Napa, California, 1950-Los Ángeles, 1997
El que fuera considerado el mejor de los escritores de la Hermandad Aria y uno de los mejores poetas californianos de finales del siglo XX aprendió a leer y escribir en las frías aulas de una prisión a la edad de dieciocho años. Previamente su vida puede definirse como una sucesión de delitos menores, sin orden ni concierto, propios de un adolescente californiano de raza blanca y de clase baja, perteneciente a una familia desestructurada (padre desconocido, madre adolescente y dedicada a trabajos mal remunerados). Tras su alfabetización la carrera delictiva de John Lee Brook da un giro de noventa grados: se introduce en el negocio de la droga, la trata de blancas, el robo de coches de lujo, el secuestro y el asesinato. En 1990 es acusado de la muerte de Jack Brooke y de sus dos guardaespaldas. Durante el juicio se declara inocente. Pero sorprendentemente diez minutos después de subir al estrado interrumpe al fiscal y acepta todos los cargos además de autoinculparse de cuatro homicidios no resueltos y que para entonces han caído en el más absoluto olvido: los del pornógrafo Adolfo Pantoliano, la actriz porno Suzy Webster, el actor porno Dan Carmine y el poeta Arthur Crane, ocurridos, los tres primeros, cuatro años antes y el último en 1989. Es condenado a pena de muerte. Tras varias apelaciones, auspiciadas por algunos miembros influyentes de la comunidad literaria californiana, ésta se cumple en abril de 1997. Según testigos presenciales, Brook pasó sus últimas horas con gran serenidad, entregado a la lectura de sus propios poemas.
Su obra, compuesta por cinco libros, es sólida, con reminiscencias whitmanianas, abundante en formas coloquiales y muy próxima a la poesía narrativa aunque sin desdeñar otras corrientes de la lírica norteamericana. Sus temas preferidos y que se repiten a lo largo de todos sus poemas de manera a veces obsesiva, son la pobreza extrema en algunos sectores de la población blanca, los negros y los abusos sexuales carcelarios, los mexicanos siempre pintados como diminutos diablillos o como cocineros misteriosos, la ausencia de mujeres, los clubs de motociclistas vistos como herederos del espíritu de la frontera, las jerarquías del hampa en la calle y en la prisión, la decadencia de América, los guerreros solitarios.
Merecen especial atención los poemas:
— Reinvindicación de John L. Brook, el primero de una larga serie de textos-río, invariablemente de más de 500 versos, o novelas quebradas, como el propio autor solía definirlos. En él ya está Brook de cuerpo entero pese a que cuando lo escribió sólo tenía veinte años. El poema trata de las enfermedades juveniles y de la única forma idónea de curarlas.
— Calle sin Nombre, un texto en donde se combinan las citas de MacLeish y Conrad Aiken con los menús de la cárcel del condado de Orange y los sueños pederastas de un profesor de literatura inglesa que acudía a dar clases en el penal los martes y los jueves.
— Santino y yo, fragmentos de conversaciones sostenidas por el poeta con su agente de libertad vigilada, Lou Santino, en donde se abordan temas como los deportes (¿cuál es el deporte americano por excelencia?), las putas, la vida de las estrellas de cine, las celebridades de la cárcel y su peso moral dentro y fuera de éstas.
— Charly (precisamente una celebridad carcelaria), descripción no por somera y «concreta» menos entrañable de Charles Manson a quien el autor conociera en 1992.
— Damas de Compañía, una epifanía de psicópatas, asesinos en serie, perturbados mentales, bipolares obsesionados con el sueño de América, noctámbulos y cazadores furtivos.
— Los Malos, una aproximación al asesino nato; en su retrato Brook dice: Seres innobles/ niños poseídos por la voluntad/ en un laberinto o desierto de hierro/ Frágiles como un cerdo en la jaula de las leonas...
Este último poema, fechado en 1985 y publicado en su tercer libro de poesía (Soledad, 1986), mereció sendos y controvertidos estudios en la Revista de Psicología del Sur de California y en el Magazine de Psicología de la Universidad de Berkeley.