FRANZ ZWICKAU

Caracas, 1946-Caracas, 1971

Franz Zwickau pasó por la vida y por la literatura como un torbellino. Hijo de emigrantes alemanes, dominó a la perfección tanto la lengua de sus padres como la lengua de su tierra de nacimiento. Las crónicas de la época hablan de un muchacho talentoso e iconoclasta que se negó a crecer (José Segundo Heredia lo definió en cierta ocasión como «el mejor poeta escolar de Venezuela»); las fotos enseñan a un joven alto, rubio, con el cuerpo de un atleta y la mirada de un asesino o un soñador o ambas cosas a la vez.

Publicó dos libros de poesía. El primero, Motoristas (1965), es una serie de veinticinco sonetos de corte y música un tanto heterodoxa que incide sobre temas juveniles: motos, amores desesperados, el despertar sexual y la voluntad de la pureza. El segundo, El Hijo de los Criminales de Guerra (1967), marca un cambio sustancial en la poética de Zwickau y en cierta manera en la poesía venezolana de aquel tiempo. Libro maldito, espeluznante, mal escrito (Zwickau tenía una extraña teoría sobre la corrección del poema, algo bastante singular en alguien que empezó escribiendo sonetos), plagado de improperios, maldiciones, blasfemias, detalles autobiográficos absolutamente falsos, imputaciones calumniosas, pesadillas.

Algunos de sus poemas son memorables:

Diálogo con Hermann Goering en el Infierno, en donde el poeta montado en la moto negra de sus primeros sonetos llega a un aeródromo abandonado en la costa venezolana, un lugar cercano a Maracaibo llamado Infierno, y encuentra la sombra del mariscal del Reich con la que conversa de temas diversos: aviación, vértigo, destino, casas deshabitadas, valor, justicia, muerte.

Campo de Concentración, por el contrario, narra con humor no exento de ciertas gotas de ternura su infancia desde los cinco hasta los diez años en un barrio de clase media caraqueño.

Heimat (350 versos) describe en una curiosa mezcla de español y alemán —con algunas alocuciones en ruso, inglés, francés y yiddish— las partes íntimas de su cuerpo con una frialdad de forense trabajando en la morgue la noche después de un crimen múltiple.

El Hijo de los Criminales de Guerra, el extenso poema que da título al libro, es un texto vibrante y desmesurado en donde Zwickau, que lamenta no haber nacido veinticinco años antes, da rienda suelta a su capacidad verbal, a su odio, a su humor, a su nula esperanza en la vida. Allí, en unos versos libres como pocas veces se habían visto en Venezuela, el autor pone en escena una infancia atroz, inenarrable, se compara con un niño negro de Alabama en 1858, baila, canta, se masturba, hace pesas, sueña con un Berlín fabuloso, recita a Goethe, a Jünger, arremete contra Montaigne y Pascal a quienes conoce bien, adopta las voces de un montañero alpino, de una campesina, de un tanquista alemán de la Brigada Peiper muerto en las Ardenas en diciembre de 1944, de un periodista norteamericano en Nuremberg.

El poemario, de más está decirlo, fue ignorado cuando no aviesamente ocultado por la crítica al uso.

Durante un corto período frecuentó el círculo literario de Segundo José Heredia. De su participación activa en la Comuna Aria Naturalista saldría su única obra en prosa, la novela corta Camping Calabozo, en donde se burla repetidas veces de su fundador (a quien es fácil reconocer en el personaje de Camacho, el Rosenberg de la Llanura) y de sus discípulos, los Mestizos Puros.

Su relación con el mundo literario nunca fue fácil. Sólo dos antologías de poesía venezolana recogen su nombre: la publicada en 1966 por Alfredo Cuervo, Nuevas Voces Poéticas, y la polémica Joven Poesía Venezolana 1960-1970, de Fanny Arespacochea.

Se despeñó con su moto en el camino de Los Teques a Caracas cuando aún no había cumplido los veinticinco años. Sólo postumamente se conocieron sus poemas escritos en alemán, Meine Kleine Gedichte, una colección de ciento cincuenta textos breves y de ambiente más bien bucólico.