CAPÍTULO

4

Plantas y primates: postales de la Edad de Piedra

Ifi tenía más veranos que la suma de los dedos de sus dos manos. Estaba cercano a la edad en la que se uniría a los cazadores. Este corto viaje desde la choza de los niños al fuego de los cazadores, cerca de la choza del hombre verdadero, era un gran paso. Había sido un largo viaje, no a través del espacio, sino a través del tiempo. Durante muchos años había emprendido un camino hacia este día: horas de práctica de arrojar palos endurecidos por el fuego, que habían servido al chico para simular las armas, así como las instrucciones constantes de Doknu sobre la marcha, sobre la lectura de signos en el agua y destinadas a hacerle consciente de los vientos. Y también el adiestramiento en la caza mágica. El chico reprimió el deseo de manosear el talismán que su madre había hecho para él y que ahora colgaba de su cuello. No se movió. Su mente parecía lejos de la escena, como si la observara desde arriba y un poco desde lejos. Había estado así durante más de doce horas. Inmóvil, sin pestañear. «Esto te proporcionará el don de la calma y ¡poder!». Recordó el sabor jabonoso de la áspera corteza de raíz que se le había obligado a tomar bajo la mirada vigilante de su maestro, Doknu. «Con esto te vuelves invisible, pequeño hermano» dijo, añadiendo con una voz serena: «Mata limpiamente. De este modo honrarás a nuestros ancestros». Ifi podía sentir que el momento de su verdad estaba próximo. Bajo la influencia de la togna, la planta con-el-poder-de-sentirse-en-calma, había sido llevado a este lugar solitario y se le había dicho que esperara cerca del cadáver fresco de una cebra. Doknu, su padre, y sus tíos le habían deseado lo mejor, riendo, haciendo promesas y utilizando nuevas y desacostumbradas palabras para describir el modo en que las mujeres de la aldea lo recibirían si tenía éxito. Estas palabras lo habían excitado durante un tiempo, pero ahora estaba concentrado en su espera. La togna había puesto las cosas maravillosamente fáciles al chico. Su cuerpo parecía inmune al cansancio y su mente vagaba, maravillada con las escenas de historias y experiencias, contadas junto a la hoguera, que nadaban en su cabeza. De repente, y sin mover un cabello, la mente de Ifi se puso totalmente alerta: se oían ruidos cercanos. ¡De nuevo! Desde los guijarros que había más allá de los tamariscos bajo los que aguardaba sonó un ruido seco.

Ifi no sintió miedo ni terror de lo que estaba a punto de ver. Se anticipó, sus músculos absorbieron fuerza del trémulo aire. No se movió. La leona era enorme y desconfiada, con el sigilo propio de todos los animales de la tierra de los grandes cazadores. Pensando que no era más que una piedra o un árbol, Ifi observó. La leona no era más grande que dos veces su cuerpo. Bajando su guardia se acercó a la sanguinolenta pierna de la cebra. En este instante, desde el corazón de un núcleo de cientos de generaciones de profundidad, Ifi lanzó su arma limpiamente, ligeramente, a un lado de la columna y por detrás del hombro. El alarido, mezcla de dolor y rabia, rompía los tímpanos. Tan grande fue la fuerza del lanzamiento del hombre-niño que por un instante la leona quedó clavada en el suelo, el tiempo suficiente para que el muchacho se alejara de las garras del agonizante animal. Los estómagos del clan de Ifi se llenarían esta noche, y el círculo de cazadores admitiría un nuevo miembro en sus exuberantes y privilegiadas filas.

Este ejemplo aclara el modo en que una planta benéfica, en este caso un poderoso estimulante, una vez descubierto, puede incluirse en la dieta y por lo tanto conferir una ventaja adaptativa. Una planta puede otorgar fuerza y control, y de este modo asegurar el éxito en la caza y constantes provisiones de comida. La persona o el grupo está menos asustada de ciertos factores ambientales, que quizá limitaran previamente la longevidad y por tanto el crecimiento de la población en su conjunto. Más difícil de comprender es el modo en que las plantas alucinógenas habrían proporcionado similares pero distintas ventajas adaptativas. Estos compuestos, por ejemplo, no catalizan el sistema inmunológico para elevados estados de actividad, aunque ello puede constituir un efecto secundario. Más bien catalizan la conciencia, esta peculiar habilidad de autorreflexión que alcanzó aparentemente su mayor expresión en los seres humanos. Por lo tanto, no producen la conciencia, que es una función generalizada presente, en algún grado, en toda forma de vida. La catálisis hace más rápido un proceso ya presente.

Uno difícilmente puede dudar de que la conciencia, como la habilidad de resistir a las enfermedades, confiere una ventaja adaptativa a cualquier individuo que la posea. En la búsqueda de un agente causal capaz de sinergizar la actividad cognitiva, y que por lo tanto tuviera importancia en la emergencia de los homínidos, los investigadores han apartado su mirada desde hace mucho de las plantas alucinógenas, aunque sólo sea por nuestro tenaz, casi compulsivo rechazo a la idea de que nuestra alta posición en la jerarquía de la naturaleza podría deberse al poder de las plantas o a fuerzas naturales, sean éstas del tipo que sean. Hasta el siglo XIX no hemos sido capaces de aceptar que el hombre descendía del mono; ahora tenemos que aceptar que se trataba de unos monos «colocados». El «colocarnos» parece haber sido nuestra característica particular.

La singularidad humana

La singularidad humana

Tratar de entender a los seres humanos es tratar de entender su singularidad. La división radical entre los seres humanos y el resto de la naturaleza es tan sorprendente que para los pensadores precientíficos era una prueba suficiente de que éramos un fragmento privilegiado de la creación; algo distinto, algo cercano a Dios. Después de todo, los seres humanos hablan, fantasean, ríen, se enamoran, son capaces de grandes actos de autosacrificio o de crueldad; los seres humanos producen grandes obras de arte y establecen modelos matemáticos y teóricos de los fenómenos. Un ser humano se distingue por el número total de sustancias del ambiente que utiliza… y de las que se convierte en adicto.

La cognición humana>

La cognición humana

Las características y preocupaciones singulares de los seres humanos pueden colocarse bajo la sombra de las actividades cognitivas: la danza, la filosofía, la pintura, la poesía, el deporte, la meditación, las fantasías eróticas, la política, el éxtasis y la autointoxicación. Somos un verdadero Homo sapiens, el animal pensante; nuestros actos son el producto de una dimensión que sólo nos pertenece a nosotros: la dimensión de la actividad cognitiva. Del pensamiento y la emoción, del recuerdo y la anticipación. De la psique.

Al observar a las gentes que utilizan ayahuasca en el Alto Amazonas, se me hace patente que el chamanismo es a veces una forma intuitiva de toma de decisiones grupal guiada. Los chamanes deciden cuándo el grupo debe desplazarse, cazar o guerrear. La cognición humana es una respuesta adaptativa muy flexible por el modo en que permite organizar aquello que en otras especies constituye comportamientos genéticamente programados.

Somos los únicos que vivimos en un entorno que no sólo está condicionado por las imposiciones biológicas y físicas a las que están sujetas todas las especies, sino que también se somete a los símbolos y al lenguaje. Nuestro entorno humano está condicionado por el significado. Y el significado mora en la mente colectiva del grupo.

Los símbolos y el lenguaje nos permiten actuar en una dimensión que es «supranatural»; fuera de las actividades ordinarias de otras formas de vida orgánica. Podemos realizar nuestras suposiciones culturales, alterar y conformar el mundo natural en pos de fines ideológicos y según el modelo interno del mundo que los símbolos nos han dado poder para crear. Hacemos esto a través de la elaboración de cada vez más efectivos, y por tanto más destructivos, artefactos y tecnologías, que nos vemos compulsivamente obligados a utilizar.

Los símbolos nos permiten almacenar información fuera del cerebro físico. Ello crea para nosotros una relación con el pasado muy distinta de la de nuestros compañeros animales. Finalmente, hemos de añadir a cualquier análisis de la imagen humana la noción de modificación autodirigida de la actividad. Somos capaces de modificar nuestras pautas de comportamiento basándonos en un análisis simbólico de los acontecimientos pasados, en otras palabras, por medio de la historia. Mediante nuestra capacidad de almacenar y recuperar información en forma de imágenes y archivos escritos, hemos creado un entorno humano tan condicionado por los símbolos y los lenguajes como por factores biológicos y ambientales.

La transformación de los monos

La transformación de los monos

Los estallidos evolutivos que condujeron a la aparición del lenguaje y, posteriormente, a la escritura, son ejemplos de transformaciones fundamentales, casi ontológicas del linaje homínido. Además de proporcionarnos la habilidad de codificar datos más allá de los confines del ADN, las actividades cognitivas nos permiten transmitir información a través del espacio y el tiempo. En un principio esto sólo equivalía a la habilidad de establecer una señal de aviso o una orden, realmente poco más que una modificación del grito de alarma, que es un rasgo familiar del comportamiento de los animales sociales. En el curso de la historia de la humanidad, este impulso para comunicarse ha motivado la elaboración de técnicas cada vez más efectivas de comunicación. Pero en nuestro siglo, esta capacidad básica se ha transformado en una comunicación de masas que todo lo inunda y que literalmente sumerge el espacio que rodea a nuestro planeta. El planeta nada a través de un océano de mensajes autogenerado. Las llamadas telefónicas, el intercambio de datos y los espectáculos transmitidos electrónicamente crean un mundo invisible que se experimenta como simultaneidad informativa. No pensamos sobre ello; como cultura lo damos por hecho.

Nuestro singular y febril amor por la palabra y el símbolo nos ha otorgado una gnosis colectiva, una comprensión colectiva de nosotros mismos y de nuestro mundo que ha sobrevivido a través de la historia hasta tiempos muy recientes. Esta gnosis colectiva subyace en la fe de los primeros siglos en las «verdades universales» y los valores humanos compartidos. Las ideologías pueden contemplarse como entornos de significado definido. Son invisibles, pero nos rodean y determinan por nosotros, aunque no nos demos cuenta de ello, lo que debemos pensar sobre nosotros mismos y la realidad. En realidad, definen por nosotros lo que podemos pensar.

El ascenso de una cultura electrónica global simultánea ha acelerado mucho el ritmo al que cada uno de nosotros puede obtener la información necesaria para nuestra supervivencia. Esto y el aumento de la población humana en su conjunto ha llevado a una interrupción de nuestra evolución física como especie. Cuanto más aumenta la población, menos impacto tienen las mutaciones en la evolución de estas especies. Este hecho, junto con el desarrollo del chamanismo y, posteriormente, la medicina científica, nos ha hecho abandonar el teatro de la selección natural. En el ínterin, las bibliotecas y las bases de datos electrónicas han reemplazado a la mente humana individual como hardware fundamental que proporcionaba almacenamiento para la base de datos culturales. Los símbolos y los lenguajes nos han desplazado paulatinamente del estilo de organización social que caracterizaba el mudo nomadismo de nuestros remotos ancestros y ha reemplazado este modelo arcaico por las más amplias y complejas organizaciones sociales características de una sociedad planetaria electrónica unificada. Como resultado de estos cambios, nosotros mismos nos hemos convertido en ampliamente epigenéticos; lo que quiere decir que la mayor parte de lo que nos caracteriza como humanos ya no está en nuestros genes, sino en nuestra cultura.

La emergencia prehistórica de la imaginación humana

La emergencia prehistórica de la imaginación humana

Nuestra capacidad para la actividad lingüística y cognitiva está relacionada con el tamaño y la organización del cerebro humano. Las estructuras neuronales relacionadas con la conceptualización, la visualización, el significado y la asociación están muy desarrolladas en nuestra especie. Mediante el acto de hablar gráficamente, entablamos un flirteo con el dominio de la imaginación. La habilidad para asociar sonidos, o los pequeños ruidos vocales que conforman el lenguaje, con imágenes internas significativas, es una actividad sinestésica. Las áreas del cerebro humano que han evolucionado más recientemente, el área de Broca y el neocórtex, se han dedicado al control del procesamiento de los símbolos y del lenguaje.

La conclusión que surge generalmente de estos hechos es la de que las áreas neurolingüísticas altamente organizadas de nuestro cerebro han hecho posible la cultura y el lenguaje. Cuando lo que se considera son los escenarios de la emergencia y organización social humanas, se plantea el siguiente problema: sabemos que nuestras capacidades lingüísticas deben haber evolucionado en respuesta a presiones evolutivas muy grandes, pero no sabemos cuáles han sido éstas.

Cuando estaba presente el uso de plantas psicoactivas, el sistema nervioso homínido, a lo largo de muchos milenios, debió de verse inundado por reinos alucinógenos de extraña e insólita belleza. Sin embargo, la necesidad evolutiva canaliza la conciencia del organismo en un estrecho callejón sin salida en el que la realidad ordinaria se percibe a través de la válvula reductora de los sentidos. Si no fuera de este modo, estaríamos escasamente adaptados para los vaivenes de la existencia inmediata. Como criaturas con cuerpos animales, somos conscientes de que estamos sometidos a una amplia gama de intereses que no podemos ignorar si no es con mucho peligro. Como seres humanos también somos conscientes de un mundo interior, más allá de las urgencias del cuerpo animal, pero la necesidad evolutiva ha situado este mundo lejos de la conciencia ordinaria.

Pautas y comprensión

Pautas y comprensión

La conciencia ha sido denominada consciencia de la conciencia[21] y se caracteriza por nuevas asociaciones y conexiones entre los distintos datos de la experiencia. La conciencia es como una superrespuesta inmunológica no específica. La clave del funcionamiento del sistema inmunológico es la capacidad de un compuesto químico para reconocer a (tener una relación del tipo llave-cerradura con) otro. Por tanto, ambos, el sistema inmunológico y la conciencia, representan sistemas que aprenden, reconocen y recuerdan[22].

Mientras escribo esto pienso en lo que decía Alfred North Whitehead sobre el entendimiento, que consiste en apercibir la pauta tal cual es. Ello es también una definición perfectamente aceptable de la conciencia. El ser consciente de una pauta comunica el sentimiento que acompaña la comprensión. Posiblemente no haya límite a la cantidad de conciencia que podamos adquirir como especie, puesto que el entendimiento no es un proyecto finito con una conclusión imaginable, sino una actitud hacia la experiencia inmediata. Ello parece autoevidente desde una visión del mundo que ve la conciencia como análoga a una fuente de luz. Cuanto más fuerte es la luz, más grande es la superficie oscura que se desvela. La conciencia es la integración, de instante en instante, de la percepción individual del mundo. La presteza, o casi podríamos decir la elegancia, con que un individuo lleva a cabo esta integración determina la respuesta adaptativa particular de este individuo a la existencia.

Somos dueños no sólo de la actividad cognitiva individual, sino también, cuando actuamos juntos, de la actividad cognitiva del grupo. La actividad cognitiva en el seno del grupo significa normalmente la elaboración y manipulación de los símbolos y del lenguaje. Aunque ello sucede en muchas especies, en las especies humanas es algo especialmente bien desarrollado. Nuestro gran poder de manipular los símbolos y el lenguaje nos otorga nuestra posición única en el mundo natural. El poder de nuestra magia y nuestra ciencia surge de nuestro compromiso con la actividad mental del grupo: el hecho de compartir los símbolos, la extensión y distribución de las ideas, y la narración de cuentos.

La idea, expresada antes, de que la conciencia ordinaria es el producto final de un proceso de amplia comprensión y filtración, y de que la experiencia psicodélica es la antítesis de esta construcción, fue señalada por Aldous Huxley, quien contrastó esto con la experiencia psicodélica. Al analizar sus experiencias con mescalina, Huxley escribió:

Estoy de acuerdo con el eminente filósofo de Cambridge, doctor C. D. Broad, en «que haríamos bien en considerar la sugestión de que la función del cerebro, sistema nervioso y órganos de los sentidos, es principalmente eliminativa y no productiva». La función del cerebro y el sistema nervioso es la de protegernos de vernos superados y confundidos por esta masa de amplio, inútil e irrelevante conocimiento, al dejar fuera la mayoría de lo que de otro modo percibiríamos o recordaríamos en todo momento, y permitir únicamente esta pequeña y particular selección que es útil para usos prácticos. Según esta teoría, cada uno de nosotros es potencialmente una Mente en Libertad. Pero en la medida en que somos animales, nuestra tarea es sobrevivir a cualquier precio. Para hacer posible la supervivencia biológica, la Mente en Libertad ha de canalizarse a través de la válvula reductora del cerebro y del sistema nervioso. Lo que sale por el otro extremo es un mezquino chorrito del tipo de conciencia que nos ayuda a seguir vivos en la superficie de este planeta. Para formular y expresar los contenidos de esta conciencia reducida, el hombre ha inventado y elaborado sin tregua estos sistemas simbólicos y filosofías implícitas que llamamos lenguajes. Cada individuo es de inmediato el beneficiario y la víctima de la tradición lingüística en la que ha nacido. Lo que, en el lenguaje de la religión, se denomina «este mundo» es el universo de conciencia reducida, expresado, y como tal, petrificado por el lenguaje. Los distintos «otros mundos» con los que los seres humanos erráticamente comunican son muchos elementos en la totalidad de la conciencia que pertenecen a la Mente en Libertad… Transitoriamente se pueden encontrar atajos hacia ellos, ya sea de un modo espontáneo, como resultado de «ejercicios espirituales» deliberados… o mediante las drogas[23].

Lo que Huxley no menciona es que las drogas, concretamente las plantas alucinógenas, pueden abrir con seguridad y repetidamente las permeables puertas de la válvula reductora de la conciencia y exponer al individuo a toda la fuerza del rugiente Tao. El modo en que interiorizamos el impacto de esta experiencia de lo inexpresable, ya lo experimentemos mediante los psicodélicos o por otros medios, consiste en generalizar y extrapolar nuestra visión del mundo a través de actos de la imaginación. Estos actos de la imaginación representan nuestra respuesta adaptativa a la información que hace referencia al mundo externo, que nos es comunicada por medio de nuestros sentidos. En nuestras especies, el software sintáctico de lo específico de la cultura, de lo específico de la situación, en forma de lenguaje, puede competir con, y en ocasiones reemplazar, el mundo instintivo del comportamiento animal. Lo que significa que podemos aprender y comunicar experiencias y de este modo eliminar los comportamientos mal adaptados. Podemos reconocer colectivamente las virtudes de la paz en contra de la guerra, o de la cooperación en contra de la lucha. Podemos cambiar.

Como hemos visto, el lenguaje humano puede que surgiera cuando el potencial organizativo de los primates fue sinergizado por las plantas alucinógenas. La experiencia psicodélica nos inspiró en primer lugar un pensamiento verdaderamente autorreflexivo y después nos inspiró para comunicar nuestros pensamientos acerca de éste.

Otras personas han experimentado la importancia de las alucinaciones como catálisis de la organización psíquica humana. La teoría de Julian Jaynes, presentada en su controvertido libro The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind[24], señala que los cambios mayores en la autodefinición humana pueden producirse incluso en tiempos históricos. Propone que en tiempos de Homero la gente no tenía el tipo de organización psíquica interna que damos por hecho. Por lo tanto, lo que llamamos ego, para la gente de la época de Homero era un «dios». Cuando el peligro se presentaba de imprevisto, la voz de Dios se oía en las mentes de los individuos; una función psíquica ajena e intrusa se expresaba como una suerte de metaprograma destinado a la supervivencia al que se acudía en momentos de gran estrés. Esta función psíquica era percibida por aquellos que la experimentaban como la voz directa de Dios, del rey, o del rey de la vida futura. Los mercaderes y comerciantes que pasaban de una sociedad a otra transportaban la mala noticia de que los dioses decían distintas cosas en distintos lugares, estableciendo de este modo la primera sombra de duda. En algún momento la gente integró su función autónoma previa y cada persona se convirtió en ese «dios» y reinterpretó la voz interior como el «sí mismo» o, como más tarde lo llamaron, el «ego».

La teoría de Jaynes ha sido ampliamente rechazada. Desafortunadamente, su libro sobre el impacto de las alucinaciones en la cultura consigue eludir casi por completo, a lo largo de 467 páginas, la discusión sobre las plantas alucinógenas o las drogas. Mediante esta omisión, Jaynes se priva de un mecanismo que podría seguramente conducirle al tipo de cambios transformativos que según él tienen lugar en la evolución de la conciencia humana.

Catalizando la conciencia

Catalizando la conciencia

El impacto de los alucinógenos en la dieta ha sido algo más que psicológico; las plantas alucinógenas pueden haber sido la catálisis para todo aquello que nos distingue de otros primates superiores, para todas las funciones mentales que asociamos con la humanidad. Nuestra sociedad, en mayor medida que otras, encontrará esta teoría difícil de aceptar, porque hemos hecho del éxtasis obtenido por medios farmacológicos un tabú. Al igual que la sexualidad, los estados alterados de conciencia son un tabú debido a que consciente o inconscientemente se experimentan entrelazados con los misterios de nuestro origen: de dónde venimos y cómo llegamos a ser como somos. Estas experiencias disuelven las fronteras y amenazan el orden del patriarcado reinante y de la dominación de la sociedad por la expresión carente de reflexión del ego. Consideremos cómo las plantas alucinógenas pudieron haber catalizado el uso del lenguaje, la más singular de las actividades humanas.

Uno tiene, en estado alucinógeno, la impresión incontrovertible de que el lenguaje posee una dimensión objetiva y visible, que normalmente está oculta a nuestra conciencia. El lenguaje, en estas condiciones, es visto, contemplado, del modo en que ordinariamente vemos nuestras casas y entornos normales. De hecho, nuestro entorno cultural se reconoce correctamente, durante la experiencia del estado alterado, como zumbido de fondo en la tarea lingüística de objetivar la imaginación. Dicho de otro modo, el entorno cultural colectivamente designado en el que vivimos es la objetivación de nuestro propósito lingüístico colectivo.

Nuestra capacidad formativa de lenguaje puede haberse activado a través de la influencia mutagénica de los alucinógenos trabajando directamente en órganos que están implicados en el procesamiento y la generación de señales. Estos órganos se hallan en estructuras del cerebro, como el área de Broca, que gobiernan la información hablada. Dicho de otra forma, abrir la válvula que limita la conciencia fuerza al pronunciamiento, casi como si el mundo fuera una concreción del significado previamente experimentado pero que permaneciera inarticulado. Este impulso activo hacia el lenguaje, este «ir hacia la palabra» se experimenta y describe en la cosmogonía de muchos pueblos.

La psilocibina, concretamente, activa las áreas del cerebro implicadas en el procesamiento de las señales. Algo típico de la intoxicación con psilocibina es el flujo espontáneo de poesía y otras actividades vocales, como hablar idiomas, aunque de un modo diferente al de la glosolalia ordinaria. En las culturas con una tradición de uso de hongos, estos fenómenos han dado pie a la noción del discurso con espíritus y aliados sobrenaturales. Los investigadores familiarizados con el tema están de acuerdo en que la psilocibina tiene un efecto profundamente catalítico en el impulso lingüístico.

Una vez que las actividades que implican la autoexpresión sintáctica se convirtieron en hábitos establecidos entre los primeros humanos, la continua evolución del lenguaje en entornos en los que los hongos eran escasos o no existían permitió una tendencia hacia la expresión y emergencia del ego. Si el ego no se disuelve repetida y regularmente en el hiperespacio sin fronteras del Otro Trascendente, habrá siempre un lento alejamiento del sentido de un ser que forma parte de la naturaleza en su conjunto. La consecuencia definitiva de este alejamiento es el fatal hastío que impregna hoy la civilización occidental.

La conexión entre los hongos y el lenguaje fue anticipada brillantemente por Henry Munn en su ensayo Los hongos del lenguaje:

El lenguaje es una actividad extática del significado. Intoxicadas por los hongos, la fluidez, la facilidad, la idoneidad de la expresión, hacen que uno sea capaz de asombrarse con las palabras que surgen del contacto de la intención de articulación con la sustancia de la experiencia. La espontaneidad que liberan los hongos no es únicamente de naturaleza perceptual, sino lingüística. Para el chamán es como si la existencia se pronunciara a través de él[25].

La carne se hizo verbo

La carne se hizo verbo

Las ventajas evolutivas del uso de la palabra son a la vez obvias y sutiles. Muchos factores inusitados convergen en el momento del nacimiento del lenguaje humano. Evidentemente, el habla facilita la comunicación y la actividad cognitiva, pero también tiene efectos imprevistos en la empresa global humana.

Algunos neurofisiólogos han planteado la hipótesis de que la vibración vocal asociada con el uso humano del lenguaje produce una suerte de limpieza del fluido cerebroespinal. Se ha observado que las vibraciones pueden precipitar y concentrar pequeñas moléculas en el fluido espinal, que bañan y purifican continuamente el cerebro. Nuestros ancestros pueden haber descubierto, consciente o inconscientemente, que el sonido vocal limpiaba las telarañas de sus cabezas. Esta práctica puede haber influido en la evolución de nuestra estructura actual de cráneo pequeño y facilidad para el lenguaje. Un proceso autorregulado tan sencillo como cantar puede que tuviera ventajas adaptativas positivas si también produjo la renovación de los desperdicios químicos de un modo más efectivo. El siguiente párrafo sostiene esta provocativa idea:

Vibraciones del cráneo humano, como las producidas por una vocalización fuerte, ejercen un efecto de masaje en el cerebro y facilitan la eliminación de productos metabólicos del cerebro en el fluido cerebroespinal (FCE)… Los hombres de Neandertal tenían un cerebro un 15% mayor del que tenemos nosotros, pero no sobrevivieron en competencia con los humanos modernos. Sus cerebros estaban más polucionados, puesto que sus imponentes cráneos no vibraban y por lo tanto los cerebros no se limpiaban lo suficiente. En la evolución de los humanos modernos el adelgazamiento de los huesos cranianos fue de gran importancia[26].

Como ya hemos dicho, los homínidos y las plantas alucinógenas debieron estar en asociación estrecha durante un largo período de tiempo, particularmente si pretendemos sugerir que los cambios físicos actuales en el genoma humano fueron el resultado de dicha asociación. La estructura del paladar blando del infante humano y el ritmo en que aquél desciende es una adaptación reciente que facilita la adquisición del lenguaje. Este cambio puede haber sido el resultado de una presión selectiva en la mutación, producida originariamente por la nueva dieta omnívora.

Las mujeres y el lenguaje

Las mujeres y el lenguaje

Las mujeres, las recolectoras de la arcaica ecuación cazador-recolector, estaban sometidas a una presión mayor a la hora de desarrollar el lenguaje que sus compañeros varones. La caza, la prerrogativa de los varones, estimulaba la fuerza, la cautela y la espera estoica. El cazador era capaz de funcionar muy bien con un número muy limitado de señales lingüísticas, como es todavía el caso entre los pueblos cazadores como los !kung de los maku.

Para los recolectores, la situación era distinta. Estas mujeres, con un repertorio más amplio de imágenes comunicables acerca de las comidas, sus fuentes y secretos de preparación, se situaban en una indiscutible posición de ventaja. El lenguaje quizás haya surgido como un poder misterioso que principalmente atañía a las mujeres; mujeres que pasaban más parte de su tiempo de vigilia juntas y normalmente hablando que los hombres. Mujeres a las que en todas las sociedades se considera con tendencia a agruparse, en contraste con la imagen solitaria del varón, que representa la versión romántica del varón alfa de la banda de primates.

Los logros lingüísticos de las mujeres eran dirigidos por una necesidad de recordar y describir a las demás una variedad de localizaciones y señales, así como numerosos detalles taxonómicos y estructurales sobre las plantas que había que buscar o desechar. La compleja morfología del mundo natural propulsó la evolución del lenguaje para modelar el mundo observable. Hoy en día, una descripción taxonómica de una planta resulta joyceanamente excitante: «Arbusto de 2 a 6 pies de altura, absolutamente pelado. La mayoría de las hojas enfrentadas, algunas en tríos o las más altas alternadas, sésiles, lineal-lanceoladas o lanceoladas, agudas o puntiagudas. Flores únicas axiladas, amarillas, aromáticas, pedunculadas. Cáliz en forma de campana, pétalos de caducidad temprana, ovalados», y así líneas y líneas.

La profundidad lingüística que alcanzaron las mujeres como recolectoras llevó finalmente a un descubrimiento trascendente: el descubrimiento de la agricultura. Lo llamo trascendente por las consecuencias que tuvo. Las mujeres se dieron cuenta de que podían hacer crecer un número de plantas limitado. Como resultado aprendieron las necesidades únicamente de estas pocas plantas, abrazaron un estilo de vida sedentario y empezaron a olvidarse del resto de naturaleza que antes tan bien habían conocido.

En este instante se inició el retiro del mundo natural y nació el dualismo humanidad frente a naturaleza. Como pronto veremos, uno de los lugares en los que murió la cultura de la antigua diosa, Çatal Hüyük, hoy en día en la Anatolia turca, es el auténtico lugar donde posiblemente surgió la agricultura. En lugares como Çatal Hüyük y Jericó, los humanos, sus plantas y animales domésticos, se convirtieron por primera vez física y psicológicamente en algo aparte de la vida de la naturaleza indómita y del rugido desconocido. El uso de los alucinógenos sólo puede ubicarse en las sociedades cazadoras y recolectaras. Cuando los agricultores utilizan dichas plantas, son incapaces de despertarse a la mañana siguiente al amanecer e ir a arar los campos. En este instante el trigo y el grano se convirtieron en dioses; dioses que simbolizaban la domesticación y la dura labor. Éstos reemplazaron a la vieja diosa nacida del éxtasis inducido por plantas.

La agricultura aportó la posibilidad del exceso de producción, que lleva a la superabundancia de riqueza, a atesorar y al comercio. El comercio conduce a las ciudades y las ciudades aíslan a sus habitantes del mundo natural. Paradójicamente, una más eficaz utilización de los recursos vegetales mediante la agricultura lleva a romper la relación simbiótica que había vinculado a los seres humanos con la naturaleza. No estoy hablando de un modo metafórico. El hastío de la modernidad es la consecuencia de interrumpir una relación cuasisimbiótica entre nosotros y la naturaleza de Gaia. Únicamente el restablecimiento de esta relación sería capaz de llevarnos a una estimación absoluta de nuestro patrimonio y del sentido de nosotros mismos como seres humanos completos.