Cartagena de Indias, 1910-Berlín, 1945
Hasta que treinta años después de su muerte la editorial El Cuarto Reich Argentino diera a conocer una parte de sus escritos la vida y la obra de Jesús Fernández-Gómez permaneció sumida en el anonimato. Los libros publicados fueron Años de Lucha de un Falangista Americano en Europa, especie de novela autobiográfica de unas 180 páginas escritas durante los treinta días que el autor pasó en el Hospital Militar de Riga convaleciente de heridas de guerra y en donde Fernández-Gómez narra sus aventuras en España durante la Guerra Civil y en Rusia como voluntario de la División 250, la famosa División Azul Española; el otro libro es un largo texto poético titulado Cosmogonía del Nuevo Orden.
Empecemos por este último. Los tres mil versos que componen el poema están fechados entre Copenhague y Zaragoza, a lo largo de los años 1933 y 1938. El poema, de intención épica, narra dos historias que constantemente se intercalan y yuxtaponen: la de un guerrero germano que debe matar a un dragón y la de un estudiante americano que debe demostrar en un medio hostil su valía. El guerrero germano sueña una noche que ha matado al dragón y que sobre el reino que éste subyugaba se impondrá un nuevo orden. El estudiante americano sueña que debe matar a alguien, que obedece la orden que le ordena matar, que consigue un arma, que se introduce en la habitación de la víctima y que en ésta sólo encuentra una «cascada de espejos que lo ciegan para siempre». El guerrero germano, tras el sueño, se dirige confiado a la lucha en donde morirá. El estudiante americano, ciego, vagará hasta su muerte por las calles de una ciudad fría, reconfortado paradójicamente por el brillo que provocó su ceguera.
Las primeras páginas de Años de Lucha de un Falangista Americano en Europa revisan la infancia y adolescencia del autor en su ciudad natal de Cartagena, en el seno de una familia «pobre, pero honrada y feliz», sus primeras lecturas, los primeros versos. Continúa con el encuentro en un burdel de Bogotá con Ignacio Zubieta, la amistad de los jóvenes, las ambiciones compartidas, el deseo de ver mundo y romper con las ataduras familiares. La segunda parte consigna los primeros años en Europa: la vida en un piso de Madrid, las nuevas amistades, las primeras peleas entre él y Zubieta que en ocasiones se saldan a puñetazos, las viejas y viejos viciosos, la imposibilidad de trabajar en casa y sus largos encierros en la Biblioteca Nacional, los viajes que suelen ser felices pero que en ocasiones también son desdichados.
Fernández-Gómez se siente maravillado por su propia juventud: habla de su cuerpo, de su potencia sexual, de la longitud de su miembro viril, de su aguante con la bebida (que detesta: bebe porque así acostumbra Zubieta), de su capacidad para estar sin dormir durante días. También se siente maravillado, y agradecido, de su facilidad para aislarse en los momentos más difíciles, del consuelo que le proporciona el ejercicio literario, de la posibilidad de escribir una gran obra que «lo dignifique, que lo limpie de todos los pecados, que dote de sentido su vida y su sacrificio», aunque sobre la naturaleza de este «sacrificio» corra un tupido velo. Procura hablar de sí mismo y no de Zubieta, pese a que, como él mismo reconoce, la sombra de Zubieta la lleva «pegada al cuello, como una corbata necesaria o como una lealtad mortal».
No se extiende en consideraciones políticas. Considera que Hitler es el hombre providencial de Europa y poco más dice de él. La cercanía física del poder, sin embargo, lo conmueve hasta las lágrimas. En el libro abundan las escenas en que, acompañando a Zubieta, participa en saraos o actos protocolarios, entregas de medallas, desfiles militares, misas y bailes. Los detentadores de la autoridad, casi siempre generales o autoridades eclesiásticas, son descritos detalladamente, con el amor y la morosidad de una madre en la descripción de sus hijos.
La Guerra Civil es el momento de la verdad. Fernández-Gómez se entrega a ella con entusiasmo y valor, aunque comprende de inmediato y así lo hace saber a sus lectores futuros, que la presencia de Zubieta a su lado constituye una pesada carga. La recreación que hace del Madrid de 1936 en donde él y Zubieta se mueven como fantasmas entre fantasmas a la búsqueda de los amigos ocultos del terror rojo o visitando embajadas latinoamericanas donde son recibidos por funcionarios desmoralizados que poco o nada pueden informarles es vívida y vibrante. No tarda Fernández-Gómez en adaptarse a lo extraordinario. La vida castrense, la dureza del frente, las marchas y contramarchas no hacen mella en su disposición ni en su ánimo. Tiene tiempo para leer, para escribir, para ayudar a Zubieta que depende de él en gran medida, para pensar en el futuro, para hacer planes sobre su regreso a Colombia que nunca llevará a la práctica.
Terminada la Guerra Civil, más unido a Zubieta que nunca, pasa casi sin transición a la aventura rusa de la División Azul. La batalla de Possad está narrada con un realismo sobrecogedor, exento de lirismo y de concesiones de cualquier tipo. La descripción de los cuerpos destrozados por la artillería se asemeja en ocasiones a las pinturas de Bacon. Las páginas finales nos hablan de la tristeza del Hospital de Riga, de la soledad del guerrero postrado, sin amigos, abandonado a la melancolía de los atardeceres bálticos que compara desfavorablemente con los atardeceres cartageneros de la patria lejana.
Pese a su carácter de obra no corregida y revisada, Años de Lucha de un Falangista Americano en Europa tiene la fuerza de la obra escrita en los límites de la experiencia, además de algunas sabrosas puntualizaciones sobre aspectos desconocidos de la vida de Ignacio Zubieta que pudorosamente omitiremos. Entre los múltiples reproches que Fernández-Gómez le hace desde su lecho de Riga anotemos tan sólo aquella de carácter puramente literario sobre la paternidad de la traducción de los poemas de Schiller. En cualquier caso, fuera como fuere, lo cierto es que los amigos se volvieron a encontrar, si bien con la presencia de un tercero, el pintor Lemercier, y juntos reemprendieron el camino con la discutida Brigada Carlomagno. Es difícil discernir quién arrastró a quién en esta postrera aventura.
La última obra de Fernández-Gómez salida a la luz pública (aunque nada hace temer que sea realmente la última) es la novelita galante La Condesa de Bracamonte, aparecida bajo el sello editorial Odín de la ciudad colombiana de Cali en el año 1986. El lector avisado reconocerá fácilmente en la protagonista de este relato a la Duquesa de Bahamontes y en sus dos jóvenes antagonistas a los inseparables Zubieta y Fernández-Gómez. La novela no está exenta de humor, sobre todo para la época en que fue escrita: París, 1944. Probablemente Fernández-Gómez exageró un poco las tintas. Su Duquesa de Bracamonte tiene treinta y cinco años y no los cuarenta y pico que se le calculaban a la auténtica Duquesa de Bahamontes. En la novela de Fernández-Gómez los dos jóvenes colombianos (Aguirre y Garmendia) comparten las noches de la Duquesa. Durante el día duermen o escriben. La descripción de los jardines andaluces es minuciosa y no carece de interés.