CAPÍTULO
3
La búsqueda del Árbol original del Conocimiento
Abandonó el confuso parpadeo del grupo del fuego y dio unos pocos pasos para buscar agua. El sonido de su voz era profundo y provenía de la garganta. Nee nee nee nee neeeh. La Que Nos Alimenta parecía particularmente fuerte en esta noche de luna llena. Sobrecogido por el panorama transformado por la intoxicación y la luna llena, caminó más lejos de los ruidos de la escena doméstica.
El hekuli estaba cerca, podía sentirlo. Cuando tuvo este pensamiento se le erizó el pelo del pescuezo. Se produjo un sonido semejante al movimiento de semillas en una calabaza. Entonces vio al hekuli; semejaba una flor incandescente, la boca o el esfínter colgando del espacio. Y había otros tras él; girando suavemente en la oscuridad, algunos de una forma, otros de otra distinta. Se le acercaron como un grupo de curiosas medusas. Se produjo una blanda explosión de líquido cuando la más cercana le alcanzó y le atravesó. En este instante, el interior de su cabeza llameó con una luz rosada semejante al alba y se vio invadido por la presencia de la cosa. Las impresiones se sucedieron con demasiada rapidez como para comprenderlas. El tiempo desapareció. Superfluidos de helada ágata parecían precipitarse a través de grandes caminos que se desbordaban. Tuvo la sensación de lanzarse feliz él mismo a la muerte en una suerte de salvaje paroxismo orgásmico de autoafirmación. Una inarticulada burbuja de emotiva absorción llegó hasta sus labios. Las lágrimas corrieron por sus mejillas. Había dicho antes las palabras. Pero nunca antes las había dicho y comprendido de esta forma. ¡Ta vodos! ¡Ta vodos! ¡Soy! ¡Soy!
Los alucinógenos como auténtico eslabón perdido
La noción que estamos explorando en esta obra es la de que una familia particular de compuestos químicos activos, los alucinógenos indólicos, tuvieron una función importante en la emergencia de nuestra humanidad esencial; en la característica humana de la autorreflexión. Es importante, por lo tanto, saber cuáles son estos compuestos y las funciones que tienen en la naturaleza. La característica básica de estos alucinógenos es estructural: todos ellos tienen un grupo pentóxido de cinco facetas asociado con el más conocido anillo bencénico (véase la figura 28). Esos anillos moleculares hacen que los indoles sean muy reactivos químicamente, y por lo tanto son moléculas ideales para la actividad metabólica en el mundo de alta energía de la vida orgánica.
Los alucinógenos pueden ser psicoactivos y/o fisiológicamente activos, y pueden tener como objetivo muchos sistemas en el seno del cuerpo. Algunos indoles son endógenos al cuerpo humano, siendo un buen ejemplo de ello la serotonina. La mayoría son exógenos, se encuentran en la naturaleza y en las plantas que podemos comer. Algunos actúan a guisa de hormonas y regulan el crecimiento o el índice de madurez sexual. Otros influyen en el humor y el estado de alerta. Las familias indólicas de compuestos que son alucinógenos fuertemente visionarios y que también están en las plantas son cuatro:
1. Los compuestos de tipo LSD. Se encuentran en tres géneros afines de dondiego de día y del cornezuelo del centeno; los alucinógenos del LSD son infrecuentes en la naturaleza. Que son los más conocidos de los alucinógenos es algo incuestionable por el hecho de que millones de dosis de LSD se manufacturaron y vendieron en la década de los sesenta. El LSD es un psicodélico, pero son necesarias grandes dosis para producir el alucinógeno paradis artificiel de alucinaciones vividas y completamente transmundanas, que el DMT y la psilocibina producen en dosis más tradicionales. Sin embargo, muchos investigadores han recalcado la importancia de los efectos no alucinatorios del LSD y otros psicodélicos. Estos efectos incluyen una sensación de expansión mental y un aumento de la velocidad del pensamiento; la habilidad para entender y relacionarse con complejas alternativas de comportamiento, pautas vitales y complejas redes decisorias emparentadas.
El LSD sigue manufacturándose y vendiéndose en mayores cantidades que cualquier otro alucinógeno. Se ha mostrado útil en la psicoterapia y en el tratamiento del alcoholismo crónico: «Donde sea que se ha probado, en cualquier lugar del mundo, ha demostrado ser un tratamiento interesante para una vieja enfermedad. Ninguna droga ha sido capaz de igualar su récord a la hora de salvar las atormentadas vidas de los alcohólicos, directamente como tratamiento o indirectamente como medio que ofrece valiosa información»[16]. Pero a consecuencia de la histeria de los medios de comunicación su potencial quizá no llegue a conocerse nunca.
2. Los alucinógenos triptamínicos, en particular el DMT, la psilocina y la psilocibina. Los alucinógenos triptamínicos se encuentran en las familias de las plantas superiores, por ejemplo en las legumbres, y la psilocina y la psilocibina en los hongos. El DMT también se encuentra en forma endógena en el cerebro humano. Por esta razón, quizás el DMT no deba considerarse una droga, pero la intoxicación por DMT es la más honda y espectacularmente visual producida por los alucinógenos visionarios, sorprendente por la brevedad de su acción, intensidad y falta de toxicidad.
3. Los betacarbolinos. Los betacarbolinos, como la harmina y la harmalina, pueden ser alucinógenos cuando están cerca de los niveles tóxicos. Son importantes para el chamanismo visionario, puesto que pueden inhibir los sistemas enzimáticos del cuerpo, que de otro modo harían descender la potencia de los alucinógenos del tipo DMT. Por lo tanto, los betacarbolinos pueden utilizarse en combinación con el DMT para prolongar e intensificar las alucinaciones visuales. Esta combinación es la base del brebaje alucinógeno ayahuasca o yagé, utilizado en el área amazónica. Los betacarbolinos son legales y hasta hace muy poco eran desconocidos para el público en general.
4. La familia de las sustancias de la ibogaina. Dichas sustancias se encuentran en dos géneros afines de árboles de África y Sudamérica, Tabernanthe y Tabernamontana. Tabernanthe iboga es un pequeño arbusto florido relacionado con el café, que tiene un historial de uso como alucinógeno en el África tropical oriental. Sus compuestos activos tienen una estructura similar a los betacarbolinos. La ibogaina se conoce más como poderoso afrodisíaco que como alucinógeno. Sin embargo, en dosis suficientes es capaz de inducir una poderosa experiencia visionaria y emocional.
Estos pocos párrafos numerados quizá contengan la información más importante e interesante que los seres humanos hayan recogido sobre el mundo natural desde el olvidado día del nacimiento de la ciencia. Más inestimable que las noticias sobre el antineutrino, más esperanzador para la humanidad que la detección de nuevos quasars, es el conocimiento de que ciertas plantas, ciertos compuestos, abren umbrales olvidados a mundos de experiencia inmediata que asombran a nuestra ciencia y, por lo tanto, también a nosotros. Esta información, bien entendida y bien aplicada, puede convertirse en la brújula que nos devuelva al mundo paradisíaco de nuestros orígenes.
Buscando el Árbol del Conocimiento
Con el fin de comprender qué alucinógenos indólicos y qué plantas se han visto casualmente involucradas en la emergencia de la conciencia, hemos de recordar algunas cosas importantes.
La planta que buscamos debe ser africana, puesto que existe una evidencia abrumadora de que los humanos hicieron su aparición en África. Más concretamente, dicha planta africana debe ser originaria de las praderas, pues éste es el lugar en el que nuestros nuevos ancestros omnívoros aprendieron a adaptarse, coordinaron su bipedalismo y perfeccionaron los métodos de señalización.
La planta no debe tener que prepararse; debe ser activa en su estado natural. Suponer lo contrario es dar pábulo a la incredulidad; mezclas, drogas compuestas, extractos y concentraciones pertenecen a estadios culturales posteriores, cuando la conciencia humana y el uso del lenguaje estaban bien establecidos.
La planta debía estar constantemente a disposición de una población nómada, ser abundante y fácilmente visible.
La planta debe conferir beneficios tangibles e inmediatos a los individuos. Sólo de este modo la planta se mantendría como parte de la dieta homínida.
Estos requisitos reducen de un modo espectacular el número de candidatos. África tiene escasez de plantas alucinógenas. Esta escasez y por contraste, la sobreabundancia de dichas plantas en los trópicos del Nuevo Mundo nunca se ha explicado satisfactoriamente. ¿Puede ser una simple coincidencia el hecho de que cuanto más un ambiente se vea expuesto a la presencia de los seres humanos, menos alucinógenos originales y menos géneros de plantas contenga? El África actual casi no posee plantas originales que sean buenas candidatas para la catálisis de la conciencia entre los homínidos en evolución.
La pradera tiene menos especies de plantas que la selva. Debido a esta escasez, es muy probable que un homínido probara cualquier planta que encontrara en la pradera por su potencial como alimento. El eminente geógrafo Carl Saur piensa que no existió algo como la pradera natural. Sugiere que las praderas eran artefactos humanos, resultado del impacto acumulativo de los incendios estacionales. Basó su argumento en el hecho de que todas las especies de la pradera podían hallarse en el sustrato de las selvas, mientras que un gran porcentaje de las especies de la selva no se encontraban en las praderas. Saur concluyó que las praderas son tan recientes que deben contemplarse como concomitantes con el nacimiento del uso del fuego en las poblaciones humanas[17].
Eliminando candidatos
Hoy únicamente la religión bwiti, entre los fang de Gabon y el Zaire, puede considerarse como culto alucinógeno africano auténtico. Posiblemente la planta que utilizan, Tabernanthe iboga, puede que tuviera alguna influencia en los hombres prehistóricos. Sin embargo, no existe evidencia de su uso antes del siglo XIX. Por ejemplo, los portugueses nunca la mencionaron, a pesar de tener un largo historial de comercio y exploración en el África oriental. Esta falta de evidencia es de difícil explicación, si uno cree que el uso de la planta es muy antiguo.
Si lo analizamos sociológicamente, bwiti es una fuerza no sólo para la cohesión del grupo, sino también para mantener juntos a los matrimonios. Históricamente, el divorcio es una fuente crónica de ansiedad grupal entre los fang. Ello se debe al hecho de que el divorcio se obtiene con facilidad, pero una vez conseguido, le siguen negociaciones complejas y potencialmente caras con la familia de la pareja con respecto al retorno de una parte de la dote[18]. Quizás la iboga, al ser un alucinógeno, active una feromona que promueva el vínculo de pareja. Su reputación de ser un afrodisíaco puede relacionarse de un modo parcial con su ascenso como vinculante de la pareja.
La planta es un arbusto de talla media, que no es originaria de las praderas sino de las selvas tropicales. Pocas veces se encuentra si no es en cultivo.
Debido a los contactos de Europa con el África tropical, la iboga se convirtió en el primer indol que se puso de moda en Europa. Los tónicos fabricados con el extracto completo de la planta se hicieron muy populares en Francia y Bélgica después de que la iboga se conociera públicamente en la Exposición de París de 1867. Este tosco extracto se vendió en Europa como Lambarene, una cura para todo, desde la neurastenia a la sífilis y, por encima de todo, como afrodisíaco.
El alcaloide no se aisló hasta 1901. La ola inicial de investigación que le siguió parecía prometedora. Se habló de una posible cura para la impotencia masculina. Pero la ibogaina, una vez químicamente clasificada, fue olvidada con rapidez. Aunque no se estableció evidencia alguna sobre su peligrosidad o adictividad, el compuesto se situó en la escala I, la categoría más controlada y restrictiva, en los Estados Unidos, haciendo difíciles futuras investigaciones. La ibogaina sigue permaneciendo hoy en día prácticamente sin estudiar entre los seres humanos.
Lo que sabemos del culto iboga lo hemos aprendido de los trabajos de campo de los antropólogos. Los filamentos de la raíz de las plantas se toman en cantidades enormes. Entre los fang se cree que adquirieron esta costumbre durante una larga migración de siglos, en la que estuvieron durante un tiempo cerca del pueblo pigmeo, que les enseñó el poder espiritual que mora en bwiti. La corteza de la raíz de la planta Tabernanthe iboga contiene la parte psicoactiva de la planta. Según los fang, se han de comer muchos gramos de esta parte de la raíz con el fin de «abrir la cabeza». Menores cantidades son, por lo tanto, efectivas para el resto de la vida de una persona.
Aunque el culto iboga es muy interesante, no creo que la iboga fuera la catálisis de la conciencia de los humanos en evolución. Como ya he dicho, no se ha demostrado que se usara desde antaño, y no se trata de una planta propia de la pradera. Además, a pequeñas dosis disminuye la visión ordinaria, dando pie a imágenes superpuestas, halos y «estrellas» visuales.
En África no se conoce el uso de plantas que contengan compuestos del tipo LSD. No existe ningún ejemplo llamativo de plantas ricas en estos compuestos.
Peganum harmala, la gigantesca ruda de Siria, es rica en la beta-carbolina harmina, y actualmente se encuentra en estado salvaje en las zonas áridas del norte del África mediterránea. Sin embargo, no hay constancia de su uso en África como alucinógeno, y en cualquier caso debe concentrarse y/o combinarse con DMT para activar su potencial visionario[19].
La planta primigenia
Nos hemos quedado, por eliminación, con el tipo de alucinógenos triptamínicos: psilocibina, psilocina y DMT. En una zona de pradera estos compuestos podríamos encontrarlos ya sea en un hongo de los excrementos (coprófilo) que contenga psilocibina, o en una hierba conteniendo DMT. Pero si el DMT no era en extracto y concentrado, algo que estaba más allá de la capacidad técnica de los primeros seres humanos, estas hierbas nunca podían proporcionar suficiente cantidad de DMT para suministrar un alucinógeno efectivo. Por un proceso de eliminación, hemos llegado a la sospecha de que debía estar implicado un hongo.
Cuando nuestros ancestros remotos bajaron de los árboles y pasaron a las praderas, cada vez con mayor frecuencia se encontraron con bestias de pezuña que comían vegetación. Estas fieras se convirtieron en la fuente principal del sustento potencial. Nuestros ancestros también dieron con el estiércol de este mismo ganado salvaje y los hongos que en él crecían.
Varios de estos hongos de las praderas contienen psilocibina: especies de Panaeolus y Stropharia cubensis, también denominada Psilocybe cubensis (véase la figura 1). Esta última es el conocido «hongo mágico», cultivado actualmente por entusiastas de todo el mundo[20].
De todas estas especies de hongo, sólo la Stropharia cubensis contiene psilocibina en cantidades concentradas y está libre de los compuestos que producen náuseas. Sólo ella es pandémica; se encuentra en las regiones tropicales, por lo menos donde haya ganado de cebú (Bos indicus). Ello plantea un gran número de preguntas. ¿La Stropharia cubensis se encuentra exclusivamente en el estiércol del cebú o puede encontrarse en el estiércol de otra clase de ganado? ¿Cómo ha llegado recientemente a sus distintos hábitats? El primer espécimen de Psilocybe cubensis fue recogido por el botánico americano Earle en Cuba en 1906, pero el pensamiento botánico actual sitúa su lugar de origen en el sudeste asiático. En una excavación arqueológica de Tailandia, en un lugar denominado Non Nak Tha, que se ha fechado 15.000 años a. C., los huesos del ganado de cebú se han hallado coexistiendo con tumbas humanas. La Stropharia cubensis es actualmente frecuente en el área de Non Nak Tha. La zona de Non Nak Tha sugiere que el uso de hongos era una característica que surgió donde sea que las poblaciones humanas y el ganado evolucionaron juntos.
Una amplia evidencia sostiene la noción de que la Stropharia cubensis es la planta primigenia, nuestro cordón umbilical con la mente femenina del planeta, que durante los años en que se celebraba su culto, el culto paleolítico de la Gran Diosa provista de cuernos, nos comunicaba tal conocimiento que éramos capaces de vivir en equilibrio dinámico con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos. El uso de hongos alucinógenos evolucionó como una clase de hábito natural con consecuencias evolutivas y en el marco del comportamiento. Esta relación entre los seres humanos y los hongos debió de incluir también al ganado, el creador de la única fuente de hongos.
Esta relación, probablemente, en conjunto no tiene más de un millón de años, puesto que la era de los cazadores nómadas data de esa época. Los últimos 100.000 años es una cantidad de tiempo probablemente más que generosa para permitir la evolución del pastoreo a partir de sus primeros balbuceos. Dado que la relación completa se alarga a no más de un millón de años, no estamos hablando de una simbiosis biológica, que tardaría muchos millones de años en evolucionar. Por el contrario, estamos hablando de una costumbre muy enraizada, un hábito natural muy poderoso.
Sea el que sea el nombre que le demos a la interacción humana con el hongo Stropharia cubensis, no se ha tratado de una relación estática, sino de una relación dinámica, a través de la cual hemos sido propulsados a cada vez más altos niveles culturales de autoconciencia individual. Considero que el uso de hongos alucinógenos en las praderas africanas nos da el modelo para todas las religiones que siguieron. Y cuando, tras muchos siglos de olvido, migración y cambio de clima, el conocimiento del misterio se perdió finalmente, en nuestra angustia trocamos el compañerismo por la dominación, sustituimos la armonía con la naturaleza por la violación de ésta y cambiamos la poesía por los sofismas de la ciencia. En resumen, canjeamos nuestro patrimonio como compañeros en el drama de la mente viva del planeta por los fragmentos de la olla rota de la historia, guerras, neurosis, y —si no nos despertamos pronto de nuestro apuro— catástrofes planetarias.
¿Qué son las plantas alucinógenas?
A la luz de su supuesta importancia para la evolución humana, es natural preguntarse qué función cumplen realmente los mutágenos y otros subproductos secundarios en las plantas en las que se encuentran. Es un misterio botánico que sigue produciendo, incluso actualmente, controversias entre los biólogos evolucionistas. Se ha sugerido que los compuestos bioactivos y tóxicos se producen en las plantas con la finalidad de hacerlas desagradables al gusto y por lo tanto indeseables como alimento. También se ha sugerido, a la inversa, que estos compuestos se desarrollaron para atraer a insectos o pájaros con el fin de que llevaran a cabo la polinización y distribución de semillas.
Una explicación más verosímil para dar cuenta de la presencia de compuestos secundarios se basa en el reconocimiento de que, de hecho, no son secundarios o periféricos. Una evidencia de ello es la de que los alcaloides, normalmente considerados secundarios, se encuentran en grandes cantidades en los tejidos que son más activos en el metabolismo global. Los alcaloides, incluyendo todos los alucinógenos de los que hablamos, no son productos finales inertes en las plantas en que se encuentran, sino que se hallan en un estado dinámico, fluctuando tanto en lo que hace referencia a su concentración como en su tasa de descomposición metabólica. El papel de estos alcaloides en la química del metabolismo demuestra que son esenciales para la vida y las estrategias de supervivencia del organismo, pero que actúan de formas que todavía no comprendemos.
Una posibilidad es que algunos de estos compuestos puedan ser exoferomonas. Las exoferomonas son mensajeros químicos que no actúan entre miembros de una sola especie, sino, por el contrario, a través de líneas de especies, de modo que un individuo influye en miembros de una especie distinta. Algunas exoferomonas actúan de un modo que permite a un pequeño grupo de individuos influir en una comunidad o un bioma completo.
La noción de la naturaleza como un todo organísmico y planetario que media y controla su propio desarrollo mediante la liberación de mensajeros químicos puede parecer algo radical. Nuestra herencia del siglo XIX es una naturaleza «con uñas y dientes», en la que un despiadado y ciego orden natural fomenta la supervivencia de aquellos capaces de asegurar la propia continuidad a expensas de los competidores. Los competidores, en esta teoría, representan al resto de la naturaleza. Pero la mayoría de los biólogos evolucionistas han mantenido desde hace tiempo que este clásico punto de vista darwiniano de la naturaleza es incompleto. Hoy se cree que la naturaleza, lejos de fomentar una guerra sin tregua entre las especies, es una danza diplomática sin fin; y la diplomacia es sin duda un asunto de lenguaje.
La naturaleza parece maximizar la cooperación mutua y la recíproca coordinación de metas. Ser indispensable al organismo con el que uno comparte un ambiente: ésta es la estrategia que asegura una prole y una supervivencia continua. Es una estrategia en la que la comunicación y la sensibilidad frente al procesamiento de las señales son lo más importante. Estamos hablando de destrezas lingüísticas.
La idea de que la naturaleza puede ser un organismo cuyos componentes interconectados actúan sobre (y comunican con) otro mediante la liberación de señales químicas en el ambiente sólo se empieza a estudiar en detalle hoy en día. La naturaleza, sin embargo, tiene tendencia a actuar con cierta economía; una vez desarrollada, una respuesta evolutiva dada a un problema se aplicará una y otra vez en las situaciones en que sea apropiada.
El Otro Trascendente
Si los alucinógenos funcionan como mensajeros químicos entre especies, entonces la dinámica de las relaciones estrechas entre los primates y las plantas alucinógenas es de información transferida de una especie a otra. Donde no se encuentran plantas alucinógenas, estas transferencias de información tienen lugar con gran lentitud, pero en presencia de alucinógenos una cultura se introduce rápidamente en una información, y de este modo se proyecta a cada vez más altos estados de autorreflexión. Llamo a esto el encuentro con el Otro Trascendente, pero se trata sólo de una etiqueta, no de una explicación.
Desde cierto punto de vista, el Otro Trascendente es la naturaleza correctamente percibida de estar vivo y ser inteligente. Desde otro, es la sorprendente y desacostumbrada unión de todos los sentidos con el recuerdo del pasado y la anticipación del futuro. El Otro Trascendente es lo que uno descubre en los poderosos alucinógenos. Es el crisol del misterio de nuestro ser, como especie y como individuos. El Otro Trascendente es la naturaleza sin su tranquilizadora máscara de espacio, tiempo y causalidad ordinarios.
Por supuesto, imaginarse estos elevados estados de autorreflexión no es cosa fácil, puesto que cuando queremos hacerlo actuamos como si supusiéramos que el lenguaje de algún modo se adecuara a lo que está, en el presente, más allá del lenguaje, o es translingüístico. La psilocibina, el alucinógeno que se encuentra sólo en los hongos, es una herramienta efectiva en este caso. El principal efecto sinergético de la psilocibina parece estar en definitiva en el dominio del lenguaje. Excita la vocalización; refuerza la articulación; transmuta el lenguaje en algo visible. Puede que tuviera un impacto en la repentina emergencia de la conciencia y el uso del lenguaje en los primitivos humanos. Literalmente, quizá nos hayamos comido nuestra senda a la conciencia superior. En este contexto es importante destacar que los mutágenos más potentes del medio natural se encuentran en los hongos y en los mantillos. Los hongos y los granos de cereal infectados por mantillos pueden haber tenido una influencia importante en las especies animales, incluyendo a los primates, que evolucionaban en las praderas.