Agradecimientos

Aunque basada en amplias investigaciones, en tanto novela, Mi Hermana la Luna se basa en mi interpretación de los datos y no refleja necesariamente las opiniones de los especialistas que con tanta generosidad han dedicado tiempo y conocimientos a este proyecto.

Quiero expresar mi especial gratitud a quienes leyeron los diversos manuscritos de Mi Hermana la Luna: mi marido, Neil; mis padres, Pat y Bob McHaney; mi abuelo, Bob McHaney (padre), y mi amiga Linda Hudson. También deseo agradecer a Neil su trabajo informático en la realización de los mapas y la genealogía de la novela.

Quiero dar sinceramente las gracias a mi agente, Rhoda Weyr, que no sólo es una sagaz empresaria, sino una lectora atenta y sensata, y a mis editoras, Shaye Areheart y Maggie Lichota por su meticuloso trabajo.

Nunca podré expresar suficientemente mi agradecimiento al doctor William Laughlin, que sigue apoyando mi labor con documentos y con su estímulo.

También quiero manifestar mi gratitud a Mike Livingston, que me prestó su nutrida biblioteca sobre su pueblo, los aleutianos. Me habría sido imposible obtener por otras vías muchas de estas obras, que están agotadas hace mucho tiempo. Asimismo, aprecio su disposición a compartir cuanto sabe sobre su pueblo, sus islas y el pilotaje del kayak.

Quiero expresar mi aprecio a quienes me proporcionaron fuentes documentales tanto orales como escritas: Mark McDonald, la American Speech-Language-Hearing Association, Gary Kiracofe, el doctor Greg Van Dussen, Ann Fox Chandonnet, Rayna Livingston, Linda Little, el doctor Ragan Callaway, Dorthea Callaway y Laura Rowland. También quiero dar las gracias a Sherry Ledy por su paciencia y su buen humor cuando me enseñó a trenzar cestas y a Russell Bawks por las muchas horas que dedicó a mecanografiar las notas de mi investigación.

Neil y yo hacemos extensivo nuestro agradecimiento a Dorthea, Ragan y Karen Callaway, así como a Rayna y Mike Livingston, que nos abrieron las puertas de su casa durante nuestro reciente viaje de investigación a Alaska y a las aleutianas.

También quiero agradecer al doctor Richard Ganzhorn y a Sharon Bennett y David Strickland —miembros de su equipo— por responder a mis preguntas médicas sobre las heridas con arma blanca; y a Cathie Greenough por su disposición a compartir los conocimientos que ha adquirido después de años de asesorar a mujeres y niños maltratados.

Deseo manifestar mi más profunda admiración y respeto por esas cuatro especialísimas mujeres que de niñas sufrieron abusos, que me abrieron sus corazones y me contaron sus historias de sufrimiento, miedo, resistencia y victoria.

Julio de 1991

Pickford, Michigan