligadas por múltiples razones, relacionadas con ellas mismas y el bienestar del grupo; este vínculo puede ser —aunque no necesariamente— para toda la vida. En dichas sociedades, la sexualidad raras veces es tabú, algo que sólo se produce como resultado del contacto con valores dominantes.
En las sociedades dominantes, los hombres tienen tendencia a escoger parejas sexuales jóvenes, saludables y capaces de cuidar a muchos niños. La estrategia de las mujeres en el seno de las sociedades dominantes es, en ocasiones, la de vincularse con un hombre de edad que, al controlar los recursos del grupo (comida, tierras y otras mujeres), puede asegurar que el valor de una mujer no se devaluará cuando se haga mayor y subsistirá tras la edad propia del cuidado de los niños. En la sociedad fraterna ideal, los hombres mayores pueden tener relaciones sexuales con mujeres jóvenes, pero sin poner en peligro los vínculos formados con mujeres mayores; sin embargo, las mujeres no se ven conducidas a buscar la seguridad reproductiva bajo la protección de hombres mayores.
Esta situación se producía al no basarse exclusivamente el poder en varones poderosos y de edad. Por el contrario, el poder se distribuía entre hombres y mujeres y entre todos los grupos de edades. En esta clase de sociedades, el poder definitivo era el poder de crear y sustentar la vida, y ello se consideraba, de un modo natural, que era de naturaleza femenina: el poder de la Gran Diosa.
Jean Baker Miller ha señalado que la supuesta necesidad de controlar y dominar a los demás es psicológicamente una función, no de un sentimiento de poder, sino de un sentimiento de debilidad. Distinguiendo entre el «poder sobre uno mismo y el poder sobre los demás» escribe: «En esencia, cuanto mayor sea el desarrollo de cada individuo, más capaz y eficaz será éste, y menos necesidad de limitar o restringir a los demás tendrá»[34].
Las sociedades fraternales no sustituyen sencillamente un patriarcado por un matriarcado; dichos conceptos son demasiado limitados y generales. La auténtica diferencia radica entre una sociedad basada en la fraternidad y los papeles adecuados a la edad, tamaño y nivel de destreza y una sociedad en la que la jerarquía dominante se mantiene a expensas de la expresión y utilización social de los individuos en el seno del grupo. En la situación de fraternidad, la falta de conceptos basados en la propiedad y la falta de inflación del ego dejan de convertir en un problema la posesividad y la envidia.
La actitud generalmente hostil de la sociedad dominante hacia la expresión sexual puede rastrearse hasta el terror que siente el ego dominante en cualquier situación en que desaparecen los límites, incluso en el caso de las situaciones más placenteras y naturales. La expresión francesa que considera al orgasmo como una petite mort describe a la perfección el miedo y la fascinación que el orgasmo, con su capacidad de eliminar los límites, tiene para las culturas dominantes.