Macon, 1940-Los Ángeles, 1996
Poeta y jugador de fútbol americano, Jim O’Bannon acogió en el mismo espíritu la atracción por la fuerza y el anhelo de las cosas delicadas y perecederas. Sus primeros escarceos literarios aparecen marcados por una estética beatnik, tal como lo atestigua su primer libro de poemas La noche de Macon, publicado en su ciudad natal por la efímera colección de poesía Ciudad en Llamas en el año 1961. Los textos van precedidos por largas dedicatorias a Alien Ginsberg, Gregory Corso, Kerouac, Snyder, Ferlinghetti. No los conoce personalmente (hasta entonces nunca ha salido de su Estado natal de Georgia) pero mantiene con al menos tres de ellos una profusa y entusiasta relación epistolar.
Al año siguiente viaja a Nueva York en autostop y se reúne con Ginsberg y un poeta negro en un hotel del Village. Conversan, beben, leen poemas en voz alta. Luego Ginsberg y el negro le proponen hacer el amor. O’Bannon al principio no entiende. Cuando uno de los poetas comienza a desnudarlo y el otro a acariciarlo la terrible verdad se abate sobre él. Durante unos segundos no sabe qué hacer. Luego la emprende a puñetazos con ambos y se marcha. «No los maté a patadas —dirá más tarde— porque me dieron pena. »
Pese a la paliza Ginsberg incluirá cuatro textos de O’Bannon en una antología de poetas beatniks que se publica un año más tarde en Nueva York. O’Bannon, que ya está de vuelta en Georgia, intenta emprender acciones legales contra Ginsberg y la editorial. Los abogados lo desaconsejan. Decide entonces regresar a Nueva York y darle personalmente una lección. Durante días O’Bannon recorre la ciudad sin éxito. Más tarde escribirá un poema al respecto, El Caminante, en donde un ángel atraviesa a pie Nueva York sin encontrar ni un solo hombre justo. También escribe su gran poema de ruptura con los beatniks, un texto apocalíptico que nos traslada por diversos escenarios históricos o del alma humana (el sitio de Atlanta por las fuerzas de Sherman, la agonía de un pastorcillo griego, la vida cotidiana de las pequeñas urbes, las cuevas de homosexuales, judíos y negros, la espada redentora que pende sobre cada cabeza y que está hecha de una aleación de metales dorados).
En 1963 viaja a Europa tras obtener la beca Daniel Stone para el Desarrollo de Artistas Jóvenes. En París visita a Étienne de Saint Étienne que le parece sucio y rencoroso. En París, también, conocerá a Jules Albert Ramis, el gran poeta neoclásico francés admirador de todo lo americano, y entre ambos nacerá una amistad duradera. Recorre en un coche alquilado Italia, Yugoslavia, Grecia. Al acabarse la beca decide continuar en París y Jules Albert Ramis le consigue trabajo en un hotel de Dieppe propiedad de su familia. El hotel resulta «lo más parecido a un cementerio», pero le deja muchas horas libres para escribir; los cielos grises del Canal de la Mancha dan alas a su inspiración; a finales de 1965 una editorial casi desconocida de Atlanta acepta, por fin, publicar su segundo libro de poesías, el primero del que O’Bannon está completamente satisfecho.
Pero no regresa a los Estados Unidos. Una tarde de lluvia aparece por el hotel una turista de Brunswick, Georgia, la señorita Margaret Hogan. El flechazo es instantáneo. Al cabo de dos semanas O’Bannon ha dejado el hotel y se halla viajando por tierras españolas con la que será su primera mujer y única musa. El matrimonio civil se celebra seis meses después, en la capital de Francia, y un emocionado, melancólico y declamatorio Ramis ejerce de padrino de la joven pareja. Para entonces el libro de O’Bannon ha sido comentado y reseñado en los medios de comunicación norteamericanos con suerte diversa. Algunos beatniks más oficiosos que oficiales reaccionan con descalificaciones abiertas ante los ataques del ex beatnik O’Bannon. Otros, entre ellos Ginsberg, se muestran indiferentes. El libro, La Senda de los Bravos, aúna una singular percepción de la naturaleza (una naturaleza extrañamente vacía, sin vida animal, turbulenta y soberana) con una inequívoca inclinación hacia el insulto personal, la difamación y el libelo, para no mencionar las amenazas y fanfarronerías varias que recorren cada uno de los poemas. Se habla de renacimiento nacional y no falta el lector entusiasta que vea en ellos al Carl Sandburg de la segunda mitad del siglo XX. La acogida entre los poetas de Atlanta es fría y distante.
En París, mientras tanto, O’Bannon ha ingresado en el Club de los Mandarines, la asociación literaria que preside Ramis y que integran de forma exclusiva sus jóvenes discípulos, dos de los cuales trabajan en la traducción de La Senda de los Bravos cuya edición no tardará en aparecer en la misma editorial que publica a Ramis y que contribuirá no poco a cimentar la fama de O’Bannon entre la crítica norteamericana de poesía, siempre atenta a lo que ocurre allende el océano.
En 1970 O’Bannon regresa a los Estados Unidos y sus libros comienzan a desfilar por los escaparates de las librerías con regularidad anual. A La Senda de los Bravos le sigue Tierra sin labrar, Las Escaleras de Incendio del Poema, Conversación con Jim O’Brady, Manzanas en la Escalera, La Escalera del Cielo y del Infierno, Nueva York Revisitado, Los Mejores Poemas de Jim O’Bannon, Los ríos y otros poemas, Los hijos de Jim O’Brady en el Amanecer de América, etc.
Vivió de dar conferencias y recitales a lo largo y ancho del país. Se casó y divorció cuatro veces aunque siempre mantuvo que su único gran amor fue Margaret Hogan. El tiempo apaciguó sus invectivas literarias: desde el poeta duro y sarcástico de «Negativo de John Brown» al poeta enfermo y olímpico de «Homenaje a un perro de la calle Vine» media un abismo. Conservó hasta el final su desprecio por los judíos y por los homosexuales, aunque a los negros poco a poco comenzaba a aceptarlos cuando le llegó la muerte.