Kristóf Kömives acompaña a Imre Greiner al recibidor, lo ayuda a ponerse el abrigo y le abre la puerta.
—Adiós —dice Imre.
Está parado en el quicio. Se ha alzado la solapa del abrigo y tiene el sombrero en la mano. Se inclina de nuevo con timidez.
—Adiós —dice Kristóf, y cierra la puerta con llave detrás del médico. Por un momento se queda inmóvil, escuchando los pasos que se alejan lentamente. Luego regresa a su estudio. Teddy no se mueve de su lado—. A tu sitio —le ordena en voz baja. Pero Teddy está muy nervioso, tiembla, tiene el pelo erizado y lanza aullidos lastimeros. Kristóf acepta la presencia del tembloroso perro; se sienta en el sillón de su escritorio y le acaricia el cuello, la cabeza, el hocico húmedo.
El silencio de la calle dormida se rompe con el ruido del portón que se cierra. Kristóf mira su reloj: son las seis y cuarto. En media hora empezarán a limpiar la casa. Hace frío. Atraviesa las habitaciones heladas, se detiene en la puerta del dormitorio de los niños y la abre muy despacio. Teddy se le adelanta, entra sigiloso y se queda en mitad del cuarto contemplándolo con expresión interrogativa. Entre las dos camas con barrotes, en la mesilla de noche, hay encendida una lamparita cubierta por un velo. Gábor duerme profundamente, todo destapado. La rubia cabeza de Eszter se ha escurrido de la almohada, y la niña abraza el Mickey Mouse de peluche que la esposa del general, con exquisita intuición moderna, le ha traído de Viena hace dos semanas. Kristóf se pone entre las dos camas y, con mucha suavidad, cubre a Gábor y vuelve a colocar la almohada bajo la cabeza de Eszter. Mira a su hija dormida, a su hijo Gábor, que por la tarde quería jugar a los tres cerditos y como no encontró al tercero, y quizá también por otras razones, estuvo nervioso y alterado el resto del día. Ahora está tranquilo, su rostro refleja serenidad, sonríe. Parece que está soñando algo agradable. Kristóf observa pensativo su rostro, su sonrisa. Ese niño es el último retoño del árbol familiar de los Kömives, y Kristóf Kömives desea ardientemente que ese niño puro y sereno tenga sueños agradables, que las fuerzas de la noche no se le acerquen, y así tal vez la mañana en que Gábor Kömives despierte a la vida será clara y pura. Allí está él, parado entre las dos camas, pensando en la sombra que se ha metido en su casa durante la noche.
Va hacia el dormitorio donde está Hertha y se detiene en la puerta entreabierta. Mira detenidamente a la mujer envuelta en el velo de la penumbra. Examina su rostro con seriedad y atención, aspira profundamente los perfumes familiares de la habitación, contempla el crucifijo y la pila de agua bendita. Hertha es una mujer cristiana, una mujer creyente, piensa. Conozco sus sueños. Esta mujer y estos dos niños no pueden ser un malentendido. Y sonríe con tristeza y cansancio. La mujer percibe su mirada, suspira, se da la vuelta, levanta un blanco brazo describiendo un arco en el aire y lo deja caer otra vez sobre la manta. ¡Duerme!, piensa Kristóf, ¡duerme tranquila, ya amanece!
Cierra la puerta y se aleja de puntillas. Deja el ambiente familiar de sus seres queridos y regresa al estudio, se despereza. ¿Qué puede hacer ahora? Ya es tarde para dormir, en pocas horas empezará la nueva jornada laboral. Se siente como después de un largo viaje, cansado pero excitado, como si durante la noche hubiese atravesado paisajes inhóspitos y ahora se alegrara de volver a encontrar las cosas conocidas, la casa familiar, que aparece bajo las primeras luces de la mañana. Se dará un baño, se afeitará, se cambiará y desayunará con los niños. A las diez en punto, la hora del primer juicio, estará allí sin falta. Habrá que cambiar el orden del día, porque uno de los juicios no va a celebrarse. Allí estará, puntual, para atar y desatar, para unir y separar, igual que siempre.
Se acerca a la ventana y observa la calle, que va tomando forma y haciéndose cada vez más nítida bajo la dorada luz matinal. Se apoya en el alféizar y permanece así durante un rato. Se reconforta con la sensación del que contempla de nuevo los tejados de su ciudad después de un largo viaje nocturno. Percibe en su cuerpo un cansancio extraño, despierto, atento; la tensión se suaviza, todo su ser se relaja, se siente a salvo después de haber pasado un peligro desconocido, el peligro de un viaje por lugares ignotos. Ahora vivirá más en casa y, posiblemente, no se alejará en mucho tiempo del entorno conocido. Esa es la realidad, esas casas, esos seres queridos que duermen en la habitación de al lado, el trabajo, el mundo visible. Sí, ha recorrido un largo camino esa noche. Debemos vivir con humildad, porque entre la vigilia y el sueño nos conduce una mano invisible, nos guía una voluntad anónima. Él desea tener fe, desea tener fe en el mundo visible y también, humildemente, en ese otro que no conoce. Desea servir a su familia y a la otra, más amplia, que le resulta tan querida y a la cual ha hecho un juramento. Ha jurado servir a la comunidad según las leyes divinas y humanas. Lo demás no es asunto suyo. Lo demás… Se pasa la mano por la frente. Su mirada indecisa se mueve de la imagen que ofrece la ventana al retrato de «Kristóf I». El gran juez contempla el mundo con ojos sosegados y desapasionados. El pintor lo retrató vestido de gala, con el traje tradicional, y la imagen es solemne pero no inspira temor. Contempla el retrato y le parece oír la voz del hombre desaparecido: «¡Despierta, Kristóf Kömives! ¡Despierta y mantente fuerte! Tu tiempo es el día. ¡Mantente humilde y fuerte! ¡Continúa siendo fiel y severo! El mundo es una materia plástica, ¡sigue moldeándola!»
Kristóf baja la cabeza y esconde el rostro entre las manos. ¿Cuánto permanece así? Sólo su cuerpo está cansado y débil, sólo su cuerpo. Hertha no tardará en despertarse y entonces hablarán… con palabras sinceras, como lo han hecho siempre; hablarán de la vida y de la muerte, del día y de la noche. El ruido del camión del lechero atraviesa la calle. Los pájaros ya han empezado a cantar. Las casas están en su sitio, firmes y seguras a la luz de la mañana. Parece que será un día caluroso y húmedo de otoño.
La noche ha acabado, comienza el día.