JUAN MENDILUCE THOMPSON

Buenos Aires, 1920-Buenos Aires, 1991

Segundo hijo de Edelmira Thompson, desde muy joven supo que con su vida podía hacer lo que quisiera. Intentó los deportes (fue un tenista aceptable y un pésimo piloto de coches de carrera), el mecenazgo (que confundió con la bohemia y el trato con delincuentes y del que su padre y su vigoroso hermano mayor lo apartaron con amenazas y prohibiciones que llegaron incluso a la agresión física), la carrera de leyes y la literatura.

A los veinte años publica su primera novela, Los Egoístas, relato de misterio y de exaltación juvenil que transcurre entre Londres, París y Buenos Aires. Los hechos se desencadenan en torno a un suceso en apariencia intrascendente: un buen padre de familia de pronto le pide a gritos a su mujer que huya de la casa con los niños o que se encierren con llave en una habitación. Acto seguido él se encierra a su vez en el cuarto de baño. Al cabo de una hora la mujer sale de la habitación en donde se ha metido cumpliendo la orden del marido, va al cuarto de baño y encuentra a aquél muerto, con la navaja de afeitar en la mano y el cuello cortado. A partir de este suicidio, a primera vista claro e irrefutable, se desencadena una investigación llevada principalmente por un policía de Scotland Yard de aficiones espiritistas y por uno de los hijos del muerto. La investigación dura más de quince años y sirve de pretexto para el desfile de una galería de personajes tales como un joven camelot francés o un joven nazi alemán, a quienes el autor hace hablar profusamente y con quienes tiende a identificarse.

La novela fue un éxito (agotó, hasta 1943, cuatro ediciones en Argentina y se vendió profusamente en España, Chile, Uruguay y otros países hispanoamericanos), pero Juan Mendiluce optó por dejar a un lado la literatura en beneficio de la política.

Durante un tiempo se consideró a sí mismo falangista y seguidor de José Antonio Primo de Rivera. Era antinorteamericano y anticapitalista. Más tarde se hizo peronista y llegó a ocupar altos cargos políticos en la provincia de Córdoba y en la capital federal. Su periplo por la administración pública fue impecable. Con la caída del peronismo sus inclinaciones políticas sufrieron una nueva transformación: se volvió pro norteamericano (de hecho, la izquierda argentina lo acusó de publicar en las páginas de su revista a veinticinco agentes de la CIA, cifra exagerada se mire como se mire), fue admitido en uno de los más poderosos bufetes legales de Buenos Aires y finalmente nombrado embajador en España. A su regreso de Madrid publicó la novela El Jinete Argentino, en donde arremete contra la carencia de espiritualidad del mundo, la progresiva falta de piedad o de compasión, la incapacidad de la novela moderna, sobre todo la francesa, embrutecida y aturdida, por comprender el dolor y por lo tanto por crear personajes.

Es llamado el Catón argentino. Se pelea con su hermana, Luz Mendiluce, por el control de la revista familiar. Gana la partida e intenta llevar a cabo una cruzada en contra de la falta de sentimientos en la novela actual. Coincidiendo con la aparición de su tercera novela, La Primavera en Madrid, desencadena una ofensiva contra los afrancesados y contra los cultores de la violencia, el ateísmo y las ideas foráneas. Letras Criollas y La Argentina Moderna le servirán de plataforma, así como los diferentes diarios de Buenos Aires que acogen entusiasmados o estupefactos sus diatribas contra Cortázar, a quien acusa de irreal y cruento, contra Borges, a quien acusa de escribir historias que «son caricaturas de caricaturas» y de crear personajes exhaustos de una literatura, la inglesa y la francesa, ya periclitada, «contada mil veces, gastada hasta la náusea»; sus ataques se hacen extensivos a Bioy Casares, Mujica Lainez, Ernesto Sabato (en quien ve la personificación del culto a la violencia y de la agresividad gratuita), Leopoldo Marechal y otros.

Todavía publicará tres novelas más: El Ardor de la Juventud, un repaso a la Argentina de 1940, Pedrito Saldaña, de la Patagonia, relato de aventuras australes a medio camino entre Stevenson y Conrad, y Luminosa Oscuridad, novela sobre el orden y el desorden, la justicia y la injusticia, Dios y el vacío.

En 1975 abandonó una vez más la literatura por la política. Sirvió con igual lealtad al gobierno peronista y al de los militares. En 1985, tras la muerte de su hermano mayor, asumió la responsabilidad de los negocios familiares. En 1989 delegó éstos en sus dos sobrinos y en su hijo y se propuso escribir una novela que no llegó a terminar. Edelmiro Carozzone, hijo del secretario de su madre, dio a la luz una edición crítica de esta última obra, Islas que se hunden. Cincuenta páginas. Conversaciones entre personajes ambiguos y caóticas descripciones de un enjambre sin fin de ríos y de mares.