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Qakan sonrió a los hombres reunidos a su alrededor. El invierno había sido largo y difícil, sobre todo a causa de Pelo Amarillo. Sin embargo, había aprendido: nunca más se dejaría seducir por una cara bonita.

Como sabían que pronto se marcharía, los Hombres de las Morsas le ofrecieron impacientemente objetos de trueque a cambio de pieles, cuchillos e incluso las tallas de Kiin que Qakan le había comprado a Cuervo. Éste había exigido dos cuchillos de Amgigh y tres pieles de foca a cambio de una cesta llena de tallas.

Qakan realizó el trueque, puso los ojos en blanco, frunció los labios y bajó la cabeza en medio de las carcajadas de Cuervo, con el único propósito de ocultar su sonrisa. Cuervo no sabía que tenía otros cuchillos, más finos y de hojas más largas, cuchillos que también había picado Amgigh. Cuervo no sabía que las tallas de Kiin, con sus líneas delgadas y uniformes, así como la forma de la cabeza o las aletas que curvaban el diente de ballena o el colmillo de morsa, le darían a Qakan mucho más que los cuchillos y las pieles de foca que había entregado en el trueque.

Aunque esa noche hizo muchos intercambios convenientes, Qakan se ocupó de que nadie lo mirara a los ojos. Quizás alguien tuviera poder para desentrañar lo que contenía su mirada, para descubrir la verdad en las profundidades, para saber que podían realizar mejores trueques. También podrían percibir el secreto de la muerte de Pelo Amarillo y enterarse de que Qakan la había dejado en el ulaq, en la tarima para dormir, cubierta con las peores pieles y con las esteras enmohecidas, cosas que como comerciante no le servían.

Después de negociar cuanto pudo, todo lo que cabía en el ik y que le serviría para trocar durante la travesía de regreso a su aldea, Qakan levantó las manos y dijo, con la cabeza inclinada y los ojos ocultos:

—Basta. No me queda nada. Os lo habéis quedado todo. Tengo que dejaros. Algún día regresaré y traeré aceite de ballena de la isla de los Cazadores de Ballenas, situada en los confines del oeste del mundo. También traeré cuchillos de obsidiana de los Primeros Hombres, esteras trenzadas con las puntadas más sutiles, cestas para vuestras mujeres, botas de piel de foca, agujas de marfil y chaquetas de nutria. Dejadme. Tengo que preparar el ik. Me iré por la mañana.

Algunos hombres protestaron y otros mencionaron a Pelo Amarillo, pero Qakan les dio la espalda y comenzó a preparar el ik, enrolló pieles y repartió las conchas en cestos. En ese momento alguien le puso una mano en el hombro. Qakan se volvió y vio que se trataba de Cuervo.

—Ha sido un buen trueque —dijo Cuervo y levantó sus cuchillos.

—Así es —coincidió Qakan—. Los cuchillos de Amgigh siempre son valiosos.

—¿Amgigh?

—Es un joven de mi aldea. Sabe hacer armas. También es un gran cazador. Hace dos veranos, cuando no era más que un chiquillo, Amgigh mató una ballena.

—¿Él solo se cobró una ballena? —preguntó Cuervo, inclinó la cabeza y miró a Qakan con los ojos entrecerrados.

—Él y su hermano —repuso Qakan y no tuvo miedo de responder a la lenta sonrisa de Cuervo.

No le importó que Cuervo se diese cuenta de que mentía. Cuervo repetiría sus afirmaciones. ¿Acaso no acrecentaban el valor de los cuchillos?

—¿Piensas llevarte a Pelo Amarillo?

Qakan infló las mejillas, se volvió y escupió.

—Tú deberías saberlo.

Cuervo se encogió de hombros.

—¿Por qué dices que debería saberlo?

—No vendrá conmigo. Quiere volver a ser tu esposa.

Qakan bajó rápidamente la mirada y abrigó la esperanza de que el espíritu de ese hombre no captara la verdad.

Cuervo rio.

—Me gusta Kiin —afirmó—. Mantiene limpio el ulaq, prepara buenos alimentos y cose chaquetas abrigadas, pero Pelo Amarillo es la mujer que alegra el lecho de un hombre.

Qakan se obligó a sonreír y a reír.

—Es verdad. Ha sido un buen invierno —respondió y observó a Cuervo, que dio media vuelta y se alejó.

Qakan se inclinó sobre el ik, guardó las últimas cestas y las ató con tiras dobles de línea de kelp para que no se movieran. Pensó: «Sí, ha sido un buen invierno, pero he trocado a Pelo Amarillo con los espíritus del viento. Y ahora sabré qué me dan a cambio. Tal vez otra mujer que reme en mi ik». Rio y el viento transportó su risa hasta el mar. Tal vez los espíritus del viento le entregarían a Kiin.