ANDRÉS CEPEDA CEPEDA, llamado el Doncel

Arequipa, 1940-Arequipa, 1986

Sus primeros pasos estuvieron marcados por el influjo benéfico de Marcos Ricardo Alarcón Chamiso, poeta y músico arequipeño, con el que solía pasar las tardes en el restaurante La Góndola Andina escribiendo poesía a dos manos. En 1960 publicó la plaquette El Destino de la calle Pizarro, cuyo subtítulo, Las puertas infinitas, prefigura una sucesión de «Calles Pizarro» a lo largo y ancho del continente cuya virtud, una vez descubiertas (pues las «Calles Pizarro» por regla general permanecen ocultas), consistiría en proporcionar un nuevo marco de percepción americana, en donde la voluntad y el sueño se fundirían en una nueva visión de la realidad, en un despertar americano. Los trece poemas de El Destino de la calle Pizarro, compuestos en endecasílabos un tanto confusos, dejaron a la crítica indiferente: sólo Alarcón Chamiso los reseñó en el Heraldo Arequipeño, elogiando, por encima de todo, su calidad musical, el «misterio silábico que se agazapaba tras el verbo ígneo» de su autor.

En 1962 comenzó a colaborar con la revista bimensual Panorama que editaba en Lima el célebre abogado y polemista Antonio Sánchez Luján, a quien conoce durante una cena-homenaje ofrecida por el Rotary Club de Arequipa. Nace entonces el Doncel, nom de plume con el que firma artículos que van desde el ditirambo político hasta la reseña cinematográfica o literaria. En 1965 combina su trabajo en Panorama con una columna diaria en el periódico Última Hora Peruana, propiedad de Pedro Argote, magnate de la harina de pescado y compadre de Antonio Sánchez Luján. Allí Andrés Cepeda vive sus escasos momentos de gloria: sus artículos, variados como los del Dr. Johnson, concitan enemistades y rencores duraderos. Opina sobre cualquier tema, cree tener soluciones para todo. Comete errores, es demandado junto con el periódico, pierde uno a uno cada juicio. En 1968, en medio de la vorágine en que se ha convertido su vida limeña, reedita El Destino de la calle Pizarro, añadiendo a los trece poemas originales cinco poemas de nuevo cuño, trabajo que, como confiesa él mismo en su propia columna («La Labor de un Poeta»), le ha llevado ocho años de duro esfuerzo. Esta vez, y gracias a la nombradía de el Doncel, su poemario no estará exento de ataques, a cual más mordaz. Entre los adjetivos de sus críticos destaquemos los siguientes: paleonazi, tarado, abanderado de la burguesía, títere del capitalismo, agente de la CIA, poetastro de intenciones cretinizantes, plagiario de Eguren, plagiario de Salazar Bondy, plagiario de Saint-John Perse (acusación ésta sostenida por un jovencísimo poeta de San Marcos y que a su vez desató otra polémica entre seguidores y detractores de Saint-John Perse en el ámbito universitario), esbirro de las cloacas, profeta de baratillo, violador de la lengua española, versificador de intenciones satánicas, producto de la educación de provincia, rastacuero, cholo alucinado, etc., etc.

Y sin embargo las diferencias entre la primera y la segunda edición de El Destino de la calle Pizarro no son notables. Consignemos algunas. La más obvia: la edición arequipeña consta de trece poemas y está dedicada a su maestro Alarcón Chamiso; la limeña tiene dieciocho poemas y no lleva dedicatoria alguna. De los trece poemas originales, sólo el octavo, el decimosegundo y el decimotercero observan retoques, ligeros cambios, algunos sinónimos (atolladero por dificultad, juicio por talento, misceláneo por diverso) que en poco varían el sentido primigenio. Los cinco nuevos poemas, a su vez, parecen cortados por el mismo patrón: endecasílabos, un tono pretendidamente enérgico, una intencionalidad más bien misteriosa, una versificación regular, en ocasiones con calzador, en nada original. Y sin embargo es el añadido de estos cinco poemas lo que cambia el sentido o lo que ahonda e ilumina la lectura de los trece anteriores. A la luz de éstos lo que antes era misterio, brumas, recurrencias manidas a personajes mitológicos, se convierte en claridad, método, apuesta y propuesta transparente. ¿Y qué es lo que propone el Doncel? ¿Cuál es su apuesta? El regreso a una edad de hierro que sitúa aproximadamente en la época de Pizarro. El enfrentamiento racial en el Perú (aunque cuando dice Perú, y esto quizás es más importante que su teoría de la lucha de razas, liquidada por lo demás en un par de versos, engloba a Chile, Bolivia y Ecuador). El posterior enfrentamiento entre Perú y Argentina (Argentina engloba a Uruguay y Paraguay) en lo que denomina «lucha de Castor y Pólux». El triunfo incierto. Tal vez la derrota de ambos contendientes que profetiza para el año treinta y tres del tercer milenio. En los tres últimos versos advierte no sin trabajo del nacimiento de un niño rubio en las ruinas de una Lima sepulcral.

La notoriedad del Cepeda poeta no duró más de un mes. La carrera de el Doncel fue más larga, aunque su momento ya había pasado. A la cruda luz de los juicios por difamación perdidos siguió su posterior despido de Última Hora Peruana que lo ofreció como víctima propiciatoria para aplacar las iras de un industrial cervecero de origen indio y de un secretario de cierto ministro a quien Cepeda criticaba abiertamente su ineptitud públicamente reconocida y aceptada.

No publicó más libros.

Vivió los años que le quedaban de sus colaboraciones en Panorama y de trabajos esporádicos en la radio. También trabajó ocasionalmente como corrector de periódicos. Al principio tuvo a su alrededor a un pequeño grupo de admiradores, llamados los Donceles, que el tiempo fue disgregando. En 1982 volvió a Arequipa en donde puso una pequeña frutería. Murió de un derrame cerebral en la primavera de 1986.