IGNACIO ZUBIETA

Bogotá, 1911-Berlín, 1945

Único hijo varón de una de las mejores familias de Bogotá, la vida de Ignacio Zubieta pareció desde el principio proyectada hacia las más altas cimas. Buen estudiante, extraordinario deportista, a los trece años hablaba y escribía correctamente el inglés y el francés, dueño de un porte y una belleza varonil que lo hacía destacar allí donde fuera, de trato agradable, excelente conocedor de la literatura clásica española (a los diecisiete años publicó por su cuenta una monografía sobre Garcilaso de la Vega que sería unánimemente aplaudida en los círculos literarios colombianos), jinete de primera, campeón de polo de su generación, excelso bailarín, irreprochable en el vestir si bien con una ligera tendencia hacia la ropa sport, bibliófilo empedernido, alegre pero carente de vicios, todo en él hacía presagiar los más altos logros o al menos una vida provechosa para su familia y su patria. Pero el azar o la época terrible que le tocó (y escogió) vivir torcieron su destino irremediablemente.

A los dieciocho años publica un libro de versos gongorinos que la crítica hace notar como obra valiosa e interesante pero que en manera alguna añade nada a la poesía colombiana de entonces. Zubieta lo comprende y seis meses después se marcha a Europa en compañía de su amigo Fernández-Gómez.

En España frecuenta los salones de la alta sociedad, que queda prendada de su juventud y de su simpatía, de su inteligencia y de un halo trágico que ya desde entonces aureolaba su figura alta y espigada. Se dice (lo dicen las columnas de chismorreo de los periódicos bogotanos de la época) que mantiene relaciones íntimas con la duquesa de Bahamontes, viuda, rica y veinte años mayor que él, aunque sobre el particular no hay constancia alguna. Su piso en la Castellana es lugar de encuentro de poetas, comediógrafos y pintores. Emprende, y no acaba, un estudio sobre la vida y la obra del aventurero del siglo XVI Emilio Henríquez. Escribe poesías que no da a la imprenta y que pocos leen. Viaja por Europa y por el norte de África y de tanto en tanto envía apuntes de su peregrinaje, esbozos de turista atento, a los periódicos colombianos.

En 1933, según algunos ante la inminencia de un escándalo que finalmente no llega a producirse, sale de España y tras una breve estancia en París visita Rusia y los países escandinavos. La impresión que le causa el país de los soviets es contradictoria y misteriosa: en su irregular corresponsalía con la prensa colombiana se muestra admirado por la arquitectura moscovita, por los grandes espacios cubiertos de nieve y por el ballet de Leningrado. Las opiniones políticas se las reserva o bien no las tiene. Describe Finlandia como un país de juguete. Las mujeres suecas le parecen campesinas exorbitantes. Estima que los fiordos noruegos no han hallado aún a su poeta (Ibsen le parece nauseabundo). Seis meses después regresa a París y se instala en un confortable piso de la rue des Eaux en donde se le unirá poco después su inseparable Fernández-Gómez que ha debido quedarse en Copenhague convaleciente de una pulmonía.

La vida en París transcurre entre el Club de Polo y las veladas artísticas. Zubieta se interesa por la entomología y asiste a las clases del profesor André Thibault en la Sorbona. En 1934 viaja a Berlín junto a Fernández-Gómez y un nuevo amigo, el joven Philipe Lemercier, pintor de paisajes vertiginosos y de «escenas del fin del mundo», al que Zubieta de alguna forma protege.

Poco después de estallar la Guerra Civil en España Zubieta y Fernández-Gómez viajan a Barcelona y posteriormente a Madrid. Allí permanecen tres meses visitando a los pocos amigos que no han huido. Después, con no poca sorpresa para quienes los conocen, pasan a la zona nacional y se enrolan como voluntarios en el ejército franquista. La carrera militar de Zubieta es rápida, frecuente en hechos de valor y medallas aunque no exenta de ciertas lagunas. De alférez pasa a teniente y luego, casi sin transición, a capitán; se le supone presente en el cierre de la bolsa de Extremadura, en la campaña del norte, en la batalla de Teruel; el final de la guerra, no obstante, le encuentra en Sevilla, en servicios vagamente administrativos. El gobierno colombiano, oficiosamente, lo propone como agregado cultural en Roma, cargo que rechaza. Participa, jinete en brioso potro blanco, en las Fiestas del Rocío de 1938 y 1939, un tanto deslucidas pero aún encantadoras. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial lo sorprende viajando con Fernández-Gómez por tierras mauritanas. Durante todo este tiempo la prensa de Bogotá sólo ha recibido de su pluma dos escritos y ninguno de los dos referidos a los puntuales acontecimientos políticos y sociales de los que Zubieta es testigo privilegiado. En el primero describe la vida de algunos insectos del Sahara. En el segundo habla sobre las caballerías árabes y las compara con la cría de pura raza que se practica en Colombia. Ni una palabra sobre la Guerra Civil española, ni una palabra sobre el cataclismo que parece cernirse sobre Europa, ni una palabra sobre literatura o sobre sí mismo, aunque sus amigos colombianos siguen esperando la gran obra literaria a la que Zubieta parece predestinado.

En 1941, a la llamada de Dionisio Ridruejo, de quien es amigo íntimo, Zubieta se incorpora de los primeros en la División Española de Voluntarios, conocida popularmente como División Azul. Durante el período de entrenamiento en Alemania, que le resulta mortalmente aburrido, se dedica, junto a su inseparable Fernández-Gómez, a traducir la poesía de Schiller que publicarán conjuntamente las revistas Poesía Viva de Cartagena y El Faro Poético Literario de Sevilla.

Ya en Rusia participa en diferentes acciones a lo largo del río Volchov y en las batallas de Possad y de Krassnij Bor en donde obtiene, por su comportamiento heroico, la Cruz de Hierro. En el verano de 1943 está de vuelta en París, solo, pues Fernández-Gómez se ha quedado en el Hospital Militar de Riga restableciéndose de sus heridas.

En París Zubieta reanuda su vida social. Frecuenta escritores y artistas. Viaja a España en compañía de Lemercier. Se dice que vuelve a ver a la duquesa de Bahamontes. Una editorial madrileña publica un libro con sus traducciones de Schiller. Es celebrado, invitado a todas las fiestas, mimado por la sociedad, aunque Zubieta ya no es lo que era: un velo de gravedad cubre permanentemente su rostro, como si presintiera la muerte inminente.

En octubre, con la repatriación de la División Azul, vuelve Fernández-Gómez y ambos amigos se reencuentran en Cádiz. Junto a Lemercier viajan a Sevilla, luego a Madrid donde dan una lectura de los poemas de Schiller en el anfiteatro universitario con asistencia multitudinaria y entusiasta, luego a París donde finalmente se instalan.

Pocos meses antes del desembarco de Normandía Zubieta entra en contacto con oficiales de la Brigada Carlomagno aunque en los archivos de esta unidad de las SS francesas no consta su nombre. Con el grado de capitán vuelve al Frente Ruso en compañía de su inseparable Fernández-Gómez. Con remite de Varsovia Lemercier recibirá en octubre de 1944 parte de los papeles que a la postre constituirán el legado literario de Ignacio Zubieta.

Integrado en un batallón de irreductibles SS franceses Zubieta será cercado en Berlín en las postrimerías del Tercer Reich. Según el diario de Fernández-Gómez morirá en combates callejeros el 20 de abril de 1945. El 25 del mismo mes Fernández-Gómez deposita en la Legación Sueca el resto de los papeles del amigo y una caja con papeles propios que la embajada sueca hace llegar al embajador colombiano en Alemania en 1948. Los papeles de Zubieta finalmente arriban a las manos de la familia que en 1950 publica en Bogotá un primoroso librito con quince poemas, ilustrados por Lemercier quien ha decidido radicarse en el bello país sudamericano. El poemario se titula Cruz de Flores. Los poemas no exceden ninguno los treinta versos. El primero se titula Cruz de Velos, el segundo Cruz de Flores, y así sucesivamente (el penúltimo se titula Cruz de Hierro y el último Cruz de Escombros). No hace falta añadir que son decididamente autobiográficos aunque marcados por un proceso verbal hermético que los hace oscuros, crípticos para quien desee rastrear en ellos el periplo vital de Zubieta, el misterio que rodeará siempre sus exilios, sus opciones, su muerte aparentemente inútil.

Del resto de la obra de Zubieta poco se sabe. Hay quienes afirman que no había más o que lo poco que había resultaba decepcionante. Durante un tiempo se especuló con la existencia de un diario íntimo de más de 500 páginas que la madre de Zubieta entregó a las llamas.

En 1959 un grupo de extrema derecha bogotano publicaría con autorización de Lemercier, mas no de la familia de Zubieta que entablará demandas y juicios contra el francés y los editores, el libro titulado Cruz de Hierro y subtitulado «Un colombiano en la lucha contra el bolchevismo» (título y subtítulo de los que obviamente Zubieta no es responsable). La novela o el cuento largo (80 páginas con cinco fotos de Zubieta vestido de uniforme, en una de las cuales, en un restaurante parisino, enseña con una sonrisa fría su Cruz de Hierro, única que obtuviera un colombiano durante la Segunda Guerra Mundial) es una apología de la amistad entre soldados que no rehuye ninguno de los tópicos en la vasta literatura de ese tipo y que un crítico de la época definiera como híbrido entre Sven Hassel y José María Pemán.